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Honor Harrington suspiró, se reclinó frente al terminal y se pinzó el puente de la nariz. No tenía nada de extraño que el almirante Courvosier hubiese sido tan ambiguo respecto a las reparaciones. Su antiguo mentor la conocía muy bien, sabía cómo habría reaccionado si le hubiera contado la verdad, y no estaba dispuesto a permitir que ella echara por tierra su primer mando de un crucero en un arrebato de ira.

Sacudió la cabeza y se levantó para estirarse. Nimitz se despertó y la miró, luego empezó a deslizarse hacia el suelo desde el cojín que el nuevo ayudante de Honor le había preparado a petición de esta, pero ella le hizo volver a él con el suave sonido que le servía para indicarle que tenía que reflexionar. El ramafelino ladeó la cabeza un instante, le lanzó un sencillo bleek y volvió a acurrucarse en su cojín.

Honor dio una rápida vuelta por el camarote. Al menos el Intrépido tenía una cosa buena: con menos de noventa mil toneladas, se lo podría considerar pequeño según los estándares actuales, pero los aposentos del capitán eran realmente espaciosos comparados con los del Ala de Halcón. Todavía era algo pequeño y apretado desde el punto de vista planetario, pero hacía muchos años que Honor no aplicaba esos estándares a su espacio vital. Incluso tenía su propio compartimento de comedor, lo bastante grande como para sentar en él a todos sus oficiales en las ocasiones formales, y eso era realmente un lujo a bordo de una nave de guerra.

Pero que fuese espacioso no le hizo sentirse mejor por la espantosa mutilación que estaba sufriendo su adorable nave a manos del Hefestos.

Se detuvo para ajustar una placa dorada en el mamparo, junto a su escritorio. Había una huella dactilar sobre la lisa aleación, y sintió un placer familiar e irónico acercándose a limpiarla con su manga. Esa placa la había acompañado de nave en nave, hacia cada planeta y de vuelta de él durante doce años y medio, y sin ella se sentiría desamparada. Era su amuleto de la suerte, su tótem. Pasó delicadamente la yema del dedo a lo largo de la inacabable y afilada ala del planeador grabado sobre oro, en recuerdo del día que aterrizó y descubrió que había marcado un nuevo récord —uno que aún perduraba, gracias a la combinación de altitud, duración y acrobacias aéreas—, y sonrió.

Pero la sonrisa se le fue en cuanto miró a través de la escotilla interna abierta, hacia el compartimento del comedor, y regresó al amargo presente. Suspiró una vez más. No ansiaba que llegara la cena prevista y, de hecho, tampoco ansiaba que llegara la hora de revisar la nave, después de lo que había encontrado almacenado en su ordenador. La felicidad que había sentido tan poco tiempo atrás se había marchitado, y lo que deberían haber sido dos de los rituales más agradables del cambio de mando parecían ahora mucho menos apetecibles.

Le dijo a McKeon que deseaba estudiar los libros de la nave y así era, pero su atención se había centrado sobre todo en las especificaciones de la reparación y en las instrucciones detalladas que había encontrado en la base de datos de seguridad del capitán. La descripción de los cambios que le había proporcionado McKeon había sido muy precisa, aunque no le había mencionado que, además de retirar dos tercios de los tubos de misiles del Intrépido, los astilleros estaban cargándose también su espacio para armas. El almacenamiento de los misiles había sido siempre un problema, en especial en las naves pequeñas, como los destructores y cruceros ligeros, ya que por definición un misil de impulsión tenía que ser grande. Había un límite a la cantidad de ellos que se podía tener a bordo, y como habían decidido reducir el número de tubos del Intrépido, no habían visto razón alguna para no reducir también las santabárbaras. Además, así habían podido añadir cuatro lanzatorpedos de energía adicionales.

Notó que los labios se le curvaban en un gruñido y se obligó a relajarlos al tiempo que Nimitz le mascullaba una pregunta. Las cuerdas vocales del ramafelino estaban terriblemente mal adaptadas para formar palabras. Eso no les suponía un problema para comunicarse con otros felinos, ya que entonces recurrían a su pobremente comprendido sentido telepático, pero sí hacía que muchos humanos tendieran a subestimar su inteligencia. Honor no era de ésos, y Nimitz siempre conocía su estado de humor. De hecho, sospechaba que lo conocía mejor que ella misma, y se tomó un descanso para acariciarle bajo la barbilla antes de recobrar el ritmo.

Era todo bastante sencillo, pensó. Había caído en las garras de Horrible Hemphill y los suyos, y ahora le tocaba a ella lograr que su estulticia pareciese astucia.

