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El Intrépido se alejó lentamente con trayectoria espiral y se situó en su nueva órbita sin alboroto ni complicaciones, y una lanzadera salió de su dársena de botes y se deslizó rápidamente hacia un enorme carguero de bandera manticoriana con una invitación formal y por escrito al capitán, para que se reuniera con la comandante Harrington para cenar. El capitán del mercante sin duda se quedaría alucinado por esa invitación (y posiblemente también algo asustado), pero nadie en el puente del Intrépido pensó siquiera en él ni hizo mucho caso a la lanzadera. Su atención estaba volcada en las lecturas de salida mientras la instrumentación pasiva sondeaba cautelosamente la NMP Sirio.

Era una nave muy grande, reflexionó Honor, contemplando su propia pantalla visual desde la silla de mando. El mismo Intrépido podría haber sido almacenado cómodamente en una de las bodegas principales del carguero. Y esa capacidad de carga añadió peso a la observación de Santos. Permitir que tanta nave estuviera allí parada más tiempo de lo necesario era como tirar dinero por la borda. Ningún propietario (ni siquiera una burocracia gubernativa como el Ministerio del Comercio de Haven) permitiría algo así sin una buena razón.

Se recostó y echó un vistazo al puesto táctico. Cardones y McKeon tenían las cabezas muy cercanas sobre la consola del sensor principal, y Webster estaba igual de ocupado en los paneles de comunicación. Si salía cualquier mensaje de esa nave sería en un haz ajustado, y los haces ajustados eran tremendamente difíciles de detectar, pero los dedos del oficial de comunicaciones se movían como los de un cirujano mientras guiaba sus ordenadores a través de la búsqueda. Si había aunque fuese un hilo de señal ahí fuera, Webster lo encontraría. Honor estaba segura de ello.

En su panel pitó una señal de intercomunicación, y ella apretó el interruptor de su reposabrazos.

—Puente. Capitana al habla —dijo.

—Patrona, tenemos aquí abajo una copia bastante buena de la inspección visual de Táctica —la voz de Dominica Santos sonaba excitada—, y estoy reproduciendo la captación de los nodos de popa del Sirio en mi pantalla. No veo ninguna muesca ni perforaciones, y el sello con la fecha no resulta visible, pero puedo asegurarle que hay algo realmente raro en ellos.

Nimitz soltó un suave «bleek» a Honor en el oído, pero ella lo hizo callar con una suave caricia de los dedos.

—¿Puede pasarme las imágenes a mi pantalla, Dominica?

—Por supuesto, señora. Un segundo —el visor de Honor quedó en blanco al desaparecer el Sirio de él, y volvió a resplandecer casi de inmediato con una imagen congelada y muy aumentada del casco de popa del carguero. Uno de sus nodos de impulsión, que en la pantalla visual resultaba minúsculo como un alfiler comparado con el descomunal tamaño de la nave, llenó todo el centro de la imagen e hizo que Honor frunciera el ceño. Había algo en esa imagen que parecía sutilmente extraño, pero no lograba descubrir con exactitud qué.

—¿Qué le pasa, Dominica?

—Es muchísimo mayor de lo que debería ser, eso es lo que le pasa, señora. Y además no tiene la forma adecuada —replicó Santos—. Mire. —Un cursor parpadeó en la pantalla, señalando el punto en el que el nodo atravesaba la chapa externa del Sirio, y Honor ladeó la cabeza al fijarse en la amplia banda en sombras, negra como el carbón—. ¿Ve ese salto alrededor de la base de la cabeza del nodo? No debería estar. Y mire aquí.

El cursor desapareció y una línea de color verde claro rodeó el lateral del nodo visible. Este comenzaba a ras de la base del nodo, pero de repente se curvaba hacia dentro mucho más pronunciadamente. Para cuando alcanzaba el redondeado ápice del nodo, casi un tercio de la masa total de este quedaba por debajo de la línea.

