Fallece Marcel Schwob. Durante este año literariamente estéril y los precedentes, Renard viaja con regularidad a provincias para pronunciar conferencias sobre temas literarios o asistir a representaciones de sus obras.
1 de enero. Quiere que le entierren por lo civil.
—¿Habrá que hablar sobre la tumba?
—¡Hable, si quiere! No le responderé.
7 de enero. Coolus cuenta que D’Annunzio, cuando visitó por primera vez a Sarah Bernhardt, se detuvo a unos pasos de ella y, en tono inspirado, exclamó:
—¡Bella! ¡Magnífica! ¡Dannunziana!
Y después añadió:
—Buenos días, señora.
9 de enero. Ser socialista por la razón no cuesta nada, pero el sentimiento arruina. El socialista por la razón puede tener todos los defectos del rico; el socialista por sentimiento debe tener todas las virtudes del pobre.
Eslavos: gente que escribe entre líneas, en vez de encima de ellas.
Me gusta mucho mirar las caras de las jóvenes. Me divierte imaginar cómo serán cuando sean viejas.
13 de enero. ¿Por qué cuando a un actor le entregan una carta o un mensaje siempre dice: «¿De quién podrá ser?», en vez de mirar y abrirla?
16 de enero. Rostand tenía un cochero. Sentía por él gran compasión. Cuando cenaba después del teatro, pensar que el cochero se quedaba fuera, bajo la lluvia, pasando frío, hasta medianoche y más, le resultaba insoportable. Le estropeaba todos los placeres. Así que hacía que le enviaran un grog con el recado de marcharse, que él ya tomaría un coche de punto. Una noche, el cochero entró en el café y le dijo al «señor» que lo dejaba. Le humillaba que no lo tomasen en serio.
30 de enero. Confieso que soy un sectario y no respeto lo que me parece idiota.
Capus es un pensador: cita a Pascal.
8 de febrero. Paseos con Marinette. Un viejo con su criado, vestido de burgués, que camina a su lado y un paso por delante.
Una vieja señora, de aire idiota, peinada a la mosquetero.
Árboles talados que solo tienen piel y huesos.
Esta impresión brusca que uno tiene de estar soñando. ¿Qué es esta ciudad? ¿Y esta gente que se pasea? Toda la confianza, que de ordinario te sostiene y te permite vivir, te abandona.
Es una hora de primavera.
Se ve a pobres mujercitas feas pero igualmente encinta.
Hay infelices que se aferran a París como si fuera un pueblo.
13 de febrero. La juventud es la ignorancia, y ahora sé, mejor que a los veinte años, que no sé nada.
Le han tenido que amputar una pierna. Como en el cementerio dispone de la concesión por treinta años de su suegro, ha hecho dejar ahí la pierna.
No es que tenga ya un pie en la tumba: tiene una pierna.
22 de febrero. Hoy, reestreno de Poil de Carotte.
En Cluny, en la sesión matinal de La Femme au masque, yo tenía a mi derecha a una vieja que se parecía a mi madre. Ella escuchaba la obra como si yo la hubiera llevado al teatro, como si fuese la obra de su hijo, es decir, sin manifestar emoción.
Como de costumbre, al irme no le he dicho adiós.
24 de febrero. La mujer viene a acodarse en los sillones, frente a mí:
—Como usted no viene a verme —dice— vengo yo a visitarle.
—¿Su marido no ha venido?
—No.
—¿Le contará usted la obra?
—Un poco. ¡Oh! Yo ni siquiera soy su musa. No, no soy yo quien le inspira.
—¿Quiere decir que hay otra?
—Eso me temo.
—¡Oh! —digo—. Le retiraré el saludo.
—¿Por qué?
—Porque yo, que me he tomado la molestia de ser fiel a mi mujer durante diecisiete años, tengo todo el derecho a despreciar a un hombre que no permanece fiel a la suya… ¿cuánto?
—Ni siquiera tres años.
—Le calumnia usted. Quizá es que trabaja mucho.
—¡Oh! Desde luego, ha adelgazado.
La miro. ¿Cómo va a gustarle, si parece un pobre paraguas? Tener una compañera inteligente es muy bonito, pero ha de ser una mujer, ¡qué diablos!, con un poco de lo necesario para hacer el amor.
27 de febrero. Muerte de Schwob. Eclosión de recuerdos.
Muerto Schwob, dicen de él lo que él despreciaba cuando lo oía decir de otros.
Se sabía a Villon y a los contemporáneos de Shakespeare: por eso dicen que su cultura era infinita.
Dicen que muerto tiene ese aire encolerizado de ciertos muertos que se van demasiado pronto.
1 de marzo. Funeral de Schwob. ¿Por qué los hombres de letras no escriben sus propios discursos fúnebres cuando aún están vivos? Solo les robaría cinco minutos de su vida.
