30
—Me temo que no tenemos mucho sobre sus incursores mercantes, Patrona. —El puente resultaba fresco con el aire acondicionado; pero Alistair McKeon se apartó molesto una gota de sudor de la frente, mientras descargaba lo que tenía en la pantalla táctica secundaria de Honor.
»No disponemos de nada en absoluto que indique que hayan modificado naves de clase Astra como el Sirio, por lo que no hay modo de saber lo que le han hecho, pero algunos de los refugiados de la Estrella de Trevor le dieron a la OIN datos bastante precisos de una nave de camuflaje construida sobre un casco de la clase Trumball. Era más de millón y medio de toneladas más pequeña que el Sirio, pero es todo lo que tenemos.
Honor asintió, estudiando las lecturas y tratando de no mostrar su preocupación. Tanto si era más pequeña que el Sirio como si no, aquella nave de camuflaje de clase Trumball había dispuesto de más armas que la mayoría de los cruceros pesados modernos, y Honor se desplazó a través de los datos hasta que encontró las notas sobre su armamento de los extremos: tres tubos de misiles y un par de láseres espinales a proa y a popa. Si el armamento del Sirio seguía la misma escala de modo proporcional, su fuego debía de ser el doble de potente que cualquier cosa con la que pudiera responder el Intrépido.
Se recostó en la silla y sintió la tensión de la tripulación del puente. Aquella no era ninguna maniobra de la Flota, y aunque lo hubiese sido, no había ningún truco ingenioso para permitirles emboscar al Sirio. Una persecución por popa reducía en gran medida las opciones, y la única y pequeña ventaja del Intrépido era que se trataba de un objetivo menor. Incluso eso se veía compensado por el hecho de que la apertura frontal de su cuña de impulsión era el doble de grande que el reborde trasero de la cuña del Sirio. Y, a pesar de su menor aceleración, la mayor masa del «carguero» proporcionaba a su cuña bandas de tensión más potentes y, probablemente, también pantallas.
Se mordió un labio mientras le daba vueltas en la cabeza, buscando una respuesta, pero las ideas le patinaban como un coche de superficie sobre el hielo. Una vez su velocidad fuese suficiente, podía tratar de ladear la nave de lado a lado. Por encima de los dos o tres millones de kilómetros, no podría girarse lo bastante rápido como para interponer del todo sus pantallas (no sin perder gran parte de la ventaja de su aceleración, si es que quería detener a la otra nave antes de que alcanzara el límite hiperespacial), pero al menos podía anular los disparos directos del Sirio entre su cuña zigzagueando tras su estela. No era mucho, pero era realmente todo lo que podía hacer, y torció la boca con gesto amargo. Todas aquellas inteligentes maniobras en el CTA, todas esas previsiones sutiles que había planeado para tender una emboscada a la nave insignia del almirante D’Orville, y ahora lo único que se le ocurría era retorcerse como un gusano sobre ascuas para evitar ser destruida.
Volvió a contemplar a McKeon, tratando de mirar más allá de sus ojos y leer sus pensamientos. Él también había servido como oficial táctico; ¿qué creía él que debían hacer? ¿Pensaba que todo lo que necesitaba Honor era abandonar la persecución? El Intrépido era el perseguidor, no el perseguido. Si Honor consentía que Coglin se marchara, el Sirio simplemente desaparecería en el espacio y el Intrépido sobreviviría.
Pero esa no era una opción válida. Bien podía equivocarse acerca de la misión del Sirio. Estaba preparándose para arriesgar su nave y las vidas de su tripulación en persecución de un enemigo al menos cinco veces más potente que ellos, cuando era muy posible que dicho enemigo no supusiera ninguna amenaza para el Reino. Pero no podía saberlo, y lo que sí sabía es que si Haven estaba dispuesta a arriesgarse a una guerra abierta por el control de Basilisco, el carguero de Coglin podía acarrear una potencia de fuego imparable al sistema antes de que la Flota Territorial pudiera responder.
Lo que significaba que no le quedaba otra opción.
