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Aquel hombre bien vestido parecía fuera de lugar en la confortable silla acolchada del lujoso despacho y con ropas de civil, a pesar de la costosa manufactura de las mismas. Tenía una cara oscura y enjuta, el tipo de rostro que había sido entrenado para mostrar solo lo que su dueño quería que mostrara, y los ojos se le endurecieron mientras aceptaba el vaso enfriado y le daba un sorbo. El hielo tintineó como música quebradiza cuando volvió a dejar el vaso, mientras su huésped se sentaba en otra silla delante de él y trataba de no parecer preocupado.

—Lamenté enterarme de su… problema imprevisto, Sr. Canning —la voz del visitante era profunda y bien modulada, casi amable, pero su huésped se agitó—. Confío —añadió el visitante— que no sea de una naturaleza tal que pueda interferir con el programa previsto.

Wallace Canning, el cónsul de la República Popular de Haven en el planeta Medusa, sintió que el sudor le perlaba la frente. Puede que su invitado llevase ropas civiles, pero cada vez que lo miraba veía el uniforme que debería estar vistiendo: el uniforme verde y gris de contraalmirante de la Armada Popular, con el reloj de arena y la espada de la Inteligencia Naval.

—No lo sabría decir con seguridad —respondió al fin, escogiendo con cuidado sus palabras—. Todo está demasiado en el aire e inestable. Hasta que sepamos cuál es el próximo paso que va a dar esa tal Harrington, lo más que podemos hacer es lanzar suposiciones y vigilar nuestras posibles vulnerabilidades.

—Ya veo. —Aquel almirante vestido con traje de negocios se recostó en la silla, dando vueltas a la bebida que tenía en la mano, atento al tintineo del hielo, y frunció los labios. Canning trató de no crisparse bajo su penetrante mirada.

»Me da la impresión —añadió el almirante unos instantes después— de que ha habido una ejecución descuidada por su parte, señor cónsul. Se nos aseguró que la situación estaba bajo control. De hecho, confiaba en que esta fuese una visita de rutina para recibir su informe final de que todo está listo, y ahora lo que escucho es que solo puede “hacer suposiciones” sobre los siguientes pasos de nuestros oponentes —negó con la cabeza—. Cualquier operación encubierta posee un riesgo intrínseco, pero hemos dedicado mucho tiempo a esta, y la Operación Odisea es demasiado, importante como para ir haciendo conjeturas o para que las operaciones de campo puedan zozobrar completamente por un único factor adicional.

—No se ha podido evitar y no es culpa de nadie, ni de aquí ni del campamento —dijo Canning, decidiendo escoger el papel de un hombre que defiende a sus subordinados y no a sí mismo—, y ese «único factor» al que usted se refiere era un auténtico imprevisto que nadie vio venir, ni aquí ni en Haven. No podíamos verlo venir, aún… señor, porque no había modo alguno de predecir que, después de tantos años, se asignaría a la Estación Basilisco a una lunática como esta.

—Soy Consciente de ello. De hecho, Sr. Canning, fui yo quien eligió la fecha inicial para la activación de Odisea cuando Pavel Young fue asignado aquí.

—Sí. Bien, las cosas estaban yendo exactamente de acuerdo con el plan hasta que apareció ella. Desde entonces… —Canning se interrumpió y se encogió de hombros, elevando una manó con la palma hacia arriba.

—Comprendo los cambios en las circunstancias, Sr. Canning. —El almirante habló con la paciencia de alguien que se dirige a un niño muy pequeño. Sus ojos eran engañosamente amables y el cónsul se enfureció por dentro, pero sabía qué era mejor no protestar.

»Además, a diferencia de usted, poseo un dossier sobre la comandante Harrington —prosiguió el almirante—. Lamento tener que decir que no es tan amplio cómo me gustaría. Corrió puede que ya sepa, InNav[12] rara vez prepara un expediente en profundidad de los que aún no han entrado en lista, a no ser que provengan de una familia especialmente destacada. Todo lo que tenemos sobre ella son los recortes habituales y sus datos públicos, pero solo eso ya basta para indicar que está hecha de una pasta completamente distinta de la de un cretino malcriado como Young. Y, en definitiva, me veo obligado a reconocer que Harrington no es precisamente el tipo de oficial que se podría esperar, de modo razonable, que fuese asignado por ese zoquete de Janacek al pequeño infierno personal que se ha montado aquí.

