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Los oficiales que se encontraban en la sala de reuniones del capitán, justo al lado del puente del Intrépido, se pusieron en pie cuando Honor atravesó la escotilla. Ella les indicó que volvieran a sentarse y fue hasta su asiento con movimientos bruscos e intensos. Se sentó y los miró a todos con una cara demudada de expresión.

—Damas y caballeros —comenzó, sin preámbulos—, el Brujo va a partir hacia Mantícora en menos de una hora para ser reparado. —McKeon se enderezó de la sorpresa, pero Honor mantuvo una voz serena y estable, casi sucinta, y continuó—. El capitán Young irá en ella, por lo que el Intrépido quedará como la única nave de Su Majestad en el sistema… y conmigo como oficial al cargo.

Se permitió una pequeña sonrisa ante la casi audible consternación que barrió la sala, pero sus ojos eran gélidos. Había tratado de motivarlos con oportunidades y confianza en sí mismos y se había topado con un muro de piedra. Muy bien, si no respondían a sus invitaciones para cumplir con sus responsabilidades por su propio orgullo, probaría otros métodos.

—Ni que decir tiene que esto nos dejará con una gran cantidad de obligaciones, muchas de ellas mutuamente contradictorias. Sin embargo, esto es una nave de Su Majestad. Cumpliremos nuestros deberes o tomaré cartas en el asunto. ¿Queda claro?

Aquellos fríos ojos marrones parecieron atravesar sucesivamente a cada uno de ellos, y McKeon se agitó en su silla cuando estuvieron sobre él. Alzó el mentón, pero no dijo nada y ella asintió.

—Bien. En ese caso, pasemos a definir exactamente en qué consisten nuestros deberes y responsabilidades, ¿de acuerdo?

Apretó unos botones de su terminal, en el extremo de la mesa de conferencias, y un holograma a pequeña escala del Sistema Basilisco cobró vida encima de esta. Honor manipuló unos mandos más y un brillante cursor rojo cobró vida.

—Tenemos una sola nave, damas y caballeros, y nuestro problema, expresado de la forma más simple, es que una nave solo puede estar en un sitio a la vez. La Flota es responsable de ayudar al Control de Basilisco en la conducción del tráfico que cruza la confluencia, incluyendo las inspecciones aduaneras que hagan falta. Además, debemos registrar todo el tráfico con Medusa o con las instalaciones orbitales del planeta, apoyar al Comisionado Residente y a su policía de la Agencia de Protección de los Nativos, proteger a todos aquellos que no sean de Medusa y que visiten el planeta, y garantizar la seguridad del sistema contra toda amenaza externa. Para poder alcanzar esto deberemos estar aquí —el cursor parpadeó en una órbita próxima a Medusa—, aquí —parpadeó en medio de los puntos móviles que indicaban el tráfico alrededor de la terminal de la confluencia—, y, de hecho, aquí —el cursor barrió un amplio círculo alrededor del sistema, justo en el radio de veinte minutos luz que marcaba el límite de hiperespacio de una estrella G5.

Honor dejó que la estela de luz roja rodeara la estrella central del holograma durante varios segundos, y después eliminó el cursor y se cruzó de brazos sobre la mesa.

—Obviamente, damas y caballeros, un único crucero ligero no puede estar en todos esos lugares a la vez. No obstante, tengo esas órdenes del capitán Young, y las cumpliré.

McKeon se sentó en silencio, mirándola fijamente sin poder creérselo. ¡No podía estar hablando en serio! Como ella misma acababa de demostrar, ninguna nave solitaria podría cumplirlas.

Pero obviamente estaba dispuesta a intentarlo, y a McKeon le ardieron las mejillas al darse cuenta de lo que había estado haciendo Honor en su camarote durante las tres horas transcurridas desde su regreso del Brujo. Había estado abordando ella sola esa misión imposible, luchando contra ella sin tratar siquiera dé recurrir a sus oficiales para hallar la solución, puesto que habían demostrado que no podía contar con ellos. Él lo había demostrado.

