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El marinero del Almirantazgo abrió la puerta del despacho, hizo una genuflexión hacia el alto y moreno almirante que la cruzó, y después la cerró tras él. El almirante de los Verdes lord Hamish Alexander avanzó, hasta los enormes ventanales y contempló desde ellos las deslumbrantes agujas y las torres de colores pastel de la ciudad de Aterrizaje, capital del Reino Estelar de Mantícora.

Las aguas de color azul oscuro de la bahía Jason, a todos los efectos y propósitos un mar interno de cientos de kilómetros de longitud, se extendían hasta el horizonte, al sur, refulgentes bajo la luz de Mantícora A. A pesar del aire acondicionado del despacho, podía sentir el calor radiante de ese sol sobre su cara a través del plástico aislante de las ventanas. La temperatura exterior era agradable, casi incómodamente cálida, porque él acababa de llegar desde su casa familiar en el Ducado del Alto Sligo y era invierno en el hemisferio norte de Mantícora. Pero, el aterrizaje estaba a menos de mil quinientos kilómetros por encima del ecuador, y el exuberante follaje se agitaba bajo la fresca brisa de la bahía salpicada de velas.

Se alejó de la ventana, juntando las manos tras la espalda, y contentes pió el despacho del Primer Lord del Espacio. La sala estaba recubierta de madera nativa de tonalidades claras, aunque eso no era la extravagancia que hubiese supuesto en uno de los mundos interiores, y había una chimenea en una esquina. Era funcional, no meramente ornamental, y eso pensó Alexander, sí’ era una extravagancia. El edificio del Almirantazgo tenía más de siglo y medio manticoriano y poco más de cien pisos de alto una pequeña y modesta estructura para la civilización de la antigravedad pero el tiro de ese hogar atravesaba treinta y pico plantas de pozos de ventilación y conductos del aire. Solo cabía maravillarse ante la tenaz insistencia de quien fuese que diseñó el edificio, en especial en un clima que requería el aire acondicionado mucho más a menudo que la calefacción.

Rió entre dientes y comprobó el reloj. El Primer Lord del Espacia llegaba tarde, lo cual no resultaba raro para un hombre con un programa tan apretado. Para distraerse, Alexander dio un paseo por el despacho que ya conocía, estudiando las maquetas de naves y de cuadros acrílicos y al óleo al viejo estilo, reconociendo los antiguos y fijándose en los nuevos añadidos.

Estaba admirando el detalle de una réplica de la Mantícora cuando detrás de él se abrió la puerta. Se giró y su arrugada cara se iluminó con una sonrisa cuando el almirante de la Flota sir James Bowie Webster la atravesó. El Primer Lord del Espacio tenía el mentón de los Webster. Sonrió y estrechó la mano de Alexander entre las suyas para sacudirla con fuerza.

—¡Hamish! Tienes buen aspecto, ya veo. Lamento haberte llamado cuando está tan próximo el cumpleaños de Emily, pero necesito hablar contigo.

—Pues aquí estoy —dijo Alexander con sequedad mientras Webster le soltaba la mano y se dejaba caer descuidadamente sobre su asiento. Alexander ignoró su oferta para que cogiera otra silla y se colocó sobre una esquina del escritorio, que parecía lo bastante grande como para servir de plataforma para lanzaderas.

—¿Cómo está Emily? ¿Y tu padre? —preguntó Webster con una sonrisa más débil, y Alexander se encogió de hombros.

—Todo lo bien que cabría esperar, los dos. El Dr. Gagarian tiene una nueva terapia que quiere que pruebe Emily, y padre no está sobrellevando muy bien el invierno, pero…

Volvió a encogerse de hombros, como un hombre que se tantea una vieja herida y comprueba que el antiguo dolor no ha desaparecido, y Webster asintió en silencio. El padre de Alexander; el duodécimo Conde de Haven Albo, tenía casi sesenta y cuatro años (más de ciento diez años-T) y pertenecía a la última generación previa a la prolongación de vida; no le podían quedar muchos inviernos. Lady Emily. Alexander era una de las mayores tragedias de Mantícora, una que Webster (como todos los que la conocían personalmente y miles que nunca la conocerían) sentía propia. Antaño reconocida como la mejor intérprete de holodramas del Reino, seguía siendo una de las más queridas y respetadas escritoras y productoras, pero había tenido que dejar el escenario de los HD tras el accidente de aerocoche que la dejó inválida. Sus dañados nervios se habían resistido a los injertos y a la regeneración, y ni siquiera la más moderna ciencia médica era capaz de reconstruir los centros de control motor.

