8/4/06
—¡Se ha llevado mi maldito coche! —exclamó Charlie en medio de la oscuridad.
—No dejarías las llaves puestas, ¿verdad? —preguntó Sellers, que corrió detrás de ella.
—Las llaves, el bolso, el teléfono, las tarjetas de crédito… ¡Dios! No lo digas, no quiero oírlo. Y tampoco quiero que me digas que no debería haberla traído conmigo, ni quiero que me recuerdes que no debería haber dejado el coche abierto con el bolso dentro, ¿de acuerdo? ¿Podríamos dejar de discutir sobre lo que debería y no debería haber hecho? Aún sigo siendo tu inspectora, ¿recuerdas?
Charlie quería preguntarles qué era lo que sabía Proust, pero no deseaba mostrar su flaqueza. Las situaciones límite exigían volver a emplear las crudas tácticas que se ponían en práctica en la escuela durante el recreo: nunca hay que demostrar que te importan.
—Sellers, saca el móvil. Quiero recuperar mi coche.
—Seguro que tienes suerte, inspectora. Ya sabes cómo es la policía escocesa.
—Ella no va a estar mucho tiempo en Escocia. Se dirige al Hospital General de Culver Valley para visitar a su querido psicópata, Robert Haworth. Llama y haz que algunos agentes se reúnan con nosotros en el aparcamiento. Gibbs, tú y yo vamos a hablar con la señora de Graham Angilley.
La llegada de Sellers y Gibbs había activado a Charlie; ahora volvía a ser un poco la de siempre. Al menos para poder dar una impresión aceptable.
Steph estaba en el despacho, sentada detrás de una de las mesas. Frente a ella tenía un rollo de papel higiénico rosa y un frasco de quitaesmalte; se frotaba una uña con un poco de papel. La piel de su cuello estaba roja. Hizo un esfuerzo por no levantar la mirada. Su rostro —como su trasero, si es que había que fiarse de su marido— era de color anaranjado, salvo la parte superior e inferior de los ojos, donde seguía habiendo líneas blancas. «Parece un búho», pensó Charlie.
—Despedidas de soltero —dijo Charlie en voz alta, apoyando las palmas de la mano en la mesa.
El cuerpo de Steph pareció convulsionarse.
—¿Cómo lo has descubierto? ¿Quién te lo ha contado? ¿Ha sido él? —dijo, moviendo la cabeza en dirección a Gibbs.
—¿Es cierto?
—No.
—Acabas de preguntar cómo lo descubrí. Nadie dice «descubrir» si se refiere a algo que no es cierto. Me preguntaste: «¿Qué te hace pensar eso?». ¿O estás demasiado espesa para comprender la diferencia?
—Mi marido solo quería follarte por el trabajo que haces —dijo Steph, con voz envenenada—. Nunca le gustaste. Pero le pone correr riesgos, eso es todo. Como el hecho de dejarte usar su ordenador la otra noche, a pesar de que sabía que eras poli. Si te hubieras molestado en buscar habrías encontrado un motón de cosas. Le dije que era un estúpido por dejar que lo hicieras, pero no puede evitarlo. Le ponías…, eso fue lo que dijo. —A Steph le dio la risa tonta—. ¿Sabes cómo te llama? «El Palo con Tetas». Estás muy delgada y tus tetas son demasiado grandes.
«No pienses en ello. No pienses en Graham. Ni en Simón».
—¿Qué hay en el ordenador que tu marido no querría que yo encontrara? —preguntó Charlie—. Pensaba que habías dicho que todas esas mujeres eran actrices, que todo estaba en regla y se hacía con su consentimiento. Si eso fuera verdad, Graham no tendría nada que temer de la policía, ¿verdad? Será mejor que lo asumas, Steph. No eres lo bastante inteligente para mentirme de una forma convincente. Ya te has contradicho dos veces en menos de un minuto. Y yo no soy la única persona más aguda que tú y que quiere jugártela. Piensa en Graham. ¿No te das cuenta de que intenta colgarte el mochuelo? ¿No crees que él podría inventarse una historia que fuera… mil veces mejor que cualquier cosa que a ti se te pudiera ocurrir? Fue el primero de su curso en Oxford y tú solo eres su burra de carga.
