25
Honor recorrió con la mirada a los oficiales sentados alrededor de la mesa de reuniones. Aparte de Cardones, que estaba de guardia, tenía allí presentes a los superiores (o sus sustitutos) de todos los departamentos. El alférez Tremaine también se sentaba allí, puesto que Honor quería contar con la opinión de su experiencia en el planeta. Cuando terminó de informarlos sobre la llamada de la dama Estelle, todos los rostros aparecieron tensos y preocupados.
—Así que esa es la situación —dijo con serenidad—. Por primera vez disponemos de una indicación clara de que nos enfrentamos a una operación encubierta organizada por algún gobierno de otro sistema, no a una empresa criminal local. No conocemos sus objetivos últimos, ni sabemos cuándo ni cómo se supone que se va a poner en marcha, pero algo es algo.
McKeon asintió, dibujando círculos con un estilo sobre la mesa que tenía delante, mientras reflexionaba. Alzó la mirada.
—Una cosa que creo que debemos considerar, señora, es lo fiable que pueda ser la información de este nómada moribundo. ¿Podría la mekoha haberlo hecho ver y oír cosas que no estaban ahí? ¿O malinterpretar las que sí estaban?
—Es un factor a tener en cuenta —reconoció Honor. Miró al otro lado de la mesa hacia Lois Suchon—. ¿Doctora? ¿Cuál es su opinión?
—¿Mí opinión, capitana? —la voz de Suchon tenía un tono casi petulante, y envaró los hombros en un gesto malhumorado—. Soy una doctora de la Armada. No sé absolutamente nada de la fisiología de los aborígenes.
Honor apretó mucho los labios y dedicó a la médica una fría y larga mirada. El oscuro rostro de Suchon se sonrojó, pero le devolvió la mirada con terco y mezquino desafío. Sabía que estaba a salvo, pensó Honor molesta. Se la había mantenido al corriente de la situación y sabía lo importante que podía acabar siendo la información de los efectos de la mekoha sobre los medusinos, pero nadie le había pedido específicamente que estudiara la literatura médica que tenía disponible la APN. Alguien debería haberlo hecho, pensó Honor. Alguien como la comandante Honor Harrington, que sabía perfectamente bien que nada inferior a una orden directa podía lograr que Suchon levantara el culo de su cómoda silla para hacer nada…
—Muy bien. Consultaré ese tema con la dama Estelle y con el teniente Montoya después de nuestra reunión, Sr. McKeon. —Honor hizo una anotación en su memocarpeta y sonrió levemente al ver que Suchon torcía el gesto ante la mención casual de su ausente segundo. Honor se enfrentó a la ardiente mirada de la doctora con unos ojos fríos y castaños, manteniéndola hasta que la comandante médica apartó furiosa la suya.
»Creo que es una buena pregunta —añadió Honor tras un instante—, pero por el momento continuemos con la hipótesis de que la información es precisa.
McKeon asintió y Papadapolous levantó la mano.
—¿Sí, mayor?
—Puede que haya algunas noticias buenas mezcladas con las malas, señora —opinó el marine—. Al menos la gente del mayor Isvarian debería ser capaz de obtener más información sobre las capacidades de los zancudos gracias a esto. En el mejor de los casos, puede que sean capaces de señalarnos un objetivo fuera del Delta. Si el mayor logra localizar a ese chamán, podríamos preparar una incursión rápida con armaduras de batalla y destruir sus armas (quizá incluso requisarlas) antes de que se acerque lo bastante a los enclaves como para suponer una amenaza.
—Estoy de acuerdo —dijo Honor—. Por otro lado, tendremos que ser muy cuidadosos con cualquier movimiento en ese sentido. La dama Estelle tiene específicamente prohibido usar la APN para interferir con los asuntos religiosos de los nativos, y yo no puedo actuar de forma unilateral sobre el planeta sin su aprobación. Si no podemos demostrar una intervención directa extraplanetaria, sus manos (lo que significa también nuestras manos) estarán atadas hasta que los seguidores del chamán comiencen a usar sus armas.
—Entendido, capitana. Pero ya el simple hecho de saber dónde y qué tenemos que buscar me hace sentir mucho mejor. Preferiría enormemente enfrentarme a ellos en terreno abierto, de modo que podamos disponer de apoyo aéreo, movilidad y mayores alcances con las armas, en vez de tener que enredarnos dentro de los enclaves, casi a quemarropa.
