8/4/06
Llegaron cuando empezaba a oscurecer. Charlie no se detuvo donde debería haberlo hecho, en la zona cubierta de grava donde los huéspedes de los chalets aparcaban sus coches, sino que siguió pisando el acelerador, aplastando el césped. Solo tenía una cosa en la cabeza y sentía la necesidad de seguir adelante sin parar, sin pensar demasiado. ¿Cuántas veces se habría preguntado, tanto sobre las víctimas como sobre los autores de un crimen, cómo lo habrían hecho, cómo habrían conseguido seguir adelante? Y ahora lo entendía: el truco consistía en no pararse a pensar, en evitar verse a uno mismo.
Charlie solo pisó el freno cuando la puerta azul en forma de arco quedó justo frente al parabrisas. El chalet en el que habían estado ella y Olivia. No hacía mucho tiempo se había apoyado en aquella puerta, mientras se fumaba un cigarrillo y hablaba con Simón por el móvil y Graham la esperaba en la cama. Habría sido muy fácil pensar: «Y ahora…», pero Charlie no iba a caer en esa trampa. Pensar en el pasado en relación con el presente y el futuro bastaría para confundirla, y no podía correr ese riesgo. Estaba allí para conseguir la información que necesitaba sobre Graham y Steph y solo debía concentrarse en eso.
Escuchó la entrecortada respiración de Naomi al mismo tiempo que la suya y recordó que no estaba sola en el coche.
—Es ese —dijo Naomi—. Ese es el chalet que vi a través de la ventana. —Señaló con el dedo el chalet de al lado, más grande que el que habían ocupado Charlie y Olivia; la pared de entrada, con dos ventanas, era de color pistacho—. Y en ese fue donde me violaron. Esa es la ventana.
Charlie no se molestó en preguntarle si estaba segura. Naomi miraba a su alrededor con ojos brillantes y penetrantes, como si intentara recordar cada detalle de aquel lugar para un futuro examen. Se preguntó cómo se sentiría si, en vez de lo que ocurrió, Graham también la hubiese violado. Si en vez de haber sido ella quien hubiera flirteado con él y lo hubiese seducido…
Dio un salto al escuchar un fuerte ruido en la ventanilla. Una mano con las uñas pintadas de rosa y con varias pulseras la golpeaba con los nudillos. Steph.
—¿Quién es?
Naomi parecía nerviosa.
Venir aquí había sido un error. Otro más. Charlie no estaba en condiciones de interrogar a Steph ni de tranquilizar a Naomi. «Tengo que llamar a Simón», se dijo, y luego pensó que no era capaz de hacerlo. Ya debía saberlo. Era imposible que aún no lo supiera. Charlie pulsó el botón para bajar la ventanilla. El aire frío inundó el coche. Naomi se acurrucó en su asiento, rodeándose con los brazos.
—¿Qué coño crees que estás haciendo? —preguntó Steph—. No puedes aparcar aquí. No puedes conducir así por el césped.
—Demasiado tarde —repuso Charlie.
Steph se mordió el labio superior.
—¿Dónde está Graham?
—Eso es lo que iba a preguntarte.
—¡No seas estúpida! Pensé que estaba contigo. Pensé que los dos estabais pasando un bonito y romántico fin de semana juntos. Al menos eso es lo que él me dijo. No me digas que se ha encontrado a otra por el camino. ¡Típico de él!
Steph cruzó los brazos. A Charlie no le pareció que estuviera fingiendo.
—Entonces, ¿no está aquí?
—Que yo sepa, está en tu casa. Por cierto, ¿qué quieres?
Charlie sintió que la horrorizada mirada de Naomi se le clavaba en la piel. No podía mirarla y por eso fijó los ojos en Steph. Debería haberle contado a Naomi lo suyo con Graham; debería haber sabido que Steph lo dejaría caer. Pero eso habría implicado ser precavida, y ni siquiera Charlie era lo bastante autodestructiva como para hacer eso en aquel momento.
Charlie abrió la puerta del coche y bajó. Hacía mucho frío. Había dejado de llover, pero el césped y los coches que había en el aparcamiento estaban mojados. Las paredes de los chalets tenían manchas oscuras. Incluso el aire parecía estar lleno de humedad.
—Hablemos en tu despacho —dijo Charlie—. Por el bien de los huéspedes.
—¿De qué? No tengo nada que decirte.
Naomi se bajó del coche; tenía el semblante pálido y serio. Charlie se fijó en cómo cambió la expresión del rostro de Steph: pasó del enfado a la conmoción.