Volvió a verificar el cronómetro. Sesenta y tres minutos de persecución. Había, avanzado treinta y seis millones y medio de kilómetros, y el alcance se había reducido hasta siete-punto-seis millones de kilómetros. Faltaban otros trece minutos y pico hasta que sus misiles pudieran alcanzar el Sirio antes de quedarse sin combustible. Estudió el cursor luminoso que representaba al havenita y se preguntó qué estaría pensando.
—¿Cuál es la distancia, Jamal?
—Dos-cinco-punto-tres-cinco segundos luz, capitán.
—¿Tiempo hasta el límite del hiperespacio?
—Noventa-y-cuatro-punto-seis minutos.
—¿Y su velocidad?
—Cuatro-cinco-ocho km/s, señor.
—¿Tiempo de vuelo de los misiles?
—Aproximadamente uno-ocho-nueve segundos, señor.
Coglin asintió y se estiró el labio. Sus misiles todavía se quedarían nueve segundos sin combustible antes de alcanzar el Intrépido, y una parte de él decía que esperara. Que ocultara el hecho de que el Sirio estaba armado hasta que el Intrépido estuviese lo bastante cerca para que los motores de sus pájaros durasen hasta llegar a su objetivo. La posibilidad de impacto sería levemente mayor si conservaban su potencia para poder maniobrar y seguir al Intrépido en su maniobra de evasión, pero solo levemente, puesto que la distancia era muy grande. Y, para ser sinceros, probablemente no importara mucho. Tanto con motor como balístico, el tiempo de vuelo sería tan largo que la defensa puntual del crucero tendría tiempo de sobra para enfrentarse a ellos.
Pero claro, pensó agriamente, era posible que Harrington ya sospechara que el Sirio iba armado. Desde luego, parecía haber deducido todo lo demás. Y si era así, contener sus disparos para tratar de sorprenderla no tendría sentido. E incluso si sospechaba la verdad, no era probable que comprendiera lo armada que realmente estaba aquella nave de camuflaje. Coglin había llegado a adquirir un verdadero respeto por las agallas de aquella oficial manticoriana tras contemplar sus acciones en Basilisco, pero esto se parecía demasiado a un ratón que persiguiera a un gato.
Consideró con cuidado sus opciones. Lo más inteligente que podía haber hecho, reconoció reticente, hubiese sido obedecer la orden de Harrington de ponerse al pairo. Si se hubiera detenido, dejando que el crucero se acercara hasta el alcance de las armas de energía y entonces haber soltado los paneles, podría haberla volatilizado antes de que se diera cuenta siquiera de lo que ocurría. Pero no lo había hecho, y ese error lo dejaba con un abanico de posibilidades mucho menos atractivas.
El Intrépido era superado en artillería en un factor diez, tanto si Harrington lo sabía como si no, pero los cruceros de la RAM eran más duros de lo que podían sugerir las cifras. Si la atacaba, ella no solo tendría mayor velocidad base en la aproximación, sino que su mayor aceleración y menor masa la harían mucho más maniobrable que el Sirio en combate cerrado. El modo en que se había deshecho del motor del bote de correo le indicaba que Harrington era una piloto a tener en cuenta y, aunque sus pantallas fueran más resistentes que las de ella, las bandas principales de impulsión de una nave eran tan impenetrables como las de la otra. Si él se metía en una lucha cuerpo a cuerpo a corta distancia contra un oponente más ágil, Harrington podía tener suerte y lograr uno o dos impactos en el lugar adecuado antes de ser destruida. Si, por ejemplo, le rompía las velas de Warshawski, ya no importaría que Coglin lograse o no alcanzar la distancia de hiperespacio. Sin duda, al final llegaría a casa, pero nunca alcanzaría su cita a tiempo para detener a la fuerza expedicionaria. No si solo contaba con el motor de impulsión, y en especial, no cuando tendría que desviarse para rodear la Tellerman en vez de aprovecharla.