Apretó los dientes. En la RAM existían principalmente dos escuelas de pensamiento táctico: los tradicionalistas, capitaneados por el almirante Hamish Alexander, y la jeune école de la almirante de los Rojos lady Sonja Hemphill. Alexander (y, en lo que a eso se refería, Honor) pensaba que las verdades fundamentales del pensamiento estratégico seguirían siendo válidas independientemente de los nuevos sistemas de armas, que solo era cuestión de encajar las nuevas armas en los esquemas conceptuales ya existentes, con los ajustes necesarios según las posibilidades que aportaran. La jeune école creía que eran las armas las que determinaban la estrategia y, que la tecnología, adecuadamente usada, hacía irrelevantes los análisis históricos. Y en esos momentos, por desgracia, la política había situado a Horrible Hemphill y a sus vendedores de panaceas en la cima.

Honor contuvo la necesidad de vociferar insultos, algo muy poco característico en ella. No había estudiado política, no entendía la política, y ni siquiera le gustaba la política, pero incluso así captaba el dilema actual del gobierno de Cromarty. Enfrentado a la inflexible oposición de liberales y progresistas a los ciclópeos presupuestos militares, y con muestras de que los llamados «Hombres Nuevos» se estaban inclinando hacia una alianza temporal con ellos, el duque Allen se había visto obligado a atraer a la Asociación Conservadora a su campo como contrapeso. Era poco probable que los conservadores fueran a mantenerse allí (su proteccionismo y su aislacionismo xenófobo estaban demasiado reñidos con la idea de los centristas y de los monárquicos de que una guerra declarada contra la República Popular de Haven era inevitable), pero por ahora eran necesarios y se cobraban cara su fidelidad. Habían perseguido el Ministerio del Ejército, y el duque Allen había sido obligado a complacerlos nombrando a sir Edward Janacek Primer Lord del Almirantazgo, la cabeza civil de las Fuerzas Armadas bajo las qué servía Honor.

Janacek había sido almirante en su época y tenía reputación de duro y decidido, pero también sería complicado encontrar un viejo más reaccionario y xenófobo. Pertenecía al grupo que se había opuesto a la anexión de la terminal de Basilisco en la confluencia de Mantícora, con la base de que solo serviría para «enemistar a nuestros vecinos» (en otras palabras, que sería el primer paso en la senda de la intervención externa), y que eso ya era bastante malo de por sí. Honor podía ser apolítica, pero sabía a que partido apoyaba. Los centristas comprendían que el expansionismo de la República de Haven acabaría poniéndola inevitablemente en conflicto con el Reino, y estaban preparándose para poder hacer algo al respecto. Los conservadores querían meter la cabeza en un hoyo hasta que todo el peligro desapareciera, aunque al menos estaban a favor de mantener una flota poderosa para proteger su precioso aislamiento.

Pero el punto que más afectaba al Intrépido ahora mismo era que Hemphill era prima segunda de Janacek, y que a este le disgustaba personalmente el almirante Alexander. Además, el nuevo Primer Lord tenía miedo a la insistencia de los tradicionalistas de que las expansiones agresivas como la de Haven continuarían hasta que se detuvieran por la fuerza. Y, por último, Hemphill era una de las almirantes más antiguas de los Rojos. Cada uno de los rangos superiores de la RAM estaba dividido en dos secciones en función de la antigüedad: la mitad más joven de cada rango eran los almirantes de los Rojos, o la División del Grifo, mientras que la mitad mayor eran almirantes de los Verdes, o División de la Mantícora. Era simple cuestión de longevidad que cualquier oficial superior fuese finalmente traspasado de una división a la otra, pero también podían ser ascendidos por delante de sus compañeros, y con su primo de Primer Lord, lady Sonja estaba a un pelo de subir a los Verdes… sobre todo si lograba justificar sus teorías tácticas. Todo lo cual, sumado, había dado a Horrible Hemphill el peso necesario para mutilar la indefensa nave de Honor.

Está gruñó y le dio una patada a un taburete, que voló por el camarote. La satisfacción que así obtuvo fue tan solo momentánea, y volvió a dejarse caer en la silla para mirar con el ceño fruncido la pantalla.

El mando que le habían concedido, parecía, era su «recompensa» por graduarse en el primer puesto de la clase de Tácticas Avanzadas del almirante Courvosier, puesto que el Intrépido era también el arma secreta de Hemphill en las inminentes maniobras de la Flota. Esto explicaba el secretismo que rodeaba las reparaciones (que Courvosier había usado como excusa para no avisar a Honor), y sin duda Hemphill estaba aguantándose las carcajadas y frotándose las manos con expectación. En lo que a Honor se refería, si hubiese sabido lo que le esperaba, ¡bien habría preferido rebajarse unos cuantos percentiles la nota solo para evitarlo!