—¿Reconoces a Naomi? —le preguntó.
—No.
La respuesta de Steph fue demasiado rápida, automática.
—Sí, claro que la reconoces. Graham la violó, en ese chalet —dijo Charlie, señalándolo—. Había un público formado por varios hombres, cenando. Apuesto a que fuiste tú quien preparó esa cena, ¿verdad? Una de tus famosas comidas caseras.
—No sé qué pretendes.
Steph se puso roja como un pimiento. No mentía muy bien. Menos mal. Charlie pensó que no le llevaría demasiado tiempo conseguir que se viniera abajo.
—Ella no me vio —dijo Naomi—. Y yo tampoco la vi a ella. ¿Cómo podría reconocerme?
—Por las fotografías que Graham le sacó con su teléfono móvil y luego envió al suyo —dijo Charlie. Vio que Naomi se estremecía y pensó que tal vez había intentado olvidar ese detalle—. No es así, ¿Steph? Apuesto a que encontraría un montón de fotos si echara un vistazo. Seguro que eres lo bastante estúpida y Graham lo bastante arrogante para conservar algún recuerdo. ¿Dónde están las fotos de Naomi y de todas las demás mujeres? ¿En el despacho? ¿Entramos y echamos una ojeada?
—¡No puedes echar una ojeada a ningún sitio! No tienes ninguna orden de registro, o sea, que eso va contra la ley. Piérdete, ¿de acuerdo? ¡No pienso malgastar el tiempo con una de las muchas fulanas de mi marido!
El brazo de Charlie salió disparado y la lanzó al suelo. Steph se arrastró de rodillas y trató de decir algo, pero Charlie la agarró por el cuello.
—Podría haberla matado —dijo Naomi en voz baja.
Probablemente lo había dicho como una advertencia y no como la excelente idea que en realidad era.
—Tú sabes lo que hace tu marido, ¿verdad? —le espetó Charlie a Steph—. Tú estás al corriente de las violaciones. Eras tú quien preparaba las cenas. Seguramente vendías las entradas y te ocupabas de todo, como haces con los chalets, la parte legal del negocio.
—No —dijo Steph, jadeando.
—¿A qué se debió lo del cambio de sitio? ¿Por qué cambiasteis uno de los chalets por el camión de Robert? ¿Temíais que alguien reconociera el lugar? ¿O es que alguno de los huéspedes oyó gritos en plena noche y empezó a hacer preguntas?
Charlie disfrutaba clavando las uñas en la piel de Steph.
—¡Suéltame, por favor! ¡Me estás haciendo daño! No sé de qué me estás hablando.
—¿Sabías que Robert se cambió el apellido de Angilley por el de Haworth? —Charlie se movió, de tal modo que su boca quedó junto al oído de Steph—. ¿Lo sabías? —dijo, gritando tanto como pudo. Le sentó bien, lo necesitaba para liberar su tensión.
—Sí. ¡No puedo respirar…!
—¿Por qué se cambió de apellido?
—¡Charlie, por el amor de Dios! La está estrangulando. Si no tiene cuidado la matará.
Charlie ignoró a Naomi. No quería saber cómo debía comportarse. Era demasiado tarde para eso.
—¿Por qué Robert se cambió de apellido? —volvió a preguntar Charlie, sintiendo cómo el cuello de Steph se estremecía bajo la palma de su mano.
—Él y Graham tuvieron una pelea. No se hablan desde entonces. Robert… ¡No puedo respirar! —Charlie apretó con menos fuerza, aunque solo ligeramente—. Robert no quería tener nada que ver con Graham ni con el resto de su familia. Ni siquiera con su apellido.
—¿Qué provocó la pelea?
—No lo sé. —Steph tosió para poder hablar—. Eso es asunto de Graham. Yo no tengo nada que ver.
Charlie le dio un puñetazo en el estómago.
—¡Y una mierda! ¿Qué te parecería si te propinaran una paliza mortal frente a un montón de gente? ¿A cuánto cobrarías la entrada por ver eso, eh? ¿Qué me dices de Sandy Freeguard? Te suena ese nombre, ¿verdad? ¿Juliet Heslehurst? ¿Prue Kelvey? Aunque a ella no la violó Graham, sino Robert. ¿Por qué? ¿A qué se debió el cambio, después de que Graham violó a todas las demás?
—No voy a decir nada hasta que hable con Graham —dijo Steph, sollozando. Se hizo un ovillo sobre el césped, agarrándose el estómago.
