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La orgía de la conexión

En 1960 un psicólogo social norteamericano de la Universidad de Harvard, Stanley Milgram, trató de dibujar la red de las conexiones interpersonales en la comunidad norteamericana. Para llevarlo a cabo, envió una serie de cartas a distintas personas seleccionadas al azar que vivían en Nebraska y Kansas, solicitando a cada una que enviaran la carta a un amigo suyo que vivía en Boston pero del que no facilitaba dirección. Como única condición para llegar al destino pidió que no remitieran la carta a ningún intermediario que no conocieran personalmente y tampoco a quien consideraran más próximo al destinatario. La mayoría de las cartas llegaron al amigo de Stanley Milgram, pero lo más asombroso es que no necesitaron recorrer muchos pasos sino que, en casi todos los supuestos, bastaron unos seis enlaces. El resultado fue espectacular, teniendo en cuenta tanto los millones de habitantes norteamericanos como que Nebraska o Arkansas se encuentran muy alejadas de Boston.

El famoso descubrimiento de Milgram fue conocido popularmente como «los seis grados de separación» y consiste en que cada persona del planeta se hallaría separada de otra sólo por seis intermediarios personales. Desde el presidente francés a un portamaletas indio sólo habría que enlazar media docena de amigos, parientes, conocidos, paisanos, colegas o compañeros de escuela. Y así, también, entre un pescador turco y Ana García Obregón.

Posteriormente esta idea ha conocido otros desarrollos científicos que, al final, desembocaron recientemente en los gráficos de los matemáticos Duncan Watts y Steve Strogatz con idéntica conclusión: seis vínculos son suficientes para llegar desde una a otra persona en el cosmos de los seis mil cuatrocientos millones de seres humanos.

Pero esto no es todo. Watts y Strogatz encontraron además una gran similitud entre la red de conexiones humanas y la red de conexiones neuronales en un gusano (mematode) y la estructura de conexiones en la red eléctrica de Estados Unidos.

Actualmente, parece también cierto que el sistema de nexos entre las personas es casi idéntico al de la World Wide Web, la red de páginas web conectadas por los links del hipertexto. Pero incluso estas redes se asemejan enormemente a las de los negocios mundiales y a las cadenas alimentarias de cualquier ecosistema. Estas constataciones han promovido, en suma, la mencionada teoría de la complejidad, que atribuye un carácter sustantivo a la matriz que informa la interconexión entre las partes, sean éstas átomos, empresas, peatones o bacterias.

La red está por todas partes (desde el comercio al terrorismo, desde el tráfico de drogas al amor cristiano) y las partes persisten activas gracias a la red. Tal es la estampa reticular imperante que sustituye a la idea del uno a uno.

Durante cientos de años se estudió la naturaleza pieza a pieza, pero ya ningún científico trata de comprender la estructura y propiedades de una molécula de agua sin abordar la investigación en forma de red. La red constituye el patrón contemporáneo del conocimiento científico, de los problemas sociales, de los éxitos artísticos y de las mayores desgracias.

Para bien y para mal, para las bandas criminales o para los socorros, vivimos, trabajamos y morimos en red. Una red que se compone de abultados nodulos o hubs como puntales de la malla. Hay hubs en el transporte aéreo representados en los superaeropuertos, hay hubs en la pintura representados por los supercentros del arte, hay hubs en la transimisión del sida y hay hubs en el organismo humano. La supervivencia se apoya en la resistencia del ecotejido gracias a la persistencia de algunos nodulos clave o hubs que soportan el sistema y lo dotan de elasticidad o capacidad para regenerarse.

El creciente interés actual por los fenómenos de epidemia, sea en el rumor, en la moda, en las gripes, se corresponde con el estilo de la época, los memes, los tipping points, el desencadenamiento de una influencia masiva en todas las direcciones. La repetición de modelos y la celeridad de los contagios han crecido en paralelo a la globalización y las relaciones complejas. El deseo de singularidad se dobla con este otro placer de las interacciones masivas; la ambición de independencia se cruza con el excitante deseo de conexión.

