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La dama Estelle Matsuko, Caballero de la Orden del Rey Roger y Comisionada Residente para Asuntos Planetarios en el planeta Medusa en nombre de Su Majestad Isabel III, Reina de Mantícora y Protectora del Reino, se levantó de su escritorio al abrirse la puerta de su despacho. La alta comandante naval que cruzó por ella se movía con el paso elegante de unos músculos acostumbrados a una gravedad bastante más fuerte que los 0,85 g de Medusa, y el ramafelino de su hombro miró a su alrededor con curiosidad en sus ojos verdes. La dama Estelle los examinó a ambos con idéntica aunque oculta curiosidad, mientras extendía las manos para darles la bienvenida.

—Comandante Harrington.

—Comisionada. —El acento nítido y sucinto de la capitana era un claro indicador de su mundo de nacimiento, igual que el ramafelino o el modo en que caminaba, y su apretón fue firme pero cuidadosamente medido. La dama Estelle había recibido el mismo tipo de apretón de manos de otros esfinginos (y los pocos que, distraídamente, se habían olvidado de fijarse en lo que hacían habían conseguido que estuviera agradecida con los demás).

—¿No quiere sentarse? —ofreció la dama Estelle cuando la capitana soltó su mano, y su cerebro se apresuró a hacer unas cuantas anotaciones mentales.

Harrington se comportaba con confianza, y la dama Estelle aumentó en cinco años la estimación original sobre su edad. Era una mujer imponente con la cara pálida y esculpida abruptamente, y unos ojos grandes y expresivos casi tan oscuros como los de la propia dama Estelle. Bajo la gorra blanca llevaba el pelo más corto que muchos hombres, y lucía un inconfundible aire de profesionalidad y competencia. Una gran diferencia, reflexionó la comisionada, respecto a los segundones que había estado mandándole la Armada, en especial desde que Janacek se encargaba del Almirantazgo. Pese a ello, había tensión bajo la disciplinada superficie de Harrington. Una incomodidad. Al principio pensó que se lo estaba imaginando, pero una mirada más detenida al compañero de la comandante le había hecho desechar esa impresión, El ramafelino sentía curiosidad por lo que lo rodeaba, cierto, pero su cuerpo alargado y esbelto estaba en tensión y se mostraba precavido, y la dama Estelle ya había visto los suficientes felinos como para reconocer aquella actitud protectora en la que rodeaba la garganta de Harrington con su rabo.

—Debo decir, comandante, que me he sentido algo sorprendida por la repentina partida de lord Young —dijo la dama Estelle, y casi parpadeó ante la reacción de su visitante. Había planteado el comentario como una simple charla, pero tuvo un efecto profundo. Realmente Harrington no movió ni un músculo, pero no hizo falta. Sus ojos lo dijeron todo, estrechándose con una intensidad que casi daba miedo, y el ramafelino se contuvo mucho menos. No llegó a sisear del todo, pero las orejas caídas y los colmillos medio descubiertos dejaron clara su postura. La dama Estelle se preguntó qué había dicho de malo.

Pero entonces Harrington se sacudió levemente. Alzó una mano para acariciar al felino y asintió cortés a la comisionada.

—Yo también estuve un tanto sorprendida, comisionada —su voz de soprano era serena y neutral, con un desapasionamiento deliberado que hizo que la dama Estelle desplegara todas sus antenas mentales—. No obstante, entiendo que sus necesidades de mantenimiento acabaron siendo más urgentes de lo que nadie imaginaba en Mantícora cuando mi propia nave fue enviada aquí.

—Sin duda. —La dama Estelle no pudo evitar que su voz reflejara cierto regocijo cínico, y Harrington ladeó la cabeza levemente. Se relajó un poco y también desapareció parte de la tensión del ramafelino. Así que no tenía tanto que ver con lo que la dama Estelle había dicho, como de quién lo había dicho. Bueno, cualquier persona a la que no le gustase Pavel Young no podía ser tan mala.

