Han pasado seis años desde que me encontrara delante del viejo templo de Poseidón, en el Cabo Sunion, mirando al mar Egeo. Hace casi siglo y medio que Hans el Panadero llegó a la singular isla del Atlántico. Y hace exactamente doscientos años que Frode naufragó cuando iba de México a España.
Tanto he de remontarme al pasado para entender por qué mamá huyó a Atenas.
Realmente, me gustaría pensar en otra cosa. Pero sé que tendré que procurar anotarlo todo, mientras quede todavía en mí algo del niño que llevo dentro.
Estoy sentado delante de la ventana del salón de Hisoy viendo cómo fuera caen las hojas de los árboles. Bajan volando por el aire y se posan sobre las calles como una fina alfombra. Una niña pequeña va andando sobre las castañas, que a su paso saltan por entre las vallas de los jardines.
Es como si ya todo hubiera perdido su sentido.
Cuando pienso en los naipes del solitario de Frode, es como si todas las fuerzas de la naturaleza se hubieran desencadenado.