Jueves, 6 de abril
La inspectora Zailer abre la puerta de mi celda. Intento levantarme, y solo me doy cuenta de lo agotada que estoy cuando se me doblan las rodillas y empiezo a escuchar un tintineo dentro de mi cabeza. Antes de conseguir transformar la maraña de mis pensamientos en una pregunta coherente, la inspectora Zailer dice:
—Robert está mejor. La hemorragia se ha detenido y le ha bajado la inflamación.
Esto es todo cuanto necesito saber para recuperar las fuerzas.
—¿Quiere decir que se va a poner bien? ¿Que va a despertar?
—No lo sé. El médico con el que acabo de hablar ha dicho que con las heridas de la cabeza nunca se sabe. Lo siento.
Debería haberlo sabido: las experiencias traumáticas nunca terminan. Es como una carrera sin fin: la línea de meta se convierte en polvo y se esparce a medida que me aproximo a ella, y, cuando desaparece, diviso otra a lo lejos. Y luego corro hacia esa nueva línea de meta, jadeando hasta morir, y vuelve a ocurrir lo mismo. Acaba una espera y acto seguido empieza otra. Eso me desgasta más que la falta de sueño. Tengo la sensación de que hay un animal atrapado en mi interior, luchando por salir, moviéndose de un lado a otro. Si consiguiera calmarme no me importaría permanecer despierta durante toda la noche.
—Lléveme al hospital para ver a Robert —digo, mientras la inspectora Zailer me saca al pasillo.
—Voy a llevarla a una sala de interrogatorio —responde ella con firmeza—. Tenemos cosas de que hablar, Naomi…, hay muchas cosas que explicar y aclarar.
Mi cuerpo se dobla. No he conseguido recuperar suficientes energías.
—No se preocupe —dice la inspectora Zailer—. No tiene nada que temer si nos cuenta la verdad.
Nunca podría temer a la policía. Ellos siguen unas reglas que conozco y, salvo raras excepciones, estoy de acuerdo con ellas.
—Sé que no le haría ni le ha hecho nada a Robert.
Me invade una sensación de alivio que penetra hasta mis agotados huesos. Gracias a Dios. Quiero preguntar si ha sido Juliet quien te ha hecho daño, pero debe de haber un cortocircuito en la zona del cerebro que controla el habla y no soy capaz de abrir la boca.
La sala de interrogatorios tiene las paredes de un color coral pálido y un fuerte olor a anís.
—¿Le apetece beber algo antes de empezar? —pregunta la inspectora Zailer.
—Cualquier cosa que tenga alcohol.
—Té, café o agua —dice, con voz más tranquila.
—Entonces solo agua.
No hablaba en broma. Sé que a la policía le está permitido dejar fumar a la gente. Lo he visto en televisión, y en la mesa que tengo delante hay un cenicero. Si el tabaco y la nicotina están permitidos, ¿por qué no el alcohol? En el mundo hay un montón de contradicciones sin sentido y la mayoría de ellas son fruto de la estupidez.
—¿Con o sin gas? —murmura la inspectora Zailer cuando se dispone a salir de la sala. No sabría decir si está enfadada o bromeando.
Una vez sola, dejo la mente en blanco. Debería estar anticipándome y preparándome, pero lo único que hago es quedarme sentada, totalmente quieta, mientras el fino velo de mi conciencia se extiende para cubrir el abismo que hay entre este momento y el siguiente. Estás vivo.
La inspectora Zailer vuelve con el agua. Se pone a juguetear c0n el aparato que hay encima de la mesa y que parece más sofisticado que una grabadora, aunque evidentemente esa es su función. Una vez que lo pone en marcha, dice su nombre y el mío y luego la fecha y la hora. Me pide que declare que no deseo la presencia de un abogado. Tras haberlo hecho, ella se recuesta en su silla y dice:
—Voy a ahorrarnos un montón de tiempo a ambas saltándome todo el rollo de preguntas y respuestas. Voy a describir la situación tal y como yo la veo, y usted puede decirme si es correcta, ¿de acuerdo?
Asiento con la cabeza.
—Robert Haworth no la violó. Usted mintió con respecto a eso, aunque tenía buenos motivos para hacerlo. Usted lo ama y creía que le había ocurrido algo que le impidió reunirse con usted en el Traveltel el pasado jueves, algo grave. Nos contó su preocupación al subinspector Waterhouse y a mí, pero se dio cuenta de que no estábamos tan convencidos como usted de que a Robert le hubiera ocurrido algo. Pensó que encontrarle no era una prioridad para nosotros, de modo que intentó otra táctica…, trató de hacernos creer que Robert era un hombre violento y peligroso y que había que encontrarle de inmediato antes de que le hiciera daño a alguien. Desde un principio pensaba contarnos la verdad en cuanto le encontráramos. Solo iba a ser una mentira provisional… Usted sabía que acabaría redimiéndose con la verdad. —La inspectora Zailer hace una pausa para recuperar el aliento—. ¿Qué tal lo he hecho hasta ahora?