—Este es el perfil normal de un nodo, capitana —dijo Santos, manipulando la línea azul para hacerla brillar—. Esta cosa es demasiado ancha para su longitud, y no se trata solo de una peculiaridad del diseño. No puedes construir uno con este perfil, la física no lo permite. Además, mire aquí —reapareció el cursor, apuntando a un cilindro grueso y romo que sobresalía cierta distancia más allá del extremo del nodo—. Esa es la bobina gravitatoria principal, y esa cosa es casi el doble de grande en diámetro de lo que debería, para un nodo de ese tamaño. Esa sección cruzada parece más apropiada para un superacorazado que para cualquier impulsor de un carguero que yo haya visto nunca; y si lo encendieran sin más caja de control que la que vemos, partiría todo el casco de popa.

—Ya veo. —Honor contempló la pantalla, frotándose la nariz—. Por otro lado, obviamente han podido construir lo que estamos viendo, y llegaron aquí con su propio impulso.

—Lo sé —replicó Santos—, pero creo que es ahí donde entra en juego ese hueco en la base del nodo. Me parece que toda la cosa está montada sobre una especie de ariete. Cuando le dan potencia, asoman el resto del nodo (la parte que no podemos ver por la chapa) para que no toque el casco. Por eso la abertura es tan grande: el punto de mayor anchura del nodo todavía está dentro de las paredes exteriores, y tienen que poder sacarlo fuera para usarlo con seguridad. Patrona, o estamos frente a un nodo impulsor de tipo militar muy bien camuflado, o me como mi consola principal de ingeniería.

—Muy bien, Dominica —murmuró Honor. Contempló las imágenes un instante más y asintió—. Hágame la mejor estimación que pueda de su verdadera capacidad de aceleración (con impulsores y en Warshawski) por escrito. Asegúrese también de guardar todos los datos. Querremos transmitirlos a DepNaves para que los evalúen.

—A la orden, señora. —Santos cortó la comunicación y Honor alzó la mirada. Se encontró con McKeon de pie al lado de su silla, con las cejas arqueadas.

—La comandante Santos asegura que hay una grave discrepancia —dijo, ante lo que su primer oficial asintió.

—Sí, señora, he oído la última parte de la conversación. Y también tengo algo más que añadir. El teniente Cardones y yo hemos determinado que los nodos del Sirio están calientes.

Ahora fue el turno de Honor de alzar las cejas.

—¿Podría ser una prueba de los sistemas?

—No lo creo, señora. Estamos captando una carga completa en los nodos alfa y beta en esté lado del casco. Una prueba de sistemas probablemente pondría a prueba los alfas o los betas, no ambos. ¿Y por qué iban a probar a la vez los nodos de proa y de popa? Además, el nivel de potencia se mantiene constante desde hace más de diez minutos.

Honor se recostó y lo contempló pensativa. Vio sus mismos pensamientos reflejados en los grises ojos de McKeon. No había ninguna ley que prohibiera que una nave mantuviera su motor de impulsión al ralentí estando en órbita de estacionamiento, pero era algo casi inaudito. La energía a bordo de una nave era relativamente barata, pero incluso la mejor planta de fusión necesitaba masa en el reactor, y los consumos de un impulsor eran elevados, incluso al ralentí. Mantener ese grado de carga cuando no la necesitabas era un buen modo de conseguir que se dispararan los gastos, y tampoco era bueno para la mecánica. Los ingenieros no podían llevar a cabo las operaciones de mantenimiento mientras el motor estuviese caliente, y además los propios componentes tenían una vida limitada. Mantenerlos al ralentí cuando no era necesario reduciría su periodo útil, y eso redundaría en el aumento de costes.

Todo lo cual quería decir que ningún capitán de carguero iba a mantener su motor al ralentí sin una razón muy convincente. Pero un capitán de guerra puede que sí. Se necesitaban casi cuarenta minutos para activar la cuña de impulsión al arrancar en frío, pero si empezabas con los nodos calientes, podías reducirlo a poco más de quince minutos.

—Eso es muy interesante, Sr. McKeon —murmuró Honor.

—Cada vez más curioso, señora —coincidió McKeon—. Nodos impulsores excesivamente grandes y carga al ralentí. Me parece que ya tiene su discrepancia si quiere ir a bordo, capitana.

