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Medusa seguía siendo el planeta de aspecto más aburrido que había visto nunca, reflexionó Honor contemplando una vez más el visor óptico principal, pero estaba empezando a pensar que las apariencias podían resultar engañosas. Recordó algo que había leído en una ocasión, una vieja maldición de la Vieja Tierra sobre algo de vivir «tiempos interesantes[16]». Ahora tenía mucho más sentido que la primera vez que lo leyó.

Contuvo un suspiro y caminó de vuelta hasta su silla, en la que se dejó caer sin preocuparse por tomar oficialmente el mando de manos de McKeon. Tenía la mente muy ocupada.

Habían pasado dos días desde la visita de Hauptman. Dos días enteros sin un solo desastre, lo que casi bastaba para lograr que se le crisparan los nervios por la expectación. Tampoco se podía decir que no hubiesen tenido lugar novedades «interesantes». La agria descripción que proporcionó la dama Estelle de su entrevista con el correo de la condesa Marisa había sido una de ellas. Honor nunca se había imaginado que la amable y serena comisionada residente pudiera llegar a estar tan profundamente enfurecida. La dama Estelle parecía estar a punto de hacer pedazos el mobiliario, pero después de escuchar su resumen de la reunión, Honor la entendió a la perfección.

Parecía que la Condesa de Nuevo Kiev estaba notando la presión de la comunidad financiera en general y (aparentemente) del Cártel Hauptman en particular. Por los comentarios de la dama Estelle, Honor estaba empezando a sospechar que los grandes cárteles mercantes manticorianos habían contribuido más intensamente a los fondos del Partido Liberal de lo que ella creía. La noción de una alianza entre los defensores parlamentarios de un mayor gasto en bienestar y los dirigentes de la industria le parecía a Honor un tanto extraña, pero sin duda estaban obteniendo un peso específico muy importante dentro de la oposición, teniendo en cuenta que la condesa Marisa había decidido apretarle las tuercas a la dama Estelle para congraciarse con ellos.

Honor se había asombrado al enterarse, por la comisionada, de que a la condesa Marisa le habían dicho en términos muy claros que debía mantenerse alejada de las operaciones de la Armada en la Estación Basilisco. Eso debía de haber sido todo un golpe para ella, se dijo Honor con disimulada alegría, y reforzaba su propia sospecha de que alguien bien arriba de la cadena de mando aprobaba sus acciones. También era, reflexionó, la primera vez desde la anexión de Basilisco que le habían dicho al Ministerio de Asuntos Medusinos (y de forma bastante brusca, por lo que colegía) que su autoridad terminaba en el extremo superior de la atmósfera planetaria. Se trataba de una ratificación largamente necesitada de la autoridad y la responsabilidad de la Flota, aunque dados los oficiales y las naves que normalmente acababan allí, tenía poca fe en que perdurase.

Pero por ahora estaban allí, y a la condesa Marisa no le gustaba lo mínimo. Lo que es más, daba la impresión de que su autoridad, incluso dentro del ámbito de actuación planetario, había recibido un buen golpe.

Honor no había comprendido del todo a qué obedecía el brillo de los ojos de la comisionada cuando dejó de explayarse y comenzó a especular sobre la situación política de su planeta natal. Obviamente, Honor no entendía la mayoría de las maquinaciones que tenían lugar dentro del Parlamento de Mantícora. Prefería con mucho la Armada, en dónde la cadena de mando al menos solía estar clara, independientemente de las luchas internas entre facciones y grupos de poder. Pero la dama Estelle sí se enteraba de las bizantinas reglas del juego, y parecía convencida de que bajo la superficie se estaba preparando algo profundo, complejo y, con toda probabilidad, drástico… y fuese lo que fuese, no presagiaba nada bueno para la condesa Marisa.

Honor, al menos, era capaz de seguir parte del razonamiento. Como había señalado la propia dama Estelle, la condesa Marisa, como miembro destacado de la oposición, gozaba de su puesto actual solo porque el Ministerio para Asuntos Medusinos se entregaba tradicionalmente al Partido Liberal como una especie de quid pro quo que emanaba de la tortuosa batalla original por la anexión en el Parlamento. Pero había un límite a lo lejos que se podía apartar de la línea gubernamental antes de perder su puesto, y parecía que ya había alcanzado ese punto, puesto que su mensajero había llegado al despacho de la dama Estelle con «sugerencias» y no directrices.

