22
Los gruesos copos de nieve caían como fantasmas silenciosos y alados en la serena noche subártica que se extendía más allá de la ventana. Hamish Alexander los contemplaba a través del grueso plástico de doble hoja y sintió en su espalda la acogedora calidez del fuego. Su estudio estaba situado en la parte más antigua de Haven Albo, la cada vez más extensa residencia familiar de los Alexander, y los muros de piedra nativa tenían más de dos metros de grosor. A diferencia de otros productos, la roca resultaba abundante cuando se construyó Haven Albo y, con la espesura suficiente, funcionaba igual de bien que cualquier otro aislamiento extraplanetario más complejo.
Regresó junto a la enorme chimenea y echó otro leño. Lo colocó bien con el atizador, poniendo la madera de cicuta nativa (que, de hecho, guardaba muy poca semejanza con el árbol del la Vieja Tierra del mismo nombre[14]) sobre el lecho de carbón. Después se incorporó y volvió a dejar el atizador en su gancho al tiempo que miraba de nuevo el reloj de pared. Eran las doce pasadas, ya muy avanzada la «hora» de medianoche de solo veintisiete minutos, llamada oficialmente Compensadora, que ajustaba el día de 22,45 horas de Mantícora para poder usar las unidades de tiempo estándares. Frunció de nuevo el ceño. Incluso teniendo en cuenta la diferencia de zonas horarias, no era normal que su hermano quisiera tenerlo en pantalla tan tarde, e incluso era más raro, siendo él, que especificara la hora exacta a la que llamaría.
La terminal de comunicaciones de su escritorio pitó como para subrayar sus pensamientos, y Hamish se dirigió rápidamente a responder. Se sentó en el enorme sillón acolchado que había encargado su bisabuelo a los artesanos del Sistema Sándalo, más de un siglo-T atrás, y marcó para aceptar la llamada. La pantalla se encendió mostrando el rostro de su hermano menor.
—Hola, Hamish —dijo el Honorable William MacLeish Alexander.
—Hola, Willie —Alexander echó hacia atrás la silla y cruzó las piernas—. ¿A qué debo este placer?
—A tu comandante Harrington —replicó William, yendo al grano incluso más rápido que de costumbre.
—¿Mí comandante Harrington? —Alexander arqueó ambas cejas y William hizo una mueca desde la pantalla.
—¡No adoptes ese tono de sorpresa conmigo, Hamish! Ya te has relamido bastante con lo que ha estado haciendo.
—«Relamerse» es una palabra tan poco elegante… —protestó Alexander antes de sonreír—. Aun así, supongo que he aludido una o dos veces a sus logros.
—Normalmente, del modo más rudo posible y cuando había un liberal o un progresista cerca —añadió William.
—Un rasgo familiar. Pero ¿qué era lo que querías decirme sobre ella?
—En realidad estoy actuando en un papel parecido al de emisario en nombre de mi estimado primer ministro. —Las palabras de William seguían siendo superficiales, pero en su voz había cierto tono de gravedad—. ¿Estabas al tanto de que Klaus Hauptman fue en persona para intimidarla de modo que diera marcha atrás?
—No, no lo sabía. —Alexander no hizo ningún esfuerzo por ocultar su disgusto—. Supongo que debería habérmelo esperado, aunque dudo que haya tenido éxito.
—No, no lo ha tenido, pero me gustaría saber por qué pareces estar tan seguro de que iba a ser así.
—Si Harrington fuera del tipo de personas que se echan atrás, ya lo hubiese hecho. Además, he estado ojeando de manera bastante regular los informes de Jim Webster. No podría hacer todo lo que hace ni levantar tanta polvareda si fuese estúpida o si no tuviera pensada toda la operación de antemano. Eso significa que ha debido de tener en cuenta las posibles reacciones a las que se iba a enfrentar antes de decidir seguir adelante e internarse en ese campo de minas.
—«Campo de minas» es una expresión realmente adecuada —reconoció William con repentina y profunda seriedad—, y si se hubiera echado atrás, podría haber hecho estallar algo más que su carrera.
Alexander no dijo nada, pero la pregunta estaba en sus ojos y su hermano se encogió de hombros.