Se apretó las manos por debajo del borde de la mesa. En cualquier caso la responsabilidad final siempre sería de Harrington, pero los capitanes tenían oficiales, (y específicamente primeros oficiales) precisamente para ayudarlos en situaciones como esa. Además, McKeon ya había captado la malicia implícita en las nuevas órdenes. Antes sospechaba que había algo entre ella y Young: ahora ya estaba seguro. Young corría un grave riesgo para su carrera al abandonar su estación, pero parecía probable que su influencia y padrinos pudieran evitarle un desastre inmediato. Pero si Harrington no lograba cumplir las responsabilidades que él había delegado en ella, aunque fuesen imposibles…

Se estremeció para sus adentros y se obligó a prestar atención a las palabras de la capitana.

—Teniente Venizelos.

—¿Sí, señora?

—Seleccionará a treinta y cinco marinos y un oficial auxiliar para servir lejos de la nave. El Intrépido escoltará al Brujo hasta la terminal. En cuanto el Brujo haya partido, lo dejaré allí a usted, al personal que haya escogido y a ambas pinazas. Se reunirá con el Control de Basilisco y asumirá los cometidos de aduanas y seguridad para el tráfico de la terminal. Estarán estacionados en el Control de Basilisco para ese propósito hasta nueva orden. ¿Entendido?

Venizelos la miró boquiabierto durante un momento, e incluso McKeon parpadeó. ¡Era algo inaudito! Pero podía funcionar, admitió casi contra su voluntad. A diferencia de las lanzaderas, las pinazas eran lo bastante grandes como para montar motores de impulsión y compensadores inerciales, e iban armadas. Sus armas podían parecer pistolas de juguete y tirachinas contra una nave de guerra normal, pero eran más que suficientes para patrullar mercantes desarmados.

Aun así Venizelos era solo un teniente, y estaría a diez horas de comunicación de su oficial superior. Estaría totalmente bajo su propia discreción, y una decisión errónea por su parte podía arruinar no solo su propia carrera sino también la de Harrington, lo que desde luego justificaba su expresión pálida y tensa.

La capitana se sentaba inmóvil, la mirada puesta en la cara de Venizelos, y los labios se le tensaron con gravedad. La punta de un dedo repiqueteó suavemente sobre la mesa y el oficial táctico se sobresaltó de modo visible.

—Eh, ¡sí, señora! Entendido.

—Bien. —Honor lo evaluó ecuánime durante otro momento, percibiendo su ansiedad e inseguridad, y se obligó a mantenerse firme y no caer en la compasión. Lo estaba empujando a la parte donde cubría el agua, pero ella había sido tres años más joven que él cuando asumió el mando de la NLA 113. Y, pensó mordazmente, si él fallaba, Pavel Young y sus compinches se asegurarían de que fuese ella quien pagase los platos rotos, no Venizelos. Claro que no pensaba contarle eso al teniente.

—Le dejaré instrucciones detalladas —le dijo, aplacándose un ápice y él suspiró considerándolo claramente un alivio, aunque volvió a envararse en cuanto ella añadió—. Pero esperaré que ejercite su autoridad e iniciativa cuando la situación lo requiera.

Él asintió de nuevo, sin mucha alegría, y Honor viró su dura mirada y la depositó sobre Dominica Santos.

—Comandante Santos.

—¿Sí, capitana? —La capitana de corbeta parecía mucho más calmada que Venizelos, posiblemente porque sabía que no había modo de que Honor asignara a su jefa de ingenieros a un servicio destacado.

—Quiero que mantenga conversaciones con el teniente Venizelos antes de que parta. Reúnase también con el primer oficial. Antes de que el teniente nos deje, quiero un inventario completo de los zánganos de reconocimiento disponibles.

Se detuvo y Santos asintió mientras tecleaba una nota en su memobloc.

—Sí, señora. ¿Se me permite preguntar el propósito del inventario?

—Se le permite. Una vez lo haya completado, quiero que usted y su departamento comiencen a quitar las cabezas sensoras de los cuerpos de los misiles para adaptarlas a sencillos motores de ajuste de emplazamiento y paquetes de astrogración. —Esta vez Santos alzó la mirada veloz, con la compostura visiblemente quebrada—. Imagino que podremos hacer el trabajo convirtiendo las cabezas sensoras en boyas estándar de aviso y navegación. Si no es así, quiero el diseño de un sistema que de verdad funcione sobre mi mesa antes de las mil trescientas.

