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Sábado, 8 de abril

En el cine, seguir a alguien en coche siempre parece complicado. Si la persona que va delante sabe que la siguen, se mete repentinamente por un callejón, va dando bandazos y, tras volar brevemente por los aires, acaba chocando y con el coche en llamas. Si no lo sabe, hay otros obstáculos: los semáforos cambian en el peor momento o aparece un camión enorme que adelanta a quien le está persiguiendo, y le impide ver algo.

Hasta ahora he tenido suerte. No me ha ocurrido nada de todo eso. Estoy en mi coche, siguiendo a la inspectora Zailer en su Audi plateado. Me la crucé mientras me dirigía a la comisaría para hablar con ella. Iba en la otra dirección, y al parecer tenía prisa. Con tres maniobras, hice un cambio de sentido en medio de la calle, bloqueando el tráfico en ambas direcciones, y la seguí.

A pesar de que la he seguido por toda la ciudad, no creo que Charlie Zailer me haya visto. Spilling no es de esos sitios donde hay otros conductores que te cortan el paso. Seguramente todo el mundo se dirige tranquilamente a alguna feria de artesanía o antigüedades. La única que parece tener prisa es la inspectora Zailer. Y yo, porque no puedo arriesgarme a perderla de vista. Intento no dejar espacio entre mi coche y el suyo. Si adelanta a alguien, yo hago lo mismo.

En la segunda rotonda que hay al final de High Street, gira a la derecha. Es la carretera que lleva a Silsford. Continúa durante varias millas, en medio del campo; los frondosos árboles que hay a ambos lados la convierten en un túnel. Jugueteo con la radio, distraída, buscando alguna música estridente que me impida darme a solas con mis pensamientos, cuando vuelve a girar vez. Estamos en una callejuela de casas adosadas de ladrillo rojo están alejadas de la carretera y tienen un pequeño patio cuadra en la entrada. Desde fuera, la mayoría parecen elegantes. Algunas están pintadas con colores muy vivos: verde jade, lila, amarillo Hay coches aparcados en ambos lados de la calle, aunque queda algún hueco. La inspectora Zailer deja el coche de cualquier manera en mitad de la calle y baja del Audi. Consigo verle fugazmente la cara y veo que ha estado llorando. Mucho. Me doy cuenta de inmediato que no está aquí por algo que tenga que ver con su trabajo. Vive aquí; algo va mal, y ha vuelto a su casa.

Cierra la puerta del coche de golpe y abre la verja de madera roja, sin molestarse en cerrar el Audi. Yo estoy en mi coche, en medio de la calle, a solo unos metros de ella, pero no me ha visto. No parece ser consciente de lo que la rodea.

Mierda. No sé qué hacer. Si ha ocurrido algo malo, si se trata de alguna desgracia familiar, no querrá hablar conmigo. Pero ¿a quién más puedo acudir? ¿Al subinspector Waterhouse? No lo convencería de que me llevara de nuevo al hospital para verte; da igual la información que pudiera darle a cambio. Siempre que estamos en la misma habitación percibo la aversión que siente hacia mí.

Qué ridícula soy. La inspectora Zailer, por muy mal que esté, sea cual sea el motivo, es la oficial al mando de tu caso. Y yo dispongo de nueva información que sé que ella quiere tener, sea cual sea su estado de ánimo.

Aparco en uno de los huecos que hay en la calle y me dirijo hacia su casa. Es más pequeña que la mía, y eso, en cierto modo, hace que me sienta culpable. Había dado por sentado que viviría en una casa mucho más grande y lujosa que la mía, ya que es una representante de la autoridad, aunque yo no siempre la haya acatado. No pienso acatarla ahora si me dice que no me llevara a verte. No he cambiado, Robert. Lo único que me importa eres tú, ahora y siempre.

Pulso el timbre, pero no obtengo ninguna respuesta. No sabe quién soy y no sabe que he venido a verla. Vuelvo a llamar, pulsando el timbre con más insistencia.

—¡Váyase! —grita ella—. Sea quien sea, ¡déjeme en paz, maldita sea!