Nos sentimos, nos definimos a través de redes, nos amamos reticularmente. Aquello que nos distingue de los vegetales o los animales no es, como se esperaba, el número de genes sino la riqueza de las interconexiones. Tampoco el cáncer, como se suponía, procede de un determinado gen, ni la fabricación del ser humano perfecto es consecuencia de seleccionar determinados datos genéticos. La clave se encuentra en la interconexión y, al cabo, somos el efecto no de una constitución sino de una organización en marcha.

En contra, pues, de lo que se creyó, el mundo o los organismos funcionan no tanto a partir de la clase de materiales o proteínas que lo componen como de la manera en que esos componentes conversan entre sí. Si la electricidad fue la metáfora del mundo que aceleró su marcha a comienzos del siglo XX, la conversación informática es la confirmación de la velocidad sublimada. No somos tanto lo que hacemos, al estilo industrial y esforzado del capitalismo de producción, como lo que recorremos y traspasamos, al estilo informático del link en el capitalismo de ficción.

De la misma manera, los jóvenes no logran su saber más eficaz sumergidos en los libros sino viajando o navegando. No son más siendo ellos mismos sino difundiéndose en red. La intensidad no es de nuestros días mientras que sí lo es, por antonomasia, la extensividad, el conocimiento en superficie.

Los lazos con los demás son menos fuertes que nunca, pero lo son con un número de personas incomparablemente mayor. La trama del parentesco, del paisanaje o de la religión se sustituye por una piel más fina, pero en internet hay disponibles mil millones de webs y apenas es necesaria una docena de clics para establecer cualquier relación, por remota que sea. Son contactos ocasionales o no, pero constituyen una textura tan tupida que, a la fuerza, nuestra vida, nuestro destino, nuestro trabajo, se decide sobre ese tapiz. Realmente, la experiencia cotidiana ha demostrado que los lazos más tenues y alejados de nuestro círculo son los que nos abren oportunidades de superior valor. Los más cercanos redundan con nosotros, nos acompañan tanto como nos cercan y son estériles para proporcionarnos ocasiones imprevistas.

Un estudio sobre la búsqueda de empleo de Mark Granovetter, de la Johns Hopkins University en Baltimore, demostró en 1973 que el 84 por ciento de los trabajos fueron conseguidos a través de la mediación de contactos alejados u ocasionales, precisamente porque el entorno más próximo poseía unas informaciones sobre empleo y unas influencias sociales semejantes a las nuestras.

El deseo de encontrarse con extraños no es nuevo. Lo nuevo es la facilidad con que las nuevas técnicas permiten satisfacerlo. Los web sites han sido relativamente difíciles de construir, pero desde 1997 el blog parece haber resuelto el problema para cualquiera que se quiera dar a conocer y ser reconocido. Los blogs sirven como ejercicios narcisistas y como oportunidades para conversar con los demás, rectificar comentarios, hacer anotaciones al escrito del otro. Para los jóvenes, de cuya intervención se decide el futuro de los blogs, este medio está convirtiéndose en un espacio de discusión y hasta en exutorio para frustraciones de todo género.

Actualmente existen decenas de millones de blogs aunque sólo unos diez mil son realmente conocidos y visitados. Hay blogs dedicados a gatos, fútbol, sexo, Dios, programas de televisión, judo, recetas de cocina, música, escritura de cuentos. El blogging ha logrado su mundo particular o blogosfera, donde también se forman microcelebridades y villanos, obreros y bloguesía, lo que, en conjunto, constituye una sociedad virtual con sus habitantes, sus ritos, sus lenguajes que evolucionan a medida que los emisores y receptores se multiplican y entrelazan.

Algunos estudiosos de los blogs, como los profesores de ciencia política Daniel W. Drezner y Henry Farrell, de las universidades de Chicago y Washington, consideran de extraordinaria importancia este género, que pone en comunicación a millones de individuos en la red y que está desplazando a las fuentes de información tradicionales como suministradores de verdad.

De hecho los blogs, que han servido como vehículos de contestación y protesta, de denuncia y de información veraz, han tentado también a las empresas, y Nike, Xbox, Siemens o Vichy se han planteado la siguiente cuestión: «Puesto que los jóvenes quieren expresarse, ¿por qué no aprovechar este deseo para que divulguen nuestras marcas?». Siguiendo esta inspiración, Vichy pidió a la agencia de comunicación Euro RSCG 4D abrir un blog para el lanzamiento de una nueva crema antiarrugas en la primavera de 2005; en éste una mujer, identificada como Clara, debía escribir su diario y transmitir a los internautas su experiencia del producto. Los textos desprendían, sin embargo, tanto tufo a publirreportaje que los bloguistas denunciaron el montaje y Vichy se vio obligada a reconocer la manipulación.