Su mirada se enzarzó con la de la ingeniera y Santos se estremeció. Ocultó bien su consternación, pero Honor casi podía leer los pensamientos que le cruzaron la cabeza al hacérsele patente la magnitud de su tarea. Tan solo el número de horas-hombre necesarias era abrumador, y si tenían que diseñar desde cero…

—En cuanto hayamos descargado al teniente Venizelos y a su grupo —prosiguió Honor con la misma voz monótona y severa—, el Intrépido comenzará a trazar un curso globular de barrido a diez minutos luz de Basilisco. El teniente Stromboli —el astrogrador se irguió en su silla cuando la mirada cayó sobre él— calculará el rumbó qué consuma menos tiempo, y desplegaremos nuestros zánganos como plataformas estacionarias de sensores. Me doy cuenta de que, con toda probabilidad, no tendremos suficientes zánganos para cubrirlo todo por completo, pero nos concentraremos en la eclíptica. No podremos hacer las patrullas reglamentarias de control con una sola nave, pero sí podemos cubrir los vectores más probables de aproximación.

—¿Quiere que los adaptemos todos con motores de mantenimiento de posición, señora? —preguntó Santos tras un momento.

—Eso es lo que he dicho, comandante.

—Pero… —la ingeniera percibió la gélida mirada de Honor y cambió lo qué iba a decir—. Espero que esté en lo cierto sobre adaptar las cabezas sensoras a equipos estándares de boyas; señora, pero los números de los que estamos hablando van a hacer que enseguida nos quedemos sin equipos. Tendremos que construir desde cero una cantidad enorme de motores y paquetes de astrogración. Eso no va a salir barato, y ni siquiera sé si tenemos excedentes a bordo.

—Lo que no tengamos, lo fabricáremos. Lo que no podamos fabricar, lo requisaremos del Control de Basilisco. Y lo que no podamos requisar, lo robaremos. —Honor enseñó los dientes con una sonrisa carente de humor—. ¿Queda eso claro, comandante Santos?

—Sí, señora.

—Un momento, capitana —se oyó decir a sí mismo McKeon, y los ojos de Harrington saltaron a su cara con un latigazo. Parecieron endurecerse un poco más, pero también había en ellos recelo y quizá un rastro de cautela.

—¿Sí, segundo?

—No sé con exactitud cuántas sondas tenemos en los almacenes, señora, pero casi seguro que está en lo cierto respecto a la imposibilidad de lograr una cobertura completa incluso si podemos… quiero decir, incluso después de que hayamos equipado a todos con motores de mantenimiento de la posición. —Hablaba fríamente y lo sabía, pero también estaba contribuyendo a la solución de un problema por primera vez desde que Harrington se había hecho con la nave. Resultaba… raro. Antinatural.

—¿Y? —indagó la capitana.

—Además, tenemos el problema de su duración, señora. Las sondas nunca fueron pensadas para un despliegue prolongado como este. Pero podríamos lograr que aumentara su periodo eficaz de estacionamiento preparándolas para que se activen en ráfagas. Disponen de un alcance de detección pasiva de algo más de veinte minutos luz para un motor de impulsión activo. Si están en la burbuja de diez minutos luz, tendrán un alcance de más de media hora luz desde la estrella principal. Unos cuarenta minutos de tiempo de vuelo.

Honor asintió. El mejor blindaje de radiación y partículas que existía seguía limitando a las naves a una velocidad máxima de 0,8 c en el espacio normal.

—Si las programamos para activarse durante, digamos, treinta segundos cada media hora, deberían detectar cualquier nave que se aproximase a potencia de espacio normal al menos a veinte minutos luz. Eso tendría que proporcionarnos el tiempo suficiente para reaccionar y al mismo tiempo aumentaría su vida eficaz en un factor de sesenta.

—Una excelente sugerencia, segundo. —Honor le sonrió, agradecida de que al fin hubiese salido de su concha, y los músculos faciales de McKeon se contrajeron como si fuese a devolvérsela. Pero entonces volvieron a recobrar su seriedad, como si él mismo se lamentara de su momentánea debilidad, y Honor arrugó el ceño.