—Todo es verdad; todo lo que ha dicho es la verdad.
Estoy un poco sorprendida de que haya conseguido resolverlo. ¿Habrá hablado con Yvon?
—Naomi, usted mintió para salvarle la vida a Robert. Un día más y con toda seguridad habría muerto. La compresión cerebral provocada por las heridas le habría matado.
—Sabía que era lo que debía hacer.
—Naomi, será mejor que nunca vuelva a mentirme. El hecho de que estuviera en lo cierto con respecto a Robert no significa que pueda introducir nuevas normas cuando a usted le apetezca ¿Queda claro?
—Ahora que han encontrado a Robert y que está a salvo no tengo ninguna razón para mentir. ¿Juliet…? ¿Juliet intentó matarle? ¿Qué le hizo?
—Llegaremos a eso a su debido tiempo —dice la inspectora Zailer. Saca un paquete de Marlboro light de su bolso y enciende un cigarrillo. Tiene las uñas largas, pintadas de color burdeos; en las puntas, la piel está mordida—. Entonces, si Robert Haworth no la violó, ¿quién lo hizo?
Sus palabras me perforan como si fueran balas.
—Yo… Nadie me violó. Me inventé toda esa historia.
—Una historia muy elaborada. El teatro, la mesa…
—Todo era mentira.
—¿En serio? —La inspectora Zailer deja el cigarrillo en la punta del cenicero y cruza los brazos, mirándome a través de una espiral de humo—. En cualquier caso, fue una mentira tremendamente imaginativa. ¿Por qué adornarla con tantos detalles extraños…? La cena, las bellotas en los postes de la cama, el antifaz… ¿Por qué no decir tan solo que Robert Haworth la había violado una noche en el Traveltel? Discutieron, él se enfadó…, etcétera. Habría sido mucho más sencillo.
—Cuantos más detalles tenga una mentira, más fácil le resulta de creer a la gente —le digo—. Una historia inventada precisa de tantos detalles como una verdad si quiere pasar por tal. —Respiro profundamente—. Una discusión en el Traveltel no habría bastado…, es algo demasiado íntimo para Robert y para mí. Necesitaba que creyeran que Robert era una amenaza para cualquier mujer, que era una especie de… monstruo pervertido al que te gustaban los rituales. Por eso me inventé la peor historia de violación que fui capaz de imaginar.
La inspectora Zailer asiente lentamente con la cabeza y luego dice:
—Creo que contó esa historia en particular porque es cierta.
No digo nada.
La inspectora Zailer saca unas hojas de papel de su bolso, las despliega y las coloca frente a mí. Con solo echar un rápido vistazo sé exactamente qué son. Su significado me asfixia, aunque trato de no mirar lo que está escrito. Tengo un nudo en la garganta.
—Muy lista —digo.
—¿Cree que estas historias no son reales? Robert no la violó, Naomi, pero ambas sabemos que alguien lo hizo. Y, sea quien sea, se lo ha hecho a otras mujeres. A estas mujeres. ¿Por qué pensó que usted había sido la única?
Armándome de valor, miro las hojas de papel que tengo frente a mí. Podrían ser reales. Una de ellas está muy mal escrita; en todas, los detalles son ligeramente distintos. No creo que la inspectora Zailer haya hecho esto. ¿Por qué iba a hacerlo? Es lo mismo que comentó acerca de mi historia: demasiado elaborada.
—Algunas mujeres acuden a la policía después de haber sido violadas —dice, tranquilamente—. Y se toman muestras. Ahora que hemos encontrado al señor Haworth, podemos tomar una muestra de su ADN. Si él es el responsable de estas violaciones, podremos demostrarlo —dice, observándome atentamente.
—¿Robert? —Este giro me deja confundida—. Él nunca le haría daño a nadie. Si tiene que hacerlo, tome una muestra de su ADN, pero verá que no coincide con ninguna… otra muestra.
La inspectora Zailer me sonríe compasivamente. Esta vez no estoy dispuesta a transigir.
—Creo que, si quisiera, podría ser una testigo muy importante, Naomi. Si decide empezar a contarnos la verdad nos ayudará a detener al cabrón de mierda que la violó a usted y a estas otras mujeres. ¿No es eso lo que desea?
—Nunca me violaron. Mi declaración es falsa.
¿Acaso cree esta estúpida arpía que estoy diciendo esto para desbaratar su sed de justicia? Si no puedo admitirlo es por mí. Soy yo quien deberá sobrellevar eso durante el resto de mi vida y la única forma de conseguirlo es siendo alguien a quien no le ocurrió.
He visto un montón de películas en las que la gente acaba contando una verdad que quieren ocultar desesperadamente en medio de un interrogatorio ligeramente crispado por parte del policía, un psiquiatra o un abogado. Siempre he pensado que el agente debía de tener muy pocas luces o mucha menos resistencia que yo. Aunque tal vez no se trate de resistencia; tal vez sea el conocimiento de mí misma lo que me permite resistirme a las súplicas de la inspectora Zailer. Sé cómo funciona mi mente y, por lo tanto, cómo protegerla.
