SIETE

SIETE

La última semana había sido un torbellino de actividad para Stefan von Kessel. Estaba cansado y le dolían los pies, pero cada noche dormía mejor de lo que lo había hecho en años. Una penosa marcha de catorce horas diarias, seguida de las tareas necesarias para plantar el campamento donde dormían, seis horas de descanso con tres turnos de guardia cada noche y el desmantelamiento del campamento antes del amanecer del día siguiente conformaban una actividad extenuante.

El ejército del capitán había aumentado, porque el mariscal del Reik había requisado más soldados del conde. Los efectivos incluían un número mayor de tropas regulares de Ostermark, Eran hombres de origen humilde, prácticos y sencillos, pero de corazón valiente y con habilidades de cazador que resultaban útiles porque cada anochecer llevaban al campamento carne fresca.

Además del ejército del capitán, el mariscal del Reik y doscientos caballeros de la Guardia de Reikland cabalgaban junto a los efectivos de Ostermark. Constituían figuras que inspiraban reverencia a los soldados plebeyos, y no eran ni lo bastante altivos ni lo bastante arrogantes como para no mezclarse con los soldados de infantería de Ostermark al final de la jornada de marcha. A Stefan le complació descubrir que no se trataba de adinerados caballeros de clase alta que habían pagado con oro su ingreso en la orden por razones políticas.

No, eran curtidos guerreros, cada uno veterano de una docena de batallas. Todos habían luchado en la Gran Guerra contra el Caos, y todos estaban en el campo de batalla el día en que Magnus había cabalgado junto a ellos para derrotar al enemigo en las afueras de la gran ciudad de Kislev. Eran hombres rústicos, escogidos por su valor y destreza en la batalla.

Von Kessel se enteró de que esa orden recién fundada era única porque sus caballeros habían sido seleccionados entre los mejores de todas las otras órdenes de caballería para formar una unidad de élite. Todos eran héroes, y se sentía honrado de marchar con ellos. Su mente se remontó a la tienda de Gruber una semana antes.

—Quiero que la comande el capitán von Kessel.

La tienda había permanecido en silencio mientras los presentes asimilaban las palabras. La cara de Johann se contorsionó de cólera. Gruber se quedó boquiabierto. El conde fue el primero en hablar.

—Esto es, esto es… inaceptable —había tartamudeado.

—Creo que lo encontraréis perfectamente aceptable, gran conde Gruber —replicó con frialdad el mariscal del Reik Trenkenhoff.

—Pero ¡Von Kessel es mío! Os aseguro que es inadecuado para el puesto. No, su sitio está aquí.

—Tal vez él sea vuestro hombre, pero vos sois hombre del Emperador, y aquí y ahora, yo soy la voz del Emperador. No podéis desafiarme, conde.

—Mariscal del Reik —dijo Stefan. Todos los ojos se volvieron a mirarlo, ya que la mayoría había olvidado que estaba allí—. Me siento honrado por esto, pero pienso que no soy… digno de ese honor.

—¡Ya veis! ¡Ni siquiera el muchacho piensa que sea buena idea! —proclamó Gruber.

Trenkenhoff volvió su acerada mirada hacia von Kessel.

—¿Por qué pensáis que no sois digno de la misión que os exige el Imperio?

—¿Conocéis la historia de mi abuelo?

—Sí. ¿Y qué tiene que ver?

—Bueno, pensé que la deshonra que llevo conmigo sería… —comenzó Stefan, pero el mariscal del Reik lo interrumpió.

—Me importa un ardite quién fue vuestro abuelo o lo que hizo. Esta no es una misión sobre la que podáis decidir si aceptáis o no. Soy portador de la palabra del Emperador. Os supero en rango, señor conde, y ciertamente también os supero a vos, capitán. Si el Emperador exige vuestros servicios, lo serviréis sin rechistar, o seréis ahorcados.

»Preparad a vuestros hombres, capitán. Partiremos a mediodía de mañana, y la marcha será dura. Aseguraos de que estén bien aprovisionados. —Dicho eso, el mariscal del Reik giró sobre los talones y salió precipitadamente de la tienda.

Stefan sonrió y negó con la cabeza al recordar aquella extraña noche. Cuando la primera luz del alba había comenzado a bañar el campamento, el mariscal del Reik Wolfgange Trenkenhoff había ido a hablar con él.

—En la tienda dije la verdad —le había dicho—. No me importa qué vergüenza penséis que lleváis sobre vos. No tiene interés ninguno para mí. Lo único que me importa es que comandéis bien a vuestros soldados. Lo que demostrasteis en el paso Profundo fue iniciativa y fe en vos mismo. Sabíais que el ataque contra el campamento del Caos iba a salir bien, ¿no es cierto? —Stefan había asentido con la cabeza—. Actuasteis con rapidez y serenidad, evaluasteis la situación y reaccionasteis con osadía. Eso es algo raro, von Kessel; algo raro de verdad.

»El Imperio se formó gracias a acciones audaces como esa, y su supervivencia depende de ellas. Si Magnus no hubiese dado el osado paso de atacar en el norte a las fuerzas del Caos en lugar de hacer lo que deseaban los electores y esperar dentro de los castillos y ciudades como niños atemorizados a que cayera el mazazo, creo que el Imperio habría sido arrasado por completo.

»Si el poder de Asavar Kul no hubiese sido desbaratado en las llanuras de Kislev, quizá en este mismo momento estaría invadiendo nuestra ciudad capital, Nuln, y asesinando a nuestra gente por decenas de miles.

»Recordad siempre esto, von Kessel. ¡Actuad reflexivamente, actuad con inteligencia y actuad con osadía, pero nunca olvidéis actuar! Porque hacer algo, aunque resulte ser una equivocación, es mucho menos peligroso que no hacer nada —el mariscal del Reik hizo una pausa momentánea antes de volver a hablar.

»Y si alguna vez vuelvo a oíros dudar de vos mismo en público, os mataré con mis propias manos.