Sábado, 8 de abril
—Voy a parar en la próxima área de servicio —dice Charlie Zailer. Y entonces, como si acabara de ocurrírsele, pregunta—: ¿De acuerdo?
Su voz suena conmocionada. No me mira; no lo ha hecho desde que hemos salido. Habla mirando al frente, como si estuviera usando un manos libres para comunicarse con alguien que no estuviera aquí.
—Me quedaré en el coche —le digo.
Quiero encerrarme en mí misma, meterme en una caja metálica que me haga invisible. Esto ha sido un error. No debería estar aquí. ¿Cómo puedo saber que me está diciendo la verdad acerca de ese hombre y sobre dónde se encuentra?
Voy a volver a verle y no debería hacerlo en su terreno. Debería hacerlo en una comisaría de policía, en una rueda de reconocimiento. Siento estallar el pánico dentro de mi cabeza. No me encuentro bien. Tengo que decirle a la inspectora Zailer que pare el coche aquí, en el arcén. Cuando salimos hacía un día espléndido, pero llevamos más de una hora de trayecto y el cielo, aquí, está ligeramente gris y cubierto de nubes muy oscuras. Sopla el viento y la lluvia se estrella en diagonal contra el parabrisas. Me imagino congelada y empapada en la cuneta y no digo nada.
Levanto la vista al oír el débil y rítmico sonido del intermitente. Dejamos atrás las señales de fondo azul con líneas blancas: tres, dos, una. Lenguaje de autopista. En una ocasión me dijiste que las autopistas te parecían relajantes, incluso cuando estaban colapsadas.
—Tienen un ritmo especial —dijiste—. Van hacia algún sitio. —El intenso brillo de tus ojos: ¿acaso yo era capaz de entender que eso era muy importante para ti?—. Son mágicas, como un camino de baldosas amarillas para adultos. Y son hermosas. —Comenté que mucha gente no estaría de acuerdo contigo—. Pues son idiotas —dijiste—. Pueden guardarse sus preciosos edificios; no hay nada más impresionante que un largo carril de autopista gris que avanza hacia lo lejos. No hay otro sitio en el que me encuentre más a gusto, salvo cuando estoy contigo.
Ahuyento ese recuerdo de mi mente.
La inspectora Zailer se dirige a más velocidad de la debida hacia el aparcamiento del área de servicio. Observo mi regazo. Si me atrevo a mirar por la ventanilla puede que vea un camión rojo parecido al tuyo. Si entro, puede que vea una zona de restaurantes parecida a la del área de servicio de Rawndesley East. Me quedo sin aliento al pensar que puede que aquí también haya un Traveltel.
—Debería entrar, tomar un café y estirar las piernas —dice la inspectora con brusquedad—. O ir al baño.
Las últimas palabras suenan muy bajito y se las lleva el viento.
—¿Quién es usted? ¿Mi madre?
Se encoge de hombros y cierra la puerta de golpe. Cierro los ojos y aguardo. No puedo pensar. Trato de iluminar mi cerebro con un foco y descubro que está vacío. Al cabo de unos minutos, oigo que se abre la puerta del coche. Huelo café y cigarrillos; la mezcla me da náuseas. Y luego oigo la voz de Charlie Zailer.
—El hombre que la violó se llama Graham Angilley —dice—. Es el hermano de Robert.
Siento cómo se me sube la bilis a la garganta. Graham Angilley. ¿Dónde he oído antes ese nombre? Y entonces caigo en la cuenta.
—Chalets Silver Brae —consigo decir.
—El teatro donde estuvo, donde estaba ese público…, no era un teatro. Era uno de los chalets.
Eso me obliga a abrir los ojos.
—Sí era un teatro. Había un escenario, con telón.
—Cada chalet tiene una habitación de matrimonio en el altillo. Es como una sala sin paredes, un cuarto de forma rectangular que pudo confundir fácilmente con un escenario. Y tiene unas cortinas para dar al ambiente un poco de intimidad.
Puedo verlo mientras habla. Tiene razón. Ese era el detalle que no era capaz de recordar sobre el telón… Sabía que había algo. No caía desde arriba, sino que estaba sujeto a una especie de riel. Si no me hubieran atado a la cama, si me hubiese podido levantar, habría podido mirar por encima.
Los chalets Silver Brae. En Escocia. Un sitio al que la gente va a pasar sus vacaciones y a divertirse. El lugar al que quería llevarte, Robert. No me extraña que sufrieras un shock cuando te dije que había hecho una reserva.
—Yvon, mi mejor amiga, diseñó la página web de ese sitio —digo—. No había ninguna barandilla de madera entre el público y yo, solo un riel metálico horizontal que recorría los tres lados del escenario.
—Puede que cada chalet sea ligeramente distinto —dice la inspectora Zailer—. O tal vez ese en el que se alojó usted aún no estuviera terminado.
—Así es. La ventana por la que miré…, no tenía cortinas. Y los rodapiés de madera aún no estaban pintados. ¿Por qué no lo había pensado antes?