Por otro lado, mantener el rumbo actual exponía directamente su vulnerable popa, y siempre era posible que Harrington lograra colar un misil a través de su defensa puntual, por la parte trasera de su cuña, para apuntarse un impacto afortunado similar. Las probabilidades no estaban a favor de ello, dado el ángulo con el que dicho misil hipotético tendría que entrar, pero era posible. Por otro lado, su armamento posterior era el triple de potente que el delantero del Intrépido, y la forma del casco de la nave manticoriana hacía que sus nodos de impulsión frontales estuviesen más expuestos que los posteriores de Coglin. Además, él disponía de gran cantidad de misiles, muchas veces más de los que podían caber en las santabárbaras de un crucero de la clase Valeroso. Eso significaba que podía empezar a disparar pronto y confiar en la suerte, mientras que la limitada munición de Harrington la obligaría a retener sus disparos hasta que tuviera esperanzas razonables de lograr un impacto. Y la teórica mayor maniobrabilidad de su nave no la ayudaría si él la mantenía a distancia mientras la machacaba.
El único inconveniente era que ella podría abandonar al darse cuenta de a lo que se enfrentaba, y si lo hacía tendría que dejarla ir. Odiaba eso. En cuanto el mercante abriera fuego quedaría demostrado que estaba armado, y eso era malo. No solo revelaría que Haven había armado algunas de sus naves de la clase Astra como cargueros incursores, sino que el hecho de que una nave de camuflaje hubiese estado en el sistema sería prueba clara de que Haven había representado un papel importante en el desarrollo de la agitación nativa en Medusa. Y si él abría fuego antes que ella, entonces Haven sería también culpable de cometer el primer acto de guerra abierta. Por otro lado, su única prueba serían las lecturas de sus instrumentos, y todo el mundo sabía que los datos podían ser falseados. De hecho, sería la palabra de Mantícora contra la de Haven, y aunque eso podía resultar embarazoso para ciertos lameculos de alta graduación que habían planeado todo aquel aborto de operación, no sería necesariamente desastroso para la República. Y lo que era más importante, no sería desastroso para la NMP Sirio, para la fuerza expedicionaria que la aguardaba o para el capitán Johan Coglin.
No. Aniquilar al Intrépido antes de que pudiera contar a Mantícora (y a la galaxia entera) que el Sirio estaba armado era la mejor opción posible y, si Harrington no abandonaba o si se le presentaba una oportunidad de destruirla sin poner en riesgo su misión principal, eso precisamente haría. Mientras tanto, se dedicaría a disuadirla y evitar que informara, por si realmente se le presentaba una posibilidad de aniquilarla, pero lo haría sin dejar de alejarse a toda velocidad… incluso si su nave era la más poderosa.
—Infórmeme cuando el tiempo de vuelo de los misiles se reduzca a uno-ocho-ocho segundos, Jamal —dijo—, y prepárese para disparar en masa a mí orden de fuego.
—Sí, señor.
El alcance siguió reduciéndose gracias a la mayor aceleración del Intrépido, que incrementaba su velocidad relativa respecto al Sirio. Al principio esa ventaja no era tremenda, al menos si se comparaba con sus velocidades absolutas, pero crecía a paso firme y, al hacerlo, una extraña especie de tranquilidad invadió a Honor.
Estaba obligada. Aún se tenía que realizar el primer disparo (en realidad, todavía no disponía ni de una sola prueba real de que el Sirio fuera armado), pero sabía lo que iba a ocurrir. Quizá no cómo acabaría todo, pero sí cómo iba a empezar… y lo que iba a hacer al respecto.
—Sr. Cardones —dijo con serenidad.
—¿Sí, señora? —Cardones sonaba tenso y tenía la respiración entrecortada. Parecía muy joven y Honor le sonrió.
—Me imagino que vamos a estar bajo fuego enemigo durante cierto tiempo antes de poder responder, artillero —dijo, y vio que se sonrojaba orgulloso y se le relajaban levemente los hombros al llamarlo con ese título—. No quiero hacer nada que pueda delatar nuestras sospechas de que el Sirio está armado hasta, y a no ser que, realmente abra fuego, puesto que si cree que no somos conscientes del peligro puede que nos deje acercarnos más. Pero esté listo para activar la defensa puntual y de CME en cuanto algo venga hacia nosotros. No espere mi orden…
—De acuerdo, capitana.
—Sr. Panowski.
—¿Sí, capitana? —el oficial de derrota sonaba mucho más nervioso que Cardones, quizá porque era un poco mayor, un poco más consciente de su propia mortalidad.