Steph parecía acorralada. Sus ojos, incómodos, recorrían toda la habitación, y se posaban en los objetos sin motivo aparente.
Sus ojos. La piel, alrededor de ellos, no era de color naranja, porque Steph se ponía un antifaz cuando usaba la cama solar; un antifaz como los que obligaban a ponerse a las víctimas de las violaciones. A diferencia del subinspector Sam Kombothekra, que afirmaba no haber ido nunca a Boots, Steph sí sabía dónde comprar antifaces al por mayor. ¿La mandaría Graham a comprarlos de vez en cuando para tener una buena provisión de ellos? Charlie lanzó el rollo de papel higiénico y el quitaesmalte al suelo.
—Te lo voy a preguntar otra vez —dijo, fríamente—. ¿Vuestro pequeño negocio consiste en organizar despedidas de soltero?
—Sí —dijo Steph tras un momento de silencio—. Y Graham no podría colgarme el mochuelo. No soy un hombre. No puedo violar a nadie, ¿verdad?
—Podría decir que tú eras el cerebro que estaba detrás de toda la operación. Incluso podría decir que le obligaste a hacerlo. Él dirá esas dos cosas. Y será su palabra contra la tuya. Apuesto a que tú te ocupabas de toda la administración, de archivarlo todo, como haces con los chalets.
—Pero…, no sería justo que él dijera eso —protestó Steph.
A lo largo de todos los años que llevaba en la policía, Charlie había observado que todo el mundo pensaba que tenía derecho a un trato justo, incluso los más despiadados y depravados sociópatas. Al igual que muchos criminales con los que se había topado, a Steph le horrorizaba la idea de ser tratada injustamente. Era mucho más fácil romper las normas —éticas y legales— si el resto de la gente seguía respetándolas.
—Entonces, ¿de qué iba… el negocio? Despedidas de soltero con violaciones en vivo. Muy original, por cierto. Una idea excelente. Me imagino que vuestros pequeños espectáculos eran muy populares.
—Todo fue idea de Graham.
—¿No fue idea de Robert Haworth? —preguntó Gibbs. Steph negó con la cabeza.
—A mí nunca me gustó —dijo—. Sabía que no era una buena idea.
—Entonces, sabías que esas mujeres no eran actrices —dijo Charlie—. Sabías que las violaban de verdad.
—No, pensaba que eran actrices.
—Entonces, ¿por qué no era una buena idea?
—Era una mala idea, aunque las mujeres lo hicieran con su consentimiento.
—¿En serio? ¿Por qué?
Steph iba a decir algo. Charlie casi podía ver los engranajes moviéndose dentro de su cabeza, rotando lenta y ruidosamente.
—Los hombres que venían aquí…, los que asistían a los espectáculos que nosotros…, a los espectáculos que montaba Graham…, podían hacerse una idea equivocada. Es posible que creyeran que era justo tratar así a esas mujeres.
—¡Cuéntame la maldita verdad! —gritó Charlie, agarrando a Steph por el pelo—. Tú lo sabías, ¿no es así, zorra? ¡Sabías que esas mujeres eran violadas!
—¡Ay! Suéltame, estás… ¡De acuerdo, lo sabía!
Charlie sintió que su presa se le escapaba de las manos: le había arrancado un mechón de pelo a Steph, lo que le había dejado unas gotas de sangre en el cuero cabelludo. Gibbs lo observaba todo, impasible; por su comportamiento y su expresión, podría haberse pensado que estaba viendo un aburrido partido de rugby por televisión.
Steph empezó a lloriquear.
—Yo no tengo nada que ver con todo esto; también soy una víctima —dijo, frotándose la cabeza—. No quería hacerlo, pero Graham me obligó. Decía que era demasiado arriesgado traer siempre a mujeres de la calle; la mayoría de las veces era yo quien interpretaba a la víctima. Lo que les hizo a aquellas mujeres una o dos veces me lo hizo a mí en cientos y miles de ocasiones. Algunos días me dolía tanto que apenas podía sentarme. No te imaginas cómo se siente una, ¿verdad? No tienes ni idea de lo que significa estar en mi lugar, de modo que no…
—Hace poco has dicho que actuabas —dijo Charlie—. Graham es tu marido. Si de todas formas te acostabas con él, ¿por qué no hacerlo delante de un público y ganar un poco de dinero? Un montón de dinero, seguramente.