Honor asintió en dirección al marine y este se sentó. Ya había contribuido con su aportación; todo lo demás correspondía a la Armada, y parte del interés que mostraban sus ojos se desvaneció mientras esperaba que los demás prosiguieran con el asunto.
—¿Sabe, Patrona? —Dijo Dominica Santos lentamente—. He estado pensando en lo que ha dicho que todo esto no es más que parte de un plan más amplio de origen extraplanetario. —Honor sacudió la cabeza y la ingeniera hizo un gesto con la mano—. Me parece que el único sospechoso lógico es Haven, señora. Ya sé que no podemos demostrarlo, pero no se me ocurre nadie más que pudiera estar preparando algo así. E incluso si no son ellos, ¿no deberíamos proceder bajo la suposición de que lo son? Es decir, nadie podría hacernos tanto daño como los repos, así que si suponemos que son ellos y nos equivocamos, quedaremos mucho menos expuestos. Pero si es Haven y hacemos lo imposible por evitar presuponerlo, es probable que pasemos por alto algo importante, ¿no es así?
—Ese es un punto importante, Patrona —coincidió McKeon—. Muy importante.
—Estoy de acuerdo. —Honor tamborileó suavemente sobre la mesa y volvió a dirigirse a su primer oficial—. Supongamos por un momento que se trata de una operación encubierta de los havenitas, Sr. McKeon. ¿Cree que pondrían en marcha algo así y después se limitarían a quedarse sentados, esperando que se desarrollara por sí mismo?
—No creo que haya modo de saberlo —dijo McKeon tras pensarlo un momento—. Mi reacción visceral es que no, pero sin conocer su objetivo final no soy capaz de asegurarlo.
—¿Capitana? —la voz sonó dubitativa y muy joven, y Honor dirigió a su dueño una sonrisa tranquilizadora mientras le daba la palabra.
—¿Sí, Sr. Tremaine?
—Eh, solo quería mencionar un detalle, señora. Me fijé un par de días atrás, pero en aquel momento no pareció muy importante. En cambio ahora… —El teniente se encogió de hombros, incómodo.
—¿Mencionar el qué, Sr. Tremaine?
—Bueno, es solo que he estado echando un ojo a las estadísticas de tráfico entre el espacio y la superficie desde que volví a bordo, señora. La costumbre, supongo. Y me he dado cuenta de que ya no parece haber tráfico havenita alguno.
—¿Ah, sí? —Honor miró hacia McKeon y le guiñó un ojo. El primer oficial pareció sorprendido durante un instante, pero después sonrió irónicamente.
—La sensatez de los alféreces —dijo, y Tremaine se sonrojó ante las risitas que se extendieron por la mesa, aunque le devolvió la sonrisa al primer oficial.
—No sé lo que significa, señora —añadió McKeon con un tono más serio—, pero está en lo cierto, ya no hay nada de tráfico havenita con la superficie. Desde hace casi una semana.
—Vaya, eso resulta interesante —murmuró Honor, apuntándolo en su memocarpeta—. ¿Han sacado a alguien de su enclave? ¿Algún signo de evacuación preventiva?
—Tendrá que preguntarle al mayor Isvarian o a la comisionada sobre eso, señora, pero yo desde luego no he visto nada que apunte a ello.
—Puede que no lo necesiten, capitana —volvió a decir Tremaine—. Su consulado se parece más a una fortaleza que al resto de los enclaves, y tienen un enorme cuerpo de seguridad. —El alférez se detuvo, reflexionando, y se frotó la barbilla—. Aun así, señora, sí que tienen un par de enclaves más; estaciones de comercio con los nativos justo en los bordes del Delta. Ahora que lo pienso, están bastante al norte. ¿No significaría eso que serían los primeros en ser golpeados si este chamán realmente ataca el Delta?
—¿Cómo son de grandes? —preguntó McKeon, con decisión en sus ojos grises.
—Bueno, solo los he sobrevolado, señor —dijo Tremaine incómodo—. Pero no son muy grandes. Tal vez comprendan una docena de extraplanetarios y algo de personal nativo cada uno, diría yo, pero es solo una suposición.
—¿Cree que el tamaño resulta importante? —preguntó Honor a McKeon, y este se encogió de hombros.