—También me ha resultado sorprendente (y halagador) que esté usted dispuesta a visitar mi despacho, comandante —añadió la comisionada—. Me temo que no hemos disfrutado de la estrecha cooperación con la Armada que yo hubiese deseado, en especial en los últimos tres años, más o menos.

Honor se sentaba inmóvil, pero asintió mentalmente cuando la dama Estelle se detuvo como si la invitara a intercalar un comentario. «Los últimos tres años» coincidían con la fecha en que Janacek había asumido los deberes de Primer Lord, y la menuda mujer de piel oscura al otro lado del escritorio obviamente quería descubrir la importancia que otorgaba la propia Honor a Basilisco. El derecho de un oficial de servicio a criticar a sus superiores era limitado, pero su relación con la dama Estelle podía resultar vital para su propio éxito o fracaso.

—Lamento escuchar eso, dama Estelle —dijo, escogiendo con cuidado sus palabras—, y espero que podamos mejorar la situación, Esa es una de las razones de este encuentro. Por supuesto, es ante todo una visita de cortesía, pero mis órdenes originales para Basilisco preveían que lord Young permaneciese como oficial al mando; y por ello me temo que en mis informes los antecedentes sobre las condiciones actuales de la zona son demasiado generales. Confío en que usted pueda clarificármelas en mayor medida, e informarme de cualquier necesidad específica que pueda tener.

La dama Estelle inhaló profundamente y se sentó en su silla con obvia satisfacción (teñida, como notó Harrington, con más de una pizca de sorpresa). Esa sorpresa le era tanto gratificante como embarazosa. No podía evitar cierto impulso por justificarse ante la reacción de la comisionada a su explicación, pero lo que le pedía era lo mínimo exigible si debía cumplir con sus responsabilidades. La implicación de que la Armada había fallado tan claramente en sus deberes como para provocar así la sorpresa de Matsuko la asombró.

—Me alegra mucho oírle decir eso, comandante —respondió la dama Estelle tras un instante. Echó atrás la silla y cruzó las piernas, recogiendo las manos sobre la rodilla alzada. Su voz fue ahora mucho menos cuidadosa—. Estaré encantada de contarle todo lo que pueda, pero espero que comience contándome lo que ya sabe. De ese modo podré rellenar los huecos sin aburrirla de forma innecesaria.

Honor asintió y empujó a Nimitz para que bajara a su regazo. La tensión había desaparecido de su enjuto cuerpo, clara señal de que aprobaba a Matsuko. El animal se enrolló formando un ovillo y ronroneó mientras ella lo acariciaba.

—Creo que me estoy poniendo rápidamente al tanto de las operaciones de la confluencia, señora, y además me doy cuenta de que eso no está en realidad dentro de sus competencias. Estoy mucho más preocupada por mis deberes de apoyo y seguridad aquí en Medusa. Mis datos parecen estar un poco anticuados, a juzgar por la cantidad de cargueros que hay en órbita. No sabía que hubiese tanto comercio con la superficie del planeta.

—No, eso ha sido un avance bastante reciente —la dama Estelle frunció el ceño reflexiva—. ¿Ha oído hablar de los enclaves?

—Solo en su aspecto general. Son básicamente estaciones de comercio, ¿no es así?

—Sí y no. Según los términos del Acta de Anexión, el Reino se hacía con el sistema estelar en su totalidad y establecía un protectorado sobre los medusinos, pero renunciaba explícitamente a la soberanía sobre el planeta. De facto, este planeta es una enorme reserva para los nativos, con la excepción de unos lugares específicos pensados como enclaves para gentes de otros planetas. No es el procedimiento normal al establecer la territorialidad, pero estábamos más preocupados por la terminal de la confluencia que por el terreno planetario, y el acta trató de dejar completamente clara esa distinción. En realidad, obliga al Reino a conceder a los medusinos una autonomía completa «lo antes posible», solo para dejar muy clara nuestra falta de ambiciones imperialistas.

La expresión de la dama Estelle dejaba clara su opinión sobre el acta.