Canning se relajó una pizca, sólo para volver a tensarse en cuanto su invitado sonrió fríamente:

—Pero a pesar de eso, Sr. Canning, no puedo evitar llegar a la conclusión de que se ha tomado demasiado a la ligera la seguridad. Desde el principio parece haber confiado no en sus propias precauciones, sino casi exclusivamente en la ineficacia de la RAM. Cierto —ondeó condescendiente una mano—, esa ineficacia era parte de nuestro plan original, pero no debería haber contado con que continuase. En cuanto Harrington comenzó a alborotar las cosas, debería haber resultado evidente que los preparativos requerían una drástica reevaluación.

—Yo… —Canning se levantó y avanzó rápidamente hasta el mueble-bar. Se puso un Martini con manos temblorosas, tomó un trago y se volvió de nuevo hacia el almirante—. He tomado algunas precauciones, señor, aunque no lo crea. Reconozco que eran medidas de rutina y a largo plazo, y admito que fui lento en comprender lo que estaba ocurriendo y adaptarme a la presencia de Harrington. Pero llevo aquí más de seis años locales y este es el primer oficial manticoriano que se preocupa siquiera de comprobar que correspondan los manifiestos y los números de las latas.

—Si eso fuese todo lo que está haciendo, Sr. Canning, o incluso si se limitara a arrestar contrabandistas, estaría mucho menos preocupado —dijo su invitado con mortífera precisión—. Pero eso no es todo lo que hace, ¿verdad? Está apoyando activamente a Matsuko y a la APN. Ya solo la mano de obra que ha liberado de las tareas aduaneras y de control espacial constituye una seria amenaza a la seguridad del operativo. Cuando a eso le añadimos los vuelos de inspección que ha ordenado y lo que sus informadores nos están contando… —agitó tristemente la cabeza y Canning tomó otro largo trago de su bebida.

—No estamos del todo al descubierto, señor —dijo—. Sé que solo es cuestión de tiempo antes de que sus vuelos de reconocimiento den con la clave. Pero como ya he dicho, y a pesar de cualquier exceso de confianza por mi parte, disponemos de una cobertura de varios niveles preparada justamente para esta eventualidad. Y a pesar de sus actividades en el espacio, ni siquiera ha empezado a causar molestias al capitán Coglin. En cuanto al resto de sus actividades —añadió un poco más a la defensiva—, he hecho todo lo posible para lograr que la retiren. He cursado más de veinte protestas individuales y estoy utilizando mis contactos entre los líderes mercantes de otros planetas para generar más. El Almirantazgo Manticoriano tiene que estar notando la presión, en particular a la luz de las ramificaciones políticas.

—Ya me he enterado de las protestas, Sr, Canning. Pero aunque sin lugar a dudas está en lo cierto respecto a la presión que ejercen sobre su almirantazgo, ¿se ha planteado el hecho de que, con toda seguridad, también han proporcionado a sus superiores una amplia confirmación de que está haciendo algo que no nos gusta?

Canning se sonrojó y las primeras llamas de la rabia atravesaron lentamente su nerviosismo. Para el almirante resultaba muy fácil pasearse por allí después de que el mal estuviera hecho y criticarlo todo, pero ¿qué otra cosa esperaba de él? Maldita sea, las protestas eran la única arma ofensiva que tenía. Y, pensó resentido, si no las hubiera cursado, el almirante le estaría echando la bronca precisamente por ello.

—No merece la pena preocuparse por lo que ya está hecho —el almirante suspiró, colocó su vaso sobre una mesilla y se levantó—. En vez de eso, ¿por qué no me cuenta lo que está saliendo bien?

Se acercó al escritorio de Canning y se inclinó sobre el mapa desplegado sobre la mesa. Una carta en papel era menos detallada y mucho más difícil de manipular que un holomapa, pero a cambio nunca había entrado en la base de datos electrónicos del consulado. Y, a diferencia de un lector individual de holomapas, el mapa se podía enrollar y meter en una cámara acorazada con un sistema de seguridad de destrucción térmica. Esas consideraciones hacían que cualquier molestia adicional careciese de importancia.