—Graham me violaba, como a las demás —insistió Steph.
—Antes, al referirte a tu papel en todo esto, dijiste que era «agotador» —dijo Charlie—. No dijiste que fuera traumático, horrible, aterrador o humillante. Dijiste que era «agotador». Curiosa forma de referirse al hecho de ser violada continuamente ante un público, ¿no? Sonaría mucho más convincente para describir a quien participa en espectáculos de sexo en vivo voluntariamente, noche tras noche. Eso sí me imagino que debe de ser agotador.
—No lo hacía voluntariamente. ¡Lo odiaba! Le dije a Graham que preferiría limpiar una letrina todos los días que hacer eso.
—Entonces, ¿por qué no llamaste a la policía? Podrías haber puesto fin a todo esto con una sola llamada.
Steph parpadeó varias veces ante una idea tan descabellada.
—No quería que Graham se metiera en un lío.
—¿En serio? La mayoría de las mujeres se alegrarían de que un hombre que las hubiera violado una sola vez se metiera en un lío, de modo que si fueron cientos…
—¡No, no se alegrarían si se tratara de su marido! —dijo Steph, secándose las lágrimas del rostro con las palmas de las manos.
Charlie tuvo que admitir que tenía algo de razón. ¿Era posible que Steph hubiera sido cómplice de todo a su pesar? ¿Y qué hubiera ocurrido lo mismo con Robert Haworth? ¿Era posible que Graham hubiera obligado a su hermano a secuestrar y violar a Prue Kelvey?
—Graham no es una mala persona —dijo Steph—. Lo único que pasa es que… ve el mundo de otra manera. A su manera. Hay muchas mujeres que fantasean con una violación, ¿no? Eso es lo que dice él. No sería lo mismo si las agrediera físicamente.
—¿De verdad crees que una violación no es una agresión física, estúpida zorra? —exclamó Gibbs.
—No, no creo que lo sea —respondió Steph, indignada—. No necesariamente. Se trata solo de sexo, ¿no? Graham nunca golpearía a nadie ni le mandaría a un hospital. —Steph levantó los ojos y miró a Charlie con resentimiento—. Graham tuvo una infancia terrible. Su madre era una puta borracha y su padre pasaba de todo. Eran la familia más pobre del pueblo. Pero Graham siempre dice que esa fue su escuela de vida: según él, la gente a la que nunca le ha ocurrido nada malo son los desafortunados; porque no saben de qué están hechos ni qué serían capaces de hacer.
—¿Lo estás citando? —preguntó Charlie.
—Solo estoy diciendo que no lo comprendes, pero yo sí. Después de que su padre los abandonó, su madre tuvo que espabilarse y empezó a trabajar…
—Sí, en una línea de teléfono erótico —repuso Charlie—. Vaya espíritu empresarial.
—Según Graham, pasó de ser una puta aficionada a ser una profesional. Se avergonzaba de ella, pero en cierto modo no le disgustaba aquel negocio, porque por fin empezó a entrar dinero en casa y así podría irse. Pudo estudiar y convertirse en alguien.
—Sí, en un secuestrador y un violador, en eso se convirtió —dijo Gibbs.
—Es un empresario de éxito —dijo Steph con orgullo—. El año pasado me compró una matrícula personalizada para el coche; le costó cinco mil libras —añadió, lanzando un suspiro—. Hay un montón de negocios que ocultan cosas; si la gente lo supiera…
—¿Cómo se hacía la publicidad? —Gibbs interrumpió sus patéticas excusas—. ¿Cómo atraían a los clientes?
—Básicamente en los chats de Internet. Y mucho boca en boca. —Steph hablaba arrastrando las palabras, aburrida—. Graham se ocupa de ello. Lo llama el «reclutamiento».