Por lo que podía deducir Honor, la comisionada no se había preocupado en absoluto de esas sugerencias, que parecían consistir en variaciones sobre un único tema: la dama Estelle debía recordar la importancia comercial que suponían para el Reino sus grandes casas mercantes. Debía tratar de adoptar un «tono más conciliatorio» cuando tratase con ellos y mediar entre las «aplicaciones excesivamente rigurosas de la Armada» de las regulaciones comerciales y las «legítimas preocupaciones de los cárteles por los repentinos y abruptos cambios en el clima regulador». Ante todo, tenía que «recordar la naturaleza transitoria de nuestra presencia al cargo de Medusa» y evitar cualquier acción que pudiera enfurecer a los nativos o a aquellos que algún día pudieran comerciar con ellos en condiciones de igualdad. Y, por supuesto, debía «esforzarse por atenuar» la conducta, posiblemente en exceso estricta, con la que la actual oficial al mando de la Estación Basilisco parecía estar ejerciendo sus poderes sobre el resto del sistema estelar.

Honor pensó que aquello tenía pinta de ser el caso de presión interestelar más evasivo y viperino que nunca había oído, y había llegado en mal momento. Cuando el correo de la condesa Marisa la encontró, la dama Estelle llevaba en su despacho menos de diez minutos tras haber visitado el hospital de la Casa Gubernamental, donde habían muerto algunos de los heridos más graves en el ataque contra las tropas de la APN, y no estaba del humor más adecuado.

Al pobre mensajero lo había decapitado y lo había enviado de vuelta a casa, con la cabeza bajo un brazo y un registro detallado de la naturaleza y gravedad de las recién descubiertas violaciones de las leyes del Protectorado de Medusa de Su Majestad bajo el otro. Y, relató Matsuko a Honor con malsana alegría, había concluido su informe con la observación de que el descubrimiento de dichas violaciones solo había resultado posible gracias a los «esfuerzos intensos, profesionales, persistentes y extraordinariamente eficaces de la comandante Honor Harrington y la tripulación del Intrépido, tanto por sí solos como en colaboración con la APN» (era una cita literal). En esas circunstancias, añadió la dama Estelle, no tenía ninguna intención de esforzarse por atenuar las actividades de la comandante Harrington sino, por el contrario, toda la intención de ayudarla e incitarla de cualquier manera que estuviera a su alcance. Y si el Gobierno de Su Majestad desaprobaba sus intenciones, estaría totalmente dispuesta a enviarles su renuncia.

El hecho de que su oferta de dimitir no hubiese sido tenida en cuenta parecía confirmar, en opinión de la propia dama Estelle, su deducción de que la condesa Marisa estaba metida en algún tipo de lío allá en casa. Honor no lo veía tan claro, pero al sumarlo a las evidencias de apoyo imprevisto por parte de sus propios superiores, tuvo que reconocer que posiblemente la comisionada estuviera en lo cierto.

El problema, desde luego, era que ese apoyo podía desaparecer en cualquier momento si ella y la dama Estelle no lograban hacer progresos y detener a los responsables del laboratorio de drogas (también responsables, con casi toda seguridad, de las nuevas armas); o, de no poder ser así, demostrar que sus actividades criminales habían sido detenidas por completo y para siempre. Y la triste realidad era que no habían obtenido el menor avance desde que Hauptman y el correo partieran de vuelta a Mantícora a través de la terminal de Basilisco.

Honor se reclinó a medias en la silla, cruzando las piernas y sosteniéndose la barbilla con la mano, mientras Nimitz echaba una siestecita en el respaldo del asiento. Trataba de pensar en algo que se les hubiese pasado por alto o, lo que era más importante, en algo que aún pudieran hacer.

