Capítulo 20

GUADALAJARA Y LA UNIFICACIÓN EN LA ESPAÑA NACIONALISTA

DESPUÉS de que la batalla del Jarama quedara en tablas, el general Franco se vio presionado por sus aliados para que asestara rápidamente un nuevo golpe, y para que ganara la guerra, sin obligarles constantemente a hacer mayores inversiones y a tener que arriesgarse internacionalmente más. En marzo era tan cierto como en el anterior noviembre que sólo la toma de Madrid podría acabar la guerra rápidamente. En aquel mismo mes la mayor cantidad de tropas de refresco y de equipo disponible eran de procedencia italiana. En Italia, la prensa fascista celebró la conquista de Málaga como una victoria propia, y el 2 de marzo, el Gran Consejo Fascista envió un mensaje de aliento y solidaridad al Corpo Truppe Volontarie (CTV), en la España nacionalista. Unos 50 000 soldados fueron concentrados en Sigüenza, en la zona montañosa al nordeste de Madrid. Treinta mil eran italianos al mando de los generales Roatta y Mancini; el resto era una combinación de legionarios, moros y requetés mandados por el general Moscardó. El plan era avanzar sobre Madrid pasando por Brihuega y Guadalajara, moviéndose en general cuesta abajo por carreteras bastante buenas. Las fuerzas atacantes incluían 250 tanques, 180 piezas de artillería, 4 compañías motorizadas de ametralladoras, unos 70 aviones (en su mayoría cazas), y unos 20 camiones por batallón de 650 soldados. En conjunto era la fuerza mejor armada y mejor equipada que hasta ahora había entrado en batalla[309].

La Junta de Madrid esperaba una ofensiva importante por el Norte, y los planes de defensa estaban mejor coordinados que en febrero, porque la autoridad del general Miaja había sido ampliada a los sectores del Jarama y de Guadalajara. El ataque, sin embargo, logró la sorpresa táctica. El 8 de marzo los italianos rompieron rápidamente las líneas del frente, y al terminar el día dominaban las alturas desde las cuales podían literalmente rodar cuesta abajo hacia Madrid. El exceso de confianza les llevó a avanzar demasiado rápidamente para que sus unidades pudieran conservar las líneas de comunicaciones y suministros. Un cambio repentino del tiempo sorprendió a los camiones italianos en medio de una tormenta de nieve y de aguanieve, precisamente cuando los republicanos comenzaban a mantenerse firmemente al sur de Brihuega y de Trijueque. Las condiciones meteorológicas obligaron asimismo a los aviones italianos a permanecer en sus bases al oeste de la sierra del Guadarrama, mientras que los aviones republicanos, aunque con considerable riesgo, podían operar desde los aeródromos al este de Madrid. El coronel Hidalgo de Cisneros comprometió todas sus fuerzas aéreas. Los cazas rusos, volando a baja altura, ametrallaron las atascadas columnas de camiones, mientras que los viejos Breguets del año 1918, que habían sobrevivido a las batallas aéreas del verano, volaban en misiones de bombardeo.

Mientras tanto, los jefes políticos del batallón Garibaldi, los comunistas Vittorio Vidali (Carlos Contreras) y Luigi Longo y el socialista Pietro Nenni, iniciaron una campaña de propaganda dirigida a destruir la moral del CTV. Llevando altavoces hasta las líneas, y dejando caer octavillas desde el aire, exhortaron a los soldados italianos a no disparar contra sus hermanos de la clase obrera, y les garantizaron la inmunidad si desertaban hacia las líneas republicanas llevando sus armas[310]. En el otro lado el general Mancini recordó a sus hombres que la Italia del año XV (de la era fascista) sería juzgada por sus hechos. Los garibaldinos, decía, sólo eran hermanos de la canalla marxista que las patrullas fascistas habían aplastado en Italia.

