31

Lunes, 10 de abril

No pienso irme. Nunca te dejaré en paz. Estoy frente a la puerta de la Unidad de Cuidados Intensivos y percibo tu presencia, como algo que pesa en el aire. Si no supiera cuál es la situación, casi podría creer que el ambiente solemne y silencioso del hospital se debe a nosotros. El personal, las visitas y los pacientes externos pasan cabizbajos por delante de mí.

Ayer estuve aquí, pero no pude entrar a verte. Simón Waterhouse insistió en quedarse conmigo todo el tiempo. Mientras los médicos me examinaban, él esperó fuera. Creo que aprobarías su paciencia y su rigor: son dos cualidades que tú también posees. Tras asegurarse personalmente de que los médicos me habían dado el alta, me llevó a casa en coche. Le insistí en que no tenía nada, salvo el dolor que sentía en los brazos y las piernas tras haber estado atada.

Ayer estuve junto a la Unidad de Cuidados Intensivos. Fue una suerte. Hoy, eso me facilita las cosas.

Tecleo el código en el panel, el mismo que he visto marcar a un médico: CY1789. El truco que le funcionó a tu hermano también me ha funcionado a mí. La puerta lanza un zumbido y, al empujar, se abre sin problemas. Estoy en tu pabellón. De pronto me doy cuenta de que el hecho de entrar físicamente en esta unidad es tan solo una parte del desafío. Ahora debo fingir que estoy en mi ambiente, como si mi presencia en este pasillo fuera algo normal. Graham debió de hacer lo mismo; debió de darse cuenta de que moverse con sigilo habría sido muy peligroso.

Con la cabeza alta, camino deprisa y, segura de mí misma, paso por delante del mostrador de las enfermeras, dirigiéndome hacia tu habitación, contenta por haber tenido la brillante idea, esta mañana, de ponerme el único vestido elegante que tengo. He dejado el bolso en casa; en su lugar llevo un maletín marrón de piel con cierre de cremallera que me da un aspecto oficial. Sonrío a todo el mundo al pasar; es la sonrisa cálida de alguien que está ocupado y que dice: «Estoy segura de que todos me conocéis. Este es mi ambiente; ya he estado antes aquí y voy a volver». Y volveré, Robert, lo quieras tú o no. No seré capaz de alejarme de ti.

La puerta de madera de tu habitación tiene una ventanita de cristal. Cuando vine con Charlie, la cortina estaba abierta; sin embargo, ahora está echada. Agarro el pomo y entro en la habitación, mirando a mi alrededor por si alguien me está observando. Sin dudar.

En tu habitación hay dos enfermeras jóvenes. Una te está lavando la cara y el cuello con una esponja. Mierda. La sorpresa me borra la sonrisa de la cara.

—Lo siento —dice la otra enfermera, que rellena con un líquido una bolsa sujeta a una de las máquinas. Ha confundido mi miedo con irritación. Soy mayor que ella y llevo ropa cara, por lo que supone que soy un miembro cualificado del personal del centro.

Su compañera, la que tiene la esponja en la mano, es menos considerada.

—¿Quién es usted? —pregunta.

Ahora que estás delante de mí me resulta más fácil. Eres un hombre postrado en una cama, inmóvil. Tienes los ojos cerrados y la piel blanca. Me quedo mirando fijamente tu rostro y me doy cuenta de la gran distancia que nos separa. Podríamos ser perfectamente dos personas que no tienen nada que ver la una con la otra. Todo lo que tiene que ver contigo —tus pensamientos, tus sentimientos, la red de órganos internos que mantiene vivo tu cuerpo—, todo está metido bajo tu piel.

Por un momento me sobrecoge la idea de que otra persona, metida como estás tú ahora en esa carcasa de piel, hubiera podido penetrar en la mía de ese modo. Si un cirujano me operara, encontraría lo mismo. Casi has llegado a reemplazar mi propio ser, Robert. ¿Cómo he podido permitir que tal cosa ocurriera?