—Puede que sí y puede que no. —Honor se pellizcó un labio y notó que Nimitz le mordisqueaba el lóbulo de la oreja al notar su preocupación. Sonrió y lo cogió para bajárselo a su regazo y tener las orejas a salvo. Después volvió a ponerse seria al mirar de nuevo a McKeon—. El problema es que no hay nada que los obligue a darnos las verdaderas especificaciones de su motor —señaló—, y ninguna ley dice que tengan que construir un carguero cuyo motor tenga sentido económico. El hecho de que sus nodos estén activados y no muestren el nivel de desgaste que deberíamos ver si tuvieran un fallo en los sintonizadores parece demostrar que le mintieron al Brujo sobre la naturaleza de sus problemas de ingeniería, pero eso es todo lo que tenemos. Un buen abogado podría desmontarlo, y nos veríamos obligados a admitir que no han enviado una lanzadera al planeta (o a cualquier otra parte, si a eso vamos) en más de dos meses y medio. Si no tienen contacto físico con nadie más, lo tenemos muy difícil para acusarlos de contrabando. Simplemente están aquí en órbita, ocupándose de sus asuntos como buenos mercantes espaciales cumplidores de la ley. Eso quiere decir que nuestra causa probable sigue siendo tremendamente frágil, y además sigo teniendo reservas acerca de enseñar nuestras cartas.

Acarició a Nimitz en las orejas, luchando contra una indecisión poco frecuente. Por un lado, era probable que pudiera justificar, aunque débilmente, la decisión de enviar un grupo de inspección a la luz de sus observaciones. Pero si lo hacía, y los havenitas de verdad tramaban algo, sabrían que sospechaba de ellos. Y, desde luego iban a recurrir a toda clase de protestas diplomáticas. Lo que más le preocupaba a Honor era que no podía decir si la frenaba más el temor a revelar sus sospechas o el miedo a las protestas. Pensó que era lo primero, pero una molesta vocecilla interior se preguntaba si no sería al contrario.

Cerró los ojos, obligándose a reflexionar y considerar las opciones con todo el distanciamiento del que era capaz. El verdadero problema era que, bajo la ley interestelar, el capitán del carguero todavía podía negar la entrada a los inspectores, alegase ella la causa probable que quisiera, a no ser que dispusiese de pruebas de que habían violado las leyes manticorianas o suponían una amenaza directa para la seguridad de Mantícora, y nada de lo que tenía constituía una verdadera violación criminal. Si el capitán Coglin le negaba el derecho a abordar su nave, sus únicas opciones eran aceptar la bofetada en la cara o expulsar al Sirio del espacio manticoriano. Tenía la autoridad de hacer algo así con cualquier nave que se negase a ser inspeccionada, con o sin causa probable, si así lo decidía, pero era una acción que tendría que justificar ante el Almirantazgo, y ya podía ver los titulares que provocaría: «LA RAM EXPULSA A UNA NAVE MERCAN TE CON PROBLEMAS EN EL MOTOR». «CARGUERO ENVIADO A LA MUERTE EN EL HIPERESPACIO POR UN DESALMADO OFICIAL MANTICORIANO». «HAVEN PROTESTA POR LA INHUMANA EXPULSIÓN POR PARTE DE HARRINGTON DE UN CARGUERO DAÑADO».

Se estremeció solo de pensarlo, pero en el fondo creía que podría asumirá el desastre si se llegaba a ello. El Señor sabía que algunos de los servicios de noticias allá en casa ya tenían unas cuantas cosas terribles que decir de ella, en especial los controlados ¡Por Hauptman y sus colegas! Pero el verdadero punto crítico era que, aunque podía poner en serios aprietos los planes de Haven sí expulsaba al Sirio, nunca se enteraría de en qué consistían esos planes ni estaría segura de que no fuesen capaces de reactivarlos por otras vías. Y parecía que algo tan complicado como lo que había allí (¡fuese lo que fuese!) tendría planes de emergencia ya dispuestos, lo que significaba…

—¿Capitana?

Abrió los ojos para encontrarse a Webster junto a McKeon.

—¿Sí, Sr. Webster?