Durante cinco días (marzo 12-17), los italianos prosiguieron lanzando ataques menores y conteniendo los contraataques republicanos, ocurriendo muy pocas deserciones. En varias ocasiones, cuando las posiciones fascistas eran rodeadas, los altavoces invitaban a sus «hermanos» a rendirse, y varias docenas de italianos se sintieron felices de convertirse en prisioneros dadas las circunstancias. Pero no hay nada que pruebe que la propaganda de los garibaldinos jugara un gran papel en la batalla[311]. Los soldados italianos no eran por supuesto voluntarios en el mismo sentido que los miembros de las brigadas internacionales. Tampoco eran intelectuales que habían sufrido en campos de concentración, ni demócratas, ni marxistas, que hubiesen sacrificado buenos empleos o situaciones para luchar por una noble causa. Eran soldados uniformados cumpliendo su servicio militar, aunque también les gustase ver mundo y correr aventuras. La mayoría de ellos se habían embarcado para España entusiasmados. Estaban bien alimentados y equipados, su Duce estaba orgulloso de ellos, y todos aquéllos que tenían una habilidad especial ganaban pagas extra.

Sin embargo, habían venido a España pensando en victorias fáciles. Como carecían de los motivos individuales que animaban a los italianos del batallón Garibaldi, se desmoralizaron fácilmente por la destrucción de sus columnas de camiones y por la ausencia de ayuda efectiva por parte de sus aliados. El desacuerdo entre alemanes e italianos había impedido al general Franco lanzar la ofensiva coordinada al Sur y al Norte que podría haberle llevado a la conquista de la capital. La ofensiva del Jarama se había agotado por sí misma, mientras los italianos ejercitaban sus músculos en la travesura de Málaga. A finales de febrero el general Orgaz renovó los ataques en el Jarama; pero había sufrido enormes pérdidas, así que cuando los desesperados italianos pidieron de nuevo una presión que aliviara la que sufrían sus unidades cerca de Guadalajara, no obtuvieron respuesta. El 18 de marzo, el general Mancini estaba en Salamanca, en busca de refuerzos marroquíes, mientras que las tropas de Líster, «El Campesino» y Cipriano Mera, precedidas por 70 tanques rusos, persiguieron al CTV a lo largo de la carretera al norte de Brihuega.

En realidad, la desbandada se detuvo en seco a poca distancia de las bases de donde se había iniciado el avance. Una vez más los nacionalistas habían conseguido una neta ganancia de terreno. Pero la batalla de Guadalajara fue mucho más que otra victoria defensiva de los republicanos. Mussolini había comprometido abiertamente el prestigio de las fuerzas armadas italianas en una victoria en Madrid. Su ejército, totalmente motorizado y equipado con abundancia con las armas más modernas, había sido derrotado por un ejército republicano español que cuatro meses antes ni siquiera existía, y por sus miles de italianos antifascistas. Los lectores de los periódicos europeos y americanos, que ya estaban inquietos por la costumbre de no leer más que relatos de victorias fascistas, se alegraron al recibir los despachos de Herbert Matthews para el New York Times y los artículos de Ernest Hemingway. Ambos eran corresponsales de guerra experimentados, y de ninguna manera izquierdista; pero ambos celebraron la victoria de Guadalajara como un momento decisivo tanto militar como moral en la lucha contra un fascismo fanfarrón hasta entonces jamás derrotado. El general Franco tuvo luego que ocuparse durante varios meses de calmar a los oficiales italianos, que se daban perfecta cuenta de la satisfacción sentida por muchos españoles por su derrota. En las charlas de café de ambas zonas CTV era traducido jocosamente por «¿Cuándo Te Vas?».

Durante la retirada, los republicanos capturaron grandes cantidades de equipo, unos 300 prisioneros, y una masa de documentos que demostraban sin lugar a duda que decenas de miles de «voluntarios» italianos eran en realidad soldados alistados. El Gobierno esperó primero poder mostrar estas pruebas al comité de Londres; pero éste, adhiriéndose firmemente a sus reglas de procedimiento de septiembre de 1936, se declaró incompetente para recibir material de quien no estuviera representado en el comité de No-intervención. Por lo tanto, el ministro español de Asuntos Exteriores, Álvarez del Vayo, exhibió los documentos ante la asamblea de la Sociedad de Naciones[312]. Para asegurarse de que nadie se haría ilusiones sobre un posible cambio en la política italiana, el conde Grandi dijo el 23 de marzo al comité de No-intervención que no sería retirado ningún soldado italiano hasta que la victoria nacionalista estuviera asegurada. Los franceses mantuvieron su frontera firmemente cerrada. Los ingleses, como siempre, hallaron las pruebas poco concluyentes.