—Este es Robert Haworth, ¿verdad? —pregunto, tratando de parecer alguien que tiene derecho a perder la paciencia todas las noches aunque aún no lo ha hecho.

—Sí. ¿Es usted del DIC?

—No exactamente —digo. Levanto el maletín, dando a entender que contiene documentos importantes—. Soy asistente social; colaboro con la policía. La inspectora Zailer me dijo que era un buen momento para visitar a Robert. —Doy gracias a Dios por que ayer, al volver del hospital, Simón Waterhouse mencionara la posibilidad de contactar con una asistente social para que se ocupara de mí. Tuve ganas de decirle que era un poco tarde para eso.

Las enfermeras asienten con la cabeza.

—De todas formas, ya hemos terminado —dice una de ellas.

—Estupendo.

Le dedico una sonrisa enérgica, de funcionaría eficiente. Ninguna de ellas cuestiona por qué una asistente social desearía pasar un rato junto a un hombre que está inconsciente. El cargo que me he adjudicado les ha parecido perfecto. Suena bien; hace pensar en trámites, directrices y objetivos. Las enfermeras no tienen por qué preocuparse.

Una vez que se han ido, me acerco a ti y te acaricio la frente, que aún está húmeda por el contacto de la esponja. Tocarte ahora me resulta extraño. Tu piel es tan solo piel, como la mía, como la de cualquiera. ¿Qué es lo que te hace tan especial? Sé que tu corazón sigue latiendo, pero me interesa más lo que está haciendo tu cerebro. Es esa parte de ti la que te hace diferente a los demás.

Robert Angilley.

El grito, el que lancé ayer, sigue ahí, aunque en este momento me aseguro de que solo yo pueda escucharlo.

—Tu hermano ha perdido un ojo. Graham. He vuelto a verlo. No fue tan horrible como la primera vez. —Hay muchas cosas que decir y no sé por dónde empezar—. También está en el hospital; pero no en este, en otro. Salió herido por culpa mía. No fue algo intencionado, simplemente ocurrió.

Me parece detectar un movimiento en tus párpados. Puede que sea porque te estoy mirando con mucha atención. Vemos aquello que queremos ver.

—Lo sé todo, Robert. Nadie me lo ha contado. Bueno, de algunas cosas me he enterado por la policía y de otras hablando con Juliet, aunque las más importantes las he descubierto por mí misma. Y desde entonces, lo único en que he podido pensar es en venir aquí para contártelo. Puede que vivas o puede que no, pero, pase lo que pase, quiero que sepas que te he vencido. Lo he hecho, Robert, a pesar de que durante mucho tiempo te has aprovechado de mí. Tú eras quien poseía toda la información y quien podía decidir si la revelaba o no.

Me inclino para besarte en los labios. Esperaba que estuvieran fríos, pero no es así: están calientes. Me aparto.

—Puedo hacerte y decirte cuanto quiera, ¿verdad? No puedes impedirlo; todo depende de mí. Ahora soy yo quien tiene toda la información y el poder. Soy yo quien hablará y a ti no te quedará más remedio que seguir ahí tumbado y escucharme. Es justo lo contrario de lo que ocurrió con Juliet.

Tus párpados, aunque de forma apenas perceptible, vuelven a moverse.

—Sé que Graham también la violó. Y que tú la encontraste, la cuidaste, te casaste con ella, hiciste que confiara en ti y que te necesitara. Igual que hiciste conmigo. Debe de ser fácil conseguir que una mujer se enamore de ti cuando sabes tantas cosas sobre ella. Debe de ser fácil decir lo que ella espera oír. Con Juliet funcionó de maravilla, ¿verdad? Y luego quisiste comprobar si volvería a funcionar con Sandy Freeguard.

Me tiemblan las piernas. Me siento en una silla, junto a tu cama.