La deriva del colector de energía era un callejón sin salida y estaba casi segura de ello. No le cabía duda de que había sido ubicada durante la instalación original del colector por parte del Cártel Hauptman, pero a pesar del salvaje contraataque de McKeon sobre Klaus Hauptman y de las investigaciones que, sin lugar a dudas, se llevarían a cabo en Mantícora, no era probable que se lograra demostrar cómo había sucedido aquello. Si un individuo bien situado dentro del cártel lo había ordenado, cualquier registro que hubiese podido existir habría sido destruido mucho tiempo atrás. Y si alguien lo había introducido cuando se ensamblaron los componentes prefabricados del colector, allí en Basilisco, podía ser cualquiera (o cualesquiera) de la gran cantidad de gente implicada en el proyecto. En ambos casos, las posibilidades de llegar a deducir quién lo había hecho resultaban astronómicamente remotas.

Pero la dama Estelle estaba en lo cierto en un aspecto: derivar energía del propio colector de reserva del Gobierno mostraba un grado de seguridad y arrogancia que no encajaba con la meticulosidad con la que se había ocultado el propio laboratorio. No había necesidad de desviar energía de ese colector en particular. Incluso si no querían usar un colector propio, una planta geotérmica o incluso un simple hidrogenerador instalado en las fuentes volcánicas (a solo dos kilómetros del laboratorio) hubieran proporcionado la energía necesaria. Energía que se podría haber conducido por cable, sin el riesgo de ser descubiertos por culpa de los receptores de haces y los repetidores. Era como si sus oponentes tuvieran doble personalidad. Una parte de ellos quería ocultar la presencia de sus instalaciones de droga con un cuidado obsesivo, pero la otra corría riesgos totalmente innecesarios con los que casi parecían alardear de su sangre fría al robar energía de las mismas instalaciones de sus enemigos.

Y, pensó con amargura, podía incluso haber una tercera personalidad; dado el modo en que habían volado el laboratorio. Ese había sido un paso extremadamente estúpido para cualquier organización criminal; la APN nunca dejaría de buscar a quienes hubieran ordenado aquello. Suponía casi un desafío deliberado, diseñado de antemano y con malicia para provocar a las autoridades de modo que adoptasen la reacción más violenta posible.

El problema era que nada de aquello tenía sentido. No solo los planes de los «malos» parecían estar yendo en media docena de direcciones a la vez, sino que la misma escala de su operación resultaba absurda. La dama Estelle estaba en lo cierto. Fuese lo que fuese lo que buscaba aquella gente, no eran los beneficios del tráfico de drogas o de la venta de armas a los nativos. Todo tenía un regusto a operación encubierta extraplanetaria, pero ¿con qué propósito? Armar a los medusinos y llenarlos de drogas que suscitaban reacciones violentas poseía todos los rasgos distintivos de un intento por provocar una insurrección nativa, pero ninguna «rebelión» medusina podía tener esperanzas de derrotar a las fuerzas que enviaría Mantícora a Basilisco para detenerla. Podría provocar un gran derramamiento de sangre antes de ser aplastada, pero la mayor parte de esa sangre sería medusina, no manticoriana, y de todos modos el resultado más probable era el de una presencia militar permanente y estricta sobre Medusa, en vez de las tropas pobremente armadas de la APN estacionadas allí hasta el momento.

A no ser, por supuesto, que quién estuviese detrás de ello (y Honor evitaba de forma muy consciente suponer que era la República de Haven) buscase una respuesta totalmente distinta. Siempre era posible que un baño de sangre en Medusa permitiera a los liberales y progresistas sacar provecho, y crear tal rechazo en el Parlamento que los antianexionistas por fin lograsen sacar a Mantícora de aquel planeta. A Honor le parecía extremadamente poco probable, pero era posible. Pero aunque eso funcionara, nunca lograrían que el Reino renunciara al control de la terminal de Basilisco de la confluencia. ¿Y de qué le serviría a nadie (incluida Haven) limitarse a expulsar a la APN de Medusa?

No, allí estaba ocurriendo algo más. Algo que tanto ella como la dama Estelle no alcanzaban a ver, pero que sin duda estaba relacionado con intereses extraplanetarios distintos a los de una operación criminal puramente doméstica. Honor estaba segura de ello, a pesar de que no lograba establecer el siguiente eslabón de la cadena; y eso significaba…

—¿Capitana?

Honor dio un respingo al sacarla la voz del capitán Papadapolous de su ensimismamiento. Su sorpresa despertó a Nimitz, que se incorporó para bostezar delante del marine.