Vuelvo a llamar. Al cabo de unos segundos, a través del cristal de colores de la puerta, veo que se acerca su borrosa silueta. Abre la puerta y da un paso atrás. Soy la última persona a quien desea ver. Pero me da igual. De ahora en adelante, no pienso dejar que me afecten las tonterías, sino que disfrutaré con ellas. Como tu mujer. Ella y yo tenemos más cosas en común que tú, ¿no es así, Robert?

—Naomi, ¿qué está haciendo aquí?

Charlie Zailer tiene los ojos húmedos e hinchados y la nariz roja.

—Iba a hablar con usted. Vi que se iba y la he seguido.

No le comento nada sobre su evidente angustia, dando por sentado que prefiere que no lo haga.

—Ahora no estoy en el trabajo —dice.

—Ya lo veo.

—No, quiero decir que… no estoy trabajando. De modo que esto tendrá que esperar.

Intenta cerrar la puerta, pero la mantengo abierta con el brazo.

—No puede esperar. Es importante.

—Entonces hable con el subinspector Waterhouse y cuénteselo. —Se apoya contra la puerta con todas sus fuerzas y trata de cerrarla de nuevo, pero yo doy un paso al frente y me meto en el vestíbulo—. ¡Fuera de mi casa, zorra! ¡Está loca! —grita.

—Hay cosas que debo contarle. Sé lo que vi a través de la ventana del salón de Robert y por qué sufrí el ataque de pánico.

—Cuénteselo a Simón Waterhouse.

—También sé por qué Juliet se comporta así. Por qué no está cooperando y por qué no le importa que usted crea que intentó matar a Robert.

—Naomi… —La inspectora Zailer suelta la puerta—. Cuando vuelva al trabajo, sea cuando sea, ya no voy a ocuparme del caso de Robert Haworth. Lo siento mucho y no quiero que se tome esto como algo personal, pero no quiero volver a hablar con usted. No quiero volver a verla ni a hablar con usted, ¿de acuerdo? Y ahora, ¿puede irse?

Siento que me invade el miedo.

—¿Qué ha ocurrido? ¿Se trata de Robert? ¿Sigue con vida?

—Sí. Sigue igual. Por favor, váyase. Simón Waterhouse…

—Simón Waterhouse me mira como si fuera una extraterrestre, ¡siempre lo hace! Si me echa, no le contaré nada ni a él ni a nadie. Ninguno de ustedes sabrá nunca la verdad.

La inspectora Zailer me empuja hacia la calle y se dispone a cerrarme la puerta en las narices.

—Juliet no está implicada en las violaciones —le grito desde el patio—. Si se trata de un negocio, no tiene nada que ver con él. Nunca ha tenido nada que ver.

Ella se queda mirándome. Y espera.

—En el teatro… había una ventana —digo, sin aliento, entrecortadamente—. Pude verla cuando me ataron a la cama. Y vi lo que había fuera. Estaba muy cerca, a pocos metros. Solo recordé que había visto algo a través de esa ventana después de la pesadilla que tuve anoche. Siempre recordaba haber visto una ventana, pero eso era todo. No era consciente de que había visto algo más, pero tuve que verlo, debía estar en mi mente…

—¿Qué fue lo que vio? —pregunta la inspectora Zailer.

Tengo ganas de gritar, aliviada.

—Una casita. Un bungalow.

Hago una pausa para recobrar el aliento.

—Hay miles de bungalows —dice ella—. Ese teatro podría estar en cualquier parte.

—Uno así no. Era inconfundible. Pero esa no es la cuestión. —No soy capaz de hablar todo lo deprisa que quiero—. He vuelto a ver otra vez esa casa después de entonces, de la noche en que me atacaron. La vi a través de la ventana del salón de Robert. Era una de las casitas de porcelana de Juliet que había en el aparador con puertas de cristal. Es la misma casa, la que vi a través de la ventana mientras me violaban. Está hecha con ladrillos que parecen piedras, si es que eso tiene algún sentido. La piedra es del mismo color…, posiblemente sea piedra tratada. Y no eran lisas. Daba la impresión de que eran rugosas. Es difícil de explicar sin haberlo visto. La puerta era de color azul, en forma de arco…

—¿… y tres ventanas encima de la puerta, también en forma de arco?