El almirante frunció el ceño contemplando el mapa, siguiendo los rasgos del terreno con el dedo. A diferencia de la mayoría de sus contemporáneos en la Armada, él se sentía tan cómodo con los mapas planetarios como con las cartas estelares, puesto que su rama en particular (sin nombre específico) de la Inteligencia Naval tenía más relación con los caballos de Troya que con la guerra abierta. Señaló en el mapa y miró a Canning.

—El laboratorio está en esta meseta. ¿Posee una conexión directa con el colector orbital?

—No, señor. —Canning se acercó hasta el escritorio y logró esbozar su primera sonrisa de la entrevista—. Conecta a través de estaciones de tierra aquí y aquí —señaló dos picos montañosos en el Despoblado—, y la estación de tierra inicial ni siquiera se conecta con nuestro colector —se enfrentó a la inquisitiva mirada del almirante y su sonrisa se hizo casi burlona—. Hemos estado conectándonos al propio colector de reserva de la dama Estelle.

—¿Quiere decir que están obteniendo la energía de la red manticoriana?

—No, señor. Nunca entra en la red. Se trata de un colector secundario, que solo se usa si el principal se apaga por mantenimiento o avería. Aparte de las pruebas regulares de suministro, somos la única estación que toma energía de él. Incluso si descubrieran nuestra derivación, no sabrán quién la preparó, y tratar de descubrir cómo llegó allí podría dirigir su atención en una dirección muy… interesante.

—Ya veo. —El almirante asintió mostrando los primeros y tenues signos de aprobación—. Pero, por supuesto, si lo encuentran también descubrirán la estación de tierra a la que alimenta, ¿no es así?

—Sí, señor, lo harán, pero ahí es donde entra el plan de cobertura que mencioné. El coronel Westerfeldt está al cargo de la responsabilidad operacional de las acciones de campaña, y ha hecho un trabajo excelente ocultando nuestras pistas y difundiendo falsos rumores. De hecho, queremos que encuentren las estaciones de tierra (y el laboratorio) si buscan con la suficiente intensidad.

El almirante arqueó las cejas y Canning se vio sonriendo de modo casi natural mientras continuaba.

—Hemos preparado un laboratorio secundario que usa sus propios hidrogeneradores, y si encuentran este, no les dirá gran cosa… a no ser que capturen a parte de nuestro personal, por supuesto. Pero incluso si lo hacen, ninguno de los equipos ha sido fabricado en la República. De hecho, la mayoría fue construido por… podríamos decir que por cierto cártel mercante manticoriano. —Se detuvo y ahora fue turno del almirante sonreír ligeramente al comprenderlo—. Lo que es más importante, el hombre encargado de la seguridad y los técnicos que hay allí son también manticorianos, y no tienen ni idea de que trabajan para nosotros. Creen que lo hacen para un sindicato del crimen manticoriano. Hemos tenido que traer a algunos de los nuestros para operar el laboratorio de reserva si resultase necesario, pero incluso allí casi todos los equipos han sido manufacturados en Mantícora. Por último, hemos hecho que nuestros prescindibles chicos manticorianos mantengan una meticulosa serie de registros para sus ficticios patronos. Si la APN llega al laboratorio descubrirán los libros, que la gente que trabaja en el laboratorio cree genuinos y que señalan directamente en sentido contrario a nosotros.

—Ya veo —repitió el almirante. Su dedo dibujó patrones al azar en el mapa y su sonrisa desapareció mientras lo estudiaba. Entonces señaló a un punto muy al sur de la amplia meseta—. ¿Y la sede central?

—Completamente a salvo, señor —dijo Canning con confianza—. Está por completo bajo tierra y nunca ha existido ningún contacto directo entre ella y nuestras instalaciones de laboratorio, ni siquiera por aire. Todos los cargamentos son canalizados a través de esta zona de distribución —su dedo señaló un punto muy al oeste— y repartidos en tierra utilizando caravaneros zancudos. Además, el personal al servicio del coronel Westerfeldt fue escogido muy cuidadosamente por su falta de credibilidad, por si la APN lograra incluso llegar a ellos. A diferencia de nuestros técnicos del laboratorio de reserva, todos ellos son manticorianos con extensos historiales criminales, y ninguno sabe exactamente para quién trabaja el coronel.

