Dejamos atrás la Acrópolis y el ágora, pasamos por unas estrechas calles llenas de tiendas, y llegamos a la plaza Sintagma, delante del gran edificio del parlamento. De camino, mi viejo compró una interesante baraja, que abrió inmediatamente para sacar el comodín antes de darme el resto.
Comimos en una de las muchas tabernas que había en la gran plaza. Después de tomarse el café, mi viejo dijo que haría algunas averiguaciones para localizar a mamá. Me dolían las piernas después de tanto andar siguiendo las huellas de los antiguos griegos, así que acordamos que yo me quedaría un rato sentado en el café, mientras él hacía algunas llamadas telefónicas y visitaba una agencia de modas que al parecer estaba por allí cerca.
Cuando mi viejo se marchó, me quedé solo en una gran plaza llena de pequeños griegos. Lo primero que hice fue colocar sobre la mesa todas las cartas de la baraja. Asigné a cada una de ellas una pequeña frase. Luego intenté unir todas las frases para formar un gran cuento. Pero resultaba muy complicado sin papel y lápiz, de modo que, tras uno o dos intentos, lo dejé.
Opté por sacar la lupa y el libro del panecillo, y seguir leyendo sobre la isla mágica. Estaba seguro de encontrarme en un punto crucial del libro, porque había llegado el momento en que Comodín tenía que unir todas las frases dichas por los enanos. Puede que llegara a entender mejor la conexión que había entre mí mismo y todo eso tan extraño que Hans el Panadero había contado a Albert hacía muchísimo tiempo.
Lo que había bebido era tan bueno para todo el cuerpo que noté cómo el suelo se mecía bajo mis pies. Fue como si estuviera de nuevo en el mar.
Oí decir a Frode:
—¿Cómo se te ha ocurrido ofrecerle esa bebida?
Oí contestar a Comodín:
—Porque me rogó muy encarecidamente que se la dejara probar.
No estoy totalmente seguro de que eso fuera exactamente lo que dijo, porque en ese instante me dormí. Cuando volví a despertarme, Frode estaba a mi lado, dándome pequeños golpes en el costado.
—¡Despierta! —dijo—. Comodín está a punto de descifrar el gran misterio.
Me incorporé de un salto.
—¿Qué misterio?
—El juego de Comodín, ¿no te acuerdas? Está formando una sola historia con todas las frases.
Al levantarme, vi que Comodín estaba pidiendo a los enanos que se colocaran en un determinado orden. Formaban un círculo, como antes, pero ahora los distintos palos estaban entremezclados. Me di cuenta rápidamente de que todos los números iguales estaban en un mismo grupo.
Comodín volvió a trepar a la silla alta, y Frode y yo le seguimos.
—¡Jotas! —gritó Comodín—. Que se coloquen entre los reyes y los dieces. Las reinas entre los reyes y ases.
Se rascó la cabeza un par de veces antes de proseguir:
—¡Nueve de Tréboles y Nueve de Diamantes que se cambien de lugar!
Salió un rechoncho trébol y se colocó en el lugar de un frágil diamante que, a su vez, fue a ocupar el lugar del trébol.
Comodín hizo algunos ajustes más, antes de darse por satisfecho.
—Esto se llama dispersión —susurró Frode a mi lado—. Primero se le da un significado a cada carta, luego se barajan y se reparten de nuevo.
Apenas pude captar sus palabras porque, en ese instante, noté en una pierna un fuerte sabor a limón, a la vez que un delicioso olor a lilas comenzó a juguetear en mi oreja izquierda.
—Que todos repitan su frase —dijo Comodín—. Pero el solitario no será coherente hasta que las partes se hayan reunido en un conjunto. Pues todos procedemos de la misma estirpe.
Reinó un silencio total durante unos instantes. Entonces dijo Rey de Picas:
—¿Quién empieza?
—Siempre es igual de impaciente —susurró Frode.
Comodín hizo una reverencia con ambos brazos.
—Naturalmente, el principio de la historia determina el resto —exclamó—. Y nuestra historia empieza con Jota de Diamantes. Por favor Jota del Vidrio, tienes la palabra.