—Como resultado directo de la nobleza de nuestras motivaciones —prosiguió—, la situación legal se puede considerar una especie de zona gris. Una o dos naciones (como Haven) afirman que un protectorado sin soberanía no tiene significado legal. Bajo esa interpretación de la ley interestelar (la cual, me temo, se apoya en precedentes bastante sólidos), Medusa es territorio sin reclamar, y no tengo ninguna autoridad para dar órdenes a las personas de otros mundos que se encuentren en su superficie. Por cierto, esa es la postura oficial del cónsul havenita. El Gobierno de Su Majestad tiene un punto de vista muy distinto y, como dicen, el poder es el noventa por ciento de la ley, pero las disposiciones del Acta de Anexión delimitan específicamente mis poderes. Según los términos de mi comisión, dispongo de la autoridad para tomar cualquier acción necesaria para «evitar la explotación de la raza indígena», pero no tengo autoridad para decir a otras naciones si pueden o no pueden establecer enclaves aquí. La he solicitado, y creo que al gobierno le gustaría concedérmela, pero no han sido capaces de hacer pasar las enmiendas necesarias a través del Parlamento. Por lo tanto puedo restringir la localización física de los enclaves de otros planetas, regular su comercio con los medusinos y en general hacer de policía cuando ya están aquí, pero no puedo impedirles que vengan.

Honor asintió. Los liberales se habían preocupado tanto de que Mantícora no pudiese explotar a los «indefensos nativos» que habían dejado la puerta abierta para que se colase gente con menos principios.

—Muy bien. —La dama Estelle hizo girar suavemente la silla de lado a lado y miró al techo—. Al principio había muy pocos enclaves aquí en Medusa. Como sin duda alguna usted sabe, los medusinos están en algún punto equivalente a nuestra edad del bronce postrera, y aparte de algunos artefactos realmente hermosos, tienen muy poca cosa de valor en términos de comercio interestelar. Como resultado, había muy poco interés por abrir mercados planetarios y la Agencia de Protección de los Nativos tenía la situación bastante bien controlada. Sin embargo, durante mi propio ejercicio esa situación ha cambiado, no tanto por el comercio con los medusinos como por el creciente volumen de tráfico a través de esta terminal. Supongo que era inevitable que surgiera una red de distribuidores y almacenes en órbita, en especial dado que aquí los cargamentos se pueden pasar de una nave a otra sin pagar los impuestos y derechos que se piden en Mantícora. Por supuesto, hay otros incentivos —añadió de mal humor, y los labios de Honor se curvaron involuntariamente—. En cualquier caso, unas cuantas casas mercantes comenzaron a establecer oficinas locales en el planeta, para manejar su parte de la creciente red. De ahí proviene la mayoría de los enclaves, y casi todo lo que necesitan tiene que serles traído desde el espacio, así que la gran mayoría del transporte local de espacio a superficie se dedica a cubrir esas necesidades. Al mismo tiempo, y como los comerciantes no dejan de ser comerciantes, ha habido una creciente presión para establecer algunos intercambios con los medusinos, como actividad suplementaria que ayude a sufragar los gastos de operatividad. Es casi siempre a una escala muy pequeña: piedras preciosas, arte nativo, musgo tilik para el comercio de especias, ocasionalmente alguna piel de bekhnor o un envío de marfil, cosas así. Pero las necesidades de los medusinos son tan limitadas que esos productos pueden resultar extremadamente baratos. Los medusinos están empezando, ahora a descubrir cómo forjar un hierro decente y un acero muy pobre, así que ya puede imaginarse lo que valoran los cuchillos o hachas de duraleación, y los tejidos modernos son igualmente apreciados. De hecho, los pobres diablos son timados a diario por la mayoría de los agentes. No tienen ni idea de lo poco que les cuestan a los importadores los productos que les compran, ni se dan cuenta de lo fácil que es que acaben dependiendo por completo de esos productos y de los comerciantes que se los proporcionan. Hemos tratado de limitar el síndrome de dependencia imponiendo serios límites superiores a los niveles de tecnología que dejamos introducir, pero tanto los medusinos como los comerciantes de otros planetas critican nuestra interferencia.