—Discúlpeme, señora, pero creo que querrá oír esto. Hay una red segura de comunicaciones de tres puntos, montada entre el Sirio, el consulado havenita y el bote de correo del consulado. —Honor ladeó la cabeza y Webster se encogió levemente de hombros—. No puedo decirle mucho más que eso, Patrona. Usan poderosos láseres enfocados, no los haces de comunicaciones estándares, y no hay mucho tráfico. He lanzado un par de receptores pasivos, pero solo captan el borde de la portadora. No puedo meterme dentro sin colocar un receptor directamente en uno de los láseres, y sin duda notarían algo así.

—¿Sabe si está codificada?

—No, señora. Pero dado lo finos que son los haces, me sorprendería que no lo estuviera. No necesitan hilos tan finos por ninguna razón técnica, con unas distancias tan cortas. Tiene que ser una medida de seguridad.

—Ya veo —asintió Honor, y su indecisión se desvaneció hasta solo dejar confianza—. Sr. McKeon, en cuanto el Sr. Tremaine regrese a bordo, quiero que volvamos a nuestra órbita original, pero pónganos a popa del bote de correo havenita.

—A la orden, señora —respondió McKeon de modo automático, aunque Honor detectó la extrañeza en sus ojos.

—Mantenga vigilado al Sirio, pero intente determinar si los nodos del correo están también calientes o no —añadió—. Creo que hemos determinado claramente que aquí está pasando algo raro y que Haven está al final de la cuerda, pero aún no sabemos qué. Quiero pillarlos con las manos en la masa y crucificarlos delante de Dios y de todo el mundo.

—Sí, señora. —La extrañeza de McKeon se había convertido en comprensión, y Honor asintió.

—Entretanto, quiero que el Intrépido también ponga los impulsores al ralentí. Si alguno de ellos empieza a avanzar quiero ser capaz de perseguirlo. ¿Está claro?

—Lo está, señora.

—Bien —volvió a dirigirse a su oficial de comunicaciones—. Sr. Webster, necesito una conexión segura con la dama Estelle.

—A la orden, señora. Me pondré de inmediato con ello.

Honor contempló a sus dos subordinados regresar a sus puestos y se recostó, acariciando a Nimitz y volviendo a estudiar con mirada distante la imagen congelada del nodo de impulsión del Sirio.

—Estás en lo cierto, Honor. Definitivamente, traman algo —la dama Estelle parecía agotada en la pantalla de comunicaciones, y Honor se preguntó si había logrado volver a dormir algo después de su conversación de medianoche.

—No creo que quepa ninguna duda —reconoció Honor—. En especial ahora que hemos confirmado que el impulsor del bote de correo también está caliente. Odio decirlo, dama Estelle, pero esto no me gusta en absoluto.

—No se culpe —Matsuko se frotó los ojos y después dejó las manos sobre la mesa con un suspiro—. No estarían al ralentí si no se supusieran que va a haber un buen motivo para ir a alguna parte, y ese maldito bote de correo dispone de inmunidad diplomática. No podemos tocarlo si empieza a alejarse.

—Estoy menos preocupada por si puedo tocarlo legalmente o no que por el hecho de que sean dos, señora —dijo Honor lúgubre. La dama Estelle la miró con aspereza y Honor se encogió de hombros—. No busco causar ningún incidente diplomático, pero mi problema más serio es que solo tengo una nave. Si tenemos dos objetivos que marchan en direcciones distintas, solo puedo perseguir a uno de ellos.

—¿Pero cuál es la meta? —la comisionada casi gruñó—. ¡Tengo nativos enloquecidos por las drogas y armados con fusiles de pólvora negra, dispuestos a aniquilar a los extraplanetarios en masa, y dos naves con los motores al ralentí! ¿Cuál es la conexión?

—No lo sé… aún. Pero estoy segura de que hay una, todo ese tráfico de comunicaciones también me parece muy significativo.

—Debo mostrarme de acuerdo con ello —la dama Estelle sonaba triste—. Veré qué puedo averiguar para usted.

—¿Averiguar? —Honor alzó las cejas sorprendida, y la dama Estelle esbozó una sonrisa cansada.