—Estamos enfrascados en una dura persecución. Pero en cuanto nos acerquemos a menos de dos millones de kilómetros, quiero que comencemos a zigzaguear aleatoriamente a ambos lados de su rumbo principal, para interponer nuestras pantallas todo lo posible. Trace el rumbo para ello y mantenga una actualización continua para el jefe Killian.
—A la orden, señora. —Panowski volvió a su consola con renovadas energías, como si le aliviara tener algo que hacer. O, pensó Honor, quizá era por su sugerencia de que sobrevivirían hasta llegar a los dos millones de kilómetros. Se sorprendió sonriendo una vez más, y curiosamente la sonrisa era del todo genuina. Alzó la mirada y descubrió a McKeon devolviéndole la sonrisa. Sacudió la cabeza hacia él y este se encogió de hombros. Durante un instante su sonrisa se pareció a una carcajada, y Honor volvió a fijarse en el cronómetro. Sesenta y seis minutos de persecución.
—Tiempo de vuelo de los misiles uno-ocho-ocho segundos, señor.
—Muy bien. —Coglin se sentó en su silla y cruzó las piernas—. Comience con las interferencias y abra fuego con los tubos veinte y veintiuno.
A bordo del Intrépido comenzaron a sonar las sirenas.
Honor abrió la boca para dar las órdenes oportunas; pero Rafael Cardones poseía los reflejos de la juventud y ya había reaccionado. El panel táctico parpadeó para mostrar las CME que pasaban a estado activo, y dos señuelos de cincuenta y dos toneladas salieron de las compuertas laterales, alejándose a través de dos portales abiertos para ellos en las pantallas del Intrépido. Los rayos tractores los amarraron al crucero, manteniendo en posición aquellos cebos (que carecían de motor propio) para que cubrieran sus flancos. Los sensores pasivos se centraron en los misiles que se aproximaban, buscando la frecuencia de su sistema de ajuste de blanco, y las interferencias respondieron con ruido blanco en un esfuerzo por cegarlos, al tiempo que los sistemas de control de fuego se centraban en aquéllos pequeños objetivos zigzagueantes.
Cardones empezó a buscar con la mano la tecla de fuego de interceptación, pero se detuvo y miró a Honor por encima del hombro.
—Todavía no, Sr. Cardones —dijo ella con calma—. Deje que se estabilice su trazado. Dispare a medio millón de kilómetros, para pillarlos cuando se queden sin combustible.
—Sí, señora.
El joven oficial táctico tecleó la orden en su ordenador y se sentó muy quieto y tenso, aguardando. Honor miró a Webster justo cuando el oficial de comunicaciones se apartaba molesto de su propia consola. Alzó una ceja en dirección a él y este asintió.
—Nos han lanzado interferencias, señora. Estamos ya demasiado lejos de Medusa y en el vector menos adecuado para poder contactar mediante un láser con uno de los satélites de su órbita, y están tapando todo lo demás.
—Entendido, Sr. Webster. —Honor devolvió su atención a la pantalla táctica y contempló los misiles que se acercaban a ellos al tiempo que estudiaba la disminución de la distancia—. ¡Ya! —Los contramisiles de Cardones partieron a más de noventa mil gravedades, cargando hacia ellos, y Honor vio que los motores de los misiles enemigos se agotaban. A partir de ese momento avanzaron en línea recta, incapaces de maniobrar y convertidos en objetivos inerciales. Los contramisiles ajustaron sus propios vectores con puntillosa precisión. No llevaban cabeza explosiva; sus pequeñas pero poderosas cuñas de impulsión eran el arma que barría el espacio ante ellos, y Honor vio que los misiles del Sirio desaparecían de pantalla.
Pero había otros dos detrás, y dos más partieron delante de sus ojos. Cardones pulsó unas teclas, poniendo en marcha sus grupos de láseres de defensa puntual, y Honor se obligó a observar en calma y fijamente sus lecturas de táctica.
Aún faltaban diez minutos antes de que pudieran devolver el fuego con una esperanza realista de lograr un impacto, y las recámaras de proa tenían menos de sesenta misiles. No podía malgastarlos como el Sirio, con la esperanza de un golpe de suerte, y maldijo a Lady Sonja Hemphill con un odio frío y silencioso. Si Hemphill no hubiese amputado su armamento, ahora podría virar lo suficiente y abrir los costados para lanzar toda una salva de siete misiles al Sirio, simplemente para poner a prueba su defensa puntual. Pero ya no tenía andanadas de siete tubos, e incluso aunque hubiese tenido una, no disponía de los misiles necesarios para mantener ese tipo de fuego.
