En febrero, Renard estrena, sin pena ni gloria y bajo el seudónimo de Paul Page, L’Invité, título primitivo de la obra que edita a finales de año con el definitivo de Huit Jours à la campagne.
En Chaumot, del 3 al 7 enero. Se parece a los payasos americanos que, a cada hachazo, se tronchan de risa.
18 de enero. Jarry, siempre en su cuadra.
—Me encantan las cochinillas, pero son muy díficiles de pelar.
Al pasar se oye: ¡Pam! ¡Pam! ¡Pam! Es Jarry, que mata arañas a tiros de revólver; pero conserva las telas: son decorativas.
Ha instalado el excusado encima de la campanilla de la puerta. Se tira de la cuerda y la cisterna se vacía. Se aprovecha un movimiento que se había perdido.
Al visitante le extraña, pero el excusado siempre está limpio.
22 de enero. Sobre todo, que mi independencia no me haga depender de los fracasados.
24 de enero. ¡La posteridad! ¿Por qué la gente va a ser mañana menos necia que hoy?
26 de enero. La palabra más verdadera, la más exacta, la más llena de sentido es la palabra «nada».
Quizá el mayor logro de Dios sea el gato, que duerme veinte horas de cada veinticuatro.
30 de enero. Teatro popular. Primero habría que enseñarle al pueblo a reír y a llorar: continuamente se equivoca.
Solo hoy miro París.
Hace veinte años, no lo veía. Solo era ambicioso. Solo leía los libros.
Ahora, me detengo ante el Louvre, ante una iglesia, en una esquina, y digo: «¡Qué maravillas!».
¿En qué he estado pensando hasta que se me han abierto los ojos?
De ti me va a gustar todo: tus monumentos, las nubes rosadas de tus crepúsculos, y los gallos y las gallinas de tus muelles.
He sido estudiante. He tomado notas, y esta tarde, por primera vez, me paseo con gusto por el barrio latino.
Un señor muy elegante, muy rico, hombre del mundo de los animales, con sombrero de copa, retiene muy serio a un perro extraño que tira de la cadena como si su amo fuese ciego y paralítico.
31 de enero. La punta de la rama acompaña un poco al pájaro que se va.
9 de febrero. Teatro. Con Guitry. ¡Todas esas cabezas, vistas desde el escenario! Parece gente metida hasta el cuello en la piscina, tan apretujados que ni siquiera pueden nadar.
Fracaso. Es tan agradable y melancólico como mirar la nieve fundiéndose en un tejado.
L’Invité (Huit Jours à la campagne) despierta en la gente un interés tan pequeño como las letras verdes del cartel. Mussay ha visto la mitad, y me dice:
—¿Es que en su obra solo aparecen comadres?
Hay una chica de dieciséis años.
La obra de France tampoco levanta mucho entusiasmo. Ni una ovación, y Cheirel sale del teatro tan rápidamente que no le ha dado tiempo a cambiarse.
Una obra sin firma, sin ensayos, y a cuyos intérpretes ni siquiera saludo; sin embargo, entro en el teatro con la vaga esperanza de recibir el cumplido del portero, de un maquinista, del sastre de Guitry, de su chófer, de uno de mis actores que se abalanzaría sobre mí gritando: «¡Sí! ¡Sí! ¡Sé que Paul Page es usted! Su obra ha tenido un éxito enorme. ¡Hemos tenido que salir a saludar seis veces!».
¡Ah, pobre infeliz! Y la más inocente broma es un mordisco en el corazón.
10 de febrero. Las aguas verdosas de la memoria, donde todo se hunde. Y hay que remover. Suben cosas a la superficie.
14 de febrero. La sabiduría del campesino es ignorancia que no se atreve a expresarse.
22 de febrero. Cuarenta y dos años. ¿Qué he hecho? No gran cosa, y ya no hago nada.
Tengo menos talento, dinero, salud, lectores, amigos, pero me resigno más.
La muerte se me aparece como un gran lago al que me acerco, y cuyos contornos se perfilan.