Sin embargo, la batalla de Guadalajara dramatizó el aspecto crecientemente internacional de la guerra civil. Lejos de negar las acusaciones de intervención, como había ordenado a sus delegados que hicieran en las primeras reuniones del comité de No-intervención, Mussolini rugía herido e indignado, jurando que los ejércitos italianos vengarían la humillación de Guadalajara. La balanza de los sentimientos británicos cambió también ligeramente desde el otoño de 1936. El ocaso del poder anarquista, el fin virtual de los asesinatos y la firme lealtad republicana de los vascos, impresionaron incluso a un amplio sector de la opinión conservadora. Al mismo tiempo, el ministro del Exterior andaba a la greña con algunos de sus colegas del Gabinete. El 17 de noviembre de 1936, justamente cuando Alemania e Italia estaban a punto de reconocer al Gobierno nacionalista, la marina británica recibió órdenes de no acompañar buques mercantes más allá del límite de las tres millas. Mientras Inglaterra había presionado a los propietarios de buques desde el principio para que no llevaran armas a ninguno de los dos bandos, la marina de guerra había protegido sin embargo a los buques de carga en aguas internacionales, aunque no fuera más que para proteger el prestigio de Inglaterra como potencia marítima. Cuando Madrid parecía estar a punto de caer, Sir Samuel Hoare, primer lord del Almirantazgo, favoreció la idea de conceder derechos de beligerancia a los nacionalistas, y Eden tuvo dificultades al tratar de convencer a la mayoría de los ministros de que sería erróneo.

El 8 de enero de 1937 Eden propuso que la marina británica patrullara a lo largo de todas las costas españolas para impedir que llegaran armas a cualquiera de los dos bandos. Estaba exasperado por las informaciones recibidas de que unos 4000 soldados italianos habían desembarcado en España desde la firma, el 2 de enero, de un Gentlemen’s Agreement (acuerdo entre caballeros) para preservar el statu quo anglo-italiano en el Mediterráneo. El Almirantazgo indicó las dificultades técnicas de tal operación y el primer ministro, Baldwin, no apoyó la propuesta de Edén[313].

Durante los meses de enero y febrero se habló mucho en el comité de No-intervención de establecer un sistema de observadores neutrales de tierra y mar, para que comprobaran la efectividad de los acuerdos. Los rusos propusieron que las patrullas navales incluyeran buques de todas las potencias firmantes. Esto era completamente inaceptable para las potencias fascistas, y tras varios meses de discusión se llegó a un acuerdo sobre un plan por el que las costas republicanas serían patrulladas por las marinas italiana y alemana y la costa nacionalista por las marinas francesas y británica[314]. El 19 de abril, que era cuando el acuerdo tenía que comenzar a surtir efecto, aún subsistía la excitación por lo de Guadalajara. Italia tenía en España todas las tropas que deseaba por el momento. La vigilancia de los puertos republicanos por la flota italo-alemana obstaculizaría grandemente la ayuda soviética, mientras que los navíos británicos y franceses no era probable que molestasen a los buques con destino a Portugal o la España nacionalista. Mientras que Francia aceptó la supervisión de su frontera, Portugal permitió sólo algunos observadores británicos, de quienes se esperaba que actuasen de acuerdo con el espíritu de la histórica alianza anglo-portuguesa.