Volvió a frotarse los ojos, preguntándose si McKeon estaría ya enterado de su papel en los ejercicios de la Flota. Probablemente no. No le había parecido lo bastante molesto, dado lo que esto iba a suponer para sus puntuaciones de eficiencia y, sin ninguna duda, para la reputación del Intrépido.

El problema era que, sobre el papel, todo el asunto parecía tener sentido. Los blindajes de gravedad eran la primera y principal línea de defensa de toda nave de guerra. El motor de impulsión creaba un par de bandas de gravedad concentrada por encima y por debajo de la nave: una cuña abierta en ambos extremos (aunque el borde delantero era mucho mayor que el trasero) capaz en teoría de acelerar al instante hasta la velocidad de la luz. Obviamente, una aceleración así convertiría a cualquier tripulación en papilla sanguinolenta; incluso con los modernos compensadores de inercia, la mejor aceleración que podía soportar una nave en impulsión no llegaba ni de lejos a las seiscientas gravedades, pero eso ya había supuesto una tremenda mejora. Y no solo en términos de propulsión; incluso en la actualidad, ninguna arma conocida podía penetrar las bandas de aceleración de una cuña de impulsión militar, lo que significaba que, simplemente con dar energía a los impulsores, se protegía a la nave de cualquier ataque desde arriba o abajo.

Pero eso dejaba los lados de la cuña de impulsión, que también estuvieron descubiertos hasta que alguien inventó la pantalla de gravedad y amplió la protección a los flancos. Pese a ello, la proa y la popa seguían sin poder taparse, ni siquiera con un blindaje, y la pantalla más poderosa jamás generada era muy débil comparada con una banda de impulsión. Las pantallas podían ser perforadas, en especial con misiles armados con dispositivos de penetración, pero hacía falta usar una potente arma de energía a poca distancia (relativamente hablando) para agujerearlas de modo eficaz, y eso limitaba los haces a un alcance de no más de cuatrocientos mil kilómetros.

También significaba que las batallas espaciales mostraban una desagradable tendencia a convertirse en empates tácticos, independientemente de lo importantes que fueran desde el punto de vista estratégico. Cuando una flota se daba cuenta de que estaba en un apuro, simplemente giraba de lado sus naves, presentando al enemigo solo las caras impenetrables de las cuñas impulsoras de sus unidades individuales, mientras procuraba romper el ataque. La única respuesta posible era una persecución decidida, pero eso, a su vez, dejaba a la vista los vulnerables arcos frontales de las cuñas de los perseguidores; era una invitación a que el enemigo les lanzara por la garganta su fuego mientras trataban de aproximarse. Las escaramuzas entre cruceros solían lucharse hasta el fin, pero los enfrentamientos entre grandes naves tendían a limitarse a la ejecución de un intrincado baile en el que ambos bandos ya conocían todos los pasos.

La situación había permanecido sin cambios durante más de seis siglos estándares, salvo por los ajustes en la distancia de enfrentamiento debidos a las mejoras de las armas de haces, y a los nuevos trucos de los diseñadores defensivos para hacer que la perforación con misiles fuese más difícil; y Hemphill y sus tecnófilos lo encontraban intolerable. Creían que la lanza gravitatoria podía romper esa «situación de estancamiento» y estaban decididos a demostrarlo.

En teoría, Honor tenía que darles la razón. En teoría. En su interior, casi deseaba melancólicamente que tuvieran razón, porque la estratega que llevaba dentro odiaba la idea de batallas sangrientas y formales. El verdadero objetivo debía ser vencer a la flota enemiga, no simplemente quedarse con el territorio. Si los escuadrones de batalla sobrevivían a la lucha, se veían obligados a seguir una estrategia de desgaste y bloqueo, y al final las bajas eran mucho mayores en esa especie de guerra de punto muerto.

Pero aun así la jeune école no tenía razón. La lanza gravitatoria era nueva y, de hecho, quizá pudiera disfrutar algún día del potencial que Hemphill le daba, pero ciertamente aún no. Con solo un poquito de suerte, un impacto directo podía desencadenar una reacción armónica que consumiera los generadores de pantallas, pero era un arma voluminosa, lenta, de enorme masa, y su alcance máximo en circunstancias óptimas apenas llegaba a los cien mil kilómetros.