¿Soy más sabio? Un poquito. Tengo menos energía para hacer el mal.
De cuarenta y dos años, dieciocho los he pasado con Marinette. Me he vuelto incapaz de hacerle daño, pero ¿qué esfuerzo soy capaz de hacer en su beneficio?
Añoro el tiempo en que Fantec y Baïe eran tan pequeños y graciosos. ¿Qué será de ellos? ¿Me interesa esta cuestión tanto como debería?
Alguna vez pienso en mi padre, en Maurice casi nunca; hace mucho que murieron. Y mi madre sigue viva. Cuando le llegue la hora, ¿cómo haré para darme cuenta de que ha muerto?
Me fatiga levantarme, trabajar, ocuparme de los demás.
Lo que es agradable aún lo hago bastante bien: dormir, comer, perderme en mis ensueños.
También envidio, y denigro.
Creo que discuto mejor. Grito tanto como siempre, aunque menos a menudo.
De hecho, las mujeres me son indiferentes. De vez en cuando, algunas fantasías novelescas.
Ya casi no leo libros nuevos. Solo me gusta releer.
¿Cómo me llevo con la gloria? Como nunca la alcanzaré, no me cuesta esfuerzo desdeñarla. Casi sinceramente, pero lo repito demasiado.
No deseo nada ardientemente: habría de esforzarme demasiado por conseguirlo. ¿Soy un neurasténico? No, esa es una enfermedad grave que hace sufrir y ser desdichado. La mía es una enfermedad benigna, llena de encanto. Tengo la sensación de que la energía que he perdido me sobraba. Me apaño muy bien sin ella.
Tengo bastantes remordimientos, pero también habilidad para reprochármelos y atenuarlos. Francamente, ninguno me resulta insoportable.
Antes temía actuar cuando había peligro. Hoy temo la misma acción; o, más bien, me gusta la inactividad.
Sigo leyendo con placer mi nombre impreso, pero por verlo en los papeles no le regalaría una sonrisa ni al príncipe de la crítica; a menos que viniera a buscarme a casa. Sí, sí, en esto soy bastante elegante, y no me cuesta nada.
27 de febrero. Saboreo la alegría áspera del espléndido aislamiento.
Gourmont tiene el miedo orgulloso a tener razón con un montón de imbéciles.
5 de marzo. La vida es corta, pero el aburrimiento la alarga.
10 de marzo. Academia Goncourt. Sí, acepto, si ello no me obliga a decir a todos mis colegas que tienen talento.
No sé si los defectos se corrigen, pero las cualidades hastían, sobre todo al verlas en los demás.
Mi gloria, la que deseaba, ya es pasado.
13 de marzo. Hay amigos que desconfían de nosotros como si creyesen que conocemos el fondo de sus almas.
Releo mis notas. Hiciese lo que hiciese, mi vida no habría podido ser mucho más complicada. Lo que hubiera producido de más no añadiría gran cosa a mi obra. ¡Mi obra!
Hay nombres que no me recuerdan nada. No puedo recuperar ni un rasgo de ciertos rostros hundidos para siempre.
Si mi vida empezase otra vez, la querría tal cual. Solo abriría un poco más los ojos. He visto mal, y no lo he visto todo de este pequeño mundo por donde he avanzado a tientas.
¿Y si, pese a todo, aún tratase de trabajar con regularidad, cotidianamente, como un estudiante de retórica que quiere ser el primero de la clase, no para ganar dinero, no para ser célebre, sino para dejar algo, un librito, una página, algunas frases? Porque no estoy tranquilo.
Ganaos la vida, pero no os la ganéis demasiado.
21 de marzo. Palidez: la sombra de la sombra.
22 de marzo. A un chistoso:
—Discúlpeme, señor, pero me he jurado no volver a reír jamás sin tener ganas.
24 de marzo.
—¡Creo —dice un señor— que cuando uno ha escrito más de veinte novelas y cuatrocientos relatos, puede llamarse escritor!