Webster contuvo una expresión de inútil simpatía que sabía que solo serviría para incomodar a Alexander y sacudió la cabeza, observando más detenidamente al oficial que tenía delante. Hamish Alexander tenía cuarenta y siete años (algo más de ochenta años estándar), aunque parecía tener menos que un tercio de la edad de su padre. Pese a eso, ya había arrugas de preocupación alrededor de sus ojos y algunas nuevas canas en sus sienes.

—¿Y tu hermano?

—¿El Honorable Willie? —La expresión de Hamish se relajó al instante, con los ojos brillantes por la diversión—. ¡Nuestro noble Lord del Tesoro está en una forma estupenda! Debería añadir que tuvo unas pocas palabras conmigo (y bastante groseras, por cierto) sobre los últimos presupuestos navales.

—¿Cree que son demasiado elevados?

—No, simplemente cree que va a sudar tinta para que el Parlamento los apruebe. Aun así, imagino que a estas alturas ya estará acostumbrado.

—Eso espero, porque los del año que viene probablemente serán peores —suspiró Webster.

—Ya me lo imagino. Pero por alguna razón no creo que quisieras verme para escuchar lo que Willie opina sobre el presupuesto, Jim. ¿Qué ocurre?

—En realidad, en cierto sentido sí quería tantear a Willie (a través de ti) sobre cierto asunto que ha surgido. O no tanto a Willie como al gobierno en general.

—Pues eso —dijo Alexander— suena preocupante.

—Tal vez no preocupante, pero sí delicado —Webster se pasó la mano por el pelo en un gesto de desasosiego poco característico en él—. Se trata de la Estación Basilisco, Hamish.

—Ajá —murmuró Alexander. Cruzó las piernas, mirándose la punta de su reluciente bota. Basilisco siempre había sido una patata caliente en política, y dadas las opiniones del actual Primer Lord sobre el sistema, no resultaba sorprendente que Webster quisiera hacer un intento discreto (y extraoficial) de tantear al gobierno sin involucrar a su superior civil.

—Ajá —coincidió Webster amargamente—. ¿Te has enterado de lo que está pasando?

—He oído que había algo de alboroto. —Alexander se encogió de hombros—. Nada específico, aparte de algunos rumores descabellados.

—En este caso podrían no ser tan descabellados. —Alexander elevó las cejas ante el tono de Webster y el Primer Lord del Espacio hizo una mueca. Rebuscó entre su escritorio y extrajo un considerable montón de chips de mensajes.

—Lo que tengo aquí, Hamish —dijo—, son catorce protestas oficiales del embajador de Haven, seis del cónsul de Haven en Basilisco, dieciséis de varios cárteles manticorianos y de fuera del reino, y declaraciones juradas de nueve capitanes mercantes havenitas alegando acoso y registros ilegales en sus naves. También hay —añadió casi desapasionadamente— cinco declaraciones similares de capitanes no havenitas y tres protestas de que personal de la Armada ha hecho «amenazas injustificadas de uso de la violencia».

Las cejas de Alexander se le habían subido casi hasta el flequillo mientras el otro desglosaba la lista. Ahora parpadeó.

—Parece que las cosas se han puesto, interesantes —murmuró.

—Oh, sí, y tanto que se han puesto.

—Bueno, ¿y de qué van todas esas protestas y declaraciones?

—Se refieren a una tal comandante Honor Harrington.

—¿Qué? —Soltó un bufido Alexander—. ¿Te refieres a la que dejó fuera de combate a Sebastian con una sola andanada?

—Esa misma —confirmó Webster con una sonrisa involuntaria, tras la que se puso más serio—. En este momento la comandante Harrington es la oficial al mando interina de la Estación Basilisco.

—¿Que es qué? ¡¿Qué demonios está haciendo en la Estación Basilisco una oficial capaz de llevar a cabo algo como aquello?!

—No fue idea mía —protestó Webster—: vino desde arriba, se podría decir, después de que el invento de Sonja demostrara ser una chapuza en los siguientes ejercicios de la Flota.

—Ajá, así que decidió barrer su error bajo la alfombra, fuese cual fuese el precio para el oficial que logró que al menos funcionara una vez. —El desdén de Alexander resultaba obvio, y Webster se encogió de hombros.

—Ya sé que no te gusta Sonja, Hamish. Si a eso vamos, a mí tampoco me entusiasma demasiado, pero no creo que esta vez fuese idea suya. Me parece que vino de Janacek. Ya sabes cómo ese viejo reaccionario… —Webster se interrumpió a sí mismo—. Es decir, ya sabes que cuida de los intereses de la familia.