Y eso, pensó lúgubremente, era el fallo crítico. Para emplear la lanza, la nave tenía que aproximarse a distancia de bocajarro a unos enemigos que empezarían a tratar de arrasarla con sus misiles desde más de un millón de kilómetros de distancia, y a golpearla con armas de energía a cuatro veces el alcance de la propia lanza. Quizá incluso podría tener sentido a bordo de una nave principal, con masa de sobra para malgastarla en ella, ¡pero solo un idiota (u Horrible Hemphill) creería que era apropiada a bordo de un crucero ligero! El Intrépido carecía por completo de las defensas necesarias para sobrevivir a un fuego hostil mientras se aproximaba y, por culpa de la lanza gravitatoria, ya no tenía ni siquiera las armas ofensivas para poder responder de modo eficaz. Oh, por supuesto, si llegaba al alcance de la lanza gravitatoria, y si la lanza funcionaba bien, las enormes baterías de torpedos de energía que Hemphill había incrustado en la nave podrían despedazar incluso a un superacorazado. Pero eso solo si la lanza hacía su trabajo, ya que los torpedos de energía eran tan eficaces como los huevos pasados por agua contra un blindaje intacto.

Era una locura, y correspondía a Honor lograr que funcionara.

Miró una vez más la pantalla con furia, y después la apagó molesta y se despatarró sobre su camastro. Nimitz se estiró y paseó despacio, dejando atrás su cojín hasta enrollarse sobre el estómago de la mujer. Esta vez ella lo arrulló y abrazó su pelaje mientras él ponía la barbilla en su esternón para ayudarla a meditar.

Honor se planteó la posibilidad de reclamar. Al fin y al cabo, la tradición otorgaba al capitán la autoridad de discutir las modificaciones de su nave, pero en realidad el Intrépido no había estado bajo su mando cuando se autorizaron las reparaciones, y el derecho a protestar no implicaba el derecho a rehusar. Honor sabía perfectamente cómo reaccionaría Hemphill a cualquier protesta, y de todos modos ya era demasiado tarde para reparar el daño realizado. Además, tenía unas órdenes que acatar. Independientemente de lo estúpidas que fueran, su trabajo consistía en hacer que funcionaran; y eso, como se decía en la Academia, era todo. ¡Incluso si hubiese sido de otro modo, el Intrépido era su nave, maldición! Le hiciera lo que le hiciera Hemphill, nadie iba a echar mierda sobre la reputación del Intrépido si ella podía evitarlo.

Tensó los músculos para desperezados, al tiempo que el ronroneo de Nimitz zumbaba a su lado. Honor nunca había sido capaz de descubrir qué más cosas sabía hacer el ramafelino, pero ese misterioso sexto sentido del animal tenía que estar detrás de todo aquello, porque notó que su rabia se transformaba en determinación, y sabía demasiado bien que no se debía a ella misma.

Su mente comenzó a darle vueltas al problema. Era probable que pudiese tener éxito al menos una vez, suponiendo que los agresores no hubieran atravesado los sistemas de seguridad de Hemphill. ¡Después de todo, la idea era tan descabellada que ninguna persona en su sano juicio se esperaría algo así!

Supongamos que se uniera a uno de los escuadrones de exploración. Era un puesto bastante lógico para un crucero ligero, y los chicos malos tenderían a ignorar al Intrépido para concentrarse en las naves principales. Eso le permitiría colarse hasta estar dentro del alcance de la lanza y soltar su disparo. Sería prácticamente un ataque suicida, pero eso no importaba a los compinches de Hemphill. Consideraban que intercambiar un crucero ligero (y su tripulación) por un acorazado o superacorazado enemigo era más que equitativo, lo que constituía una razón más por la que Honor odiaba su así llamada doctrina táctica. Pero incluso aunque lograse tener éxito una vez y de algún modo sobrevivir, nunca tendría éxito una segunda; no en cuanto los agresores supieran que el Intrépido estaba ahí y con qué estaba armado. Se limitarían a aniquilar cualquier crucero ligero que vieran, puesto que Hemphill había colocado su arma secreta en una cáscara de huevo demasiado frágil como para poder sobrevivir al fuego de una nave principal. Por otro lado, incluso un solo éxito supondría todo un tanto para Honor, al menos entre aquellos que se dieran cuenta de la imposibilidad de su misión.

Suspiró y cerró los ojos, comprendiendo demasiado bien sus propias motivaciones. Nunca había aprendido a rechazar un desafío. Si había algún modo de llevar a buen fin el gambito de Horrible Hemphill, Honor lo encontraría, por mucha rabia que le diera.