—Antes de partir, Hauptman apretó todos los botones que tenía a su disposición en Aterrizaje. No hizo muchos progresos con el duque, pero desde luego mareó bastante a Janacek. Y además se cobró sus favores con la condesa Marisa y los Hombres Nuevos de Sheridan Wallace. Creo que hemos subestimado las contribuciones que ha estado haciendo a los fondos de ciertos partidos, incluyendo a los Hombres Nuevos, pero el caso es que decididamente tiene a los liberales más atrapados de lo que pensábamos. Marisa no puede ceder (de forma oficial) ni un centímetro sin romper con el Gobierno y perder su puesto de Ministra de Asuntos Medusinos. No va a hacer eso, pero está muy claro que ella y Wallace estaban decididos a cargar contra toda la gestión de la Armada de la Estación Basilisco. Si Harrington se hubiera venido abajo en ese momento, habrían podido declarar que la Armada, a través de ella, había hecho el idiota y convertido al Reino en un hazmerreír galáctico, creando primero incidentes interestelares con nuestros vecinos y después demostrando su indecisión, al dejar de lado sus responsabilidades ante la presión.
Alexander bufó despectivo y su hermano esbozó una sonrisa glacial.
—Por supuesto todo habría sido pura palabrería. En ningún momento han protestado por la situación de la Estación Basilisco, y saltar sobre Harrington por devolverle el status quo al mismo tiempo que la critican en primer lugar por haber cambiado ese status quo, sería tan estúpido como ilógico. Por otro lado, los liberales nunca han destacado por la lógica con la que se refieren a Basilisco, ¿no es cierto? Y si hubiesen hablado lo bastante rápido y fuerte, probablemente hubieran logrado generar la confusión necesaria (sobre todo entre los pares y diputados no alineados, que probablemente hubiesen visto cualquier retirada de Harrington como una bofetada al prestigio del Reino) para conseguir poner al menos una moción sobre la mesa destinada a revocar la anexión.
—Como que eso les iba a hacer mucho bien —gruñó Alexander.
—Depende de cómo lo hicieran, Hamish —le advirtió William sobriamente—, y a quién tuvieran para apoyarlos. Por ejemplo, parece que Altas Cumbres estaba dispuesta a apoyar al menos sus primeros movimientos.
—¿Altas Cumbres está dispuesta a juntarse con Marisa y Wallace? Eso sí que es un cambio —observó Alexander.
—Y uno que no presagia nada bueno para el apoyo de la Asociación Conservadora hacia el duque —añadió William—. Supongo que ha sido por Janacek y por Hollow del Norte más que ninguna otra cosa. Harrington está haciendo que ese estúpido de Young (y, por extensión, el propio Janacek) parezca peor cada día: Pero la clave es que todos los partidos de la oposición han estado atosigando a sus miembros, preparándose para un movimiento serió después de que Hauptman forzara a Harrington a retroceder, y Wallace iba a hacer de sicario. Llegó hasta el punto de poner su nombre y «el estado de la situación en la Estación Basilisco» en la lista de las Preguntas Oficiales del mes que viene.
—¡Oh, no! —Alexander sacudió la cabeza con una pequeña sonrisa. La lista de Preguntas Oficiales daba a la oposición un modo de obligar al gobierno a permitir discusiones abiertas (y generalmente partidistas) sobre temas que este prefería evitar. El primer ministro solo podía negarse a contestar una Pregunta Oficial si certificaba, con el respaldo de la Corona y del Presidente del Tribunal de la Reina, que la respuesta podía poner en riesgo la seguridad del Reino. Incluso entonces, el Gobierno no tenía más elección que permitir que algunos miembros individuales del Parlamento debatieran la cuestionen una reunión secreta. En potencia, eso convertía a la lista en un arma parlamentaria extremadamente eficaz, pero era un arma de doble filo, puesto que resultaba difícil escoger el momento exacto. Como ahora. Bajo la parte no escrita de la tradición constitucional manticoriana, no se podía retirar una Pregunta, ni siquiera por parte de su autor, una vez estaba en la lista.
—Torpe, torpe —murmuró pensativo.
—Totalmente. Y como ya no puede retirarla, Harrington nos ha dado el ariete perfecto para acabar con las enmiendas al Acta de Anexión original. Pero eso solo será posible si sigue siendo oficial al mando de la estación cuando se debata la Pregunta.
—Bueno, ten por seguro que Jim no planea quitarla de allí. Y Janacek no puede, si Jim y Lucien Cortez se mantienen firmes. Y creo que lo harán.
—¿Y si Young vuelve a la estación?