—Teniente Venizelos. —El oficial, táctico tenía un aspecto decididamente preocupado cuando volvió a mirarlo, y su ceño fruncido se convirtió en una media sonrisa ante la expresión del joven.

—¿Sí, señora?

—El teniente Cardones asumirá sus responsabilidades durante su ausencia. Además de los otros cometidos, antes de partir quiero que se reúna con él y tracen el plano del despliegue óptimo de zánganos basándose en las cifras de disponibilidad que, estoy segura, la comandante Santos y el comandante McKeon tendrán listas en menos de una hora.

—Sí, señora.

—Muy bien. Sigamos: una vez hayamos soltado las pinazas y desplegado nuestros zánganos, planeo situar al Intrépido en órbita de Medusa. Será necesario que me reúna y conferencie con la Comisionada Residente lo antes posible, lo que obviamente requerirá una visita al planeta. Pero, además, la partida de nuestras pinazas nos obligará a depender de las lanzaderas para todas las inspecciones del comercio entre él, espacio y la superficie, así como el intraorbital. Como no tienen impulsores, puede que nos veamos obligados a usar el propio Intrépido para trasladarlas de órbita a órbita y poder cubrir todos los objetivos. Asimismo, el planeta quedaría situado a menos de tres minutos luz, del borde interior de nuestro despliegue de zánganos, y los sensores de a bordo tienen mucho más alcance que estos. Permaneciendo en la órbita de Medusa, estaremos colocados de modo que nuestros propios sensores cubrirán el volumen de espacio crítico para nuestros deberes, y además dejaremos libre un número adicional de zánganos que servirá para ampliar otras zonas de nuestra red. Quiero al menos un zángano de reserva para poder cubrir el planeta cuando tengamos que abandonar la órbita, puesto que tengo previsto realizar inspecciones periódicas del interior del sistema, si fuese posible, aunque me temo que estaremos demasiado ocupados como para hacer demasiadas. ¿Se ha entendido todo esto?

Se reclinó en la silla y pasó la mirada por todos ellos. La mayoría asintió y ninguno hizo un gesto de negación.

—Excelente. En ese caso…

—Eh, ¿capitana?

—¿Sí, teniente Venizelos?

—Se me acaba de ocurrir algo, señora. El comandante McKeon tiene razón sobre la duración de las sondas, e incluso sin tener eso en cuenta, lograr el grado de cobertura que usted propone resultará un serio problema con la cantidad que tenemos a bordó. Podríamos conseguir una densidad mucho mejor si le pidiéramos al Brujo que nos dejara todas las que le sobren. Es decir, no las van a necesitar para nada en Mantícora.

—Aprecio la sugerencia —dijo Honor con una voz absolutamente desprovista de tonalidad—, pero me temo que es imposible. Tenemos que hacerlo que podamos con nuestros propios recursos.

—Pero capitana…

—He dicho que es imposible, teniente —su voz era incluso más átona que antes, la misma falta de expresividad constituía una advertencia, y Venizelos cerró la boca de golpe. Lanzó de reojo una mirada desamparada a McKeon, pero el primer oficial ni siquiera parpadeó. Ya se había fijado en que Harrington planeaba enviar las pinazas después de que el crucero pesado (y con él, Young) hubiera partido. Ahora su respuesta a Venizelos confirmaba su análisis de la situación. Fuese cual fuese el origen de la mala sangre que había entre ella y Young, era lo bastante grave como para que él dispusiera deliberadamente su caída… y para que ella lo viera venir y adoptara medidas contra esa eventualidad solo cuando él ya no estuviera en disposición de frustrarlas.

Todo lo cual sonaba como si el Intrépido (y sus oficiales) pudieran verse atrapados en el fuego cruzado.

Honor observó la expresión de máscara de su primer oficial y adivinó lo que había tras ella. Tenía razón, por supuesto, y también Venizelos. Lamentó profundamente haber sido tan dura con su oficial táctico, en especial cuando se había limitado a ofrecer el tipo de sugerencia que ella prácticamente había rezado para que le hicieran sus oficiales, pero no podía explicarles la enemistad que existía entre ella y Young. Aunque no hubiese sido impensable que un capitán revelara tales cosas a sus subordinados, habría sonado como una quejica engreída.

—¿Hay algún otro comentario o sugerencia? —preguntó un instante después. No había ninguno y Honor asintió.