Le gustaba tanto Villon que vivía en la calle Saint-Louisen-l’Île. Alguien preguntó a un frutero de esa calle:
—¿A quién se llevan?
—A un poeta —dice el frutero.
Una mala definición de Schwob.
El señor Croiset hace un discurso trivial, pero el sonido de su voz hace apreciar a ese viejo profesor.
Me avergüenzo un poco de haber venido solo con bombín; cierto que Jarry lleva una gorra peluda.
Junto a la tumba, el chino de Schwob, vestido de civil.
Georges Hugo, que ya parece un viejo bien conservado que aún no se ha labrado un rostro con carácter.
Bajan a Schwob a una tumba provisional. Baja, baja hasta el otro mundo.
«Acompáñenme un ratito: me será muy agradable, pero por favor, si tienen miedo de resfriarse no se queden descubiertos. Si hace sol no traigan los paraguas. ¿Coronas? Bueno, pero que haya una de laurel.
»¡Y no pongan caras tristes, les afean! ¡Cuidado con parecerse a mí!
»Además, no digan que tuve todas las virtudes. Saben tan bien como yo que no fue así. Sobre todo, no digan que tuve buen carácter. Tener buen carácter no es una virtud: es el vicio eterno, y ya saben ustedes cuánto detestaba yo que me incordiasen. Que algunos se emocionen, si pueden. ¡Los demás que sonrían y sean graciosos!»
¿Y por qué tras un discurso fúnebre no se aplaude? Al muerto, que es sordo, no le molestaría, y el orador, que cuando el vecino le devuelve el sombrero no sabe qué hacer con las cuartillas manuscritas, lo agradecería.
6 de marzo. La vida no era precisamente alegre, pero la religión ha hecho de la muerte una cosa terrible y absurda.
15 de marzo. Un moderado es un señor que se interesa moderadamente por el bien de los demás.
23 de marzo. El enorme cebú sigue a su hembra y, de vez en cuando, se levanta sobre las patas traseras y dispara una larga flecha roja que no alcanza el blanco. Voluptuoso espectáculo cuando uno está con una bella mujer que se sonroja un poco. Vamos a ver las focas, porque están cerca, pero miramos al cebú, y de reojo espiamos un nuevo flechazo.
29 de marzo. La Duse en La Dame aux camélias. En la oscuridad de la sala, unos se excitan, otros duermen.
Esta mujer es una verdadera armonía. Todo el primer acto es una caricia. ¡Tiene una forma de seducir sobre cojines y de esconder la cabeza tras un almohadón…!
No ha quedado contenta. Encuentra que el público era frío, la paga insuficiente, las ovaciones demasiado escasas.
—Si ya me amaba, dígame, como en el teatro, qué vestido llevaba la primera vez que me vio.
—¡Y yo qué sé!
1 de abril. Teatro. En él quizá he gastado lo mejor de mi indignación.
2 de abril. Y además, quizá ya he leído bastante.
21 de abril. Mamá me dice:
—¡Vaya aspecto tienes! Estás enfermo.
Si no la frenásemos, pero la frenaremos, vendría todos los días a La Gloriette. Cuando pasa un día sin noticias, se inquieta hasta las lágrimas.
Siempre dice lo que no hay que decir: buen aspecto, a la persona que se considera enferma, mala cara a la gente que tiene miedo de enfermar.
Nunca me acostumbraré a esta mujer. Nunca soportaré a mi madre.
Me trae doce huevos de Pascua e insiste a Marinette que no se los dé a nadie más, ni a la criada ni a Philippe, ni siquiera a Fantec y Baïe. Quiere que yo me los coma todos. Son doce huevos duros: quiere que me ahogue.
22 de abril. Contemplar al hombre desde el punto de vista del naturalista, no desde el del psicólogo novelesco. El hombre es un animal que apenas razona.
Mamá ya no dice: «Mi hijo», sino «el señor alcalde». Pronto me tratará de usted, como una madre de cura.
Dice:
—¡Mi nuera tiene tan buen gusto! Además, su marido la deja libre. Tiene una confianza absoluta en ella. Ella se la merece. Yo no estaré aquí para verlo, pero verán ustedes qué bien arreglarán mi casa. Será una maravilla.
3 de mayo. Mamá. Marinette le dice:
—¡Qué bien cose usted, a sus años!
—He cosido mucho. ¡Me gustaba tanto! Por la noche, cuando los niños dormían, me encantaba coger las agujas y zurcir sus cosas.
A veces deja la aguja, mira a Marinette y dice:
—¡Pobre hija mía, si cayese enferma! Por la noche me despierto y pienso en voz alta: «¡Ojalá no nos suceda otra desgracia!».