—Bueno, ese —admitió Alexander— es un tema más peliagudo. Jim y Lucien no pueden impedirle que vuelva, del mismo modo que Janacek no puede relevar a Harrington. No, salvo que quieran salir a campo abierto y declarar la guerra a los conservadores. Y si al final esto se reduce a un enfrentamiento entre ellos y el Primer Lord, van a perder. Tienen que perder, o todo el concepto del control civil del ejército se convertiría en papel mojado.
—Eso me temía —suspiró William—. Nuestros espías en el bando enemigo sugieren que Altas Cumbres está apretando las tuercas a Hollow del Norte para «sugerirle» que su hijo coja el toro por los cuernos y regrese, sin su nave si es necesario.
—No funcionaría —dijo Alexander firmemente—. En cierto sentido, era oficial al mando de Basilisco solo porque su nave fue asignada allí y él marchó con ella.
—¿A qué te refieres? —William parecía intrigado, y la sonrisa que le devolvió su hermano resultó socarrona.
—Ese siempre ha sido uno de los problemas del destacamento, Willie. Verás, oficialmente no existe una «Estación Basilisco» que gobernar (no en el sentido en el que hay un Distrito de la Flota en Mantícora o un Distrito de la Flota en Grifo), gracias al Acta de Anexión y a la propia política de Janacek. Eso quiere decir que el oficial al mando del pelotón no está en la misma situación que, digamos, un comandante de escuadrón. En el caso de un escuadrón o de una estación o distrito oficial, el oficial al mando es responsable de todas las operaciones en el área que se le ha asignado y de todas las naves destinadas en la misma. Pero gracias al batiburrillo que tenemos montado en Basilisco, no hay ningún área de mando especificada formalmente, y la responsabilidad principal de Young era la de actuar como capitán de su propio crucero pesado. Lo que lo convertía en comandante del destacamento era simplemente el hecho de ser el oficial de la RAM más antiguo presente. O, dicho de otro modo, el Brujo es su «área de mando» y su autoridad más allá del casco de la nave viene marcada por su posición física en cada momento, y funciona de modo estricto caso por caso. Por supuesto, si desde el primer momento hubiese dejado marchar al Brujo para instalarse en el Intrépido, el Almirantazgo no habría tenido nada que objetar. En realidad, es lo que tendría que haber hecho. Pero cuando «delegó» el puesto de modo oficial en Harrington y quitó su nave del destacamento, se privó de forma unilateral de cualquier responsabilidad o autoridad sobre la Estación Basilisco hasta que se completasen las reparaciones. Técnicamente no puede regresar sin el Brujo, puesto que hacerlo supondría abandonar su puesto, a no ser que Lucien le entregue órdenes en ese sentido. Francamente, no veo a Lucien haciendo algo así y, desde luego, estoy convencido de que Jim se iba a volver de repente muy remilgado con los reglamentos si Young tratara de retomar el mando sin el Brujo.
—Pero ¿cuánto le falta para poder sacar al Brujo de los astilleros? —preguntó William nervioso—. ¿Logrará regresar allí con su nave antes de que se trate la Pregunta de Wallace?
—Quizá. —Alexander se recostó en la silla y tamborileó en el escritorio con los dedos de ambas manos. Reflexionó durante varios segundos y sacudió la cabeza—. Puede que al final lo consiga.
—Muy bien. —William respiró profundamente—. Por supuesto, entiendes que esto tiene que ser por completo extraoficial, Hamish. —Alexander asintió, suponiéndose ya lo que iba a venir a continuación—. El duque me ha pedido que te comunique que el Gobierno de Su Majestad encontraría muy conveniente qué lord Pavel Young no llegase a la Estación Basilisco durante el próximo mes.
—Comprendido, Willie. —Alexander miró a su hermano durante unos segundos más y se encogió de hombros—. Veré lo que puedo hacer… extraoficialmente, por supuesto.
—Gracias, Hamish, te lo agradecemos.
—Todo por una buena causa, Willie —dijo Alexander—. Ya nos veremos.
Su hermano asintió y Alexander cortó la comunicación. Siguió sentado, pensativo durante unos instantes, y después tecleó un número codificado en el comunicador. La pantalla mostró un mensaje de «ESPERE» que finalmente desapareció para mostrar a un adormilado James Webster.
—¿Quién…? ¡Oh, por el amor de Dios, Hamish! ¿No puedes dejar dormir a un pobre trabajador?
—Me temo que no. Acabo de hablar con Willie y tiene un trabajito para nosotros.