Ni la batalla de Madrid ni la de Guadalajara alteraron la política americana tal como fue establecida en los primeros días de la guerra civil. A finales de noviembre el ministro de Asuntos Exteriores francés, Yvon Delbos, sondeó al embajador Bullitt sobre la posibilidad de unirse a un llamamiento anglo-franco-norteamericano a las potencias que intervenían. El 30 de noviembre Bullitt y el departamento de Estado acordaron que tal acción no sería apropiada para los Estados Unidos. El acta de neutralidad de 1935 no decía nada sobre las guerras civiles, y a falta de una ley específica, el Gobierno había confiado con éxito en la persuasión para impedir la venta de armas a España. Pero el 28 de diciembre el departamento de Estado se sintió obligado, aunque de mala gana, a conceder una licencia de exportación para un cargamento, valorado en $ 2777 000, de motores de aviación destinado a Bilbao. El Congreso actuó ahora rápidamente, aprobando una resolución conjunta el 6 de enero de 1937 prohibiendo la exportación de armas a España. La resolución vino con un retraso de unas horas para impedir que zarpara el Mar Cantábrico, cuya travesía, a la que se dio mucha publicidad, acabó con la captura del buque por la marina nacionalista. El 11 de enero el Gobierno trató de impedir que los americanos se alistaran en las brigadas internacionales, declarando que los pasaportes norteamericanos no eran válidos para viajar a España. El primero de mayo, el acta de neutralidad de 1937 se convirtió en ley, la cual se aplicó específicamente a las guerras civiles tanto como a las guerras entre estados. Por otra parte, como la ley anterior, no se aplicaba al petróleo ni a los vehículos no militares. La regla sobre pasaportes fue también enmendada por permitir que fueran a España médicos, enfermeras y conductores de ambulancias[315]. Así que puede decirse que la participación americana en la guerra civil española que en 1937 contaba con la aprobación gubernamental se reducía a la ayuda médica voluntaria, la mayor parte de la cual fue para los republicanos, y para la venta de petróleo y camiones, la mayoría de los cuales fueron para los que tenían crédito y podían recibir buques mercantes en puertos no bombardeados ni bloqueados, es decir, los nacionalistas.

Mapa 6. Lugares patrullados por las tropas de No-Intervención en abril-junio de 1937.

Dentro de la España nacionalista la derrota italiana en Guadalajara aumentó de modo agudo la efervescencia política bajo la superficie. La Falange estaba sin jefe desde el encarcelamiento de José Antonio, y la mayor parte de sus miembros se habían afiliado después del 18 de julio. Los militares habían concebido siempre a la Falange como una organización manejable que les ayudaría a manejar a las masas «rojas». Pero entre los miembros antiguos más prestigiosos había un grupo importante de orientación izquierdista, que siempre se había sentido insatisfecho con el retraso indefinido en la aplicación de las reformas sociales, de las cuales de vez en cuando hablaban los generales sin hacer nada por ellas. Y se agitó en favor de una ideología nacional socialista, en el sentido literal de estas palabras. Odiaba al marxismo porque era ateo e internacionalista. Pero creía en la reforma agraria y emocionalmente estaba a favor de los obreros; miraba a las masas de la CNT y a la UGT como a descarriados que habían sido engañados por propagandistas extranjeros.

Estos radicales se agruparon en torno de la hermana del fundador, Pilar Primo de Rivera. Eran dirigidos por Manuel Hedilla, individuo impetuoso y valiente, aunque no muy inteligente, que anteriormente fue mecánico. El embajador alemán, Von Faupel, que había encabezado un cierto número de misiones militares en América del Sur durante la década de los 20, y que era un nazi del ala izquierda, dio ánimos al grupo de Hedilla, bien porque creyera que Hedilla era capaz de presidir un Gobierno, o porque pensara en la Falange simplemente como un medio de presionar al extraordinariamente obstinado generalísimo. La cosa no está clara.

Mientras tanto, a finales de marzo llegó a Salamanca el cuñado del general Franco, Ramón Serrano Súñer. En 1931, Serrano Súñer era un joven abogado de reconocida habilidad y de convicciones monárquicas. Se convirtió en el jefe de la sección juvenil de Acción Popular (JAP) y en uno de los jefes parlamentarios de la CEDA. También era amigo íntimo de José Antonio, pero no se afilió a la Falange. Admirador de Mussolini y Dollfuss y enemigo declarado de la democracia, pasó el mes de agosto de 1936 en la cárcel Modelo, donde fue testigo del asesinato de Ruiz de Alda y del hermano de José Antonio. Dos de sus hermanos habían sido víctimas de los «paseos». A principios de 1937 escapó de Madrid gracias a la ayuda del dirigente socialista asturiano Belarmino Tomás[316] y de diplomáticos extranjeros[317].