—¿Sí, mayor? —replicó Honor. En ese momento se fijó en que Barney Isvarian también se encontraba junto a la escotilla de la sala de reuniones y entrecerró los ojos—. ¿Tienen ya ese plan de despliegue preparado?

—Sí, capitana. Lamento que hayamos tardado tanto, pero el mayor Isvarian… bueno, estaba bastante agotado, señora. Y después hemos tenido que rebuscar por todas partes para preparar unos mapas decentes y cifras precisas de lo que la APN tiene realmente sobre el planeta.

—No hay problema, mayor —dijo Honor con sinceridad. No podía discernir si había algún rastro de actitud defensiva en el tono de Papadapolous, pero solo estaba constatando hechos, no buscando excusas. Se desclavó de su silla y se desperezó al tiempo que buscaba al oficial de guardia.

»¿Sr. McKeon?

—¿Sí, Patrona? —El segundo alzó la mirada de sus pantallas y Honor vio que una o dos personas parpadeaban como si quisieran girarse y mirarlo. Su uso de la palabra «patrona» ya no sonaba totalmente extraño, pero tampoco del todo natural, todavía no.

—Me gustaría que pudiera reunirse con el mayor Papadapolous, el mayor Isvarian y yo misma en la sala de reuniones. Me interesa contar con su opinión en este asunto.

—Por supuesto, señora. —McKeon se levantó y miró hacia el teniente Cardones—. Queda al mando, Sr. Cardones.

—Entendido, señor. Tengo el mando —replicó Cardones, mientras McKeon caminaba enérgico hasta la sala de reuniones junto a Honor y Papadapolous.

El infante de marina, que siempre había estado bastante al margen de los vínculos de Honor con sus oficiales navales, parecía felizmente ajeno a los cambios en su relación con McKeon. Avanzó hasta la mesa de la sala, introdujo un par de chips de datos en uno de los terminales y aguardó mientras Honor y McKeon se sentaban. Isvarian, que tenía un aspecto mucho mejor que la última vez que le viera Honor en ese mismo camarote, también cogió una silla, y Papadapolous se aclaró la garganta.

—Básicamente, capitana y comandante McKeon, me gustaría exponerles un breve análisis general de nuestras ideas antes de pasar a detallar el plan preciso de despliegue, ¿resulta eso aceptable?

—Por supuesto —replicó Honor.

—Gracias, señora. Muy bien, entonces. Primero tenemos que considerar tres problemas básicos. Uno, responder a una amenaza cuyos parámetros no podemos establecer con ningún grado de certeza. Dos; nuestros recursos son limitados y los que tenemos fuera del planeta (el destacamento de marines del Intrépido) no están concentrados por ahora en ningún punto. Tres, la solución ideal requiere la integración de nuestros marines y su potencia de fuego con la experiencia local y la mayor cantidad de tropas de la APN, en una única fuerza que opere bajo un plan de batalla unificado. Tras largas discusiones con el mayor Isvarian, mis comandantes de pelotón y yo hemos llegado a la conclusión de que no sabremos lo peligrosa que será la oposición hasta que no la veamos atacar. En este momento sencillamente no tenemos modo de saberlo, aunque eso puede cambiar si se descubren nuevos datos en Medusa. Cualquier cosa que nos proporcione una idea clara sobre la cantidad de tropas de las que puede disponer el enemigo resultaría valiosísima, y el mayor Isvarian nos ha asegurado que su gente hará todo lo posible por obtener esa información para nosotros. Después está el problema de concentrar las fuerzas disponibles. La APN solo cuenta, con tropas equivalentes a unas cinco compañías, una vez restados los destacamentos esenciales, y mi propia compañía está, en la actualidad, corta de hombres. Así que con su permiso, capitana, me gustaría traer de vuelta a los marines que en estos momentos están destacados en los grupos de aduanas e inspección. Opino que el volumen del tráfico ha caído hasta un nivel que nos permitiría reducir el número de botes de inspección y juntar a los marineros de la Armada para tripularlos, lo que dejaría libres a nuestros marines para los posibles combates en tierra. Si podemos hacerlo, dispondremos de cuatro pelotones al completo con los que trabajar, y no tres parciales.

Papadapolous se detuvo y miró a Honor. Esta, a su vez, contempló, a McKeon y arqueó una ceja de modo inquisitivo.