Un sitio en la red, www.freecycle.org, aparecido en 2003 y que frecuentan actualmente unos dos millones de personas tiene por finalidad dar a conocer, como en un barrio, aquello que alguien ya no piensa usar y podría servirle a otro. No es un trueque ni una subasta; lo que uno desecha, el otro lo aprovecha en un remedo de vida ecuménica y primordial.

Al lado de los blogs han ido creciendo, además, los wikis (documentos escritos que permiten la intervención de otros para cambiar o no su sentido, mejorarlo, desviarlo, erotizarlo), los grupos de discusión, los P2P (persona a persona), las herramientas para chat como IRC, los espacios compartidos para una colaboración virtual, los puntos de encuentro como Friendstar.com en la que se almacenan los amigos con sus respectivas fotos y datos, los sites comerciales o no, como Meetup y upcoming.org.

La revista Psychology Today estimaba a principios de 2004 que de cada cien usuarios de internet, cuatro o cinco se hallan envueltos en algún avatar amoroso iniciado a través de portales de encuentro como Meetic.com, Muchagente.com o Match.com, con cuarenta y cinco millones de usuarios (más de millón y medio de españoles). En total, unos ochocientos millones de personas se encontraban enganchados a chats de naturaleza romántica en 2005. Personas de todo el mundo y de todas las clases.

Más de cien millones de chicos entre los doce y los veinticinco años (los screenagers) se comunican a través de los messenger, con cámara incluida, de MSN, Yahoo! o Wanadoo, para intercambiar escritos, imágenes y música a lo ancho del mundo. Y estos muchachos, al revés que la mayoría de los adultos, no emplea internet como una reserva de saber sino como una vía de contactos.

¿Desaparición de lo social? Nunca hubo más tejido social, ni mayor intercambio afectivo, aunque los viejos registros no detecten estos nudos y sus emoticones. Si no se está conectado no se es nadie. La élite de los solitarios se ha convertido en una quincalla de un mundo que invita y empuja a la reunión. ¿Reuniones breves, asociaciones suaves, grupos de viajeros? Pero así las ocasiones se multiplican y, de acuerdo con el estilo del mundo, lo gozoso no es fundirse con una fe de hierro, ni hundirse en el seno de una única persona de por vida, ni marcarse con una sola identidad, sino experimentar la cinta tornasolada y larga del nuevo ADN cultural; el nuevo modo comunicacional del mundo.

El SMS y la red son los medios preferidos por los chicos entre quince y veinticinco años, antes que la televisión o el cine, que van revelándose como instrumentos del pasado. Por otra parte, así como la invención de la pólvora o de la misma imprenta no desencadenó un mayor poder militar o cultural en la China de hace cuatro siglos, la tecnología de la comunicación actual prende socialmente y con voracidad porque coincide con una fuerte demanda de comunicación. Si la tecnología de internet o el teléfono móvil han alcanzado un éxito espectacular, se debe a que sus aportaciones coinciden con la oportunidad de un consumidor ávido de comunicación.

¿Leer más? La gente lo que estaba deseando era hablar. Ser escuchado e intercambiar confidencias, rumores, verdades y mentiras. Expresarse ante los demás corporalmente, antes mediante gestos de la fisiología que de la ortografía. La escritura disfraza el cuerpo y la palabra hablada lo revela, pero igualmente el habla sincopada de los móviles difunde más los sonidos corporales que las frases; diástoles sin apenas codificación en beneficio de la comunicación directa.

Howard Rheingold, director de la Whole Hearth Review, la biblia tecnológica alternativa de los hippies, pionero del ciberespacio y antropólogo que ha explorado durante veinte años el desarrollo de las nuevas formas de comunicación, publicó en 1993 Comunidades virtuales porque por entonces todavía no eran reales. Pero ahora sí. Multitudes tangibles, audibles, que si hasta hace poco parecían pasionales, vienen hoy a dar mucho que pensar. Dan tanto que pensar que bien podrían configurar un pensamiento nuevo. ¿Profético? ¿Redentor? La «revolución naranja» de Ucrania se sirvió de las comunicaciones por móviles para las manifestaciones, y también los estudiantes chinos, en sus manifestaciones antijaponesas de abril 2005, emplearon masivamente los móviles. Igualmente, a comienzos de 2003, los mensajes de texto fueron básicos para ayudar a la población a transmitir informaciones fiables —y también rumores infundados— sobre el brote del síndrome respiratorio agudo severo (SRAS) en un momento en que el gobierno ocultaba la enfermedad.