Apartó la mirada cuando Cardones eliminó otros dos misiles y engañó al tercer par con los señuelos.
Johan Coglin resopló por la nariz cuando los sensores lumínicos le informaron de lo que había sucedido veinticinco segundos luz por detrás de su nave. ¡La rapidez con la que habían respondido los señuelos y las CME del Intrépido zanjaban la duda de si Harrington había sospechado que el Sirio estaba armado! Y eran mejores de lo que suponía InNav, reflexionó. Los cuarteles generales de la flota no habían podido proporcionarles datos precisos de las capacidades de los sistemas manticorianos, y parecía que sus estimaciones eran demasiado bajas.
Estudió su pantalla, reparando en la fría competencia con la que el Intrépido había retenido su fuego de intercepción hasta tener buenos objetivos, y unió eso a los demás datos sobre las capacidades de la comandante Harrington. Una mujer muy, muy peligrosa, se dijo cuando dos de sus misiles se dejaron engañar por los señuelos y explotaron sin causar daños detrás de las pantallas del Intrépido. Pero no tan peligrosa como para compensar la diferencia en potencia de fuego.
—Pase a fuego rápido por el veinte y el veintiuno, Jamal —dijo.
Honor se estremeció para sus adentros cuando la nave de camuflaje que tenía delante comenzó a escupir pares de misiles a intervalos de quince segundos. Venían hacia proa desde el enorme carguero, y la generosa prodigalidad de ese flujo constante de mortíferos proyectiles resultaba aterradora. A ese ritmo de fuego, el Sirio dispararía en apenas siete minutos más misiles de los que ella tenía en sus santabárbaras delanteras, y Honor dudaba que fuera una reacción provocada por el pánico. Coglin se había mostrado demasiado frío y reflexivo hasta entonces. Sabía exactamente lo que estaba haciendo, y eso significaba que disponía de las reservas necesarias para gastar armamento a ese ritmo.
—Esquema de evasión Eco-Siete-Uno, jefe Killian —dijo.
—A la orden, señora. Comenzando Eco-Siete-Uno.
Eco-Siete-Uno era uno de los patrones de evasión más sencillos que Honor había practicado con Killian, poco más que un tonel de cadencia errática a lo largo del mismo vector. Solo los desplazaba unas pocas decenas de kilómetros a uno y otro lado de su rumbo principal cada vez que giraban, pero no había muchas más cosas que pudiera hacer el Intrépido para esquivar el fuego del Sirio. A no ser que Honor quisiera desviarse de su trazado principal tanto como para interponer las pantallas, y eso les haría perder gran parte de su ventaja de aceleración respecto al Sirio. Pero no era una maniobra tan inútil como podría pensarse, porque había incluido a Cardones y a McKeon en los mismos simulacros. Ahora Cardones conservaba el control de las defensas activas, pero McKeon se encargaba de los sistemas pasivos y comenzó un delicado baile entre los señuelos de los flancos. El avance rotatorio del Intrépido hacía que los señuelos trazaran un círculo completo alrededor del crucero, y el primer oficial alteró sus niveles de energía según un patrón cuidadosamente diseñado para dar la impresión de que la cabeza de la nave también estaba yendo de lado a lado. No era cierto, por supuesto, pero con suerte el oficial táctico del Sirio se vería obligado a gastar misiles cubriendo también los cambios de rumbo que podría estar haciendo el crucero, porque no podía estar seguro de que no los hiciera.
Y Honor confiaba en que picara. Los misiles de la nave de camuflaje seguían quedándose sin combustible antes de alcanzarlos, pero el tiempo entre salvas era demasiado corto para que Cardones pudiera esperarlos. Tenía que disparar antes, con peor resolución y menos aceleración en los contramisiles, para poder proporcionar más tiempo y alcance a sus cuñas de impulsión. Los láseres comenzaron a rugir cuando un puñado de los misiles del Sirio lograron superar a los contramisiles, y Honor pasó a la pantalla visual principal, donde los estallidos incandescentes de luz llenaban el campo de estrellas que tenían delante. A no ser que se equivocara en cuanto a la carga explosiva que traían esos misiles, tendría que detenerlos al menos a veinte mil kilómetros de su nave, y parecían estar acercándose amenazadoramente.