—Los espectadores…, ¿hacían reservas por grupos?
Charlie le dedicó un gesto a Gibbs por su pregunta. Era una cuestión importante. Lo dejaría llevar la iniciativa durante un rato. Para ella, todo aquello era algo personal, mientras que Gibbs solo pensaba en la mecánica de la operación.
—Solo ocasionalmente. Una vez vino un grupo en el que también había algunas mujeres, pero fue algo muy inusual. Normalmente las reservas eran individuales, y Graham no permitía que asistieran mujeres… A los hombres del público no les habría gustado.
—¿Y cómo funciona exactamente? —preguntó Gibbs—. Un hombre que está a punto de casarse se pone en contacto con Graham para que le organice una de sus particulares despedidas de soltero, ¿y luego qué?
—Graham contacta con otros hombres para organizar un grupo de entre diez y quince personas.
—¿Y dónde los encuentra?
—Ya se lo dije. Sobre todo chateando en Internet. Está metido en todos esos foros virtuales porno. Tiene un montón de contactos.
—Amigos en las altas instancias —murmuró Charlie.
—Entonces, ¿esos hombres celebran su despedida de soltero con gente que nunca habían visto antes? —preguntó Gibbs.
—Así es —respondió Steph, como si eso fuera algo obvio—. La mayoría de esos hombres no podría invitar a sus amigos habituales, ¿no? Los amigos habituales de nuestros clientes no querrían participar en algo así, de modo que ellos no quieren que asistan. ¿Me comprende?
Charlie asintió con la cabeza. Sintió que el asco, como un lento e inexorable veneno, recorría todo su cuerpo.
—Los hombres normales quieren celebrar sus despedidas de soltero con sus amigos —dijo Gibbs con voz tranquila—. Esa es la cuestión. No querrían presenciar una violación en compañía de desconocidos. Eso no es una despedida de soltero.
—Entonces, Graham reúne entre diez y quince pervertidos para cada violación, ¿y después qué? —preguntó Charlie—. ¿Qué hacen esos hombres? ¿Se reúnen antes, para conocerse?
—No, por supuesto que no. No quieren conocerse. Solo quieren pasar una noche con gente que piensa igual que ellos y a la que nunca volverán a ver. Ni siquiera usan sus verdaderos nombres. En cuanto hacen la reserva, Graham les asigna un nombre que es el que utilizarán durante toda la noche. Oigan, espero disfrutar de un trato de favor por todo lo que les estoy ayudando. Ahora no pueden decir que no esté cooperando.
Un desagradable recuerdo cruzó la mente de Charlie.
—Pero ¿acaso Graham no era el que siempre estaba en las nubes, el que siempre se equivocaba con las reservas de los chalets?
Steph frunció el ceño.
—Sí, pero soy yo quien se ocupa de los chalets. A Graham no le entusiasman, no comparados con sus despedidas de soltero. Cuando algo le importa de verdad, cumple al cien por cien.
—Es admirable —dijo Charlie.
Steph no pareció captar su sarcasmo.
—Así es —dijo—. Siempre tiene mucho cuidado para no comprometer a los clientes. Se preocupa de protegerlos, esa es su regla número uno. Complacerlos siempre y no morder la mano que te da de comer.
—Me muero por decirle que todos sus clientes van a ser acusados de cómplices de violación —dijo Charlie.
Steph negó con la cabeza.
—No puedes hacer eso —dijo Steph, tratando de ocultar un tono de triunfo en su voz, aunque Charlie lo captó—. Lo que he dicho sobre que todas las mujeres eran actrices contratadas… es la versión oficial. Graham les recomienda a todos los clientes que si alguna vez ocurriera algo, todos deben decir que creían que esas mujeres lo hacían voluntariamente, que solo era un espectáculo y que la violación era una farsa. Esa es la razón por la que es Graham quien practica el sexo con ellas y el resto de los hombres solo miran, aunque la mayoría de las veces lo más probable es que quisieran participar. Por eso no puede acusárseles de nada. No pueden probar que nuestros clientes supieran que esas mujeres eran obligadas a mantener relaciones sexuales.