—Bergantín de plata naufraga en mar embravecido —dijo Jota de Diamantes.
A la derecha de Jota de Diamantes estaba Rey de Picas, que dijo:
—El que va a descubrir el destino tiene que sobrevivirlo.
—¡No, no! —exclamó Comodín desalentado—. Este juego sigue el sentido del sol. A Rey de Picas le toca el último.
Vi que Frode se puso tenso.
—Entonces es como me había temido —murmuró.
—¿Cómo?
—Que a Rey de Picas le tocará al final.
No tuve tiempo de asimilar lo que me dijo porque, de repente, noté fluir por mi cabeza un abrumador sabor a yema batida con azúcar, delicia de la que no se había podido disfrutar muy a menudo en mi casa de Lübeck.
—Empecemos de nuevo —dijo Comodín—. Primero todos los jotas, luego todos los dieces y luego todos los demás en el sentido del giro del sol. ¡Por favor, jotas!
Todos los jotas pronunciaron uno por uno sus frases:
—Bergantín de plata naufraga en mar embravecido. El marinero es lanzado a la playa de una isla que crece y crece. El bolsillo de la camisa esconde una baraja que se pone a secar al sol. Las 53 imágenes serán la compañía del hijo del maestro vidriero durante muchos y largos años.
—Así está mejor —dijo Comodín—. Así empieza nuestra historia. Quizá no sea gran cosa, pero al fin y al cabo, es un principio. ¡Por favor dieces, os toca!
Y continuaron los dieces:
—Antes de que palidezcan los colores, las 53 figuras se forjan en la imaginación del solitario marinero. Las extrañas figuras danzan en la conciencia del maestro. Cuando el maestro duerme, los enanos viven su propia vida. Un buen día, un rey y un jota escapan trepando de la cárcel de la conciencia.
—¡Bravo! Seguramente, no se podría haber dicho de un modo más escueto. ¡Nueves!
—Las imaginaciones abandonan el espacio creativo y entran en el espacio creado. Las figuras salen de la manga del mago y se pellizcan en el aire para comprobar que están vivas. Las imaginaciones tienen un aspecto muy hermoso, pero todas menos una han perdido la razón. Sólo el comodín de la baraja desenmascara el espejismo.
—¡Cierto, cierto! Pues la verdad es algo solitario. ¡Ochos!
—La bebida centelleante paraliza los sentidos de Comodín. Comodín escupe la bebida mágica. Sin el suero de la mentira, el pequeño bufón piensa con más claridad. Tras 52 años, el nieto del náufrago llega al pueblo.
Comodín me dirigió una mirada de asentimiento.
—¡Sietes! —ordenó.
—La verdad está en las cartas. El hijo del maestro vidriero se ha burlado de sus propias imaginaciones. Las imaginaciones se rebelan contra el maestro. El maestro morirá pronto, y los enanos habrán sido sus asesinos.
—¡Ay, ay! ¡Seises!
—La princesa del sol encuentra camino al mar. La isla mágica se destruye desde dentro. Los enanos fracasan de nuevo. El hijo del panadero logra escapar del cuento antes de que se desplome.
—Mejor. Cincos, os toca a vosotros. Tenéis que hablar alto y claro, porque un error de pronunciación, por pequeño que fuera, podría tener dramáticas consecuencias.
Lo que dijo sobre las consecuencias dramáticas me dejó tan confundido que me perdí la primera frase.
—… El hijo del panadero se refugia en las montañas y se establece en un recóndito pueblo. El panadero esconde los tesoros de la isla mágica. Lo que va a suceder está en las cartas.
Comodín empezó a dar nerviosas palmadas.
—Aquí se le cantan las cuarenta al uno y al otro —dijo—. La ventaja de este juego es que no sólo refleja lo que ha sucedido, sino también lo que va a suceder. Y aún no hemos hecho más que la mitad del solitario.
Me volví hacia Frode. Puso su brazo sobre mi hombro, y me susurró tan bajo que apenas pude oírle:
—Él tiene razón, hijo.
