Renard asiste al ensayo general de Chantecler, de Rostand, pero su salud empeora y le impide acudir al estreno. Poco después, Jules Renard fallece en París.
22 de enero. Mirbeau me dice:
—El cuerpo es demasiado angosto. Dios lo ha hecho mal. Las piedras tienen que pasar por vasos más delgados que un cabello. ¡Y el corazón! ¡Qué mal pensado está el corazón!
Mi corazón late como un minero enterrado que, con golpes irregulares, aún diese señales de vida.
La nieve cae de una nube negra.
26 de enero. Nieve sobre el agua: silencio sobre silencio.
27 de enero. ¿Para qué estos cuadernos? Nadie dice la verdad, ni siquiera el que los escribe.
Me dicen: «¡Oh, tiene usted muy buen aspecto!». Pero la próxima vez que me vean dirán: «¡Oh, tiene usted mejor aspecto que la última vez!». El mundo no está preparado.
1 de febrero. Chantecler. 131 y 133, en un rincón. En el ensayo general y en el estreno de Cyrano y de L’Aiglon, teníamos butacas de primera fila. Es la escalera de la gloria.
Rostand es sobre todo un indiferente literario. Nosotros somos cuando menos sus colegas: no nos lee.
¿Está más tranquilo? ¿Toca la gloria? ¿No le hace sufrir el menor éxito de otros?
Puede caminar siempre sobre alfombras, pero tiene que vivir con la boca abierta a todos los miasmas.
—He oído algunos versos de Chantecler —dice Capus—. Son bonitos y estúpidos: bonitos cuando me los recita Guitry, estúpidos cuando los escucho.
16 de febrero. Enfermo, ya no puedo meter la llave en la cerradura a la primera. Esto me recuerda uno de mis cuentos.
22 de febrero. Hoy, cuarenta y seis años. ¿Hasta dónde llegaré? ¿Hasta el otoño?
23 de febrero. Marinette llora por los dos, y yo la ayudo un poco.
Entro en las malas noches, esperando la noche.
Humor: pudor, juego del espíritu. Es la higiene moral y cotidiana del espíritu. Tengo una alta idea moral y literaria del humor.
La imaginación extravía. La sensibilidad reblandece.
El humor es, en suma, la razón. El hombre regularizado.
Ninguna definición me satisface.
Además, en el humor hay de todo.
¿Es porque entré el último en la Academia Goncourt que voy a ser el primero en salir? ¡Singular equilibrio!
Ayer, Fantec me auscultó. Cuando me rozaba la espalda con la oreja nos reíamos como locos. Tuvo que volver a empezar dos o tres veces. Nada en los pulmones. El corazón es demasiado grande. Oye el galope de las válvulas. Eso me corta la risa. ¿El hijo condena al padre?
Entre mi cerebro y yo siempre queda una capa que no puedo atravesar.
Vivir divirtiéndose con la muerte.
Quizá ya no volveré a ver la vieja casa. ¡Extraño castigo!
Un hombre vulgar no se conoce a sí mismo. Puede llegar a la muerte sin saber nada de su corazón. Me refiero al auténtico —porque, en cuanto al otro…—, del que late en su pecho.
El hombre es indiferente como un reloj.
Además, yo escribí La Bigote. La señora Lepic espera. Pero ¿por qué me dejó «él» escribir La Bigote?
27 de febrero. Además, ya he acabado. Podría volver a comenzar, y sería mejor, pero nadie se daría cuenta.
Más vale acabar.
6 de marzo. No entiendo nada de la vida, pero no digo que sea imposible que Dios entienda algo.
La vida aparente, el aspecto dócil y resignado de la veleta.
Mirbeau se despierta triste y se acuesta furioso.
15 de marzo. Quien no tenga la enfermedad del escrúpulo no debe ni soñar con ser honesto.
De todas formas, para despreciar a Rostand hay que analizarlo a fondo; así que eso no cuenta.
31 de marzo. Muerte de Moréas. ¿Es mi turno?
Era un poeta que traicionó a su patria, escribió unos bellos versos y me trató de imbécil.
6 de abril. Esta noche, quiero levantarme. Pesadez. Una pierna cuelga fuera. Luego, un hilillo húmedo fluye a lo largo de la pierna. Tiene que llegar al talón para que me decida. Se secará en las sábanas, como cuando yo era Poil de Carotte.
En esta fecha acaba el Diario de Jules Renard, que murió el 22 de mayo de 1910.