Alexander describió de forma somera la conversación que había mantenido con su hermano, en unas pocas frases cortas, y los ojos de Webster se abrieron del todo al abandonarlo los últimos vestigios de sueño.
—No piden casi nada, ¿eh? —preguntó sardónico cuando Alexander concluyó.
—No más que nosotros. Esto parece la oportunidad perfecta para pillar a la oposición con los pantalones bajados, Jim. Por lo que me ha contado Willie en otras ocasiones, una mayoría bastante amplia de los Lores se siente impresionada por los logros de Harrington y apoyará al gobierno, y ya disponemos de una firme mayoría entre los Comunes. Si Wallace tiene que hacer su Pregunta mientras ella aún es la oficial al mando, el gobierno podrá responder apoyándose en sus métodos, no en los de Young, y hacerla parecer exactamente como lo qué es, una oficial decidida cumpliendo las responsabilidades de la Armada por primera vez en veinte años. Y podrá afirmar que lo que se necesita es asegurarse de que «otros oficiales» estén en posición de lograr lo mismo en el futuro. Si eso sucede, podremos convertir de verdad la Estación Basilisco en algo que funcione, en vez de ser esa pesadilla inconsistente. Harrington ya ha hecho su parte, todo lo que nos toca a nosotros es mantener a Young aquí en Mantícora y lejos de ella durante un poco más de tiempo.
—Hamish, soy el primero en reconocer qué soñaba con una oportunidad como esta, pero ¿cómo propones que lo llevemos a cabo? Puedo asegurarte que Lucien no le dará permiso para abandonar su nave y que yo no lo dejaré volver sin ella, pero el Brujo no puede estar tan lejos de completar sus reparaciones.
—Estoy de acuerdo. Pero ya sabes, Jim, que hasta los mejores equipos de reparación pueden meter la pata de vez en cuando.
—No creo que esto sea algo de lo que debiera enterarse el Primer Lord del Espacio.
—En ese caso, no se lo cuentes. —Alexander esbozó una sonrisa espontánea y juvenil—. No me digas que nunca te has olvidado de comentarle alguna cosilla a tu alter ego oficial.
—Es posible que haya ocurrido de vez en cuando —reconoció Webster—. ¿Qué es lo que no me voy a decir esta vez?
—Creo que voy a ir arriba y tener una pequeña conversación con Craig. ¿Puedo decirle que cuento con tu bendición (extraoficialmente, por supuesto)?
—Mi bendición extraoficial pero ferviente —concedió Webster:
—Bien. Gracias, Jim. Lamento haberte sacado de la cama.
—No te preocupes por eso. Simplemente ve y haz un buen papel con Craig.
—Oh, lo haré —aseguró Alexander con una sonrisa—. Lo haré.
El vicealmirante de los Rojos sir Craig Warner, oficial al mando de la Estación Espacial de Su Majestad Hefestos, hizo un hueco en su programa para recibir personalmente él yate privado. Tiempo atrás, más atrás de lo qué le gustaba recordar, un muy joven comandante Warner se había visto envuelto en un duelo a causa de un insulto lanzado por un borracho sobre el buen nombre de una dama. Su capitán en aquel momento, un noble de buena cuna, desaprobaba fuertemente la práctica de los duelos/pero cuando se le explicaron las circunstancias y la naturaleza explícita del insultó, sorprendió al comandante Warner ofreciéndose para actuar como su testigo. La dama en cuestión estaba ahora casada con el vicealmirante Warner y era madre de sus cuatro hijos, y su capitán por aquel entonces se había convertido en un amigo muy íntimo, padrino de su hijo mayor. Así que cuando Hamish Alexander le pidió unas horas de su tiempo, Warner estuvo encantado de acceder.
El yate Completó su maniobra de atraque y Warner salió hasta el tubo de acceso para recibir a su visitante. Se trataba de una visita extraoficial y Alexander llevaba ropa de civil (estaba en media paga desde la primera semana en que sir Edward Janacek tomó el mando del Almirantazgo), así que no los molestaron las fórmulas de cortesía.
—Me alegro de volver a verte, Craig —dijo Alexander estrechando firmemente su mano—. ¿Preparándote para volver a tener un verdadero mando en el espacio?
—También son útiles los que permanecen anclados y sueldan —replicó Warner solemne—. Por otro lado, he oído algo acerca de un escuadrón de batalla que necesita un buen oficial superior.
—¿En serio? —Sonrió Alexander—. ¿Cuándo?