—Pero nos lo acaba de decir. —Gibbs no se dejó impresionar por la lógica de Steph—. Ambos hemos escuchado su explicación, y con mucha claridad. Es cuanto necesitamos.
—Pero… no he firmado ninguna declaración ni nada por el estilo —dijo Steph, empalideciendo.
—¿De verdad crees que no podemos trincar a esos hombres? ¿Crees que no van a hablar, que no se van a traicionar? —Charlie se inclinó sobre la mesa—. Son demasiados hombres, Steph. Algunos de ellos acabarán por rendirse y soltarán lo que sea porque estarán muertos de miedo. Se tragarán la misma mentira que tú: que hablar los ayudará a no acabar en la cárcel.
A Steph le temblaba el labio inferior.
—Graham me matará —dijo—. ¡Me culpará, y no es justo! Solo estábamos ofreciendo un servicio, eso es todo. Diversión. Esos hombres no hacían nada malo, ni siquiera tocaban a esas mujeres.
—¿Era usted quien preparaba la comida? —preguntó Gibbs—. ¿Esas cenas tan elegantes? ¿O era Robert Haworth quien lo hacía? Sabemos que estaba implicado en las violaciones y que había sido chef.
Charlie disimuló su sorpresa. ¿Robert Haworth, chef?
—Sí, era yo quien cocinaba —dijo Steph.
—¿Se trata de otra mentira?
—Intenta proteger a Robert porque es el hermano de Graham —dijo Charlie—. Si Graham es un sentimental con sus clientes, imagínate lo que debe sentir por su hermano.
—En realidad, en eso te equivocas —dijo Steph, regodeándose— Robert y Graham no se hablan desde hace años.
—¿Por qué? —preguntó Gibbs.
—Tuvieron una bronca monumental. Robert empezó a salir, con una de esas mujeres. Le dijo a Graham que iba a casarse con ella. Y ese estúpido bastardo lo hizo.
—¿Juliet? —preguntó Charlie—. ¿Juliet Heslehurst?
Steph asintió con la cabeza.
—Graham se puso furioso ante la idea de que Robert solo pensara en acercarse a ella después de…, bueno, ya saben. Suponía un gran riesgo para el negocio. Graham habría podido acabar entre rejas, pero a Robert le dio igual; siguió adelante y se casó con ella. —Steph torció los labios, enfurecida—. Graham fue demasiado blando con Robert. Yo no paro de decírselo: si Robert fuera mi hermano, nunca volvería a dirigirle la palabra.
—Pensé que habías dicho que Graham no se hablaba con él —le recordó Charlie.
—Sí, pero sigue intentando arreglar las cosas. Y yo soy su intermediaria; estoy harta de ir de un lado para otro con sus mensajes. Mi marido es demasiado blando. Es Robert quien no quiere reconciliarse. —Steph frunció el ceño, sumida en sus pensamientos—. A pesar de todo, Graham dice que no piensa rendirse. Robert es su hermano pequeño y siempre ha cuidado de él. Más que los inútiles de sus padres, sin duda.
—Entonces, ¿Graham estaba dispuesto a perdonar a Robert a pesar de haber puesto en peligro el negocio? —preguntó Gibbs.
—Sí. Para Graham, la familia es la familia, pase lo que pase. Y le ocurre lo mismo con sus padres. Fue Robert quien cortó con ellos. Cuando se fue de casa no volvió a dirigirles la palabra. Decía que lo habían decepcionado. Y así fue, pero… Y luego dijo lo mismo sobre Graham, después de pelearse con él cuando empezó a salir con esa mujer, Juliet. ¡Como si pudiera compararse!
—Si Graham se preocupa por Robert, eso te da un motivo para mentir con respecto a su implicación en las violaciones —dijo Charlie.
Steph frunció el ceño.
—No estoy diciendo nada sobre Robert.
—Él violó a Prue Kelvey.
—No sé de qué me estás hablando. Nunca he oído ese nombre. Mira, no recuerdo el nombre de la mayoría de esas mujeres. Normalmente tenía trabajo en la cocina.
—Prue Kelvey fue violada en el camión de Robert —dijo Charlie.