—Sin embargo, Sandy no se ajustaba tanto como Juliet a tus propósitos. Debiste de sufrir una decepción, después de un comienzo tan bueno…, ella rindiéndose ante tu caballerosidad. ¿Por qué no iba a hacerlo? Tú sabes cómo hacernos sentir seguras. Pero Sandy no era como Juliet o como yo. Ella no se encerró en sí misma ni convirtió el hecho de ocultar su secreto en su mayor objetivo. Ella se lo contó a la policía, se unió a grupos de apoyo y se enfrentó a su violación mucho mejor de lo que la gente podía esperar. No se le pasó por la cabeza la posibilidad de sentirse avergonzada o de ocultar lo ocurrido. Es tu hermano quien debería sentirse avergonzado, y Sandy Freeguard lo comprendió mucho antes que yo y Juliet.

La rabia que siento es distinta de la que he sentido hasta ahora. Es fría y meticulosa. Me pregunto si esta gélida ira, esa que eres capaz de controlar y canalizar, es lo mismo que el mal. Si lo es, entonces es que el mal está dentro de mí por primera vez en mi vida.

—¿Cuántas veces te habló Sandy Freeguard de lo que tu hermano le habían hecho? Seguramente muchas. Debía de ser lo único en lo que pensaba. Era una mujer muy habladora y tú eras su novio, un hombre amable y cariñoso.

Me acerco un poco más.

—Para ti debió de ser muy exasperante. ¡Qué derroche de energía! Tu enfermizo juego solo funcionaba con mujeres que habían enterrado su experiencia y la ocultaban. Mujeres como Juliet y como yo, a quienes nos aterraba que alguien se enterara y lo que la gente pensaría de nosotras. Eso te encantó, ¿verdad? Casarte con Juliet sabiendo que ella no tenía ni idea de nada. Observarla mientras se ponía en ridículo, día tras día, amando y confiando en el hermano del hombre que la había violado y que había ganado dinero con ello. Por muy mal que se sintiera por dentro, al menos había conseguido ocultar su derrota ante el mundo y ahora te tenía a ti; las cosas empezaban a ir mejor. Tú debías intuir todo lo que pasaba por su mente. Disfrutabas con tu secreto, ¿verdad? Te regodeabas en su ignorancia, al ver lo equivocada que estaba.

Os imagino en casa, en el salón, viendo la televisión, durante la cena. Follando. Y todo el tiempo, cada segundo que pasabais juntos, tú sabías que podrías destruir todo su mundo en cualquier momento, si así lo decidías, contándole que estabas al corriente de su violación y que esa era la única razón de que te interesaras por ella. Y no era solo Graham quien ganaba dinero con eso; tú también lo hacías. Estabais juntos en el negocio y podías contárselo a Juliet en cualquier momento. El control total y absoluto.

Me levanto y me acerco a la ventana. Un hombre con un mono verde y gafas de seguridad está podando con una sierra mecánica los pequeños arbustos del jardín que se ve desde tu habitación. El ruido se interrumpe de vez en cuando para luego volver a empezar.

—Es una de las maneras más eficaces de arruinarle la vida a alguien…, demostrarle, de repente, que su visión del mundo y que todo lo cree que es verdad, que todo lo que le importa está basado en una mentira, en un cruel y sádico engaño. Tú también debes haber pensado lo mismo. Sé cómo eres, Robert; solo se salvan los más fuertes.

No dices nada. Estoy intentando provocar a alguien que está inconsciente.

—Espero haberte impresionado. Puede que consiguieras engañarme, pero se dieron unos efectos colaterales que no habías previsto. No se puede entregar a alguien un año de tu vida, dejando que te amen como yo lo he hecho, sin darle nada a cambio a la otra persona. Y tú me diste lo suficiente para convencerme de que no me engañaba. Pero ahora soy yo quien sabe cosas de ti, cosas que nunca habrías sospechado que fuera capaz de descubrir.