Hizo una pausa y Honor volvió a asentir.

»Lo realmente frustrante —añadió la dama Estelle con más fuerza— es que los mercaderes manticorianos tienen estrictamente prohibido por el acta parlamentaria comerciar con los nativos con cualquier cosa más avanzada que la tecnología de tracción animal, para no hacerlos dependientes de nosotros. En realidad creo que eso tiene bastante sentido, pero significa que nuestra gente está como poco tan molesta con nosotros como algunos de los demás comerciantes, posiblemente más, ya que nuestra proximidad les daría mayor peso competitivo. Eso hace que nos sea muy difícil mantener una información precisa sobre estos procesos. Ni siquiera los manticorianos se esfuerzan por cooperar con nosotros, así que la APN y yo somos a todos los efectos forasteros en un planeta que oficialmente está bajo nuestra protección. Lo que es peor, estoy casi segura de que el “comercio con los nativos” está siendo usado como tapadera para intercambios furtivos de productos ilegales entre individuos extraplanetarios (incluyendo manticorianos), pero no puedo pararlo, no puedo detenerlo, ¡y parece que no puedo ni conseguir que los que mandan en Mantícora se preocupen por ello!

Se detuvo y aflojó las manos con las que se apretaba la rodilla, y después soltó una risita irónica.

—Lo siento, comandante. Creo que me he dejado llevar por uno de mis puntos flacos.

—No se disculpe, comisionada. Parece que tienen incluso más dificultades de lo que yo pensaba.

—Oh, en realidad no es tan malo como yo misma pienso a veces —dijo la dama Estelle juiciosa—. La restricción física de los enclaves a una única zona centralizada, aquí en el Delta, sumada a mi autoridad para controlar el uso del transporte extraplanetario fuera de ellos; limita el alcance físico de las redes de negocios. No impide el contrabando entre gentes de otros planetas (si es que existe) y no puede detener por completo el flujo de bienes espaciales a los medusinos, pero lo frena y supone que la mayoría se distribuya a través de mercaderes nativos antes de alcanzar destinos más lejanos. Y, a decir verdad, aunque estoy preocupada por el impacto en los medusinos, estoy aún más preocupada, como representante local de la Corona, por otras cosas que puedan estar ocurriendo tras el telón.

—¿Sí? —Honor se enderezó en la silla y Nimitz alzó la cabeza cuando ella paró de acariciarle la cabeza.

—He informado a la condesa Marisa de mis sospechas (aunque «sensaciones» sería una palabra más adecuada) de que aquí hay más cosas implicadas aparte del comercio con los nativos o incluso el contrabando, pero nadie allí en casa parece sentirse especialmente preocupado.

Matsuko le dedicó una mirada aguda, pero Honor mantuvo una expresión de cuidada impavidez. La condesa Marisa de Nueva Kiev era la Ministra de Asuntos Medusinos y también la líder del partido liberal.

La dama Estelle bufó suavemente, como si la falta de expresividad de Honor confirmara su propia opinión sobre su superior, y luego suspiró.

—Supongo que podría ser mi paranoia, comandante, pero no puedo evitar llegar a la conclusión de que… ciertos colectivos están mucho más preocupados por sus derechos comerciales que por los beneficios económicos que podría justificar el propio comercio (tanto legal como ilegal).

—¿Y podría ser que entre esos «ciertos colectivos» se incluyera la República de Haven? —preguntó Honor con tranquilidad, y la comisionada asintió.

—Exacto. Su consulado posee un personal extraordinariamente elevado, en mi opinión, y no creo que necesiten tantos «agregados comerciales». Cierto, gran parte de su tráfico pasa por la terminal (al fin y al cabo, el tercio occidental de la República está más cerca de Basilisco que de la Estrella de Trevor), pero siguen presionando para tener más libertad para comerciar con los medusinos. De hecho, su consulado está oficialmente acreditado a una de las ciudades-estado locales de los medusinos, no al gobierno de Su Majestad. Tanto el gobierno como Haven saben que en las circunstancias actuales eso no es más que una ficción legal, y hasta el momento he sido capaz de frenarlos con razonable éxito, pero me parece que lo que en realidad buscan es tener más contacto con los nativos, ocupar un papel más importante para conducir las relaciones de los medusinos hacia el resto de las gentes de otros planetas.