—Creo que podríamos hacerlo, señora —dijo el primer oficial tras un momento—. Probablemente podamos pasar con dos botes de inspección al completo, dados los niveles actuales del tráfico.

—Muy bien, mayor Papadapolous —dijo Honor—. Vuelve a tener sus marines.

—Gracias, señora. Eso me da mucha mayor flexibilidad. —El marine sonrió brevemente Isvarian asintió con satisfacción—. Una vez contemos con esas tropas —prosiguió Papadapolous—, me gustaría trasladarlas a la superficie lo antes posible. Nuestro plan básico de despliegue está pensado para proporcionar la máxima cobertura a los enclaves extraplanetarios y a la vez, en respuesta a las peticiones de la dama Estelle y del mayor Isvarian, retener toda la capacidad posible para acudir en la ayuda de cualquiera de las ciudades-estado nativas. Con ese fin, planeo reconfigurar las armaduras de batalla correspondientes a dos escuadrones para funciones de reconocimiento. Como sin duda sabe, capitana —el tono del marine sugería que posiblemente ella no lo supiera, pero que él escogía de forma diplomática suponer que sí—, nuestra armadura energética está diseñada para proporcionar una flexibilidad táctica elevada, permitiendo su configuración con vistas a parámetros específicos de cada misión. Normalmente operamos con armas bastante pesadas, pero eso limita nuestra autonomía por partida doble. Primero, el armamento en sí obliga a dejar en casa células de energía adicionales que podríamos llevar encima de no ser por él; y segundo, la mayoría de las armas pesadas requieren mucha energía, lo que deja secas las células que sí podemos transportar. Nos da una enorme potencia de fuego, pero solo para enfrentamientos relativamente breves. En cambio, en la configuración de reconocimiento el armamento se reduce al mínimo en favor de sistemas de sensores adicionales, lo que a su vez nos permite añadir nuevas células, reduce el consumo total de energía y mejora sustancialmente la capacidad sensora. Un marine con la configuración estándar de la armadura dispone de una autonomía de menos de cuatro horas en condiciones de combate sostenido; con la configuración de reconocimiento, esta autonomía es de más de cincuenta horas, puede mantener velocidades de sesenta kilómetros por hora incluso en terreno irregular y puede «ver» mucho mejor. La desventaja es que el poder ofensivo pasa a ser apenas mayor que el de un marine con uniforme de combate normal.

Se detuvo y observó los rostros de su audiencia para asegurarse de que todos lo seguían. Honor asintió.