Tus párpados se contraen ligeramente; esta vez sé que no me lo he imaginado. Me viene a la mente la expresión «movimientos oculares rápidos». ¿No es eso lo que ocurre cuando estás profundamente dormido? Puede que tengas una pesadilla. ¿Qué significa eso para ti, para alguien cuyo estilo de vida es más horrible que la peor de las pesadillas?

—Tú violaste a Prue Kelvey, aunque en realidad no querías. Graham quería que lo hicieras, y por eso lo hiciste, pero no disfrutaste con ello, ¿verdad? No como Graham; él sí disfrutaba violando mujeres. Me dijo que tampoco te interesaba la camarera, la de su despedida de soltero, aunque también la violaste, incitado por tu hermano. Era una especie de experimento, ¿no? Hacer lo mismo que Graham, pero solo de vez en cuando, para demostrarte a ti mismo que te movías en otro nivel, que jugabas en una liga superior.

Me aterra la posibilidad de que abras los ojos. Tengo que contártelo todo, y no estoy segura de poder hacerlo si me miras. Si me contestas.

—Sé que obligaste a Prue Kelvey a llevar un antifaz mientras la forzabas. Graham cree que lo hiciste porque tenías miedo de que te viera la cara, miedo de que un día se tropezara contigo y te reconociera. Sé que se equivocaba cuando me dijo eso, aunque yo también estaba en un error. Hasta hoy, antes de entrar en esta habitación, pensaba que habías obligado a Prue Kelvey a llevar un antifaz para que no viera tu rostro, para poder hacer con ella lo mismo que hiciste con Juliet, con Sandy y conmigo: propiciar un encuentro y convertirte en el novio que nos iba a salvar, para luego destrozar nuestras vidas y hacerlas pedazos.

Niego con la cabeza, preguntándome cómo pude creer algo así.

—Pero evidentemente no se trataba de eso. La sucesión de los acontecimientos era otra. Conozco la precisión con que funciona tu mente, Robert. Primero tenías que convertirte en el salvador, el salvador de verdad, para luego convertirte en el destructor. Por eso las víctimas de Graham eran perfectas. Con una mujer que tú hubieras violado nunca habría funcionado, ¿verdad? —Hago una pausa y luego prosigo—: Obligaste a Prue Kelvey a llevar un antifaz mientras la violabas porque no podías soportar la ausencia de reconocimiento en sus ojos. Su miedo no tenía nada que ver contigo como persona…, solo eras un agresor anónimo. No podías soportar esa idea, ¿verdad? Te sentías insignificante, como si fueras un hombre cualquiera. Ella ni siquiera sabía cómo te llamabas, aunque Graham y tú sí sabíais quién era ella; la habíais escogido entre un montón de mujeres. Y eso la hacía más especial que tú, lo cual te volvía loco. Para ti debía de ser algo más personal. Querías ser alguien importante para las mujeres; querías que para ellas fuera importante el hecho de que fueras tú y no un violador anónimo a quien podía sustituir tu propio hermano.

Me levanto y me alejo de ti todo lo que me permite esta minúscula habitación. Cuando sigo hablando, tengo la voz ronca, como si me hubieran raspado la garganta con papel de lija.

—En realidad, Graham y tú no sois intercambiables. Tú querías hacer más daño a las mujeres que él. A él le bastaba con violarlas, pero a ti no. No me sorprende que necesitaras demostrar que eras alguien único. En el mundo no existe nadie como tú, Robert. En una ocasión me dijiste que la gente cercana puede hacerte mucho daño, ¿recuerdas? El dolor que podías causarle a Prue Kelvey y a esa camarera de la despedida de soltero de Graham tenía un límite, porque esas mujeres no te conocían. Todos sabemos que en el mundo hay gente brutal y violenta, gente a la que podemos comparar con un huracán o un terremoto. Si no conocemos a esos monstruos personalmente, podemos verlos casi como un desastre natural: cuando destruyen nuestras vidas, no lo consideramos algo personal, sino una casualidad. No tienen nada que ver con nosotros, no nos aman ni nos resultan cercanos. Nos decimos que ignoran que somos buenas personas, seres sensibles y vulnerables. Si lo supieran, no serían capaces de hacernos tanto daño. Puede que el dolor que nos infligen sea horrible, pero no se trata de algo personal. Podría haberle pasado a cualquiera. Fuiste tú quien me dijo todo esto, y tenías razón.