Sí, si son buenos.
26 de marzo.
—¡Yo no vendo mi pluma! —dice.
Y no escribe ni una línea más.
16 de abril. Mamá. No, no, no mentiré. Hasta el final, diré que me da igual.
Viene. Marinette la hace entrar diciendo:
—Es la abuela.
Me da un beso (yo no puedo), y se sienta enseguida antes de que se lo pidan. Yo le he dicho:
—Hola, mamá. ¿Todo bien?
Ni una sílaba más.
Pero no hace falta darle cuerda. Habla sola. Dice:
—Acabo de ver a Honorine por última vez. Se está yendo. Ya no reconoce a nadie. Debe de tener mucha fiebre. Sus nietas le daban de beber en una taza sucia, sucia… ¡Ah, si yo tuviera que beber en una taza así…! ¡Ah, hijos míos, cuando sea vieja y no sirva para nada, dadme una pastilla!
—Prometido —dice Marinette—. Se la daremos. Vamos a hablar un poco en mi habitación.
Y mamá tiene que levantarse y seguirla. Todo estaba organizado como para una fría ceremonia.
—¿Y tú, estás bien, Jules?
—Bastante bien.
—¡Qué bien!
Afuera, besa a Marinette y le da las gracias. Me siento turbado. No emocionado. Lo que me emociona es la situación: no mi madre. ¡Ah, es la vieja a la que, más adelante, me pareceré! Cabellos grises aún ondulados, descarnada. ¡La piel se pega como puede a los huesos, que cobran una importancia…! Tiene costras en la piel como la madera que nadie repinta.
Va encogiendo. Cuando está de pie, ya no veo sus ojos terribles. De vez en cuando sube hasta mí un pálido relámpago, pero ya no truena como antaño.
24 de abril. ¡Cuántos animales no ves porque cuando te acercas huyen!
10 de mayo. Si tu amigo cojea del pie derecho, cojea tú del izquierdo, para que vuestra amistad mantenga un equilibrio armonioso.
11 de mayo. Ya no vivo de veras. Me siento como el reflejo de un hombre en el agua.
26 de mayo. Una frase vulgar, que dejaría frío al individuo, enajena a una masa.
30 de mayo. Dios nos echa a los ojos polvo de estrellas. ¿Qué hay tras ellas? Nada.
1 de junio. Siempre acabamos despreciando a los que nos dan la razón demasiado fácilmente.
23 de junio. A pesar de mi edad y de ser alcalde, a la vista de un gendarme no estoy tranquilo.
25 de junio. Poeta nuevo. Memoriza su nombre, porque no se volverá a hablar de él.
7 de julio. ¿Lo que pienso de Nietzsche? Que a su apellido le sobran muchas letras.
17 de julio. De experiencia en experiencia, llego a la certeza de que no estoy hecho para nada.
30 de julio. La simpatía suele producirse entre dos vanidades que aún no se han contrariado.
9 de agosto. Los campesinos no envidian al dueño del castillo, sino al vecino que ha triunfado.
11 de agosto. Marinette me lo ha dado todo. ¿Puedo decir que yo también se lo he dado todo? Creo que mi egoísmo permanece intacto.
Cuando le digo: «Sé franca», ella lee muy claro en mis ojos hasta dónde ha de llegar.
Es el único ser al que estoy seguro de amar, además de a mí. E incluso yo… A menudo me provoco una mueca de disgusto. A ella, sí, la quiero mucho, y jamás pienso mal de ella.
Quizá le di miedo y se dijo: «Solo hay una manera de salvarme: tener una confianza absoluta en él. Nunca haré nada malo. Si lo hago sin darme cuenta, él me avisará, y me perdonará».
A veces, cuando mira a sus hijos, parece tan cerca de ellos que se diría que son dos ramas suyas.
A través de sus ojos se ve su corazón, un corazón rosado. Es el sol.
En el fondo de sus ojos, en la retina, ¿habrá un espejo, un rinconcito no velado por la ternura, donde mi imagen no es buena?