Pero ninguno se acercaba a menos de cien mil… todavía.
—Llegando al alcance de veinticuatro segundos luz, capitán —informó el capitán de corbeta Jamal—. Estamos logrando que lleguen más cerca, pero esos señuelos que tienen son mejores que cualquier otra cosa que yo haya visto antes.
Coglin gruñó para darse por enterado, sin apartar siquiera la mirada de su pantalla táctica. Jamal estaba en lo cierto. Oh, había algo de excusa en su afirmación, pero las CME del Intrépido eran mucho mejores que lo que InNav había creído posible, y estaban convirtiendo la tarea de Jamal en un infierno. Además, eso mismo estaba obligándolos a gastar muchos misiles, y Coglin no quería ni pensar cuánto costaba cada uno de ellos. Estaba seguro de que algún imbécil con galones iba a meterle una bronca por el gasto pero, con todo, valían muchísimo menos que el Sirio.
Honor se estremeció cuando al fin Cardones no logró parar un misil. Se acercó a toda velocidad hasta los veintidós mil kilómetros y entonces se desvaneció con un brillante parpadeo, haciendo que Honor se mordiera un labio al ver confirmadas sus peores sospechas. El Sirio estaba usando cabezas de láser, convirtiendo así cada misil en un racimo de láseres de rayos X de explosión retardada.
La velocidad de acercamiento era de más de setenta y siete mil km/s, lo que no permitía mucha precisión al control de fuego que se podía incrustar en una cabeza explosiva, en especial con dicho control mareado por las CME de McKeon, pero uno de los rayos alcanzó su señuelo de babor. McKeon desplegó otro sin recibir órdenes ni comentarios, porque no hacía falta comentar nada. El Intrépido solo portaba otros tres señuelos; cuando se acabasen, la eficacia de las CME se reduciría a menos de la mitad, y todavía no habían llegado ni a rango de fuego de su oponente.
La sonrisa del capitán Coglin resultó casi imperceptible cuando la primera cabeza explosiva logró llegar lo bastante cerca para detonar. No hubo signos de que hubiese infligido daños, pero eso ya llegaría.
—Distancia veintitrés-punto-cuatro segundos luz. —La dura voz de Cardones mostró la tensión nacida de los trece minutos que llevaba bajo un fuego al que no podía responder, pero también había exultación en ella.
—Muy bien, artillero. —Honor notó la misma voracidad en su propia voz. Habían perdido otro señuelo, pero hasta el momento habían tenido muchísima suerte. El Intrépido no había sufrido daños, y al fin había alcanzado la distancia de fuego.
—Plan de fuego Tango a mi señal —dijo.
—A la orden, señora. Preparando plan de fuego Tango —el teniente introdujo unos comandos en su sistema—. Plan de fuego Tango cargado.
—En tal caso puede disparar, artillero.
—Disparando.
—¡Fuego contra nosotros! —gritó Jamal, y Coglin contuvo una palabrota. Demonios, ¿qué hacía falta para golpear a aquella nave? ¡Ya habían disparado más de noventa misiles! Seis de ellos habían atravesado el fuego defensivo del Intrépido, pero las GME del crucero eran endiabladamente eficaces; ¡y ni uno de ellos había impactado! Ahora Harrington estaba devolviendo el fuego, y a pesar de su ventaja armamentística sintió un temblor de aprensión. Pero si el alcance era lo bastante bajo para que Honor pudiera disparar a plena potencia, lo mismo se aplicaba a ellos, se dijo con firmeza.
—¡Dios!
Coglin levantó la cabeza cuando Jamal espetó su incredulidad. Sonó una alarma de daños en la nave, el puente tembló y él se dirigió asustado a su pantalla, para después relajarse bruscamente. La cabeza de láseres había dañado el flanco del Sirio, dejando la bodega de carga número cuatro abierta al espacio como un enorme desgarrón. Pero la número cuatro estaba vacía y el Sirio no había sufrido pérdidas ni se había mermado su potencia. Dirigió su fría mirada al oficial táctico.