»Anunciaré nuestras nuevas órdenes y responsabilidades a la tripulación de la nave a las mil cuatrocientas. Teniente Venizelos, quiero tener la lista del personal que lo acompañará en su grupo para las mil trescientas. El comandante McKeon la revisará antes de que me la envíe, pero quiero que la lista final esté aprobada antes de que me dirija al personal.

—Sí, señora.

—Muy bien, damas y caballeros. Ya tienen sus instrucciones. Pongámonos a ello.

Asintió y los demás se levantaron y se apresuraron a salir del camarote. No parecían muy felices, pero al menos estaban implicados directamente en sus tareas por vez primera en demasiado tiempo. Quizá fuese una buena señal.

La escotilla se cerró tras el último de ellos y Honor puso los codos sobre la mesa y se tapó la cara con las palmas de las manos, masajeándose las sienes con las yemas de los dedos. ¡Dios, ojalá fuese una buena señal! Había hecho todo lo posible por irradiar confianza, pero había una aterradora cantidad de cosas que podían salir mal. Los capitanes de las naves mercantes podían ponerse quisquillosos sobre su prioridad de paso, y Venizelos bien podía provocar un incidente interestelar si apretaba demasiado al capitán que no debía. Incluso con la sugerencia de McKeon, la duración de sus plataformas de sensores remendadas iba a ser preocupantemente reducida. Quizá durasen los tres meses que pasarían hasta el regreso del Brujo (eso con suerte), si es que Young no encontraba alguna excusa para prolongar aún más sus «reparaciones». Y lo que era peor de todo, sus planes dependían de que no ocurriese nada grave en ninguna parte. Si algo iba mal había grandes posibilidades de que ella se enterara, pero había aún más probabilidades de que estuviera en el peor lugar desde el que poder hacer algo para remediarlo.

Suspiró y se irguió; luego colocó las manos sobre la mesa y se miró largo y tendido los dorsos de las mismas.

En el análisis final todo dependía de su tripulación, y no le gustaba pensar en la presión a la que estaba a punto de someterla. Los infantes de marina le resultarían de limitada utilidad a Venizelos, así que con casi total seguridad el oficial táctico pediría exclusivamente marinos. Eso significaba que con él perdería casi el diez por ciento de la tripulación del Intrépido, y además lo tendría muy difícil para negarle el mejor diez por ciento, con la mayor experiencia en naves pequeñas. Sus propios grupos de aduanas para el tráfico orbital tendrían que formarse a partir de lo que quedase, y ya se había fijado en que había un preocupante número de mercantes en la órbita de Medusa. No podía ni imaginarse lo que habrían encontrado para comerciar con los aborígenes, pero claramente comerciaban con grandes cantidades de algo, y era su deber comprobar cada una de esas naves.

Sabía que resultaba tentador conformarse con un simple examen de sus manifiestos de carga, pero eso no era lo que la Flota esperaba de ella. Los controles de manifiestos podían bastar para el tráfico de paso, que solo entraba en el sistema para transitar por la confluencia, pero respecto a las naves que comerciasen en territorio manticoriana que transportaran carga a Basilisco, se suponía que debía inspeccionar las lanzaderas de carga y las propias naves en busca de contrabando. Y eso significaba largas y penosas horas para su gente, y cada grupo de inspección necesitaría un oficial o un suboficial con antigüedad para dirigirlo.

Aunque no tuviera que preparar otros destacamentos, iba a estar corta de efectivos de modo crónico, y casi podía ver el efecto dominó avanzar hacia ella. Tener muy poca gente significaría guardias más largas, menos tiempo libre y más resentimiento por parte de una tripulación que ya le era hostil, en un momento en el que necesitaba un esfuerzo límite por parte de todo el mundo a bordo.

Honor suspiró de nuevo y se levantó, mirando a su alrededor en el camarote vacío. Que así fuese. Su propia naturaleza y todo su aprendizaje la empujaban a liderar, pero si su liderazgo fallaba, entonces engatusaría, daría patadas, amenazaría o amedrentaría. De un modo o de otro, costase lo que costase, lo lograría.

Podían odiarla todo lo que les apeteciese mientras cumpliesen sus cometidos.