—Ah, vale. En ese caso, no puedo saberlo. Cuando no había que preparar la cena, yo me mantenía al margen. Salvo cuando era… la víctima.
—¿Por qué cambiaron el chalet por el camión? —preguntó Gibbs.
Steph se examinó las uñas.
—¿Y bien?
Steph suspiró, como si las preguntas le molestaran.
—El negocio del chalet iba cada vez mejor. Llegó un momento en que había gente casi todos los días. Graham pensó que era demasiado arriesgado; alguien podría haber visto u oído algo. Y el camión podía… moverse. Era más práctico. Sobre todo para mí. Estaba harta de cocinar sin parar. Ya tenía bastante trabajo. El único inconveniente era que no podíamos cobrar lo mismo por una reserva que no incluía la cena. Pero aun así seguíamos sirviendo copas. —La voz de Steph era estridente, sonaba a la defensiva—. Champán… Champán de buena calidad. Así no podían decirnos que no les ofrecíamos nada.
Charlie decidió que sería muy feliz si Steph Angilley muriera de repente, a causa de un inesperado pero extremadamente doloroso ataque al corazón. Por su expresión, le pareció que Gibbs pensaba lo mismo que ella.
—Odio a Robert —confesó Steph con lágrimas en los ojos, como si no pudiera contenerse—. Cambiarse así de nombre… ¡Cabrón! Solo lo hizo para herir a Graham, y funcionó. Graham se quedó destrozado. Y ahora está muy mal, desde que le contaste que Robert estaba en el hospital.
Le escupió las palabras a Charlie, que trató de no estremecerse al recordar que había hablado por teléfono con Simón delante de Graham. «Entonces, ¿qué le ha pasado a ese tal Haworth?», le preguntó luego, como quien no quiere la cosa. Y Charlie le había contado lo de Robert, y que era difícil que sobreviviera. Graham pareció alterarse; Charlie recordó haber pensado que era todo un detalle que se preocupara.
—A Graham le importa mucho la familia, pero la suya es una mierda —prosiguió Steph—. Incluso su hermano pequeño ha resultado ser un traidor. ¿Quién se cree que es Robert? No era Graham quien estaba equivocado, sino él. ¡Es muy injusto! Todo el mundo sabe que no hay que mezclar el trabajo con el placer, y mucho menos arruinar el negocio de tu propio hermano. Y aun así volvió a hacerlo.
—¿Qué?
—Esa tal Naomi con la que estabas antes. Robert debía de follársela, porque ella quiso reservar un chalet para los dos. Fingió llamarse Haworth, pero supe que era ella en cuanto me dijo su nombre, Naomi. Graham se subía por las paredes. «Robert ha vuelto a hacerlo», dijo.
Charlie intentó aclarar sus ideas. No había nada como hablar con alguien realmente estúpido para acabar en una especie de claustrofobia mental.
—Graham y Robert no se hablan, pero aun así utilizáis su camión para sus despedidas de soltero.
—Así es —repuso Steph—. Graham consiguió una copia de la llave.
—¿Está diciendo que Robert no sabe que están utilizando su camión para eso? —dijo Gibbs, con incredulidad—. Supongo que debe de haber notado que algunas noches el camión desaparece. ¿O es que Graham finge usarlo para otros propósitos?
A Charlie no le gustaban los derroteros que estaban tomando las preguntas de Gibbs. ¿Por qué intentaba encontrar una manera de que Robert Haworth no fuera culpable de nada? Sabían que Haworth había violado a Prue Kelvey… Aquello era algo sólido que había sido demostrado de forma incontrovertible.
Steph se mordió el labio, desconfiada. Gibbs volvió a intentarlo.
—Si Robert no quiere saber nada de Graham, ¿por qué le dejaría utilizar su camión? ¿Por dinero? ¿Acaso Graham se lo alquila?
—No estoy diciendo nada sobre Robert, ¿de acuerdo? —Steph cruzó los brazos—. Con todo lo que he dicho, Graham ya la tomará conmigo; si además hablo sobre Robert, me matará de verdad. Es muy protector con su hermano menor.