—¿Y bien, Jamal?
—Me han engañado, señor —admitió. El sudor se perlaba en su frente, pero sus dedos ya corrían por el panel—. Han lanzado un par de cabezas láser, pero escalonadas —apretó la tecla de ejecución, introduciendo las nuevas órdenes de fuego a los ordenadores de defensa puntual, y se dio la vuelta para poder mirar a su capitán—. El intervalo era de menos de medio segundo, pero el misil delantero montaba alguna especie de emisor de CME, capitán. No estoy seguro de lo que era, pero ha tapado el intervalo entre sus dos lanzamientos. Así, los ordenadores se han pensado que venían simultáneamente y nuestro fuego no ha tenido en cuenta la separación. Hemos destruido el primero, pero el segundo ha pasado. No volverá a suceder, señor.
—Mejor será —gruñó Coglin—. Estamos muy lejos de casa —miró su pantalla y enseñó los dientes. ¿Con que la comandante Harrington quería enseñarle algunas sorpresas, eh? Pues él también tenía una para ella.
—Pase a fuego rápido en todos los tubos de popa —dijo fríamente.
—¡Impacto, señora! —graznó Cardones. El chorro del aire que escapaba al espacio resultó claramente visible en los sensores, como la sangre del costado de un animal herido, y un suave murmullo de aprobación cruzó el puente.
Honor no lo compartió. Estaba comprobando sus demás sensores; y no hubo cambios en la potencia energética del Sirio… Comprendía perfectamente el júbilo de Cardones (puesto que un impacto similar en el Intrépido hubiese infligido serios daños), pero olvidaba lo grande que era el Sirio. Podría soportar muchos más daños que el Intrépido, y además…
La pantalla táctica parpadeó y Honor inspiró profundamente. El Sirio ya no estaba disparando salvas de dos misiles cada una. Ahora lo hacía de seis.
Las dos naves avanzaban rápidamente, y el Intrépido se retorcía de un lado a otro bajo el martilleo de su oponente. Honor notó que el sudor le bajaba por las sienes y se lo apartó molesta, confiando en que nadie lo hubiese notado. Estaba perdiendo una pequeña parte de su ventaja en la aceleración, pero no tenía otro remedio. Los suaves giros en «S» que había sumado a las rotaciones salvajes y erráticas de Killian no eran gran cosa; pero ya había perdido otro señuelo. Solo le quedaba uno de reserva, y la oleada de misiles que partía del Sirio era inconcebible. Una nave principal estándar podría haber lanzado más de una sola salva, ¡pero ninguna nave de guerra (ni siquiera un superacorazado) tenía el espacio de santabárbaras suficiente para mantener tanta intensidad durante tanto tiempo! Ella misma apenas podía responder más que con una salva cada minuto; por cada misil que le lanzaban al Sirio, este respondía con doce.
El sudor empapaba el pelo de Cardones hasta el cuero cabelludo, y la cara de McKeon estaba marcada por la tensión mientras los dos luchaban contra esa increíble cantidad de fuego y trataban de contraatacar. Estaban siendo superados. Lo sabía y todos sus oficiales también lo sabían, pero ya ni se planteaba abandonar. Debía detener aquella nave, y de alguna mane…
El Intrépido dio una sacudida. Toda la nave se agitó como un animal, las alarmas aullaron y Killian alzó la vista.
—¡Impulsores delanteros destruidos! —ladró.
El rostro de Dominica Santos palideció en el Centro de Control de Daños cuando la andanada de rayos X concentrados golpeó la proa del Intrépido. Las alarmas le chillaron encima, gritando como almas condenadas hasta que el teniente Manning apretó el botón que las acallaba.
—Bodega delantera abierta al espacio. Tractor de amarras uno destruido. Graves daños en Fusión Uno —soltó Manning—. ¡Oh, Dios! ¡Hemos perdido Alfa Dos, señora!
—¡Mierda! —Santos se volcó sobre su teclado, buscando datos en las computadoras centrales, y volvió a maldecir cuando ante sus ojos parpadeó un plano de los impulsores delanteros salpicado de escarlata. Estudió los daños durante un instante, con una mirada cortante, y pulsó la tecla del intercomunicador.