Su llegada a Salamanca coincidió con la creciente agitación de la Falange. Y logró convencer a su cuñado de su creencia largo tiempo sentida de que ni la Falange ni los carlistas tenían dirigentes de verdadera estatura. La experiencia del Frente Popular había hecho surgir en él una profunda reacción nacionalista y tradicionalista. Comparaba el presente caos, la inseguridad física y la amenaza a la unidad de la nación con la situación existente al principio del reinado de los Reyes Católicos. Ahora no había ninguna reina Isabel a mano, sin embargo, y el propio general Franco tendría que ser el instrumento de Dios para restaurar el poder y la unidad de España[318].

A principios de abril el general estaba planeando la fusión de los carlistas y de los diversos grupos juveniles católicos y de las JONS restantes con la Falange, a fin de formar un partido político único bajo su absoluto control. Intentaba nombrarlo Secretariado Político, concediendo una influencia mayoritaria a la fracción menos radical de la Falange. Hedilla intentó oponerse a esto nombrando por su cuenta una Junta Política, compuesta de miembros del ala izquierda como Pilar Primo de Rivera y el poeta y propagandista Dionisio Ridruejo. Las enemistades dentro de la Falange llevaron a que una noche hubiera una pelea de bandas en Salamanca, entre los adherentes de Hedilla y de su archirrival Agustín Aznar[319]. Franco se aprovechó de estos desórdenes para acabar con Hedilla. El jefe del ala izquierda fue sometido a consejo de guerra y condenado a muerte; sin embargo, le fue conmutada la sentencia y pasó los años 1937-41 en confinamiento solitario. El 19 de abril Franco anunció unilateralmente la unificación de los diferentes partidos para formar la Falange Española Tradicionalista y de las JONS. La facilidad y energía con que derrotó a la facción de Hedilla confirmó su absoluto control político de la España nacionalista, y sirvió para notificar a Von Faupel quién era el amo en Salamanca.

En la primavera de 1937 había llegado a tener la plena seguridad en sí mismo como el dueño predestinado de la nueva España. El 18 de abril habló durante más de una hora con el embajador Cantalupo, que estaba a punto de regresar a Roma. Las relaciones entre ambos hombres se habían señalado por el respeto mutuo, aunque no por la cordialidad. Las dos últimas audiencias concedidas al embajador lo fueron para tratar de temas desagradables: las ejecuciones en masa en Málaga y el desastre italiano en Guadalajara. El general se daba cuenta de que todavía quedaba una larga guerra por delante, y de que sus aliados desaprobaban bajo cuerda tanto sus decisiones militares como políticas.

Hablando en parte en español, en parte en francés, explicó que la guerra civil era una de las muchas guerras internas de la historia española. Haría lo que pudiera para que no durase ni un día más de lo necesario. Pero no podía precipitar las cosas destruyendo las ciudades, los ferrocarriles, las granjas y la población de España. Ésta era una guerra de reconquista contra los extranjeros y las influencias extranjeras que habían envenenado la mentalidad española con ideas bolcheviques. Los nacionalistas debían no sólo «liberar» a los rojos de la zona del Frente Popular, sino que debían liberar también a los rojos que estaban bajo la autoridad de Salamanca. Este proceso requeriría largo tiempo, así como paciencia y firmeza. El general dijo que sabía que los italianos pensaban que estaba sólo restaurando la vieja España; pero insistió en que crearía una nueva España, y pidió al embajador que dijera esto claramente en Roma. Una y otra vez insistió: «Señor embajador, Franco no está haciendo la guerra contra España; está sólo liberando España[320]».

Para Cantalupo quedaron claros su voluntad de hierro, el idealismo y el modo absoluto como centraba la causa en su propia persona. Y cada día eso estuvo más claro para los españoles y para muchos extranjeros en el curso sucesivo de la guerra civil. Ningún jefe falangista, ningún otro general, ni ninguna figura de las derechas tradicionales se comparaba ni remotamente con Franco en poder y determinación. La unificación de la Falange y de los carlistas en un solo partido, con él de jefe, simplemente no hizo más que confirmar el hecho de que en abril de 1937 la causa nacionalista estaba completamente personificada por el general Francisco Franco Bahamonde.