—¿Qué más puede contarme? —pregunta la inspectora Zailer—. Sé que me ha estado ocultando algo.
Me quedo mirando las manos, apoyadas en mi regazo. Aun no estoy preparada. ¿Cómo sabe que se llama Graham Angilley? ¿Acaso ha estado en los chalets Silver Brae? Hay algo que no encaja.
—Muy bien —dice—. Hablemos del tiempo, entonces. Una mierda, ¿no? Me sorprende que diseñe relojes de sol en un país como este. Si alguien inventara un reloj de lluvia se haría millonario.
—Eso no existe.
—Sí, lo sé. Estaba diciendo tonterías. —Enciende un cigarrillo y abre un poquito la ventanilla. La lluvia se cuela a través de la rendija y me moja la cara—. ¿Qué opina de los relojes de sol que no marcan la hora, los que solo son decorativos?
—Estoy en contra —le digo—. No se tarda mucho en hacer un reloj como Dios manda. Un reloj de sol que no marca la hora no es un reloj de sol, solo es un trasto.
—Pero son más baratos que los de verdad.
—Porque son una porquería.
—Mi jefe quiere uno para nuestro edificio. Quiere uno de verdad, pero los poderes fácticos no dejan que se gaste el dinero en eso.
—Yo le haré uno —me oigo decir—. Puede pagarme lo que quiera.
Charlie Zailer parece sorprendida.
—¿Lo haría? No me diga que es un favor que me hace… No le creería.
—No lo sé. —Quizás sea porque si prometo diseñar un reloj para su jefe no me quedará otro remedio que sobrevivir a este viaje. Y si hablo como si pensara que voy a sobrevivir, puede que lo haga—. ¿Qué clase de reloj de sol quiere?
—Uno que pueda ir en la pared.
—Se lo haré gratis si vuelve a llevarme al hospital otra vez para ver a Robert. Tengo que verlo y ellos no me dejarán entrar sin usted.
—Le dijo que lo dejara en paz. Y además es un violador. ¿Por qué quiere verle?
Nunca se lo imaginaría. Nadie sería capaz de imaginarse la verdad, salvo yo. Porque yo te conozco muy bien, Robert. Sea lo que sea lo que sientes por mí, yo te conozco muy bien.
—Juliet Haworth no estaba implicada en las violaciones —digo—. Tanto si se organizaban por alguna clase de pervertido placer como si sacaban dinero con ellas… Fuera cual fuera al motivo, Juliet no tenía nada que ver en ello.
—¿Cómo lo sabe?
La inspectora Zailer aparta la vista de la carretera, interrogándome con su penetrante mirada.
—No tengo ninguna prueba que pueda demostrárselo —le digo— pero estoy segura de que es verdad.
—De acuerdo —dice, con voz cortante—. Entonces, esa miniatura en cerámica del chalet, el mismo que usted vio mientras la atacaban… Juliet solo se imaginó cómo era, ¿no es así? Inspiración divina. No tiene nada que ver con que ella organizara los espectáculos de las violaciones con la ayuda de Graham Angilley y de su marido y que supiera exactamente dónde tenían lugar.
—He dicho que ella no era la responsable de las violaciones, pero nunca he dicho que no hubiera visto ese chalet.
—Entonces…, ¿me está diciendo que Graham Angilley le pidió que hiciera una miniatura del chalet? ¿Porque para él tenía un significado especial aunque para ella no lo tuviera? —Fuma como una posesa mientras echa por tierra lo que ella cree que es mi teoría—. Sin embargo, Juliet nos contó lo que le había ocurrido a usted, ¡por el amor de Dios! Adivinó que usted había acusado a Robert de haberla violado… Conocía todos los detalles. Si no estuviera implicada, ¿cómo demonios iba a saberlo?
No puedo creer que aún no lo haya deducido. Se supone que es policía. Pero ella no te conoce, Robert…, por eso se ha quedado rezagada. Por eso yo me quedé rezagada la primera vez que hablé con Juliet en la sala de interrogatorios. En ese momento, tu mujer te conocía mejor que yo. Pero ahora ya no.
—Juliet sabía lo que me había ocurrido porque también le había ocurrido a ella. —¿Estoy diciendo esto en voz alta? Sí, parece que sí—. Ese hombre, Graham Angilley…, también la violó a ella.
—¿Qué?
La inspectora Zailer detiene el coche en el arcén. El chirrido de los neumáticos me hace estremecer.
—Piénselo. Todas las mujeres a las que Graham Angilley violó eran mujeres que habían triunfado profesionalmente. Juliet también, hasta que sufrió una crisis nerviosa. Esa fue la razón de que la sufriera: la habían violado. La ataron a la misma cama que yo, en el mismo escenario… o en un altillo, da igual. Debía de haber público, hombres comiendo y bebiendo. Y mientras la ataban a la cama, vio exactamente lo mismo que yo a través de la ventana. Y luego hizo esa miniatura y la puso en el aparador del salón.