—Por desgracia, me quedan antes otros siete meses aquí. DepNaves[15] me aprecia más de lo que a mí me gustaría.
—Eso es porque eres condenadamente eficiente —lo halagó Alexander mientras se dirigían a las cápsulas personales.
—Cierto, muy cierto. Pero ¿qué puedo hacer por ti, Hamish? ¿Quieres dar una vuelta por mi pequeño taller?
—Puede que más tarde. De hecho, estoy seguro de que lo haré. Pero primero necesito hablarte al oído durante unos minutos, en privado.
Warner dirigió a su superior una mirada muy inquisitiva, pero después se encogió de hombros y le indicó que pasara a la cápsula.
—En ese caso, hagamos que esto nos lleve a mi despacho —sugirió mientras pulsaba los botones, y Alexander asintió.
La cápsula los depositó en una terminal a menos de cincuenta metros del despacho de Warner, y los dos almirantes recorrieron el pasillo uno al lado del otro, charlando amistosa e inocentemente. La edecán y el asistente personal de Warner lo estaban esperando, pero su jefe los alejó y cerró firmemente la escotilla tras ellos. Después indicó a Alexander una cómoda silla, sirvió bebidas y él mismo se sentó detrás de su mesa.
—Y ahora —dijo—, ¿de qué va esta «visita extraoficial», Hamish?
—De la Estación Basilisco —replicó Alexander, provocando que Warner parpadeara sorprendido—. Siendo más específico, va sobre la posibilidad de conseguir al fin tener manos libres en ella. ¿Interesado?
—Mucho. Pero ¿qué pinto yo?
—Bueno, Craig, es algo así… —Alexander se echó para atrás y cruzó las piernas mientras resumía una vez más la conversación con su hermano. Warner lo escuchó atentamente, asintiendo ante cada punto, tras lo cual él también se recostó en la silla.
—¿Así que el almirante Webster y tú queréis que deje a Young en dique seco? —preguntó cuando Alexander terminó.
—Más o menos. Y, sobre todo, extraoficialmente. ¿Cómo lo ves? ¿Puedes hacerlo por nosotros?
—No lo sé, Hamish —Warner se tiró del labio mientras reflexionaba y se encogió de hombros—. Debo reconocer que ya he estado arrastrando los pies desde que empezaron a circular las noticias sobre las actividades de Harrington, solo para ver temblar a ese pequeño bastardo. No ha obtenido la prioridad de trabajo que cree que se merece, y está aquí un día sí y otro no para protestar por ello.
—¿Quiere eso decir que ya has agotado todos tus trucos?
—No lo sé… —Warner siguió pensando y se volvió hacia su terminal para consultar los informes de trabajo del Brujo. Frunció el ceño estudiándolos, silbando entre dientes de forma poco melodiosa mientras pasaba de una pantalla de datos a otra. Alexander se vio obligado a recurrir a toda la paciencia de la que era capaz.
—¡Ah, mira! —murmuró Warner tras varios minutos—. Esto es interesante.
—¿El qué?
—Cuando el Brujo llegó aquí, Young quería un repaso general de sus sintonizadores delanteros de Warshawski. De hecho, fue bastante pesado con el tema, pero como ya sabes, DepNaves (lo que en este caso quiere decir yo) tiene que autorizar previamente una labor de tal envergadura. —Alzó la mirada con una mueca malévola y Alexander le devolvió la sonrisa con ojos alegres.
—¿Y cuál fue su decisión, almirante Warner?
—No tomé ninguna, almirante Alexander. Por lo que puedo ver aquí, a los sintonizadores que tiene aún les quedan de ocho a diez meses más de hiperespacio antes de acercarse siquiera al reemplazo obligatorio por desgaste. Me negué a darle una respuesta clara, más que nada para ser un grano en su arrogante culo, pero dudo que en circunstancias normales pudiera autorizarlo, quedándoles aún tanto tiempo a los componentes.
—Ah, pero ¿en estas circunstancias?
—Bueno, creo que podré estar del buen ánimo necesario para aprobar la tarea, al fin y al cabo —dijo Warner con generosidad.
—¡Estupendo! ¿Pero crees que tragará? Antes me has dicho que había acudido a tu despacho para tratar de que te dieras prisa.
—Oh, muy cierto, y estoy casi seguro de que dirá «no, gracias» si le hago una oferta a estas alturas. Pero hay otras maneras, Hamish. Hay otras maneras.
—¿Como cuáles?