Mi aliento empaña el cristal de la ventana. Dibujo un corazón con el dedo índice, pero lo borro de inmediato.

—Lo sé por experiencia, Robert. Todo es mucho más fácil si consigues distanciarte de tu agresor. Tu hermano sabía cómo me llamaba cuando me obligó a subirme a su coche a punta de cuchillo, pero no me conocía. Yo sabía que no se trataba de algo personal. Y eso me sirvió de consuelo.

Siento como si mi boca fuera de cuero. El aire de esta habitación está caliente y seco. No puedo abrir la ventana. Está cerrada con pestillo y no consigo moverlo.

—Graham pretendía que lo de escoger a sus víctimas entre mujeres que tuvieran página web era idea suya, a fin de poder aterrorizarlas con todo lo que sabía sobre ellas. La dimensión personal… Había más miedo y dolor en su mirada mientras se preguntaban por qué las había elegido a ellas. Graham me lo contó; estaba muy satisfecho de ello y se atribuía todo el mérito. Pero en realidad fue idea tuya, ¿verdad, Robert? Después de la despedida de soltero de Graham te sentías frustrado; puede que incluso estuvieras furioso. Te sentías como si esa camarera hubiera salido impune, ¿no es así? Te parecía haber perdido una oportunidad, por mucho que Graham hubiera disfrutado, porque esa camarera podría consolarse pensando que simplemente había sido víctima de la mala suerte, que estaba en un sitio inoportuno en un momento inadecuado.

Me seco las lágrimas.

—Y por eso le propusiste a Graham que cambiara su plan: en vez de desconocidas, le sugeriste que escogiera a una mujer en particular, dándoles a entender que sabíais quiénes eran y a qué se dedicaban. Que supieran que habían sido elegidas. A Graham le gustó la idea, aunque él es más fácil de contentar que tú. Tú no estabas satisfecho del todo. Lo que tú querías era que supieran quién eras; los demás no importaban. Pero lo que no podías hacer era proponerle a Graham que ambos os presentarais a las mujeres que pensabais violar, empezar a salir con ellas y luego violarlas, ¿verdad? Graham no quería que lo pillaran.

Pero lo han pillado, y en parte ha sido gracias a mí. Trato de recordar que no soy tan solo tu víctima y la de tu hermano, sino que también soy, o también podría ser yo quien saliera ganando. Todo dependerá de lo que haga ahora.

Sigo hablándoles a tus ojos cerrados.

—A ti no te importaba que pudieran pillarte, ¿verdad? Estabas tan seguro de ser capaz de destruir a tus víctimas que no suponían ninguna amenaza. Pensabas que tu táctica era infalible. ¿Quieres que te hable de tu táctica? —Me echo a reír; es una risa dura y oxidada que emerge del fondo de mi garganta—. Primero te acercabas a nosotras, lo bastante como para poder hacernos daño. Nos obligabas a amarte y a no poder estar sin ti, hasta el punto de que todo nuestro mundo se reducía a Robert, Robert y Robert. ¡Dios, qué bueno eras en eso! Romántico y encantador. El marido o el amante perfecto… Daba igual el papel que interpretaras, porque ponías en él todas tus energías y todo tu entusiasmo. Si no hubiéramos creído que eras la encarnación de nuestra alma gemela, descubrir la verdad no nos hubiera hecho tanto daño, ¿verdad?