—Umm —asintió Alexander, y Webster volvió a encogerse de hombros.

—En cualquier caso, dio a conocer sus deseos y yo estaba demasiado ocupado regateando con él sobre el nuevo pabellón de ingeniería para la isla Saganami como para decirle que no.

—Está bien, pero ¿cómo es que está una comandante de oficial al cargo? Ese puesto debería ser al menos para un capitán.

—Muy cierto. —Webster echó hacia atrás la silla—. ¿Qué sabes de Pavel Young?

—¿Quién? —Alexander parpadeó ante el aparente non sequitur—. ¿Te refieres al hijo de Hollow del Norte?

—Ese mismo.

—No mucho; y por lo poco que sé, no me gusta. ¿Por qué?

—Porque se supone que el capitán lord Pavel Young es el oficial al mando, en Basilisco. Por desgracia, su nave necesitaba «reparaciones urgentes» y él creyó que esas reparaciones eran demasiado complicadas como para poder dejarlas en manos de su primer oficial. Así que él mismo se envió a casa, dejando a Harrington y a un único crucero ligero en la estación…

Alexander lo miró sin creérselo, y Webster se sonrojó ante su atónita mirada.

—Jim, nos conocemos desde hace un montón de años —dijo Alexander al fin—, así que supongamos que me cuentas por qué no lo has degradado.

—Por política —suspiró Webster—. Ya deberías saberlo. Esa es una de las razones por la que busco tu impresión sobre cómo podría reaccionar el gobierno a todo esto. ¡Por Dios, Hamish! Tengo a los malditos havenitas pidiéndome sangre, media docena de cárteles (encabezados por el de Hauptman) más furiosos que el infierno, la condesa Marisa preparándose para saltar al cuello de los presupuestos navales, tiene a los jodidos «Hombres Nuevos» en el bolsillo, ¡y ya sabes el pez gordo que es, políticamente hablando, Hollow del Norte! Todo lo que he podido hacer ha sido apartar a Young. ¿Realmente crees que el duque me agradecería que fastidiase a la Asociación Conservadora en un momento como este destituyendo al hijo malcriado del segundo al mando de las Altas Cumbres?

—No, probablemente no —admitió Alexander tras unos instante pero la admisión le dejó un amargo sabor de boca. La mayoría de los aristócratas de Mantícora se entregaban a la tradición de servir a sus conciudadanos impulsados por un fuerte sentimiento de «nobleza obliga». Pero los que no albergaban tal sentimiento se contaban entre las personas más egoístas e intolerantes de todo el universo conocido, y el barón Michael de la Asociación Conservadora Altas Cumbres lo era, sí señor. La Asociación estaba destinada oficialmente a «restaurar el equilibrio» de poder histórico pretendido por nuestros Fundadores entre la nobleza y los engreídos plebeyos (un «equilibrio» que, cómo Alexander sabía perfectamente, nunca había existido salvo en sus propias ilusiones). Repasó unos instantes sus ideas y después frunció el ceño.

—¿Cómo es Young? —preguntó.

—Es un mocoso arrogante, incompetente, obsesionado con el sexo e intolerante —replicó Webster tan rápidamente que los labios de su visitante se crisparon de forma involuntaria—. Un auténtico exponente de los Hollow del Norte.

—Eso si te lo creo, si pasó sus responsabilidades a un subordinado y se largó de vuelta a la civilización.

—Es peor que eso, Hamish, mucho peor —Alexander arqueó una ceja y Webster levantó los brazos en señal de frustración—. A no ser que mucho me equivoque, dejó allí Harrington deliberadamente para que fracasara.

—¿Por qué crees eso?

—Hubo mala sangre entre ellos cuando estaban en la Academia. No conozco todos los detalles (el comandante por aquel entonces era Hartley, y ya sabes lo difícil que es sonsacarlo), pero Young recibió una reprimenda oficial por conducta impropia. Se lanza a por las mujeres como un kodiak max sobre un búfalo de Beowulf, igual que su padre y sus hermanos. Y parece ser que no acepta un «no» por respuesta. Me da la impresión de que pasó a la acción física.

—¡¿Quieres decir que él…?! —Alexander se medio levantó del escritorio con expresión de escándalo, pero Webster lo interrumpió con una sonrisa.