—No lo sé, señora. Pero pienso que si su objetivo es expulsarnos e instalarse ellos mismos, les vendría bien para sus propósitos tener algunas pérdidas. De lo contrario —añadió con voz pensativa—, si acaba desatándose una especie de baño de sangre ahí abajo y ellos no sufren ninguna baja, es muy posible que los demás extraplanetarios, y no solo nosotros, se pregunten por qué han sido tan afortunados.
—Puede que tenga razón. —Honor anotó otra cosa y trató de ocultar un escalofrío interno motivado por el cálculo a sangre fría que sugería la hipótesis de McKeon.
El primer oficial asintió muy lentamente, frunció el ceño y se enderezó en la silla.
—Un momento, Patrona. Se me acaba de ocurrir algo —tecleó durante unos instantes en su terminal y después asintió para sí—. Sí, me parecía haberlo visto. —Se dirigió a su capitana—. ¿Se acuerda de cuando hablamos de la reducción del tráfico havenita en Medusa? —Honor asintió—. Bien, el hecho es que su tráfico por la confluencia sigue en niveles normales, pero ahora mismo solo quedan dos naves repos en la órbita de Medusa. Ese bote de correo del consulado y el carguero Sirio:
Honor reflexionó, ya que el nombre de Sirio e recordaba algo. Entonces abrió mucho los ojos.
—Exacto —dijo McKeon—. Esa nave lleva en órbita de estacionamiento más de tres meses. Puede que me esté volviendo paranoico, pero me parece que es una coincidencia muy interesante a la luz de los informes de la APN.
—Discúlpeme, Patrona, pero ¿qué sabemos de ese Sirio? —Preguntó Santos—. ¿Tenemos alguna idea de por qué está ahí?
Honor hizo un gesto a McKeon, que volvió a estudiar su pantalla y respondió a Santos.
—Es grande, clase Astra, de siete-punto-seis megatoneladas —dijo—. Al mando, el capitán Johan Coglin, del Servicio Mercante Popular. De acuerdo con nuestros datos, sufrieron un problema de ingeniería (o más específicamente, tiene miedo de sufrirlo si se mueve): Coglin informó de que sus ingenieros detectaron una fluctuación en los sintonizadores de Warshawski cuando salió del hiperespacio y declaró una emergencia. Está esperando a que lleguen sintonizadores de reemplazo desde casa.
—¿Que está qué? —Santos se envaró en su silla y frunció el ceño.
—¿Algún problema, comandante? —preguntó Honor.
—Bueno, es solo que parece muy raro, Patrona. Desde luego, no sé casi nada sobre los sistemas de mantenimiento havenitas, y las fluctuaciones de Warshawski no son algo con lo que haya que hacer el tonto. Si de verdad ha sufrido una, el capitán Coglin está probablemente en lo cierto al declarar una emergencia. Solo que una fluctuación no es algo que te pille por sorpresa. Los sintonizadores sufren más que cualquier otro componente de la vela así que, a no ser que seas un estúpido terminal, vigilas como un halcón la menor desviación en la frecuencia. Para cuando de verdad empieza a haber fluctuaciones, se suele haber superado con mucho el punto en que deberían haber sido sustituidas, y el gobierno de Haven controla todos sus cargueros. Además, están asegurados consigo mismos, por lo que si sufren una pérdida no pueden recuperar la inversión de nadie más. No me parece a mí que en esas circunstancias vayan a ser proclives a recortar gastos de mantenimiento como algunos dueños privados.
—Otra cosa —los ojos de McKeon brillaban con fuerza—. Una fluctuación es algo mucho más fácil de detectar al entrar en el hiperespacio que al salir; la dilución de energía en el tránsito tiende a ocultarla.
—Pero ¿de qué les serviría inventarse una razón para mantener un carguero en órbita? —preguntó el teniente Panowski de forma un poco lastimera. Honor lo miró y él se azoró—. Quiero decir, ya tienen un bote de correo en órbita permanente, señora. ¿Para qué puede servir un carguero que no pueda hacer ya el bote de correo?