—¿Qué quieres decir?
—No me queda mucho tiempo de vida.
—¡Tonterías! —dije irritado—. No vas a tomar en serio un ridículo juego.
—No sólo es un juego, hijo mío.
—¡No dejaré que te mueras! —dije tan alto que varias de las figuras del círculo nos miraron.
—Toda la gente mayor tiene que morir, hijo mío. Pero es bueno saber que ha llegado alguien que puede seguir donde el viejo lo dejó.
—Supongo que yo también me moriré aquí en la isla.
Con voz indulgente, me contestó:
—¿Pero no has oído? «El hijo del panadero se refugia en las montañas y se establece en un recóndito pueblo». ¿No eres tú hijo de panadero?
Comodín volvió a dar palmadas, hasta que la enorme habitación se llenó del ruido de los cascabeles.
—¡Silencio! —ordenó—. ¡Seguid, Cuatros!
Yo estaba tan aturdido por la posibilidad de que Frode fuera a morir que sólo capté las frases de Cuatro de Tréboles y Cuatro de Diamantes.
—… El pueblo aloja al niño abandonado que ha perdido a su madre enferma. El panadero le da la bebida centelleante y le enseña los hermosos pececillos.
—Y ahora les toca a los treses. ¡Adelante!
También esta vez capté solamente dos de las frases:
—… El marinero se casa con una hermosa mujer que le da un hijo varón antes de irse al país del sur para encontrarse a sí misma. Padre e hijo buscan a la hermosa mujer que no se encuentra a sí misma.
Cuando los treses dijeron sus frases, Comodín volvió a interrumpir:
—¡Una buena baza! Estamos entrando en el País del Mañana.
Me volví hacia Frode y descubrí que tenía los ojos humedecidos.
—No entiendo nada de todo esto —dije irritado.
—¡Calla! —susurró Frode—. Tienes que escuchar la historia, hijo.
—¿La historia?
—O el futuro, también el futuro pertenece a la historia. Este juego nos conduce hasta muchas generaciones más adelante. Eso es lo que quiere decir Comodín con el País del Mañana. Nosotros no entendemos todo lo que está en las cartas, pero, detrás de nosotros, viene más gente.
—¡Doses! —dijo Comodín.
Intenté recordar todo lo que decían, pero sólo capté:
—… El enano de manos frías señala el camino al recóndito pueblo y regala al niño del país del norte una lupa para el viaje. La lupa coincide con el trozo roto de la pecera. El pez de colores no revela el secreto de la isla, pero sí el panecillo.
—¡Elegante! —exclamó Comodín—. Sabía que lo de la lupa y la pecera eran la clave de toda la historia. Ha llegado el turno a los ases. ¡Por favor, princesa!
De nuevo, sólo capté tres frases:
—… El destino es una serpiente tan hambrienta que se devora a sí misma. La cajita de dentro desembala a la de fuera, a la vez que la de fuera desembala a la de dentro. El destino es una coliflor que crece por igual en todas las direcciones.
—¡Reinas!
Estaba ya tan aturdido que sólo logré tomar nota de dos frases:
—… El hombre del panecillo grita por un tubo mágico y su voz alcanza gran distancia. El marinero escupe bebida fuerte.
—Ahora los reyes finalizarán el solitario con algunas verdades bien fundadas —dijo Comodín—. ¡Vamos reyes! Somos todo oídos.
Capté a todos, menos a Rey de Tréboles:
—… El solitario es una maldición de familia. Siempre hay algún comodín que desenmascara el espejismo. El que va a descubrir el destino, tiene que sobrevivirlo.
Era la tercera vez que Rey de Picas decía lo de sobrevivir al destino. Comodín y todas las demás figuras aplaudieron.
—¡Bravo! —exclamó Comodín—. Todos podemos estar orgullosos de este solitario, porque todos hemos aportado algo.
Los enanos volvieron a aplaudir y Comodín se dio golpes en el pecho:
—¡Bien por Comodín en el día de Comodín! —dijo—. ¡Porque el futuro le pertenece!