»Muy bien, lo que pienso hacer es usar mis dos escuadrones con armaduras configuradas para reconocimiento como exploradores, Una vez sepamos que se ha desatado un incidente, los exploradores avanzarán en busca de posibles enemigos y tratarán de identificarlos de modo que los ataques aéreos puedan frenarles lejos de los enclaves, si ello es posible. Dispondrán de velocidad y capacidad sensorial para cubrir mucho terreno, y la armadura debería protegerlos de cualquier arma de la que puedan disponer los nativos. El mayor Isvarian me asegura que ni siquiera un nómada medusino puede ocultarse de los sensores activos de una armadura de batalla, si sabemos más o menos dónde están; así que incluso si se ven obligados a retroceder hasta los enclaves; preveo obtener con ellos datos tácticos razonablemente completos. El tercer escuadrón de batalla contará con armaduras configuradas para maximizar las capacidades de combate, y se estacionará en el centro de los enclaves. Según vayamos contando con información sobre los movimientos del enemigo; serán movilizados en respuesta. Dada la potencia de fuego que representa cada marine, probablemente pueda distribuirlos por secciones, o incluso en equipos de dos hombres, para enfrentarse a cualquier cosa inferior a una carga en masa; y representarán nuestra fuerza principal de ataque. —Se detuvo y frunció levemente el ceño—. En ciertos aspectos, preferiría usarlos como reserva, dadas su movilidad y su potencia de combate, pero temo que resulten demasiado valiosos en su papel ofensivo como para hacen eso práctico. Mientras tanto, tengo la intención de repartir dos de mis otros tres pelotones e integrar a sus miembros en las tropas que tiene el mayor Isvarian en la APN. Nuestros hombres tienen mejor armamento y normalmente armas más potentes que la APN, y están entrenados para situaciones de combate, mientras que los de la APN son en realidad policías. Me gustaría repartirlos por escuadrones, asignados bajo comandantes experimentados de la APN ya sea en pelotones o en compañías, para que les proporcionen su potencia de fuego y su flexibilidad táctica. A su vez, quisiera tener asignado a mi escuadrón fuertemente armado a, al menos, un oficial de la APN que conozca bien el terreno. Si fuera posible, preferiría disponer de más de un miembro de la APN por si tengo que dividir el escuadrón, ya que para obtener el máximo provecho de nuestras tropas necesitaremos que sepan exactamente adonde están yendo y cómo será el terreno una vez lleguen allí. Con nuestros marines de apoyo, la APN proporcionará entonces la fuerza de control del perímetro principal. Su misión consistirá en cubrir los enclaves y retener a los atacantes hasta que los escuadrones con armamento pesado (o incluso los exploradores que haya cerca) puedan enfrentarse al ataque. Se les ordenará no exponerse a pérdidas innecesarias, puesto que estarán mucho menos protegidos, pero deberían ser capaces de cuidarse solos si se ven obligados a entrar en combate prolongado. Mi cuarto y último pelotón y sección de armas pesadas formarán nuestra reserva central. La sección de armas pesadas estará disponible para el resto de las fuerzas, y el mayor Isvarian me ha garantizado los antigravitatorios necesarios para proporcionarnos una buena movilidad. Mi idea es desplegar la sección, o incluso equipos individuales, de modo puramente temporal y devolverlos a la reserva lo antes posible, aunque cuando algo falle tendremos que improvisar sobre la marcha. Sin embargo, el cuarto pelotón se mantendrá intacto y concentrado mientras sea factible, para enfrentarse a las penetraciones. El mayor Isvarian también me ha dicho que la APN puede proporcionarnos transporte, tanto para llegar a los puntos calientes como para devolver a los marines a la reserva una vez hayamos acabado con el problema.

Se detuvo de nuevo, ladeando la cabeza como si reconsiderara todo lo que había dicho, y asintió.

—Incluso en las mejores condiciones posibles, capitana, vamos a estar muy dispersos. Por otro lado, nuestras comunicaciones deberían ser infinitamente superiores a las del enemigo, igual que nuestra capacidad sensora y nuestra potencia de fuego individual. El mayor Isvarian y yo hemos estudiado las capacidades conocidas de los nuevos fusiles de los nativos, y creemos que nuestra gente debería ser capaz de vencer a un único grupo de enemigos con relativa rapidez incluso si es considerablemente superada en número. Nuestro mayor miedo es tener que enfrentarnos a numerosas incursiones, reducidas pero simultáneas, que desbordaran nuestras fuerzas y permitieran que algunos atacantes lograran entrar sin que nadie se enfrentara a ellos. Esta posibilidad resulta más grave en las áreas relativamente urbanizadas del Delta. Allí nuestras líneas de visión serán mucho más reducidas que en campo abierto, y lo mismo se aplica a nuestro alcance de combate y distancia de fuego. Por eso me interesa tanto disponer de los exploradores, y es también la razón por la que deliberadamente he dispersado tanto a nuestros hombres; para permitirnos un tiempo de respuesta menor ante cualquier amenaza.

—Comprendo, mayor —dijo Honor, impresionada para sus adentros por la diferencia entre lo que acababa de escuchar y el despreocupado y displicente menosprecio original que había expresado Papadapolous por las dificultades de la misión.

—En ese caso, señora —dijo el marine pulsando unos mandos en el terminal—, permítame mostrarle la red inicial de despliegue que hemos diseñado el mayor Isvarian y yo. —Por encima de la mesa de conferencias cobró vida un holo a gran escala de los enclaves y de la zona del Delta que los rodeaba—. Como puede ver, capitana, colocaremos nuestros primeros exploradores aquí, a lo largo del afluente de río Arena. Después pondremos otro elemento aquí y otro aquí. Tras eso…

Honor se recostó y observó el holo llenarse de códigos luminosos, mientras Papadapolous, con ayuda ocasional de Isvarian, detallaba su plan. Ella era una oficial de la Armada, no una infante de marina, pero aun así le parecía bastante impresionante. Y lo que era más importante, Isvarian parecía completamente satisfecho con él, por lo que se contentó con poner cara de enterarse de todo y tratar de asentir cuando resultaba adecuado. Pero mientras escuchaba, algo le rondaba por la cabeza. No pudo concretar qué era hasta que Papadapolous terminó y se volvió hacia ella expectante, con el gran holo brillando tras él.