—¿Como contrarréplica a nuestra presencia?

—¡Exactamente! —repitió Matsuko de modo aún más entusiasta. Esbozó la primera sonrisa genuina de la reunión y asintió con convencimiento—. Creo que confían en que los antianexionistas en casa puedan al fin salirse con la suya. Si eso ocurre, Haven estaría muy bien situada para dar un paso al frente y afianzar su propia soberanía, en especial si, ya están metidos en los asuntos nativos. Dios sabe que no necesitan más motivo que controlar la terminal, pero les gusta disponer de «justificaciones morales» que su maquinaria propagandística pueda lanzar a su propia población y a la Liga Solariana. Por eso son tan tenaces en mantener la postura oficial de que los términos del Acta de Anexión implican una renuncia unilateral por nuestra parte a cualquier reclamación legal. Si nos retiramos, quieren que el planeta caiga en sus manos como una manzana madura.

—¿Y usted cree que eso es todo? —presionó Harrington.

—Yo… no lo sé —dijo lentamente la comisionada—. No puedo verle otra posible ventaja para ellos, pero tampoco puedo quitarme de encima la impresión de que hay algo más. Mi gente y yo misma mantenemos su consulado y sus agentes comerciales lo más vigilados que nos es posible, y en realidad no ha habido nada concreto de lo que pudiera informar a la condesa Marisa, pero hay… llamémosle una actitud por su parte que no me gusta. —Sacudió la cabeza y su sonrisa se hizo amarga—. Por supuesto, a mí tampoco me gustan ellos, y eso podría estar tiñendo mis opiniones.

Honor asintió lentamente, recostándose en la silla y frunciendo los labios mientras reflexionaba. No le daba la impresión de que la dama Estelle fuese una mujer que se apresurara en sus conclusiones, cualesquiera que pudiesen ser sus prejuicios.

—En cualquier caso —dijo Matsuko más enérgica—, esa es la situación básica de los forasteros aquí en Medusa. En lo que concierne a los propios nativos, mis hombres de la APN están demasiado dispersos y tienen demasiado trabajo como para proporcionar la clase de cobertura que yo preferiría, pero nuestras relaciones con los medusinos han sido muy buenas desde nuestra llegada, mucho mejores de lo que parece ser usual cuando dos culturas tan dispares entran en contacto. Algunos de los jefes de los clanes quieren que se eliminen las restricciones sobre las importaciones de alta tecnología, lo que ha causado ciertas tensiones, pero en su mayor parte mantenemos una buena correspondencia, en especial con las ciudades-estado aquí en el Delta. Tenemos algunos problemas en áreas más remotas del Despoblado, pero en la actualidad lo que considero más preocupante es que hemos detectado un fuerte aumento en el uso de mekoha por parte de los medusinos durante el último año, aproximadamente.

Honor alzó una ceja y la dama Estelle se encogió de hombros.

»La mekoha es una droga indígena. Resulta difícil de refinar para la industria local y no me gustan los efectos que tiene sobre sus consumidores, pero no es algo nuevo. Supongo que me preocupa porque uno de los primeros signos de que una cultura aborigen se está autodestruyendo siempre parece ser un aumento del uso de drogas e intoxicantes, y lamentaría que los medusinos fuesen por ese camino. Mi predecesor, el barón Hightower y yo hemos adoptado la posición oficial de que la cultura original de los medusinos está inevitablemente condenada por nuestra mera presencia y por la tentación tecnológica que les ofrecemos, pero me gustaría pensar que podremos reemplazarla por una fusión de sus valores originales con una tecnología más avanzada, de hacerlo sin perder sus raíces, por así decirlo. Por eso tanto el barón Hightower como yo hemos dedicado nuestros esfuerzos a controlar la velocidad de esa transformación todo lo que nos ha sido posible. Me temo que es también por eso por lo que me da rabia tener que desviar gran cantidad de esfuerzos desde ese cometido al de vigilar a los forasteros, pero eso es parte integrante del esfuerzo básico para evitar que se destruya la integridad cultural de los medusinos.