—No vas a hablar con él, zorra. Ni hoy ni durante muchísimo tiempo. ¿O qué crees, que os van a encerrar a los dos en una bonita celda amueblada para que juguéis a las casitas?
—Yo no he hecho nada. No sé de qué me estás hablando. No he hecho nada malo, ¡nada en absoluto!
Charlie sacó su bolso del coche y encendió un cigarrillo.
—Esa debe de ser una sensación muy agradable —dijo—. No haber hecho nada malo.
Steph no hizo intención de levantarse.
—¿Qué me va a pasar? —preguntó—. ¿Qué piensas hacer? Nada de lo ocurrido es culpa mía. Ya has visto cómo me trata Graham.
—¿Que nada de lo ocurrido es culpa tuya? —preguntó Charlie, sintiéndose mejor gracias a la nicotina.
Steph se cubrió el rostro con las manos. Charlie tenía ganas de volver a golpearla, y lo hizo.
—Si quieres pasarte el resto de tu vida en la cárcel es cosa tuya. Tú sigue negándolo todo. Pero si quieres evitar acabar en prisión, tienes varias opciones.
Sí. Steph era idiota si creía que había alguna forma de salir indemne de todo aquello. Si estaba implicada en la organización de las violaciones y sacaba provecho de ellas, estaría a la sombra durante mucho tiempo. Charlie no tenía ninguna duda de que en el despacho y en casa de Steph y Graham habría un montón de pruebas gráficas de sus delitos. Ni en sus peores pesadillas se habrían imaginado que iban a cogerlos. Charlie lo dedujo por la mirada de Steph y por su actitud. Graham debía haberle prometido que no había ningún peligro, que lo tenía todo bajo control.
¿Qué clase de estúpida zorra creería a un hombre como Graham Angilley?
Steph levantó los ojos.
—¿Qué opciones? —preguntó, mientras las lágrimas y los mocos resbalaban por sus mejillas.
—Dame una fotografía de Graham. Todo lo que necesito son las llaves de ese chalet —dijo, señalando la puerta de color pistacho—. Naomi debe identificar a ese hombre y ese lugar. Una vez que lo haya hecho, iremos al despacho y me contarás todo lo que quiero saber. Si me mientes en el más mínimo detalle, lo descubriré y me aseguraré de que te pudras en la cárcel más cochambrosa que pueda encontrar. —Charlie mintió con seguridad. En realidad, la policía no tenía ningún control sobre el lugar en el que los reos cumplían sus condenas. Puede que Steph acabara en el nuevo y acogedor complejo turístico de categoría D de Combingham. Toda la gente del DIC lo conocía como «el complejo turístico», porque tenía habitaciones en lugar de celdas y se decía que la comida que les daban a las presas era bastante decente.
Steph se tambaleó por el sendero que conducía hasta el despacho. La parte de atrás de su falda estaba mojada. Aunque había estado tumbada en el césped, Charlie estaba casi segura de que se había meado encima: el olor no engañaba. «Tendría que compadecerme de ella», pensó Charlie. Sin embargo, no lo hizo. En su interior no sentía ni un atisbo de la más mínima compasión por Steph.
—¿Y si Graham la obligó a hacerlo? —dijo Naomi—. ¿Y si realmente no sabe nada de todo el asunto?
—Sí lo sabe. Nadie la obligó a hacer nada. ¿Acaso no ve cuando alguien está mintiendo?
Naomi se frotó las manos y sopló.
—Usted y Graham… —empezó, indecisa.
—Vamos a dejar eso —la cortó Charlie.
Ni aunque lo hubiera intentado, Naomi no habría podido elegir peor las palabras.
La puerta del despacho se abrió y apareció Steph. Empezó a andar por el sendero, con paso más firme que antes. Se había puesto un chándal negro y unas zapatillas deportivas. Desde lejos, Charlie vio la fotografía que Steph llevaba en la mano y se dio cuenta de que Naomi daba un paso atrás.
—Solo es una foto —le dijo—. No puede hacerle daño.
—Ahórreme las chorradas de la terapia —le espetó Naomi—. ¿Cree que su cara puede hacerme algún daño después de todos estos años? ¿Y si vuelve? No estoy segura de poder hacer esto. ¿No podríamos irnos?
Charlie negó con la cabeza.
—Ya estamos aquí —repuso, como si aquella situación fuera algo irreversible. Así es como se sentía. Clavada allí, en los chalets Silver Brae, con el húmedo césped haciéndole cosquillas desde los tobillos hasta los muslos.