Cojo tu almohada por un extremo, la saco de debajo de tu cabeza, y la sostengo con las dos manos.

—Esa es la parte a la que más deseabas llegar: el dolor y el shock que causabas cuando revelabas tu verdadera forma de ser. Tú mismo me lo dijiste.

Guardo silencio mientras recuerdo tus palabras exactas: «Hace mucho tiempo que estoy pensando dejarla. Planeándolo, deseando hacerlo. Se ha convertido en algo… casi irreal en mi imaginación. La apoteosis».

—Yvon se equivocaba al pensar que nunca ibas a dejar a Juliet por mí. Al final lo habrías hecho. Eso siempre formó parte de tu plan. Sin embargo, querías prolongar la emoción, alargarla todo lo posible antes de pasar a tu siguiente víctima. Primero fuimos víctimas de Graham, y luego tuyas. Apuesto a que considerabas a Graham como una especie de punto de apoyo… Sabías que eras tú quien iba a destruirnos de verdad: a Juliet, a Sandy Freeguard. Sin embargo, te diste cuenta de que Sandy Freeguard sería muy difícil de destruir, y por eso pasaste al siguiente nombre de la lista: el mío.

Aprieto la almohada con las manos, clavando las uñas en ella. Sin embargo, la tela recupera su forma; por mucho que aprieto, no soy capaz de dejar ninguna marca. No puedo transmitir mi angustia a este objeto inanimado.

—Presumías de tener unos nervios de acero, pero en el fondo eres un cobarde y un hipócrita. Por mucho que desprecies a tu hermano, no has sido capaz de cortar todos los vínculos con él, ¿verdad? Aún sigues prestándole tu camión para sus violaciones. Incluso violaste a Prue Kelvey para contentarle, para que no se enfadara. Porque Graham tenía algo que tú necesitabas desesperadamente: la lista con los nombres de sus víctimas. Así podías convertirlas también en las tuyas.

«Durante todo el tiempo que estuviste casado con Juliet sabías que un día ibas a soltarle la verdad. Y fue hace dos miércoles…, ese fue el día que elegiste para hacerlo. Se suponía que al día siguiente íbamos a encontrarnos en el Traveltel. Era el 30 de marzo, el aniversario del día en que tu hermano me violó. El día perfecto, bajo tu punto de vista. Sabías que si me decías que habías dejado a Juliet para empezar una nueva vida conmigo yo pensaría en esa fecha como un día feliz, limpio de malos recuerdos. Aún me habría convencido más de que estábamos destinados a estar juntos, de que tú eras mi salvador. Porque no hay nada mejor que las coincidencias, ¿verdad?».

«No acudiste a la cita, pero si lo hubieras hecho, si tu plan hubiese funcionado, te habrías presentado con una maleta. Me habrías dicho que habías dejado a Juliet y me habrías preguntado si podías venirte conmigo. ¿Te imaginas lo que te hubiese contestado?».

Me río con amargura. Las lágrimas caen sobre mi mano y sobre la almohada. Estoy llorando de verdad, pero no estoy preocupada. Estoy enfadada, tan enfadada que la presión que siento en mi cabeza me humedece los ojos.

—¿Qué le dijiste a Juliet? ¿Cómo se lo contaste? Si no me equivoco, y estoy segura de no equivocarme, seguramente esperaste hasta que los dos estabais en la cama. ¿Te pusiste encima de ella, ignorando sus protestas de que estaba cansada? Debió de sentirse confundida. Siempre eras muy amable con ella… ¿Qué estaba ocurriendo? De repente ya no eras amable. Ella ya no te veía como el Robert al que conocía y amaba, el hombre con el que se había casado. La violaste, como siempre habías sabido que lo harías, como siempre habías planeado hacer. Salvo que en esa ocasión fue mucho mejor que con Prue Kelvey, porque el grado de intimidad te permitía hacerle daño. Viste que eras tú quien causaba todo el dolor que había en los ojos de Juliet.