—¿Así que su principal petición hacia nosotros sería ayudarla a controlar las idas y venidas entre los enclaves y el tráfico orbital?

—Diría que eso es correcto —estuvo de acuerdo la dama Estelle—. También me gustaría poder contar con su dotación de marines en caso de que hubiese alguna emergencia aquí abajo, pero como ya digo, hasta el momento parecemos estar bastante cubiertos. Si pudiera encargarse de la inspección de las lanzaderas entre la superficie y las naves, y del control general del tráfico, quitaría mucho trabajo a mi personal dé la APN.

—¿Quiere decir que Young ni siquiera…? —Honor cerró bruscamente la boca antes de decir algo aún más comprometedor, y la comisionada se llevó una mano a la cara y tosió para esconder una carcajada—. Muy bien, comisionada, creo que podremos encargarnos de ello. Deme un día o dos para preparar los detalles y tendré un par de lanzaderas de servicio permanente para inspeccionar los transportes. Si pudiera prestarme a la persona que haya tenido usted hasta ahora manejando la situación desde tierra, me gustaría tener la oportunidad de contrastar su experiencia antes de ponernos manos a la obra.

—Hecho —respondió de inmediato la dama Estelle.

—También me gustaría establecer una especie de oficial de enlace permanente —añadió Honor pensativa—. He tenido que desprenderme de casi el diez por ciento de mi personal naval para proporcionar control de aduanas y personal de seguridad al Control de Basilisco —ignoró la mirada que le dirigió la comisionada—, y esto me deja con menos recursos de lo que me gustaría. Y me imagino que la cosa se pondrá peor cuando empecemos a controlar e inspeccionar el tráfico de transportes. ¿Tienen a alguien que me pueda asignar para coordinar esfuerzos con su oficina?

—No sólo puedo proporcionarle un oficial de enlace, capitana; sino que estaré encantada de hacerlo. Y creo que tengo al hombre adecuado para usted. El mayor Barney Isvarian es mi agente superior en la APN, pero fue sargento de marines antes de retirarse y pasarse a mi bando. No me gustaría tenerlo fuera del planeta durante grandes periodos de tiempo, pero ciertamente puedo prestárselo por unos pocos días. Es un buen hombre y un viejo experto en Medusa, y ha estado involucrado en nuestros propios esfuerzos de inspección de los transportes. ¿Qué tal le suena?

—Suena muy bien, comisionada —dijo Honor con una sonrisa. Se levantó, ofreciéndole una vez más la mano mientras Nimitz volvía a subírsele al hombro—. Gracias. Y gracias también por la información. No le quitaré más tiempo, pero por favor siéntase libre de llamarme si hay algo que pueda hacer por usted, o si cree que deber llamar mi atención sobre algún tema.

—Por supuesto que lo haré, comandante —la dama Estelle se levantó para estrecharle la mano y en sus ojos había calidez—, y muchas gracias. —No especificó por qué estaba agradecida exactamente, y Honor ahogó un resoplido de irónica diversión.

La comisionada rodeó su escritorio para acompañarla hasta la puerta, donde se detuvieron para otro apretón de manos antes de que Honor se marchara. La puerta sé cerró y la dama Estelle regresó a su silla con una expresión confundida. Se sentó y apretó un botón en su panel de comunicaciones.

—George, consígueme a Barney Isvarian, por favor. Tengo un nuevo trabajo para él.

—Bien —respondió lacónico su segundo al mando, antes de hacer una pausa—. ¿Cómo ha ido, jefa? —preguntó un momento después.

—Ha ido bien, George. De hecho, creo que ha ido muy bien —dijo la dama Estelle, y soltó el botón con una sonrisa.