—Me temo que no soy tan confiada como les gustaría a mis honorables superiores en el Ministerio de Asuntos Medusinos. Mi gente y yo hemos… eh, adquirido algunos sistemas de comunicaciones que no aparecen en la lista oficial de equipo, para el complejo. Mantenemos una vigilancia bastante estrecha sobre el tráfico de mensajes que parte de los enclaves extraplanetarios.

—¿Hacen eso? —Honor parpadeó asombrada, y la dama Estelle soltó una risita.

—No necesita mencionárselo a nadie, Honor. Habría todo tipo de repercusiones si lo hiciera.

—Ya me lo imagino —reconoció Honor, también con una leve sonrisa.

—Imagina bien, Pero en lo que se refiere a los havenitas, podemos vigilar su volumen de tráfico, pero no podemos meternos mucho en transmisiones específicas. No solo codifican sus señales sino que además las encriptan casi siempre. Logramos romper sus últimos códigos de codificación (a no ser que los hayan vuelto a cambiar desde ayer o así, y no he tenido noticias al respecto), pero no podemos hacer gran cosa con el encriptado.

—¿Cree que saben lo que están haciendo ustedes?

—Es complicado de decir. Aunque puede que sí, en especial si hay un tráfico directo entre su bote de correo y ese carguero —dijo la dama Estelle pensativa—. No podemos intervenir su tráfico entre naves desde aquí abajo, así que eso les daría al menos un canal seguro de comunicaciones.

—Pero eso sería presuponer que el cerebro de la operación está aquí arriba —señaló Honor—. De lo contrario, seguirían teniendo que trasmitir todas sus señales de mando a través del consulado.

—Cierto —los dedos de Matsuko tamborilearon un ritmo nervioso en el borde de la mesa, y puso mala cara—. Odio tener que adivinar tantas cosas —suspiró.

—Yo también —reconoció Honor. Se frotó la punta de la nariz—. Bien, preparen lo que preparen, obviamente llevan mucho tiempo planeándolo, y aquel jefe de clan fue avisado por su pariente de que el Delta sería un mal lugar en el que pasar el invierno. Para eso falta… ¿cuánto? ¿Es dentro de dos meses?

—Más o menos. ¿Así que cree que nos queda todo ese tiempo para ocupamos de este asunto?

—No lo sé, pero creo que acabamos de empezar a juntar las piezas, y eso necesariamente nos provoca una sensación de urgencia, tanto si están a punto de activar su operación como si no. Por otro lado, ya hemos reunido lo necesario para que yo pueda hacerlo oficial.

—¿Hacerlo oficial? ¿Cómo?

—Estoy redactando un despacho que contendrá todos los hechos, mis sospechas y mis conclusiones, a la atención personal del Primer Lord del Espacio —dijo Honor gravemente—. Puede que piense que estoy loca… pero también puede que nos envíe algo de ayuda.

—¿Cuánto tardaría eso?

—En el mejor de los casos y dada la fragilidad de nuestra información, probablemente lleve unas cincuenta horas. Y eso suponiendo que no decida que estoy loca y que además disponga de alguien que se pueda desviar para venir directo hacia aquí. Francamente, me extrañaría mucho que viéramos una verdadera reacción en menos de tres o cuatro días, pero al menos será un paso en la dirección correcta.

—Y hasta entonces; estamos solos —observó la dama Estelle.

—Sí, señora —Honor siguió frotándose la nariz—. ¿Cuál es el estado de la patrulla de Barney?

—Deberían salir en unos… —la dama Estelle se miró el crono— veinte minutos. Barney está abajo, en el hangar, para la reunión final. Después volverá a mi despacho. Tienen órdenes expresas de no aterrizar en ningún punto sin confirmación desde aquí, pero Barney quiere que, de paso, vigilen de cerca todo lo que sobrevuelen en ruta hacia la zona de destino. Al menos seremos capaces de determinar dónde no están ese chamán y sus feligreses.

—Estupendo. Me gustaría añadir sus hallazgos, sean buenos o malos, a mi despacho para el almirante Webster. Y me sentiré mucho más cómoda cuando tengamos alguna idea mínimamente aproximada de lo mala que es en realidad la situación en tierra.