—Bueno… —Warner apagó el terminal y volvió con su amigo—. Creo que el primer paso será guardarme la buena nueva de que he decidido autorizar su petición hasta el final de esta guardia. Young pasa un montón de tiempo en tierra, frecuentando los locales nocturnos de Aterrizaje mientras el comandante Tankersley, su segundo, se encarga de todo el trabajo (por cierto, de todas formas no se aguantan) y, mientras va de bar en bar, deja su comunicador en casa y permite que su servicio de mensajes se encargue de todas las llamadas. Así que si le damos tiempo para largarse y autorizamos entonces la obra, dispondremos de toda una guardia y media, diez horas como mínimo, para ponernos en marcha antes de que regrese. Supongo que podremos tener sus velas de Warshawski extendidas por toda la grada antes de que se entere de que algo está pasando.
—¿Y Tankersley no se olerá a gato encerrado y lo avisará?
—Como te he comentado, no existe ningún aprecio entre ambos. Tankersley es un tipo bastante decente. Y no creo que el intento de Young por hundir a Harrington le haya sentado muy bien. No se puede ser primer oficial de un hombre como Young sin acabar comprendiendo exactamente lo inútil que es. En estas circunstancias, no creo que Young le haya explicado tampoco sus verdaderos motivos, por lo que, si Tankersley quiere, puede hacerse el oficial sincero pero desinformado. Me imagino que buscará a Young, cierto, pero probablemente solo para dejarle un mensaje con su informe, y probablemente no le dará ni prioridad. —Warner tamborileo con suavidad en su mesa durante unos instantes y asintió para sí—. Aunque no nos vendrá mal jugar sobre seguro. Mi edecán no solo es guapa, sino también una joven muy brillante, y ha estado pasando parte de su tiempo libre con Tankersley. Esa es una de las razones por las que pienso que es un buen tipo; Cindy no perdería el tiempo con él si no lo fuera. ¿Crees que resultaría adecuado si le pido que le mencione que… que me sentiría agradecido si su siguiente informe de progreso a Young resulta poco explícito?
—No podemos implicar a Jim ni al Gobierno, Craig —le advirtió Alexander—. Si te equivocas con él, serás el que tenga que responder ante cualquier problema.
—No creo que me equivoque, y estoy perfectamente dispuesto a asumir el riesgo por algo así. Diablos, ¿quién necesita un escuadrón de batalla? Además, Carol preferiría tenerme en el planeta.
Warner habló a la ligera, aunque ambos sabían que la pérdida de su próximo mando o incluso pasar a mitad de paga no eran meras posibilidades, sino consecuencias casi seguras si algo de aquello llegaba a ser de conocimiento público. Sus ojos se encontraron por un instante, y después Warner sonrió.
—No te preocupes, Hamish, lo lograré. Y una vez tengamos abierto en canal el casco delantero del Brujo, te garantizo que no abandonará el dique durante al menos siete semanas. ¿Suficiente?
—Suficiente —reconoció Alexander—. Y gracias.
—No se merecen. Tampoco me gustó nunca su padre, y Carol va a estar encantada cuando se entere de esto. Hollow del Norte estaba por ella antes de que nos casáramos, ya sabes.
—No, no lo sabía. Aunque me preguntaba por qué eras tan propenso a detestar a su hijo.
—Demonios, esa vieja historia no tiene nada que ver con eso. Bueno, no demasiado. Ese pequeño lameculos ya es una desgracia para el uniforme por sí mismo.
Warner siguió sentado unos momentos, repasando mentalmente sus planes, luego asintió y se puso en pie.
—Bueno, eso es todo —dijo con franca satisfacción—… Y ahora, mientras espero para poner en marcha mi maléfico plan, ¿por qué no damos esa vuelta de la que hablamos? Así podremos terminar cenando en el comedor de oficiales antes de que te vuelvas a casa.
—Suena muy bien —reconoció Alexander, y los dos almirantes se dirigieron una vez más a la escotilla del despacho—. Por, cierto, ¿cómo están los niños? —preguntó mientras la atravesaban—. Vi a Carol la semana pasada, pero no tuvimos tiempo de hablar.
—Oh, están muy bien. Sandra acaba de llegar a comandante y parece que Bob va a intentarlo pronto con el CTA. Desde luego, Keith y Fred siguen en el colegio y ninguno de ellos parece interesado en la Armada, pero…
Se alejaron por el pasillo, charlando amigablemente.