«Y, sin embargo, la violación en sí misma no te bastaba…, no cuando podías hacerle mucho más daño. Querías que relacionara esa horrible experiencia con otra, la de aquella noche en el chalet de Graham. —Muevo la almohada ante tu rostro inerte—. ¿Te das cuenta de todo lo que sé? ¿No estás impresionado? Para ti era muy importante que Juliet fuera consciente del horror de todo lo que le habías hecho, de hasta qué punto la habías engañado y traicionado. ¿Y cómo lo conseguiste? Apuesto a que dijiste lo mismo que Graham, ¿verdad? “¿Quieres entrar en calor antes de que empiece el espectáculo?”. O algo así. Esa debió de ser la apoteosis para ti, ver la conmoción en su mirada, el desconcierto en su rostro. ¿Y luego qué, aparte de la violación? ¿Le dijiste que ibas a dejarla por mí, por otra víctima de tu hermano? ¿Se lo contaste todo, incluso que pensabas dedicar los próximos años de tu vida a destrozar la mía exactamente como habías hecho con la suya? ¿Primero casándote conmigo y haciéndome completamente feliz, para luego destrozarlo todo una vez que hubiera otra víctima de Graham en lista de espera?».

Me tiembla todo el cuerpo; estoy empapada en sudor. Acerco mi rostro al tuyo.

—No lo creo —digo, respondiendo a mi pregunta—. Seguro que creías que pensaría que ella era la única a la que le habías hecho eso. Y tú no querías que se consolara pensando que no era la única víctima. No, solo le dijiste que ibas a dejarla por otra mujer. Eso era todo lo que le dijiste sobre mí, aunque sí le contaste todo lo demás: que el hombre que la había violado era tu hermano y los detalles del negocio familiar. El mínimo detalle haría que tú te sintieras mucho mejor y ella mucho peor.

«Sin embargo, cometiste un error, ¿verdad? Un gran error, a juzgar por lo ocurrido. Si no, mírate ahora. Pensaste que Juliet se desmoronaría al descubrir la verdad. Pensaste que podrías salir de aquella horrible casa, dejando atrás una esposa hundida, demasiado frágil para acudir a la policía o para hacer algo con todo lo que le habías contado. Ella no denunció la primera violación, ¿verdad? No lo hizo porque se sentía demasiado avergonzada. Y pensaste que le ocurriría lo mismo con la segunda. De todas formas, ¿quién le habría creído? De repente resultaba que había sido violada no una sino dos veces, la segunda por su propio marido. Si se lo contaba a alguien, tú habrías fingido quedarte perplejo y te habrías mostrado preocupado por su salud mental».

Paseo por la habitación, sin dejar de apretar la almohada.

—Sé lo que significa hacer planes y luego comprobar que no funcionan, Robert. De verdad que lo entiendo. Yo también hago planes. Y tú habías sido muy escrupuloso, lo habías calculado todo, hasta el mínimo detalle. Debió de ser duro ver que lo que le dijiste a Juliet la cambió de una forma en que no podías prever. No se volvió frágil, sino que se hizo más fuerte. No se hundió en la miseria, sino que cogió la piedra que utilizabais como tope para la puerta y te machacó la cabeza con ella. Después ni siquiera llamó a una ambulancia, sino que te dejó allí tumbado, sangrando. Muriéndote. No la culpo por ello.

Me quema la garganta. No podré seguir hablando mucho más, aunque no puedo parar. Esto es lo que quería hacer: contarte todo, librarme de ello.