—No sabría decirlo —dijo Santos—, pero acaba de ocurrírseme otra cosa rara en esa historia del sirio. Tienen fluctuaciones en el sintonizador, ¿de acuerdo? Bueno, ¿y por qué quedarse ahí sentados y esperar que lleguen repuestos desde su casa? Ya llevan aquí tres meses, pero a no ser que sufran un nivel crítico de fallos, podrían atravesar la terminal hasta Mantícora. Es un salto corto, con mínima tensión para el sintonizador, y allí uno de los grandes astilleros podría ponerle una vela entera, por no decir unos simples sintonizadores, en menos de dos meses. Pero incluso si tienen miedo de atravesar la confluencia, ¿por qué no pedir los reemplazos a Mantícora? Resultaría muchísimo más barato y rápido que enviárselos desde casa, y nosotros disponemos de montones de compañías de reparaciones privadas. Si les mandan nuevos sintonizadores desde Haven, tendrán que enviar también su propia nave de reparaciones para instalarlos o alquilar una de las nuestras de todos modos, y el tiempo que están pasando en órbita tiene que estar costándoles muchísimo más que lo que nos pagarían a nosotros por las piezas —sacudió la cabeza—. No, tienen que estar tramando algo, Patrona. No hay ninguna razón lógica, ni económica ni de ingeniería, para el modo en el que están manejando esta situación.
—¿Qué sabemos del cargamento de la nave, capitana? —preguntó la teniente Brigham—. ¿Sabemos lo que lleva o a dónde se suponía que iba a ir desde aquí, por ejemplo?
—El comandante McKeon acaba de decirles todo lo que sabemos —contestó Honor cínicamente—. Lleva estacionada desde antes de que llegáramos. Eso quiere decir que el capitán Young la acreditó.
Alrededor de la mesa, la gente se echó hacia atrás con rostros inexpresivos pero disgustados. A pesar de sus preocupaciones, Honor tuvo que ocultar una sonrisa con la mano.
—En ese caso, señora —dijo el alférez Tremaine—, tal vez debamos hacerle un control de aduanas. Podría coger al marinero Harkness y una lanzadera y…
—No, Scotty. —Honor habló pensativamente y no percibió su rubor de placer al oírla usar su mote—. No podemos hacer eso. El Sirio ya ha sido controlado por el Brujo… —Alguien bufó y Honor se detuvo para morderse la lengua. Puso lo más parecido a una cara seria que podía lograr y se giró hacia Tremaine—. El caso es que esa nave ha sido autorizada oficialmente. No podemos volver a inspeccionarla sin alguna clase de evidencia sólida de que su capitán mintió a lord Young. Y aunque creo que la comandante Santos está en lo cierto y su excusa para permanecer aquí es fraudulenta, en realidad no tenemos ninguna prueba, ¿verdad?
Tremaine negó triste con la cabeza y Honor se encogió de hombros.
—Y lo que es quizá más importante, si volviéramos para echarle una segunda ojeada descubriríamos nuestras cartas. Sabrían que sospechamos que hay algo raro en su nave. Si realmente estamos siendo paranoicos —dirigió una breve sonrisa a McKeon— y se trata de una coincidencia sin mala intención, eso no haría daño a nadie. Pero si de verdad están preparando algo serio, podríamos asustarlos y conseguir que se echaran atrás, o que encontraran otro modo de llevar a cabo lo que planean. Un modo del que no sepamos nada.
—Además, hay otro asunto Patrona —suspiró McKeon—. Como acaba de decir, la nave ya ha sido autorizada. Su capitán podría negarse a permitirnos subir a bordo, y sin pruebas de que estén implicados en lo que tiene lugar en tierra o de que hayan mentido a lord Young, no tenemos ninguna causa probable para justificarlo. Levantaríamos todo tipo: de protestas interestelares.
—Podría vivir con eso —la voz de Honor era gélida—. Es solo que no veo ningún modo de conseguirlo sin despertar demasiadas sospechas.
—Ya sabe, Patrona —murmuró Santos—, que aunque no podamos subir a bordo es posible que un buen reconocimiento externo a corta distancia pudiera decirnos algo. —Honor la miró y la ingeniera se encogió de hombros—. No sé qué, pero podría haber algo. —Se detuvo durante un instante y después entrecerró los ojos—. Al menos, me gustaría de verdad comprobar si su motor coincide con las especificaciones que dieron al Brujo. Si este Coglin se inventó un informe sobre un falso problema de ingeniería, es posible que se le colara alguna inconsistencia.