Asiento con la cabeza. No me molesto en preguntar; sé que no va a responderme.

Charlie Zailer coge su chaqueta de una percha que hay en el vestíbulo y saca las llaves del coche del bolsillo.

—Vámonos —dice.

Permanecemos un rato en silencio, sin preguntas ni respuestas. Hay mucho que contar, pero ¿por dónde empezar? Volvemos a tomar High Street y giramos a la derecha donde está la Old Chapel Brasserie para seguir por Chapel Lane.

Te prometo que nunca iré a tu casa.

No es allí donde quiero ir. Tú estás en otro sitio.

—Quiero que me lleve de nuevo al hospital para ver a Robert —digo.

—Olvídelo —dice la inspectora Zailer.

—¿Se iba a meter en problemas por llevarme a verlo? ¿Es eso lo que le preocupa? ¿Tienes problemas en el trabajo?

Se echa a reír.

El número tres de Chapel Lane aún sigue dando la espalda a la calle. Me permito una pequeña fantasía: hace unos instantes tu casa daba a la calle, abierta y acogedora; solo se dio la vuelta ver que me acercaba. «Sé quién eres. Déjame en paz».

La inspectora Zailer aparca de cualquier manera; las ruedas de su Audi golpean el bordillo.

—Tiene que enseñarme esa casita de porcelana —dice—. Debemos averiguar si está ahí o solo se lo ha imaginado. ¿Cree que le va a dar otro ataque de pánico?

—No. Lo que me daba miedo era ser consciente de lo que vi… eso era lo que hacía que mi mente se bloqueara. Pero anoche superé el pánico. Debería haber visto cómo quedaron las sábanas… Parecía que se hubiesen caído a una piscina.

—Entonces, vamos.

Rodeamos tu casa. Todo está igual que el lunes: el jardín abandonado y lleno de trastos y las impresionantes vistas. ¿Cuántas veces te habrás quedado aquí de pie, en medio de este césped que se está muriendo, rodeado por los desechos de tu vida con Juliet, deseando huir hacia toda esa belleza que podías ver tan claramente pero que no estaba a tu alcance?

Tomo la delantera para dirigirme hacia la ventana. Cuando la inspectora Zailer me alcanza, le señalo el aparador apoyado contra la pared. La miniatura de la casa con la puerta en forma de arco está ahí, en la segunda estantería empezando por abajo.

—Es la que está junto a la vela —digo, tan conmocionada como me hubiera sentido si no hubiese estado allí. Pero supongo que es fácil confundirse al tener la repentina certeza de que algo importante ocurre por casualidad.

Charlie Zailer asiente con la cabeza. Se apoya en la pared, saca un paquete de cigarrillos del bolso y enciende uno. Sus labios y sus mejillas están pálidos. El bungalow de cerámica significa algo para ella, aunque no sé exactamente qué, y me da miedo preguntárselo. Estoy a punto de comentar de nuevo la posibilidad de ir a verte al hospital cuando dice:

—Naomi. —Por su expresión, sé que se avecina otra conmoción y me preparo para el impacto—. Sé dónde está esa casa —dice—. Voy a subir al coche para ir a esa casa. El hombre que la violó estará allí cuando llegue. Voy a hacer que confiese aunque tenga que arrancarle las uñas, una por una.

No digo nada; tengo miedo de que se haya vuelto loca.

—La dejaré en una parada de taxis —dice.

—Pero ¿cómo…? ¿Qué…?

Se dirige hacia la puerta de entrada, hacia la calle. No se detendrá para contestar a mis preguntas.

—Espere —le digo, siguiéndola y corriendo para alcanzarla—. Voy con usted.

Me quedo en el mismo sitio donde Juliet lo hizo el lunes. La inspectora Zailer se queda donde yo estaba. La coreografía es la misma, pero el reparto ha cambiado.

—Eso sería una insensatez, tanto para usted como para mí —dice—. Pondríamos en juego su seguridad y mi carrera.

Si lo hago, si voy con ella hasta allí, sea donde sea, y veo a ese hombre, entonces, pase lo que pase, nunca tendré que volver a pensar en mí como una cobarde.

—Me da igual —le digo.

Charlie Zailer se encoge de hombros.

—A mí también —dice.