—Como debe ser. —El almirante ladeó la cabeza y permitió que una sonrisa sincera, mucho más fuerte que la primera, aflorara a su rostro—. Puede que haya sido excesivamente pesimista, Sr. Canning. Parece haber dedicado mucho más a la seguridad de lo que yo había previsto.

—No ha sido mío todo el mérito —replicó Canning—. Como ya he dicho, el coronel Westerfeldt es nuestro hombre de campo aquí, y su propia gente ha creado una excelente cobertura para la presencia de Coglin. Y, por supuesto, el embajador Gowan ha coordinado la mayor parte de la operación desde Mantícora —ocultó una sonrisa de satisfacción mientras el almirante asentía. Gowan era un pez realmente gordo, un administrador de pensiones retirado con poderosos amigos en Haven. Nunca venía mal repartir el éxito (y cualquier posible culpa) sobre hombros más fuertes que los propios, e incluso la InNav se lo pensaría antes de enfrentarse a Gowan.

—Bien —dijo el almirante tras un momento, mientras regresaba a su silla para retomar la bebida. La ingirió pensativamente mientras contemplaba la noche a través de las ventanas del despacho, bajo la luz de los focos de los terrenos del consulado—. Entonces su seguridad de tierra está en mejor situación de lo que me había temido, pero eso aún deja al descubierto el flanco orbital, y ahí es donde esta Harrington puede hacernos más daño.

—Sí y no, señor. —Canning avanzó hasta ponerse al lado del almirante y mirar también hacia los terrenos—. Ya es demasiado tarde para que pueda interceptar ninguno de los envíos realmente vitales. Todo lo que necesitamos ya está aquí y en marcha, excepto la mekoha que aún estamos manufacturando, y cancelé los dos últimos envíos estelares por mi cuenta cuando comprendí lo que estaba sucediendo. Realmente preferiría tenerlos ya aquí, pero podemos vivir sin ellos, y permitir que los descubrieran en tránsito resultaría demasiado revelador. En cuanto a Coglin, debería estar completamente a salvo mientras no se mueva de su nave. Si no hay contacto con la superficie, Harrington no tendrá ni motivo ni justificación para entrometerse con él.

—Bien —el almirante sonaba decididamente menos hostil y Canning se permitió un poco más de relajación. Pero entonces el almirante volvió a apretar los labios—. Pero aun así, incluso si todo lo demás discurre a la perfección, la mera presencia del Intrépido en la órbita de Medusa podría hacer descarrilar toda la operación cuando llegue la hora. No me gusta lo íntimamente que está integrando Harrington sus propias operaciones con las de la APN. Tiene buena parte de una compañía de marines manticorianos ahí arriba, con el suficiente equipo de combate como para marcar la diferencia.

—Con el debido respeto, señor, creo que eso es poco probable. Tendrían que saber lo que se está cociendo y preparar con antelación planes de contingencia para poder afectar a la auténtica operación de cualquier modo factible. Oh, no niego que probablemente puedan limitar los daños, pero no veo ninguna manera posible de limitarlos tanto como para marcar la diferencia. Mientras no puedan detenerlo del todo seguiremos logrando nuestra brecha, y ni siquiera toda una compañía de marines ya situada en los enclaves podría lograrlo.

—Quizá. —El almirante se balanceó de puntillas un instante, recorriendo el borde del vaso con un dedo—. Y quizá no. ¿Qué tienen que decir sus fuentes en Mantícora sobre Young?

—Tiene su nave en el Hefestos y nuestra red es mucho más débil entre los militares, pero todas las indicaciones apuntan a que se da cuenta de que la ha cagado. Me da la impresión (pero, por supuesto, es solo una impresión) de que está haciendo todos los esfuerzos posibles para regresar antes de que Harrington le haga quedar aún peor.

—A cualquiera le resultaría difícil —observó el almirante con una cínica sonrisa— lograr que Pavel Young pareciera peor de lo que ya es.

Se balanceó en silencio durante unos segundos más y después asintió para sí mismo.

—Descubra cuánto tiempo va a estar ahí, Sr. Canning. No me cabe duda de que su primera acción en cuanto regrese aquí será enviar a Harrington tan lejos de Medusa como le permitan los límites de la Estación Basilisco, y preferiría sobremanera tenerlo a él en órbita cuando todo se desvele. Si ha de regresar en menos de… digamos un mes manticoriano o así… quiero que se retrase la operación hasta que vuelva.