—Me parece que lo intentó, pero Harrington es de Esfinge. —Los ojos de Alexander empezaron a iluminarse y Webster asintió—. Y era la número dos del equipo de exhibición de combate sin armas durante su último año. Por lo que he podido deducir, puede que él lo empezara, pero decididamente fue ella quién lo terminó —la sonrisa se desvaneció—. Y de ahí por qué la dejó al cargo de la Estación Basilisco, y me da miedo que al final haya logrado atraparla.

—¿Cómo es eso? ¿De qué van todas esas protestas?

—Parece ser que nadie le dijo a la comandante Harrington que la Estación Basilisco es a donde enviamos a nuestros inútiles y fracasados. Puede que solo tenga una nave, pero está logrando aplicar las regulaciones de comercio al tráfico de la confluencia. No solo eso, sino que en las últimas tres semanas ha desplegado sondas de reconocimiento por valor de varios cientos de millones de dólares, para cubrir todo el interior del sistema. Ha establecido un control de tráfico espacial dirigido por la Armada alrededor de Medusa y se ha apropiado de las funciones aduaneras de la APN. De hecho, ha montado un caos tan general que el almirante Warner me ha contado que Young hasta ha dejado de disfrutar del permiso que se concedió a sí mismo, y está tratando de apresurar sus reparaciones para volver y detenerla. Creo que teme haber creado un monstruo que pueda arrastrarlo al fango a pesar de sus influencias. Por desgracia, los chicos y chicas de Warner en el Hefestos tienen la nave de Young abierta en canal como una lata usada. No estoy seguro, pero me da la impresión de que Warner, en el fondo, está alargando las reparaciones sólo para disfrutar del sufrimiento de Young, y este no puede abandonar su nave sin reconocer implícitamente lo contrario de lo que afirmaba antes, así que no puede hacer gran cosa:

—Cielo santo —dijo Alexander con suavidad—, ¿estás tratando de decirme que al fin tenemos a un oficial en la Estación Basilisco que está cumpliendo con su trabajo? ¡Qué extraordinario!

—Sí, está cumpliendo con su trabajo y condenadamente bien, por lo que yo puedo decir. Pero es precisamente de ahí que viene todo esto —Webster ondeó los memochips—. Ha montado destacamentos por todo el sistema, y la persona que ha dejado al cargo de las inspecciones de la terminal parece ser un caso difícil. Está metiendo las inspecciones por la garganta de todo el mundo, de pe a pa, y no creo que hiciera algo así sin el respaldo específico de Harrington. Claro que está haciendo chillar a los havenitas, pero también las está aplicando contra nuestras propias naves. Solo eso bastaría para cabrear a todas las compañías mercantes del Reino, después del libre tránsito del que siempre habían disfrutado allí, pero incluso eso no es lo peor. ¿Recuerdas los rumores de contrabando en Medusa? —Alexander asintió y Webster sonrió amargamente—. Bien, las partidas de inspección orbital de Harrington se han incautado de más de novecientos millones de dólares en contrabando (hasta el momento), y nos lo han enviado todo para que lo juzguemos. Y entretanto han pillado al Cártel Hauptman tratando de traficar con pieles de kodiak max a través de Medusa y lo han impedido. Se han incautado de un carguero de cuatro millones y medio de toneladas fletado por Hauptman, el Mondragon, y nos lo han enviado con una tripulación presa. ¡Por el amor de Dios!

—¡Oh, cielos! —Alexander se apretó una mano contra las costillas, tratando en vano de contener la risa mientras se imaginaba la devastación que debía de estar dejando esa desconocida Harrington tras su estela.

—Puede que pienses que es divertido —gruñó Webster—, pero he tenido al propio Klaus Hauptman aquí mismo, jurando por activa y por pasiva que su gente es tan inocente como la nieve recién caída, que todo fue culpa del capitán del Mondragon y que Harrington está acosando sus demás cargamentos, todos legítimos. ¡Quiere su cabeza, y los havenitas le afilan el hacha con todas sus «protestas»! Por lo que a ellos concierne, lo qué le está ocurriendo a su tráfico por la confluencia ya es bastante malo, pero ya conoces su postura oficial respecto a nuestro control de Medusa. Su cónsul está subiéndose por las paredes por estos «registros patentemente ilegales de honradas naves mercantes en el curso de sus lícitas actividades mercantiles con un planeta independiente». Tiene toda la pinta de un incidente diplomático de primera clase, y no muestra visos de mejorar.

—Que se jodan los havenitas —soltó Alexander, olvidándose de su hilaridad—. ¡Y qué jodan también a Hauptman! ¡A mí todo esto me suena como si Harrington estuviera haciendo exactamente lo que se suponía que teníamos que hacer desde hace años, Jim!