Dejo de hablar para llenar de aire los pulmones.
—Continúe —dice la inspectora Zailer.
—Ella ignoraba que Robert supiera lo que le había ocurrido, por lo que no pensó que la miniatura de la casa con la puerta de color azul en forma de arco le resultaría familiar… Al igual que yo, no le había contado a nadie lo que le habían hecho; se sentía demasiado avergonzada. No es fácil dejar de ser una mujer de éxito y convertirse en alguien de quien hay que compadecerse.
—Pero Robert sí lo sabía, ¿verdad? Y cuando esa noche conoció a Juliet en el videoclub no fue una casualidad.
—No. Ni cuando coincidió conmigo en el área de servicio. Debió de seguirnos a ambas durante semanas, puede que meses. Y también a Sandy Freeguard. ¿No dijo usted que ella chocó con su coche? Chocaron porque también la estaba siguiendo. Esa es la pauta: su hermano nos violó y Robert nos siguió hasta que fue capaz de concertar una cita.
—¿Por qué? —La inspectora Zailer se vuelve hacia mí, como si estando más cerca fuera a sonsacarme la respuesta—. ¿Por qué querría conocer y empezar una relación con las víctimas de su hermano?
No le contesto.
—Naomi, tiene que decírmelo o podría acusarla de obstrucción a la justicia.
—Acúseme de alta traición si lo desea. ¿Cree que me importa?
Charlie Zailer lanza un suspiro.
—¿Y qué me dice de Prue Kelvey? Ella no encaja en la pauta. Robert la violó y ella lo vio antes de ponerse el antifaz. No pude seguirla e ingeniárselas para concertar una cita; no podía convertirse en su novio.
—Juliet intentó matar a Robert porque descubrió que, desde el primer momento, él estaba al corriente de su violación. Puede que la única razón que tuviera para casarse con él, o incluso para mirarlo a la cara, fuera que estaba convencida de que él no lo sabía y de que nunca lo sabría. A los ojos de él, su dignidad estaba intacta. No se sentía violada y avergonzada; era como solía ser antes. Pero Robert sí lo sabía, y Juliet lo descubrió y se dio cuenta de que él le había estado mintiendo durante años; le dejó que pensara que su secreto y su intimidad estaban a salvo, aunque en realidad, durante todo ese tiempo… —Trago aire, tratando de sofocar el ahogo que siento en mis pulmones—. Pensó que se había estado riendo de ella a sus espaldas, que toda su relación había sido una farsa y que él se había estado burlando de ella. El hecho de que él conociera su secreto era una forma de tener poder sobre ella, un poder que podía emplear en cualquier momento o guardarse mientras lo deseara. Él no tenía por qué contárselo hasta que estuviera preparado; no tenía que contarle nada en absoluto si no quería hacerlo.
Charlie Zailer frunce el ceño.
—¿Me está diciendo que fue así o que es así como Juliet lo veía?
—Como ella lo veía. Le estoy explicando por qué Juliet intento matarle.
Ella asiente con la cabeza.
—No volveré a hablar con Juliet. Esas conversaciones… No volveré a hacerlo.
Tu mujer ha perdido el control, Robert. Bueno, eso no necesito decírtelo, ¿verdad? Sería hablar de lo que es evidente. Hasta ahora ella ha disfrutado torturándome con su exasperante ambigüedad. Si vuelvo a hablar con ella, se volverá más explícita y pondrá en marcha una campaña de odio. Empezará a contarme cosas, y no puedo permitir que eso ocurra. La próxima vez que vaya al hospital quiero decirte lo que siento dentro de mi corazón y no lo que me han dicho. Existe una gran diferencia; la diferencia que hay entre el poder y la impotencia. Aunque la inspectora Zailer no lo haría, sé que tú sí lo entenderías.
—¿Cómo descubrió Juliet que Robert lo sabía? —me pregunta—. ¿También lo sabe? —El coche se inunda con un incómodo silencio, un silencio que estoy decidida a no romper—. Naomi, ¡este no es momento para callarse! ¿Por qué querría salir Robert con las mujeres a las que había atacado su hermano? ¿Por qué? —pregunta, tamborileando en el salpicadero con los dedos—. ¿Sabe? Todo lo que me ha contado sobre Juliet también podría ser cierto en su caso. Usted también ignoraba que Robert sabía lo que le había ocurrido, ¿verdad? Pero así era. Quizás sea usted la que piensa que él se estaba riendo a sus espaldas, ejerciendo alguna clase de poder sobre usted, manipulándola. Quizás quiera vengarse y por eso quiere ir al hospital…, para acabar lo que empezó Juliet.
—Quiero ver a Robert porque necesito hablar con él —digo—. Necesito explicarle algo. Algo que nos incumbe a ambos.
Solos tú y yo, Robert, y nadie más. Eso es lo que siempre he deseado.