16 de mayo. Dios no es una solución. No arregla nada.
30 de mayo. No es necesario despreciar al rico: basta con no envidiarle.
Me paseo por el interior, por mi lago de tedio. Doy alegres paseítos.
9 de junio. No hay que recibir demasiado bien a las visitas: parecería que nos aburrimos.
20 de junio. El que más nos quiere y nos admira es también el que menos nos conoce.
26 de junio. Los objetos de recuerdo, y hasta las fotografías, ¿para qué? Es dulce que las cosas también mueran, como los hombres.
28 de junio. Sin su amargura, la vida sería insoportable.
Julio. Si temes la soledad, no trates de ser justo.
5 de julio. Mamá exclama:
—¡Diez metros de tela! ¡Oh, querida, es demasiado! ¡Mil veces demasiado! Me bastaba con nueve metros.
La vida conmovedora de un árbol que se agita desesperadamente para dar un paso.
27 de julio. La ausencia de los seres queridos nos acostumbra a su muerte; muestra claramente qué rápido nos consolaríamos.
9 de agosto. ¡Ten cuidado! La felicidad desbordante salpica al vecino.
18 de agosto. El mono: un hombre que ha fracasado.
Solo me preguntan qué tal estoy para tener derecho a contarme sus desgracias.
3 de septiembre. Un grito fuerte y claro resuena a través de los tiempos.
El pueblo, ese rey gandul.
El asno, con su voz de automóvil.
Fantec me cuenta:
—Al señor Montagnon, de Nevers, para que me dejase visitar su fábrica de loza le he dicho: «Soy el hijo de Jules Renard». Montagnon me ha dicho: «¡Ah, sí, el farmacéutico de Clamecy!». «¡No!» «¡Ah, sí, el capitán!» «¡No!» «¡Ah, sí, el teniente de marina!» «¡No! El hombre de letras.» «¡Ah, sí! El que escribió esas novelitas que tuvieron bastante éxito.»
4 de octubre. Mamá está triste, con una tristeza sincera, que no durará pero impresiona.
Empieza a comprender que no es verdad que todo se arregle con visitas.
Tristeza: una vieja sentada en una silla que solo se aguanta con las patas delanteras. La vieja se inclina sobre un fuego de dos troncos humeantes. Detrás de ella, el frío de la cocina.
Reencuentra en su hijo al mismo hombre mudo que fue su marido; además, el marido permanece invisible.
Para ayudarla, tiene a Lucie, una criadita de luto, que por otra parte nunca está en casa.
Está perdiendo sus fuerzas de mujer charlatana. Sus palabras caen al fuego, pero no las siguen más palabras. Hay largos silencios.
Llora y dice:
—¡Oh, tengo tanta pena! ¿No véis qué pena tengo?
Quizá es la pena de no haber sabido hacerse amar como esposa y como madre, de haber fracasado en la vida.
¡Ojalá pudiera desaparecer, quemándose suavemente, y mezclarse con la ceniza del hogar!
¡Y el viento! El viento que gime a su puerta.
De Heredia muere. No deja más que un volumen de versos. Se cree salvado: la posteridad no puede rechazar un volumen.
Tan fácil le es rechazar uno como mil.
11 de octubre. Gustosamente representaría mi obra en un teatro vacío, sin director, sin actores, sin público y sin prensa.
¡Cómo! ¿Ese señor al que considero desprovisto de cualquier talento va a decir que yo tengo talento?
El elogio más hermoso no da más placer que una cortesía trivial, y toda crítica me parece una grosería.
15 de octubre. Valientes muertos en el campo del honor… pero los cobardes también murieron, y tampoco les apetecía.
20 de octubre. Basta con probar la gloria: de nada sirve atiborrarse.
Clavar al suelo, de un tiro de escopeta, la cabeza de tu sombra.
23 de octubre. Mamá no querría reunirse con sus queridos muertos en su fosa de librepensadores.
—Oh, me basta con la fosa común —dice—. Para mí ya está bien.
—¡No diga tonterías! —le responde Marinette—. Sabe usted muy bien que tendrá su propia parcela.
Pero el deseo secreto que no confiesa es tener la suerte de que su tumba esté al lado de la de la condesa.
3 de noviembre. ¡La vida no es tan larga! No da tiempo a olvidar a un muerto.
18 de noviembre. Noticia desmentida y rementida.
24 de noviembre. Academia. ¡Premios a Capus, a Prévost, a Paul Adam, a todos esos infelices! ¿Y qué? Dices que desprecias la Academia. ¿La seguirías despreciando si concediese mejor sus premios, por ejemplo si te eligiera a ti, en tu retiro y tu silencio? La desprecias, y es despreciable. Así que no te quejes: todo está bien.