—Muy impresionante, mayor —dijo Honor entonces—. Me da la sensación de que ha dedicado mucho esfuerzo a maximizar sus propias capacidades y limitar a la vez las de sus enemigos. ¿Le importa si hago algunas preguntas?

—Por supuesto que no, capitana.

—Gracias. Primero, ¿han discutido ya usted y el mayor Isvarian esto con alguien de tierra?

Papadapolous miró a Isvarian y el mayor de la APN respondió por él.

—Hemos hablado con mis dos hombres de campo de mayor antigüedad, con la dama Estelle y con George Fremont, su adjunto. Eso es todo, capitana.

—Ya veo. ¿Y podría decirme cuánta preparación previa y qué información necesitará su gente para que esto funcione, mayor Isvarian?

—Al menos una semana para lograr este nivel de integración. De hecho, me gustaría disponer al menos de diez días.

—Ya veo —repitió Honor, al tiempo que se odiaba por la pregunta que debía hacer a continuación—. ¿Y ha determinado ya cómo los operadores de ese laboratorio de drogas supieron que se aproximaba su asalto, mayor Isvarian?

El rostro del hombre dé la APN se tensó, y Honor supo que justo en ese momento había descubierto adonde quería llegar ella. Pero Isvarian se obligó a responder con voz serena.

—No, señora.

—Entonces lamento mucho decir, caballeros, que tenemos un problema —dijo con tranquilidad.

—¿Un problema, capitana? —Papadapolous parecía extrañado y Honor se giró hacia él, pero Isvarian levantó la mano.

—¿Puedo hacerlo yo, capitana? —preguntó vehemente, y Papadapolous lo miró desde el otro lado de la mesa cuando Honor asintió.

—La cagamos, Nikos —suspiró Isvarian—. Para ser más específico, yo la he cagado. Tenemos allí abajo un problema de seguridad.

—No lo entiendo, señor —Papadapolous volvió a mirar a Honor—. ¿Capitana? ¿Cómo puede afectar de modo práctico a nuestras operaciones cualquier cosa que sepan los medusinos sobre nosotros? Sin duda el salto tecnológico es demasiado grande para que puedan darse cuenta de la amenaza que representan nuestras, armas.

—En lo que se refiere a los nativos, probablemente esté usted en lo cierto —dijo Honor—. Pero tenemos buenas razones para creer que las armas por las que estamos tan preocupados fueron suministradas por extraplanetarios, y esos mismos extraplanetarios parecen tener fuentes de información dentro de la APN, o, lo que en mi opinión resulta más probable, dentro de la estructura de apoyo civil de la APN. En cualquiera de estos casos, un despliegue previo de su gente los alertaría de lo que estamos preparando.

—Comprendo eso, señora —dijo Papadapolous frunciendo el ceno— pero me temo que aún no capto con exactitud lo que quiere decir. ¿No serviría precisamente esa información de elemento disuasorio ante cualquier operación abierta?

—El problema es que no sabemos qué es en realidad lo que buscan, Nikos —respondió Isvarian—. Sé que la dama Estelle piensa que es por algo más que el dinero, y parece que la capitana Harrington está de acuerdo —se encogió de hombros—. Si las dos piensan eso, yo desde luego no estoy preparado para discutir con ellas. Pero eso significa que enterarse de lo que pensamos hacer no tiene por qué disuadirlos en absoluto y si deciden seguir adelante, les dará la oportunidad de ajustar sus planes en consonancia.

—¿Pero con qué resultado? —preguntó Papadapolous.

—No podemos saberlo —intervino Honor antes de que Isvarian pudiera responder. Se mordió un labio durante unos instantes, peguntándose hasta dónde debía preocupar al marine. Claramente, Papadapolous se concentraba (como era su deber) en el problema táctico al que enfrentaba. También resultaba obvio que no estaba al tanto de las maniobras que tenían lugar tras el telón para pararle los pies al Intrépido (y a Honor). O, al menos, de, cómo podía afectar eso a sus planes.