—¿Ah, sí? ¿Y crees que sir Edward Janacek compartirá tu punto de vista?

—No, pero esa no es razón para cargar contra Harrington por hacer su trabajo. ¡Maldita sea, por lo que me estás contando, Young hizo todo lo posible por ponerle un cuchillo en la espalda! ¿Quieres clavarlo por él?

—¡Ya sabes que no! —Webster se volvió a mesar el pelo—. Demonios, Hamish, si mi sobrino-nieto está en el Intrépido… Si destituyo a Harrington, le estaré enviando la idea errónea sobre el deber que tiene un oficial de cumplir sus obligaciones. ¡Y si a eso vamos, todos los oficiales de la Flota llegarán a la misma conclusión!

—Exacto.

—Maldición —suspiró Webster—, soy el Primer Lord del Espacio. No se supone que me toque a mí decidir lo que debo hacer con una maldita comandante.

Alexander frunció el ceño y retomó la contemplación de la punta de su bota, mientras Webster echaba más atrás su silla. Conocía esa expresión.

—Mira, Jim —dijo al fin Alexander—, ya sé que tengo menos antigüedad que tú, pero me parece que le debemos a esta tal Harrington un voto de confianza, no un golpe en la boca. Por primera vez tenemos en la Estación Basilisco a un oficial que está dispuesto a patear unos cuantos traseros para cumplir con su trabajo. Me gusta eso. Me gusta muchísimo más que todo lo que hemos estado haciendo allí, ya ti también.

»Cierto, está agitando las aguas y molestando a alguna gente. Dejémosla. Ni siquiera Janacek puede cambiar la misión de la Flota en Basilisco (gracias a Dios, o ya no tendríamos a nadie allí a estas alturas). Si le decimos lo que debe hacer, luego no podemos abrir el suelo bajo sus pies en cuanto se pone a hacerlo. —Se detuvo—. Me has contado mucho de los que protestan por ella, pero ¿qué tiene que decir la gente de Basilisco?

—Michel Reynaud y la gente del SAC están encantados —admitió Webster—. Tengo dos o tres informes halagadores de Reynaud sobre el tal teniente Venizelos que le ha asignado Harrington. Imagínate, Venizelos debe ser una especie de psicópata si es cierto la mitad de lo que dicen los havenitas, pero a Reynaud le gusta. Y en cuanto a Estelle Matsuko, parece convencida de que Harrington podría caminar sobre la bahía Jason sin mojarse los zapatos. Había estado tan disgustada con los oficiales anteriores que ahora hasta ha dejado de quejarse de ellos; ¡hasta me envía cartas de agradecimiento por nuestra «excelente cooperación»!

—Bueno, eso debería decirte algo, ¿no crees?

—Así que piensas que debería mantenerme al margen —dijo Webster, y no era una pregunta.

—Y tanto que lo creo. Basilisco ha sido una desgracia desde el día que llegamos allí. Ya era hora de que alguien hiciera algo al respecto. Podría provocar un replanteamiento completo del asunto.

—¿Y es este el momento adecuado? —Webster sonaba preocupado, y Alexander se encogió de hombros.

—Si quieres, tantearé a Willie sobre el tema y te contaré, pero creo que Cromarty diría que sí. Hemos estado evitando el asunto durante años por la «situación política», y solo ha servido para que esto vaya a peor. No me cabe duda de que los conservadores se enfadarán y chillarán, y lo mismo los liberales, pero no pueden tenerlo todo. Los conservadores no podrían tener su precioso y confortable aislamiento si no controlamos esa terminal con las dos manos, y los liberales no pueden proteger a los medusinos de la contaminación de otros mundos si no controlamos el tráfico desde el espacio al planeta. Por primera vez tenemos a una oficial en la Estación Basilisco con las agallas necesarias para dejárselo claro, y si intentan hacer algo al respecto, los Comunes les pararán los pies. Yo diría que adelante, y creo que Willie dirá lo mismo.

—Espero que tengas razón —dijo Webster. Se levantó y volvió a guardar los chips en un cajón del escritorio. Después dio unas palmadas en el hombro a Alexander—. De verdad que espero que tengas razón, Hamish, porque tanto si estás metido en política como si no, los dos sabemos que tú sigues el punto de vista del cuerpo.

Miró el cronómetro de pared y sonrió.

»Veo que ya es casi la hora de comer. ¿Te apetece sentarte conmigo en el comedor de oficiales? Creo que dos o tres tragos fuertes deberían poder quitarme el sabor a política de la boca.