—Tú estás demasiado ensimismado con tus pensamientos, demasiado metido en tu pequeño mundo. Bueno, ahora supongo que no te queda otra elección. Pero yo me refería al pasado. Cometiste un error porque eres un narcisista. Juliet ya se había desmoronado en una ocasión; había sufrido una crisis nerviosa. Y durante todo el tiempo que estuvo casada contigo fue una mujer tímida e insegura. Su única salida era hacerse fuerte, Robert… ¿Cómo no fuiste capaz de verlo? ¿Cómo no se te ocurrió pensar que los seres humanos son muy fuertes, sobre todo los que, como Juliet y yo, proceden de familias que los han querido y les han dado seguridad? Cuando le descubriste a Juliet la clase de criatura perversa que eras, no le costó nada reflexionar sobre todo lo ocurrido. Y todo volvió a su sitio. El hecho de descubrir que su héroe era en realidad su enemigo la obligó a contraatacar como seguramente nadie habría sido capaz de hacerlo.

Tus párpados se mueven.

—¿Es esa la forma de preguntarme cómo sé todo esto? Pues lo sé porque a mí me ocurrió lo mismo. Cuando descubrí la verdad, cuando conseguí resolver el rompecabezas, me di cuenta de lo estúpida que había sido al creer que alguien podía salvarme. Por primera vez desde que tu hermano me violó sentí la necesidad de contraatacar. El resto de la gente te engaña y te miente, sobre todo los que se supone que deberían quererte… Y eso es lo que piensa ahora Juliet. Esa es su visión del mundo. Tú la has convertido en un monstruo, en alguien a quien ya no le importa nada, ni siquiera ella misma.

Me echo a reír.

—¿Sabes? Ella podría haberme contado todo lo que sabía sobre ti, pero no lo hizo. En lugar de eso, empleó todo lo que sabía para burlarse de mí. Aunque sabe lo grotesco y lo pervertido que eres, aún sigue odiándome por haberle robado a su marido…, ese que era cariñoso y sensible. Puede que a ti te parezca extraño, pero a mí no. En mi cabeza existen dos Roberts, igual que en la suya. Puede que eso sea lo peor que nos has hecho: lamentar la pérdida de un hombre que nunca ha existido. Y, aun sabiéndolo, seguimos amándole.

Miro la almohada que tengo en las manos. Cuando la he cogido, tenía la intención de asfixiarte. De conseguir lo que Juliet no consiguió. Me alegro de que no te matara, porque ahora puedo hacerlo yo. Te lo mereces. Cualquiera estaría de acuerdo en que mereces morir, salvo los ingenuos y los mal informados, esos que creen que matar a alguien siempre es un error.

Pero si ahora acabo con tu vida, dejarías de sufrir. Solo serían unos segundos. Mientras que si no lo hago, si salgo de esta habitación y dejo que sigas con vida, tendrás que quedarte aquí tumbado, pensando en todo lo que he dicho, en que yo he ganado y tú has perdido, a pesar de todos tus esfuerzos. Y eso será una tortura para ti. En el caso de que hayas oído todo lo que he dicho.

El problema, antes y ahora, es que no hay forma de que yo sepa qué estás pensando, Robert. Tú sabes todo el daño que me has hecho. Puede que abandone el juego en este punto; así, si dejo que sigas respirando en esta habitación, tal vez pienses en todo lo ocurrido. O puede que seas el ganador, inmune al castigo, dado tu estado, y yo haya sido destruida completamente, puede que incluso más de lo que creo, puesto que no he sido capaz de afrontar la realidad.

Quiero decirte una última cosa antes de decidir si acabo con tu vida o te dejo vivir, unas pocas palabras que he ensayado mentalmente mientras venía hacia aquí. Las he escogido con sumo cuidado, como si se tratara de una leyenda para mis relojes de sol. Te las voy a susurrar al oído, como si fueran un augurio o un conjuro: «Eres la peor persona que he conocido en mi vida, Robert. Y la peor que conoceré jamás». Al decir esto en voz alta estoy aún más convencida de algo: lo peor ya ha pasado.

Y ahora debo decidir.