—¿Como por ejemplo?
—Depende. —Santos se movió para sentarse recta y se pellizcó un labio—. Puede que no haya nada (de hecho, si son listos probablemente no habrá nada), pero si de verdad tienen un problema de fluctuaciones debería verse un montón de desgaste en sus nodos alfa. Al menos tendríamos que detectar algunas muescas, quizá incluso pequeños cortes, y la bobina principal debería sin duda tener un sello de reparación bastante antiguo.
Honor asintió pensativa. En una nave estelar, las bobinas principales de gravedad de los nodos alfa siempre se reemplazaban junto a los sintonizadores. En cierto sentido, las bobinas eran parte del sintonizador, compartían su desgaste, y cada una de ellas llevaba un sello con la fecha en la que fue instalada. Y lo que era más importante, la bobina de gravedad daba al espacio. Existían buenas posibilidades de que esa fecha resultase visible ante un examen externo a corta distancia.
—Si nos acercamos lo suficiente, señora —sugirió Webster—, también podría ser capaz de obtener una buena lectura de su actividad de comunicaciones. Quizá incluso escucharlas. —Se sonrojó cuando Honor lo miró, porque lo que sugería era ilegal según media docena de solemnes convenciones interestelares. Podía ser seriamente castigado solo por mencionarlo.
—Me gusta —dijo de repente McKeon—. Si encontramos alguna discrepancia como las que menciona Dominica, podría llegar a constituir el tipo de evidencia que necesita, Patrona.
—No resulta imposible que un sintonizador empiece a fallar antes de tiempo —reconoció Santos—, pero desde luego no es lo usual. Si observo discrepancias entre el desgaste observable de los nodos alfa y el de un sintonizador normal, podría entregarle a usted, Patrona, una declaración escrita de mis sospechas. Eso constituiría el testimonio de un perito, que en cualquier corte del Almirantazgo se acepta como causa probable.
—En cualquier corte del Almirantazgo manticoriano —corrigió Honor educadamente, tratando de ocultar el nudo de su garganta. Aquellos oficiales, que antes habían sido tan hostiles hacia ella, estaban ahora dispuestos a jugarse el cuello por ella. Se miró las manos durante unos instantes—. Muy bien, damas y caballeros. Contactaré con la dama Estelle y le comunicaré sus comentarios y sugerencias. Entretanto, quiero que cambiemos de órbita —miró a Panowski—, me gustaría que nos colocara a menos de doscientos kilómetros del Sirio. Una vez lleguemos allí —se dirigió ahora a Tremaine— quiero que usted lleve una lanzadera hasta la nave manticoriana más cercana. Le daré un despacho impreso para su capitán.
—¿Un despacho, señora? ¿Qué clase de despacho?
—No podré saberlo hasta que sepamos de qué nave se trata —dijo con un humor cargado de ironía—, pero ya se me ocurrirá algo. El caso es que su viaje será nuestro pretexto para cambiar de órbita; por eso quiero que use una lanzadera en vez de una pinaza y, también por eso quiero que sea poco sutil respecto a su viaje.
—Oh —Tremaine se recostó un instante y asintió—. Sí, señora, ya veo.
—Estoy convencida de ello. —Volvió a dirigirse a McKeon—. Mientras el teniente Panowski y la teniente Brigham calculan nuestra ruta, Sr. McKeon, me gustaría que usted se reuniera con el teniente Cardones. Quiero que todo esto se haga con sensores pasivos. Ya sé que no obtendremos tanta información, pero una sonda activa nos delataría tanto como un abordaje directo. De ese modo, necesitaremos los sensores pasivos más intensos que podamos preparar, y quiero que ayude a Rafe a tenerlos listos cuanto antes.
—Sí, señora. —McKeon la miró con seguridad en sí mismo—. Nos ocuparemos de ello.
—Muy bien. —Honor respiró profundamente y se levantó, pasando de nuevo la mirada por sus oficiales—. Entonces ya sabemos lo que vamos a hacer, gente. Así que pongámonos a ello.
Se levantaron a su vez, pero se detuvieron cuando ella alzó una mano.
—Antes de que se vayan —dijo con tranquilidad—, solo quiero darles las gracias.
No especificó por qué, pero al mirarlos a los rostros supo que no había ninguna necesidad.