—Igual que yo —la dama Estelle sacudió la cabeza—. Muy bien, Honor. Gracias. Me ocuparé de mi parte. Manténgame informada si ocurre algo allí.

—Lo haré, señora.

Honor cerró el enlace de comunicación y cruzó las piernas. Se puso la mano debajo de la barbilla, su postura preferida para meditar, y los ocasionales y suaves murmullos de órdenes y réplicas flotaron a su alrededor mientras la tripulación del puente cumplía con sus deberes. No supo exactamente cuánto tiempo estuvo así, pero por fin soltó un bufido y bajó la mano.

—Sr. McKeon.

—¿Sí, señora? —Apareció el primer oficial y ella le hizo una seña. Él se acercó hasta su silla.

—Creo que nos estamos moviendo en la fase final del juego —dijo lentamente, ajustando la voz para que solo llegara a él—. Trato de mantener una mentalidad abierta al respecto, pero aquí se están juntando demasiadas cosas. —Se detuvo y McKeon asintió mostrando su acuerdo—. He estado estudiando el plan de despliegue de Papadapolous y tiene buena pinta —añadió— pero quiero hacer dos cambios en él.

—¿Sí, señora?

—Primero, quiero que los marines se sitúen ya dentro de las pinazas. Hay espacio para que duerman a bordo (tendrá que ser en cama caliente, pero pueden hacerlo si se apretujan), y quiero que estén listos para descender a la menor señal. Pueden irse poniendo la armadura mientras bajan o una vez ya estén en tierra.

—Sí, señora. —McKeon consultó su memobloc e hizo algunas anotaciones en él—. ¿Y el otro cambio?

—Quiero al teniente Montoya y al resto de nuestro personal médico de vuelta aquí. Tráigalos a bordo a mitad de esta guardia, si puede.

—Perdón, señora. —McKeon parpadeó y Honor ocultó una amarga sonrisa.

—Oficialmente, he decidido que no sería justo pedirle a la dama Estelle y a la APN que se bastaran con los servicios de nuestro doctor ayudante ante la posibilidad de un conflicto en Medusa. A la luz de los muchos años de servicio de la comandante Suchon, creo que sería mucho más razonable por nuestra parte dejar que aprovecharan su experiencia ahí abajo.

—Ya veo, señora —había un leve brillo en los ojos de McKeon—. ¿Y la… umm, razón extraoficial?

—Extraoficialmente, Sr. McKeon —la voz de Honor era mucho más sombría—, la dama Estelle y Barney Isvarian ya disponen de personal médico muy bueno, y hay otros muchos doctores civiles en los enclaves de ahí abajo. Entre ellos deberían ser capaces de soportar el peso muerto de Suchon. —McKeon puso una mueca ante el tono ácido de la voz de su capitana, pero asintió.

»Además —añadió Honor un instante después—, puede que el teniente Montoya sea diez años más joven que Suchon, pero es mucho mejor médico de lo que ella nunca será. Si necesitamos aquí un doctor, lo vamos a necesitar a fondo. Y quiero al mejor que podamos conseguir.

—¿Realmente cree que vamos a necesitar uno? —McKeon no logró ocultar su sorpresa, y ella se encogió de hombros incómoda.

—No lo sé. Llámelo un presentimiento, o quizá solo sean los nervios. Pero me sentiré mucho más tranquila con Suchon en tierra y Montoya en el Intrépido.

—Comprendido, Patrona —McKeon se puso a un lado el memobloc y asintió—. Me ocuparé de ello.

—Bien. Mientras tanto, estaré en mi camarote. Tengo que escribir un despacho —esbozó una sonrisa (una sonrisa extraña, compuesta de fatiga, preocupación, consciencia de lo poco que sabían y un trasfondo que podía ser casi excitación), y McKeon sintió que un hormigueo le recorría el cuerpo al verla—. ¿Quién sabe? —dijo Honor para terminar, en voz baja y con esa misma sonrisa—. Puede que hasta tenga algo interesante que poner en él dentro de unas pocas horas.

Caminó hasta el ascensor con su ramafelino y McKeon se quedó de pie durante varios segundos, contemplando la puerta que se había cerrado tras ella y preguntándose por qué su sonrisa le había asustado tanto.