—Eso puede resultar complicado —dijo Canning cautelosamente—. Ya tenemos casi todo en posición y nuestro chamán está preparado. No estoy seguro de que podamos mantenerlo bajo control durante tanto tiempo. Ya sabe que la verdadera hora H siempre ha estado un poco en el aire. Además, probablemente también haya un límite al tiempo en que Coglin puede permanecer sentado ahí arriba sin despertar las sospechas de alguien como Harrington.

—Tal vez. Pero, como digo, no quiero a Harrington cerca del planeta cuando todo salte por los aires. Si fuera posible me gustaría que estuviera a varias horas de distancia, lo suficientemente lejos para poder lograr la ventaja que necesitamos. En cuanto a Coglin, creo que su cobertura se mantendrá un tiempo más, y puedo arreglármelas para mantener nuestros demás recursos en posición durante tres o cuatro meses manticorianos si es necesario.

—Veré lo que puedo hacer, señor. —Canning aún parecía dubitativo, y el almirante sonrió.

—Estoy seguro de que lo hará, Sr. Canning, Y mientras tanto, yo veré lo que podemos hacer para… redirigir las energías de la comandante Harrington.

—Prácticamente he agotado las opciones diplomáticas —señaló Canning.

—No, señor cónsul. Ha agotado las opciones diplomáticas de Haven. —El almirante se giró para mirarlo con una amplia sonrisa y Canning; elevó las cejas.

—No veo muy claro adonde quiere llegar, señor.

—¡Oh, vamos! ¿Acaso no acaba de demostrarme lo bien que ha, trabajado para proporcionar a los manticorianos un culpable en su propia casa? Bueno, ¿de qué sirve un cebo si no lo usas?

—¿Se refiere…?

—Por supuesto, Sr. Canning —el almirante llegó a soltar una risa entre dientes—. Estoy convencido de que Harrington ha irritado a los cárteles mercantes manticorianos tanto como a nosotros. Por lo que nos ha contado de sus operaciones, ya les ha costado una millonada, y eso sin considerar la humillación que les ha debido de causar al atraparlos con las manos en la masa. Me parece que la mayoría está tan ansiosa como nosotros por verla fuera de combate, ¿no está de acuerdo?

—Sí —coincidió Canning con una lenta sonrisa—. Sí, me imagino que lo están. Pero por el mismo motivo, señor, ¿no parece probable que ya hayan presionado todo lo que puedan al Gobierno y al Almirantazgo?

—Posiblemente, pero estaba pensando en algo más directo que eso —dijo el almirante con tono desagradable— y, además, he estado estudiando nuestro dossier sobre la comandante Harrington desde que me enteré de la situación que teníamos aquí. Como he dicho, no es tan completo como me gustaría, pero ofrece alguna información que puede resultar muy útil. Por ejemplo, ¿sabía que tanto su padre como su madre son médicos? —Canning negó con la cabeza—. Bueno; pues lo son. De hecho, ambos son socios principales de la Asociación Médica Duvalier de Esfinge. Es una organización excelente, con una gran reputación en cirugía; genética y neural… y casualmente el setenta por ciento de las acciones públicas de Duvalier corresponden a Christy e Hijos que, a su vez, es una subsidiaria perteneciente por completo al Cártel Hauptman. —El almirante sonrió casi como si estuviera soñando—. Siempre supe que mantener un ojo sobre Hauptman acabaría resultando útil, incluso antes de que se preparase esta operación.

—Pero ¿Hauptman se ha dado cuenta de ello?

—Quizá todavía no, pero estoy convencido de que podemos hacerlo caer en la cuenta… discretamente, por supuesto. Pero en cualquier caso ya hemos llamado la atención de Hauptman sobre varios asuntos, ¿no es así?

—Sí, señor, lo hemos hecho —reconoció Canning. Arrugó la frente mientras consideraba los medios a su disposición—. Mi correo periódico al embajador Gowan tiene previsto salir mañana por la mañana —dijo pensativo.

—Una excelente sugerencia, Sr. Canning —el almirante asintió y alzó el vaso en un brindis—. Por la comandante Harrington, que muy pronto tenga otras cosas de las que preocuparse —murmuró.