Además, no soy la única que miente en esta sala.
—Eso son historias sobre violaciones que ha sacado de una página web —digo—. No tiene ninguna prueba; no puede conseguirlas.
La inspectora Zailer sonríe y saca más papeles de su bolso.
—Eche un vistazo a esto —dice.
Siento una opresión en el pecho y empiezo a sudar. No quiero coger las hojas que sostiene, pero me las tiende. Están justo bajo mi barbilla. Tengo que cogerlas.
Mientras las examino, siento un mareo. Son declaraciones a la policía, como la que le firmé el martes al subinspector Waterhouse. Declaraciones sobre violaciones, parecidas a la mía en forma y contenido, casi con los mismos sórdidos detalles. Hay dos. Ambas fueron tomadas por el subinspector Sam Kombothekra, del DIC de West Yorkshire. Una es de 2003 y la otra de 2004. Si no fuera tan cobarde, si hubiera denunciado lo que me ocurrió, puede que hubiera evitado las agresiones contra Prudence Kelvey y Sandra Freeguard. No puedo evitar mirar los nombres y convertirlo algo personal.
Dos mujeres con nombres y apellidos, otra que decidió permanecer en el anonimato y una camarera de Cardiff que solo dio su nombre…, cuatro víctimas más. Como mínimo.
No soy la única.
Para la inspectora Zailer solo es trabajo rutinario.
—¿Cómo sabe Juliet Haworth lo que le ocurrió a usted? Lo sabe todo…, todos los detalles que usted afirma haberse inventado. ¿Se lo contó Robert? ¿Se lo contó a él?
No puedo responder. Estoy llorando como un patético bebé, no puedo evitarlo. El suelo se viene abajo y yo estoy flotando en la oscuridad.
—A mí no me ocurrió nada —consigo decir—. Nada.
—Juliet quiere hablar con usted. No nos contará si fue ella quien atacó a Robert o si quería matarle. No nos contará nada. Usted es la única persona con la que hablará. ¿Qué opina?
Reconozco las palabras, como si fueran objetos, pero para mí carecen de sentido.
—¿Lo hará? Puede preguntarle cómo sabe que la violaron.
—¡Me está mintiendo! Si lo sabe es porque usted se lo ha contado. —Tengo los muslos empapados en sudor. Estoy mareada, como si fuera a vomitar—. Quiero ver a Robert. Tengo que ir al hospital.
La inspectora Zailer deja una fotografía tuya encima de la mesa, frente a mí. Siento una sacudida en el corazón, tan violenta que me parece un latigazo. Quiero acariciar la foto. Tu piel es de color gris. No puedo ver tu cara porque no miras a la cámara. La mayor parte de la foto está llena de sangre, roja en los bordes, y negra y coagulada en el centro.
Me alegra que me la haya mostrado. Sea lo que sea lo que te haya ocurrido, no quiero dejar de verlo. Quiero estar tan cerca de ti como me sea posible.
—Robert —susurro. Las lágrimas resbalan por mis mejillas. Tengo que ir al hospital—. ¿Esto lo hizo Juliet?
—Dígamelo usted.
Miro fijamente a la inspectora Zailer, preguntándome si estamos manteniendo dos conversaciones distintas, si vivimos dos realidades distintas. No sé quién hizo esto. No tengo ni idea. Si lo supiera, mataría a quien lo hizo. No puedo imaginarme a nadie atacándote, salvo a tu mujer.
—Quizá fue usted quien hirió a Robert. ¿Le dijo que todo había terminado? ¿Acaso se atrevió a dejar de amarla?
Esta idea absurda me despierta.
—¿Todos los policías que hay por aquí son tan duros de mollera como usted? —le espeto—. ¿Acaso no hay que hacer ningún examen para ingresar en la policía? Estoy segura de que leí algo acerca de eso. ¿Hay alguna posibilidad de hablar con algún policía que lo haya aprobado?
—Está hablando con alguien que tiene un doctorado.
—¿En qué? ¿En estupidez?
—Necesitaremos una muestra de su ADN para compararla con las pruebas que encontraron los forenses en el lugar donde el señor Haworth fue atacado. Si fue usted, lo probaremos.
—Estupendo. En ese caso, pronto descubrirá que yo no lo hice. Me alegra saber que podemos confiar en algo más que en su intuición, porque parece ser tan precisa como un…
—¿Un reloj de sol en la oscuridad? —sugiere la inspectora Zailer. Se está burlando de mí—. ¿Hablará con Juliet Haworth? Yo estaría presente. No tiene nada que temer.
—Si me lleva a ver a Robert, hablaré con Juliet. Si no lo hace, olvídelo.
Tomo un sorbo de agua.
—Es usted increíble… —masculla, entre dientes.
Pero no dice que no.