Sus brazos desnudos tienen frescor.
Tengo a Marinette: ya no tengo derecho a nada.
A su lado, puedo decir: «Mi obra… mis cualidades… mi espíritu…» y, con una ligera vacilación, «mi talento»: ¡a ella esta forma de hablar le parece tan natural que ni siquiera me siento incómodo!
No estoy seguro de que ella me haya mejorado, pero he adquirido una buena apariencia.
Cuando pienso que, por culpa mía, ella podría caer en la miseria, se me encoge el corazón; pero enseguida, demasiado rápido, me digo: «¡Qué bien la soportaría! ¡Aún me querría más!».
16 de agosto. Mis lecturas sociales han destruido mis ambiciones personales; pero no me han dado el valor necesario para trabajar por los demás.
Una mosca entra por las ventanas abiertas, y sale sin que nadie haya comprendido qué noticia nos traía.
20 de agosto. Vaca: un tonel con cuernos.
6 de septiembre. Mi repugnancia por la mentira me ha matado la imaginación.
Por lo menos el oficio de escritor es el único en el que se puede, sin caer en el ridículo, no ganar dinero.
14 de septiembre. Miro mi fotografía clavada en la pared con dos chinchetas y, lleno de aflicción, le digo con una voz interior: «¡Mi pobre viejo! ¡Mi pobre viejo!».
26 de septiembre. Si fuésemos un poco más severos con nuestros amigos no nos parecerían tan despreciables cuando se convierten en enemigos.
30 de septiembre. Hidalgos. Con un título nobiliario, un grado en el ejército, un coche, una golfa y un cura, pueden sentarse a esperar la caída de la República.
3 de octubre. Observar la naturaleza, sí, pero hay que mantener la calma, como el cazador de noche. Las cosas tienen miedo. Nuestra emoción turba a la naturaleza. El menor movimiento de nuestro humor la asusta. Una mirada demasiado curiosa, y la vida se detiene.
9 de octubre. En el mercado de Corbigny, llevo de buen grado la cesta de Marinette, llena de coles, espinacas y lechugas, porque soy caballero de la Legión de Honor.
10 de octubre. Pero Capus tendrá problemas para perdurar: la posteridad siente cierta inclinación por el estilo.
Un gordo que lleva la barriga como un instrumento de viento.
17 de octubre. La mala suerte es muy enojosa, pero la buena suerte tiene algo de humillante.
19 de noviembre. Thadée Natanson me dice:
—Un señor quiere ponerle música a algunas de sus Histoires naturelles. Es un músico de vanguardia que está sonando mucho y para quien Debussy ya es un viejo gagá.[21] ¿Qué impresión le causa?
—Ninguna.
—¡Vamos, algo sentirá!
—Nada.
—¿Qué le digo de su parte?
—Lo que usted quiera. Dele las gracias.
—¿No quiere oír su música?
—¡Ah, no! ¡No!
21 de noviembre. No soy sincero, y ni siquiera lo soy cuando digo que no lo soy.
22 de noviembre. Todo cansa, salvo el sueño, que es la vida inmaterial.
No tengo prisa por ver la sociedad futura: la nuestra es buena para el escritor. Con sus injusticias, sus vicios y su estupidez, alimenta la observación literaria. Cuanto mejores sean los hombres, más insulsos.
Capus llega en un coche tan grande como el de Guitry, sin tener en cuenta la diferente corpulencia entre los dos hombres. Viste traje y va a cenar fuera.
—Llevo un traje ridículo —dice—. Voy a quitarme el abrigo para que lo veáis entero.
—¿Y ahora con quién vas a cenar?
—En casa de… de… No me acuerdo… De un tal Houssaye. Hay bridge. Es para jugar al bridge.
A Baïe, a la que besa sin que sepamos por qué, le dice:
—¡Oh, cómo has cambiado! Estás mucho mejor. Es curioso: con el tiempo, los pequeños defectos de la juventud se acentúan o desaparecen.