—Una posibilidad es que logremos asustarlos y que se oculten —dijo por fin, escogiendo, con cuidado las palabras—, parece presumible que estén metidos en algo bastante complicado, y lo que hemos visto hasta ahora sin duda apunta a planes a muy largo plazo. Aunque nuestro objetivo inmediato, debe ser evitar muertes y limitar los daños, una disuasión demasiado eficaz podría perjudicar nuestra meta de detenerles definitivamente, ya que no podremos hacer nada para descarrilar sus intenciones finales hasta que salgan a la luz y traten de alcanzarlas.

Comenzó a añadir algo más sobre sus propias posibles limitaciones de tiempo, pero decidió que no era lo más apropiado.

Papadapolous la contempló con expresión atenta. Parecía darse cuenta de que había algo más que ella no había mencionado, pero ya había dicho lo suficiente para darle mucho en qué pensar.

—Ya veo —dijo tras unos instantes. Contempló su holo con ojos pensativos y después volvió a dirigirse a Honor—. ¿Querría hacer alguna sugerencia, señora?

—Solo una —respondió ella, girándose hacia McKeon—. Acabamos de decidir que podemos reducir los vuelos de inspección. ¿Podríamos usar solo las lanzaderas de abordaje?

—No veo ninguna razón en contra —dijo McKeon tras pensarlo unos momentos—. Al fin y al cabo, eso es precisamente para lo que se diseñaron.

—En ese caso, quiero que las tres pinazas sean reasignadas desde el Complejo Gubernativo al Intrépido —le dijo Honor a Isvarian—. Con las tres disponibles, podremos desembarcar toda la fuerza del mayor Papadapolous en una sola maniobra.

—Y mientras tanto, retenerlos a bordo de la nave sin desvelar los planes de nuestro despliegue —dijo Isvarian asintiendo.

—Precisamente. ¿Mayor?

—Bueno… —Papadapolous no parecía ser consciente de haber dicho eso, y contempló su visualización arrugando la frente. Honor casi podía ver cómo los pensamientos le pasaban por la cabeza. Comenzó a hablar de nuevo, tan solo para volverá detenerse y asentir lentamente—. Va a ser más lioso, señora —advirtió—. Y con toda mi gente aquí arriba, va a haber muchas más posibilidades de que lleguemos tarde a un incidente o la pifiemos en la coordinación y dejemos que alguien se cuele en los enclaves. Eso es lo que más me preocupa, pero tampoco podremos integrar mis escuadrones con las formaciones de la APN sin el tiempo necesario para entrenarse en coordinación con sus unidades superiores, por lo que vamos a perder un montón de flexibilidad y de capacidad de respuesta una vez estemos ahí abajo. Aun así, probablemente podamos solucionarlo. Se acarició el mentón contemplando el holo, y se volvió hacia Isvarian.

—¿Podría permanecer a bordo otro día o así, señor? Tendremos que replantear todo el plan operativo, y apreciaría mucho su ayuda.

—Estaré encantado, Nikos —Isvarian se levantó para unirse a él en el estudio del holo—. Y no estoy seguro de que perdamos tanta flexibilidad como crees. Todavía podemos planear las posiciones iniciales de mi gente para que encajen con vuestros posibles despliegues, y quizá deberíamos usar el primer y el segundo pelotón como fuerzas de reacción rápida en escuadrones, en vez de buscar una integración unidad a unidad.

—En eso estaba pensando —coincidió Papadapolous—. Y entonces… —se interrumpió y se dirigió a Honor con un gesta de disculpa—. Lo siento, capitana. El mayor y yo podremos dedicarnos a los detalles por nuestra cuenta. Trataré de presentarle un plan preliminar al final del día.

—Eso estaría bien, mayor —respondió Honor. Se levantó y les sonrió a él y a Isvarian—. Sigo impresionada, caballeros, y tengo confianza absoluta en que su solución definitiva funcionará igual de bien.

Les dedicó otra sonrisa e hizo un gesto a McKeon. Ella y el primer, oficial abandonaron la sala de reuniones y, mientras, se cerraba la escotilla, Honor pudo ver a los dos oficiales que dejaban atrás inclinados sobre el holo, cerca el uno del otro en animada conversación.