Las señales que se cruzaron las «smart mobs» o «bandas inteligentes», dieron lugar a concentraciones contra las dictaduras en Filipinas o en Senegal, a manifestaciones antiglobalización en Seattle o Barcelona, a marchas contra la guerra de Irak en Madrid, en Nueva York o en Sidney.

Las smart mobs posibilitan citas entre jóvenes para amarse (Lovegety) o boicots masivos contra un yogur o una institución inicua. Sus componentes se ponen de acuerdo para canjear servicios, casas o ropas, para hacer pedidos cuantiosos exigiendo un precio más bajo, para arruinar a un estafador o un parque temático. Todo gracias a la red, que actúa como una piel común e inimaginable para los utópicos del comunitarismo universal.

Al Foro de Porto Alegre 2005 acudieron ciento cincuenta mil asistentes y se convirtió no sólo en la expresión de las culturas marginadas y oprimidas, sino en la plataforma de lanzamiento para las nuevas tecnologías de libertad que son ahora el medio natural de las nuevas generaciones. Allí se reunió el movimiento de software libre, los campesinos sin tierra, los pueblos indígenas del mundo, las mujeres en lucha por su emancipación, los movimientos por la libertad de elegir a quien se ama sin prescripción sexual, los lemas contra la pobreza, los defensores de los millones de niños a quienes el sistema neoliberal masacra, los salvadores del planeta, los pacifistas, las prostitutas. Dentro de este multimovimiento hay voces que piden pasar a la acción al estilo bolchevique y quienes piensan que la iniciativa para cambiar el mundo requiere un proyecto personal, una suma de microproyectos que sanarán celularmente el estado del mundo con sus conexiones.

La «sociedad civil global» es la suma de estos microimpulsos y microgrupos que aciertan a juntarse para fertilizarse. En los tiempos de la revolución comunista el motor residía en la acción de la lucha de clases, ahora la energía proviene de los órganos personales. En el Nuevo Orden Mundial no hay revoluciones sino espasmos, no hay procesos sino fracturas, contracturas, extrasístoles, metamorfosis. Lo decisivo no es tanto la conquista como la explosión, no tanto la gloria como el deseo conjunto, no la colectividad sino la conectividad, la orgía de los contactos.

Los jóvenes se relacionan, se comunican y se buscan como fratrías, y en esos grupos urbanos o transurbanos han aparecido colectivos que acaso nunca habrían nacido. El móvil es un medio pero ¿quién puede negar que se comporta como una prolongación de la identidad, un órgano o una prótesis imantada de vida propia y de una congregación de otras? El nexo, el link, el despliegue reticular del móvil más internet han redoblado el interés por las teorías de la complejidad aplicable también a las relaciones personales en la placenta del mundo.

Unos dos mil millones de mensajes diarios se cruzan en la tierra a través del móvil. ¿Para bien? ¿Para mal? La omnipresencia de esta cultura hipercomunicada y sin lugar fijo genera un nuevo punto de vista y un nuevo sujeto consumidor y productor. Con los nuevos medios de comunicación se funden los tiempos de ocio y de trabajo, se alteran los plazos de decisión y los puntos horarios, pero, sobre todo, se potencia la compulsión de llamar y ser oído. A las aldeas sucedieron las ciudades y a las ciudades las metrópolis. En cada etapa se habló de un nuevo espacio progresivamente deshumanizado. Pero ¿hacia dónde tendría que dirigirse hoy el espacio para que se considerara más humano? ¿Hacia atrás? ¿Hacia la tribu? ¿Hacia el seno materno? ¿Hacia el centro de la oscuridad? O bien: el deseable espacio humano ¿no será esta plataforma común, sin lindes, la explanada planetaria donde se festeja diariamente la reinauguración de la humanidad?