Este hombre, el más ingenioso de Francia, tiene un rostro inexpresivo y lentes sobre unos ojos cada vez más miopes.
Cuando miente, muestra los caninos: se los veo muy a menudo.
Su cuerpo de angelote le permite mentir siempre que quiera. Quizá lo ha notado, pero no tiene rasgos fisionómicos para expresarlo.
Estudio su verborrea. A veces descubro una mentira gracias a otra que llega diez frases más tarde, y las diez frases del medio también eran falsas.
A veces miente de forma tan clara que bajo la vista.
Estos hombrecitos son terribles. No es que a su lado uno se sienta pequeño, pero incomodan. Uno se siente a disgusto. E interrumpirles no sería generoso.
27 de noviembre. Lo has leído todo, pero ellos han leído un libro que tú habrías debido leer, y eso les da una superioridad que anula todas tus lecturas.
1 de diciembre. El murciélago, que vuela con su paraguas.
2 de diciembre. Puede decirse que Maupassant murió de miedo. La nada le aterró y le mató. Hoy, a la gente la nada le interesa menos. Se acostumbra uno, y esta evolución en la vida es una revolución literaria.
¿Por qué gozar tanto? No gozar también es divertido, y menos fatigoso.
Sus biógrafos dicen que ante todo fue un escritor. ¡Pues no! Quiso ganar mucho dinero, trabajó metódica y obsesivamente cada mañana, y se repitió mucho. Y nosotros tenemos que hacer la selección.
La nada no produce nada. Para hacerla resonar hay que ser un gran poeta.
No quería entregar su vida: así que no era lo bastante hombre de letras, porque su vida explica su obra, y su locura quizá sea su más hermosa página.
Su editor le daba consejos, le empujaba, le dirigía. Flaubert habría desconfiado.
Despreciaba a la mujer, pero con ella no hay más que un desprecio que valga: no j…, y él no hacía otra cosa.
Rechazó la Legión de Honor, como hombre que se sabe glorioso y que no se conforma con tan poco. Cuando era funcionario y su nombre no era tan conocido aceptó las palmas académicas.
Taine le llamaba «el toro triste». Sin duda le entristecía saberse más toro que gran poeta.
Nunca miró de bastante cerca. Se aburrió demasiado rápido, demasiado pronto. Aún quedaban muchas cosas divertidas por ver.
4 de diciembre. La imagen de Shakespeare es menos literaria que la de Hugo, pero más humana. A veces en Victor Hugo solo se ve la imagen; en Shakespeare siempre se ve la verdad, los músculos y la sangre de la verdad.
5 de diciembre. Fantec pronto pensará: «Mi padre, ¡qué criatura!». Una chica le ha dicho:
—El domingo por la noche fui al Théâtre-Français. Representan Le Plaisir de rompre y Les Mouettes. Fue muy bonito.
No me dice más. Le pregunto:
—¿Qué era bonito?
—Todo, el conjunto de la velada.
—Esa chica, ¿dónde te lo dijo?
—En el restaurante.
—¿Y tú no le dijiste que… conoces al autor de Le Plaisir de rompre?
—No.
Tengo que resignarme a querer a mi hijo por espíritu de familia, porque tiene una mente de extranjero. No solo no es artista, sino que trabaja —y demasiado— por razones que no imagino. Y ni siquiera me da la impresión de que le guste el trabajo.
10 de diciembre. Cuando uno habla de su felicidad debe ser discreto, y confesarla como si confesase un robo.
14 de diciembre. Paso días enteros sentado a la mesa como una liebre en su guarida. Sueño, y como ella, tengo miedo, miedo de escribir.
16 de diciembre. Elogio fúnebre. Con la mitad de esas frases le habría bastado cuando estaba vivo.
17 de diciembre. Estoy llegando a la edad en que puedo comprender cuánto molestaba a mis maestros (Alphonse Daudet), cuando les visitaba y no les hablaba nunca de ellos.