—Puente, capitana —resonó en sus oídos una voz de soprano levemente crispada.
—Patrona, aquí Santos. Todo el segmento delantero de motores se ha apagado automáticamente: Hemos perdido el nodo Alfa Número Dos, y parece que Beta Tres se ha ido con él.
—¿Pueden repararlos? —había urgencia en la voz de la capitana, y Santos cerró los ojos mientras pensaba a todo trapo.
—No hay manera, señora —dijo rechinando los dientes. Abrió los ojos de repente y repasó él plano parpadeante con el dedo mientras sopesaba posibilidades. Luego asintió para sí—. El anillo principal está roto en Alfa Dos y Beta Tres. Creo que también tenemos algunos daños más en Beta Cuatro, pero el resto del anillo parece intacto —dijo—. Probablemente pueda reconducir el sistema alrededor de los nodos perdidos y después potenciar Beta Dos y Cuatro (suponiendo que todavía tengamos Cuatro) para compensar la cuña de impulsión, pero llevará tiempo.
—¿Cuánto tiempo?
—Diez, puede que quince minutos, señora. En el mejor de los casos.
—Muy bien, Dominica, hágalo lo más rápidamente posible.
—¡De inmediato, Patrona! —Santos se desabrochó el arnés antimpacto y se levantó de la silla de un salto—. Allen, voy a la parte delantera. Eres el oficial de control de daños hasta que regrese.
—¿Pero qué pasa con Fusión Uno? —preguntó Manning—. ¡Está abierto al espacio y hemos perdido dos tercios del personal de guardia de energía de proa!
—¡Oh, mierda! —Santos se inclinó sobre sus lecturas y la cara se le demudó. No solo había muerto casi toda su gente, sino que ya había un desequilibrio en la temperatura de la botella de fusión. Tecleó unas órdenes y se sintió más aliviada al comprobar que las lecturas se modificaban.
—La botella se mantiene estable —dijo rápidamente—. Saca el reactor del circuito para que sea seguro, Fusión Dos puede soportar la carga. Y mantén vigilada la temperatura. Si empieza a subir más rápidamente que ahora, avísame.
—Sí, señora —Manning volvió a ocuparse de la consola y Santos se dirigió a la escotilla a la carrera.
—¡Impacto directo, señor! —anunció el teniente comandante Jamal, y Coglin asintió con aprobación. ¡Al fin! Y ya era hora, llevaban más de diecisiete minutos disparando al Intrépido.
—Su aceleración disminuye, señor —la voz de Jamal era aguda por la excitación y sonrió con fiereza—. ¡Debemos de haberles volado los impulsores delanteros!
—¡Bien, Jamal, muy bien! Ahora vuelva a hacerlo —gruñó Coglin.
—¡A la orden, señor!
Honor se mordió tan fuerte el labio que notó el sabor a sangre, pero al menos logró apartar de su rostro la desesperación. El Intrépido había caído a media potencia, lo que ya era bastante malo, pero además la pérdida del nodo alfa podía ser un desastre. A pesar de la pérdida de aceleración, continuaba acercándose al Sirio (aunque más lentamente) gracias a que su velocidad ya era casi mil quinientos km/s mayor que la de la nave de camuflaje. Pero ahora el Sirio los aventajaba en aceleración en casi 1,5 km/s2. Salvo que Santos lograra recuperar los nodos delanteros, el alcance volvería a ser cada vez mayor dentro de menos de diecisiete minutos.
Pero esa era la menor de las preocupaciones de Honor. Contempló la ventana visual y estudió los estallidos y destellos de la defensa puntual del Intrépido que luchaba, saturada, contra los misiles que cada vez llegaban en intervalos más cortos, y combatió su desesperación.
Sin el nodo alfa, el Intrépido no podría reconfigurar los impulsores delanteros para formar la vela de Warshawski. Si el Sirio lograba entrar en el hiperespacio y alcanzar la Tellerman, se alejaría del Intrépido a diez veces la máxima aceleración del crucero… y de todos modos Honor no podía seguirlo hasta la onda solo con los impulsores.
Disponía de cuarenta y tres minutos para destruir la nave de camuflaje. De lo contrario, todo habría sido en vano.