Steph parecía tan aterrada como antes. A medida que se aproximaba, empezó a hablar frenéticamente; estaba demasiado desesperada como para aguardar hasta acercarse del todo.
—Yo no sabía que violaban a esas mujeres —dijo—. Graham me dijo que eran actrices, que lo de hacerse la víctima era una comedia. Igual que cuando lo hacía yo.
—¿Cuando lo hacías tú? —repitió Charlie.
Le arrebató la fotografía a Steph y se la tendió a Naomi, que la miró durante un segundo y se la devolvió en seguida. Charlie quiso observarla, aunque sin éxito; Naomi se quedó mirando fijamente en dirección contraria, hacia unos árboles. Charlie metió la foto en el bolso y lo dejó en el asiento del conductor de su coche. No quería tener cerca una foto de Graham. ¿Por qué Naomi no decía nada? ¿Era o no era Graham el hombre que la había violado?
—La mayoría de las veces yo era la víctima —continuó Steph, sin aliento—. Yo era la mujer que Graham ataba a la cama, la que tenía que gritar, suplicar y forcejear. Era agotador, porque además tenía que ocuparme de limpiar los chalets, de las reservas, de las confirmaciones…
—Cierra el pico —dijo Charlie, extendiendo la mano—. Dame la llave. Vete y espérame en el despacho. Y no hagas nada más, ¿me oyes? No intentes llamar a Graham al móvil. Si llamas a alguien, lo sabré. Puedo conseguir fácilmente la información a través de BT, tu compañía de teléfonos. Un paso en falso y te pasarás los próximos veinte años en una celda sucia y apestosa; no verás la luz del día hasta que seas una anciana, y cuando salgas es probable que alguien te apuñale por la calle. —Ojalá, pensó Charlie. Aun así, estaba disfrutando con la idea—. Las mujeres que son cómplices de un violador en serie no suelen ser muy populares —concluyó.
Gimoteando, Steph le tendió la llave y se alejó tambaleándose hacia el despacho.
—¿Y bien? ¿Es este el hombre que la atacó? —le preguntó Charlie a Naomi.
—Sí.
—¿Cómo sé que no está mintiendo?
«Por favor, que esté mintiendo».
Naomi volvió su rostro hacia ella y Charlie vio que se había puesto muy pálida; su piel era casi translúcida, como si se hubiera blanqueado tras el shock sufrido al ver esa cara, la cara de Graham.
—No quiero que sea él —dijo Naomi—. No quiero decir que sí. En cierto modo, es más fácil no saberlo, pero… es él. Este es el hombre que me violó.
—Echemos un vistazo al chalet y acabemos con esto de una vez —dijo Charlie, mientras se dirigía hacia la puerta, sosteniendo la llave entre el pulgar e índice, dispuesta a clavársela a cualquiera que se interpusiera en su camino. Al ver que Naomi no la seguía, se detuvo—. Vamos —dijo.
Naomi se quedó mirando fijamente la ventana.
—¿Por qué tengo que entrar? —preguntó—. Sé que este es el lugar.
—Puede que usted lo sepa, pero yo no —dijo Charlie—. Lo siento, pero en su declaración dijo que no vio por fuera el edificio en el que estuvo; necesito que identifique su interior.
Charlie abrió la puerta y entró a oscuras. Palpó las paredes que había a ambos lados de la puerta y encontró un panel de interruptores. La mayoría eran reguladores de voltaje. Probó varios hasta que se encendieron las luces. El chalet era igual que el que habían alquilado ella y Olivia, solo que más grande. En ese momento no parecía estar ocupado: no había ropa ni maletas. El sitio estaba vacío, salvo por los muebles, inmaculadamente limpios. Las cortinas de color rojo oscuro que había en el altillo estaban descorridas, y Charlie vio una cama de madera. En la punta de los cuatro postes había una bellota esculpida.
Detrás de ella escuchó una fatigosa respiración. Cuando se dio la vuelta, vio que Naomi estaba temblando. Subió las escaleras del altillo, preguntándose si Graham habría escogido esa cama porque las protuberancias permitían atar fácilmente a alguien, un segundo pensó que iba a vomitar.
—¿Podemos salir de aquí? —preguntó Naomi desde abajo.
Charlie iba a contestarle cuando las luces se apagaron.
—¿Quién anda ahí? —gritó, al mismo tiempo que Naomi exclamaba:
—¡Charlie!
Se oyó un ruido sordo, el de la puerta del chalet cerrándose de golpe.