Diez
Hongos y evolución

Este artículo apareció en Revision, Vol. 10, Nº 4, primavera de 1988. Considero que es de potencial importancia porque propone una teoría radicalmente nueva sobre la evolución humana.

Durante quizá decenas de milenios los seres humanos hemos utilizado hongos alucinógenos para imaginar e inducir el éxtasis chamánico. Me propongo demostrar que la interacción humano/hongo no es una relación simbiótica estática sino más bien una relación dinámica a través de la cual por lo menos una de las partes accede a niveles culturales cada vez más elevados. El impacto de los vegetales alucinógenos sobre la evolución y la aparición de los seres humanos es un fenómeno hasta ahora no examinado, pero que promete brindar el conocimiento no sólo de la evolución de los primates sino también de la aparición de las formas culturales privativas del Homo sapiens.

En el Parque Nacional Gome de Tanzania, los primatólogos descubrieron que una especie determinada de hoja aparecía sin ser digerida en el excremento de los chimpancés. Descubrieron que cada pocos días los chimpancés cambiaban la conducta habitual de comer frutos salvajes. En cambio, caminaban durante veinte minutos o más hasta el lugar donde crecía una de las especies de Aspilia. Colocaban los labios repetidamente sobre una hoja de Aspilia y la mantenían en la boca. Vieron que algunos chimpancés arrancaban una hoja, se la ponían en la boca, la masticaban durante algunos minutos y luego la tragaban. De esta manera podían comer hasta unas treinta hojitas.

El bioquímico Eloy Rodríguez de la Universidad de California, Irvine, aisló el principio activo de la Aspilia, un aceite rojizo llamado tiarubrina-A. Trabajando con la misma sustancia, Neil Tower de la Universidad de British Columbia descubrió qué este compuesto puede matar bacterias comunes en concentraciones de menos de una parte por millón. Los registros herbarios estudiados por Rodriguez y Towers (1985) demostraron que los pueblos africanos utilizaban las mismas hojas para curar heridas y dolores estomacales. De las cuatro especies de Aspilia oriundas de África, los pueblos indígenas sólo usaban tres; las mismas tres especies que utilizaban los chimpancés.

Estos descubrimientos muestran con claridad el modo en que una planta beneficiosa, una vez descubierta por un animal o por una persona, puede incluirse en la dieta y así conferir una ventaja de adaptación. El animal o la persona ya no se ve amenazada por ciertos factores del ambiente, tales como enfermedades que con anterioridad podían haber implicado restricciones para la vida de los individuos o tal vez para el crecimiento de la población en general. Este tipo de ventaja de adaptación es fácil de comprender. Menos fácil de comprender es el modo en que los alucinógenos vegetales pueden haber proporcionado ventajas de adaptación similares, aunque distintas. Estos compuestos no alteran el sistema inmunológico hacia estados más elevados de actividad, aunque este efecto puede ser secundario. Antes bien, actúan como catalizadores de la conciencia, esa habilidad peculiar e introspectiva que ha alcanzado lo que parece ser su máxima expresión en los seres humanos. Resulta casi imposible dudar de que la conciencia, así como la capacidad de resistir las enfermedades, confiere una inmensa ventaja de adaptación a cualquier individuo que la posea.

La conciencia ha sido denominada «percepción de la percepción» (Guenther, 1966) y se caracteriza por establecer relaciones novedosas entre los distintos datos de la experiencia. La conciencia es como una respuesta inmunológica superinespecífica. No existe límite evolutivo que indique cuánta conciencia puede adquirir una especie. Y no hay término para el grado de ventaja de adaptación que la adquisición de la conciencia pueda conferir al individuo o a la especie donde reside.

Hay motivos para poner en duda el escenario que los antropólogos físicos nos presentan con respecto a la aparición de la conciencia humana en los primates bípedos binoculares. La cantidad de tiempo asignada a esta transformación ontológica de organización animal es excesivamente escasa. La evolución de los animales superiores necesita de un tiempo muy prolongado. Por ejemplo, los biólogos que estudian la evolución de los primeros anfibios operan en períodos de tiempo que pocas veces son inferiores a un millón de años, y suelen hablar en términos de decenas de millones de años. Pero la aparición de los humanos a partir de los primates superiores es algo que se ha producido en menos de un millón de años. Físicamente, parece que los humanos hemos cambiado muy poco en el último millón de años. Pero la asombrosa proliferación de la conciencia, de las instituciones sociales, de la práctica de códigos, de las culturas, se ha producido con una rapidez tal que a los biólogos evolutistas modernos les resulta difícil de justificar. La mayoría de ellos ni siquiera intenta dar una explicación.

Hay un factor oculto en la evolución de los seres humanos que no es ni un «eslabón perdido» ni un telos impartido desde lo alto. Sugiero que este factor oculto en la evolución de los seres humanos, el factor que originó la conciencia humana en un primate bípedo con visión binocular, implicó un circuito de realimentación con los alucinógenos vegetales. No es esta una idea que haya sido muy explorada, aunque una forma muy conservadora de esta noción aparece en Soma: Hongo divino de la inmortalidad, de R. Gordon. Wasson no hace comentarios sobre la aparición del ser humano a partir del primate, pero sugiere que los hongos alucinógenos fueron el agente causal de la aparición de los seres humanos espiritualmente conscientes y de la génesis de la religión. Wasson supone que tarde o temprano los humanos omnívoros forrajeros habrían descubierto los hongos alucinógenos u otros vegetales psicoactivos en su ambiente.

La estrategia de estos primeros humanos omnívoros era comer todo y vomitar lo que no les pareciera sabroso. Las plantas que por este método resultaran comestibles eran luego incluidas en la dieta. Los hongos se destacaban, en especial debido a que tenían formas y colores extraños. El estado de conciencia inducido por los hongos u otros alucinógenos proporcionaría un motivo para que los humanos forrajeros retornaran repetidamente a estas plantas, con el fin de volver a experimentar la fascinación de la novedad que les proporcionaban. Este proceso crearía lo que C. H. Waddington (1961) denominó «creodo», un sendero de actividad experimental (en otras palabras, un hábito).

La habituación a la experiencia estaba asegurada simplemente porque era extática. «Extática» es una palabra que no precisa definición excepto desde la perspectiva operativa: una experiencia extática es aquella que uno desea tener una y otra vez. En situaciones experimentales se demostró que si uno crea una situación en la cual se le pueda proporcionar N,N-dimetiltriptamina (DMT) a un mono cada vez que este lo pida, habrá una mayor cantidad de monos expuestos a este aparato experimental que preferirán DMT a la comida y el agua. La DMT fue utilizada en estos experimentos porque es un alucinógeno manifiesto, de funcionamiento muy breve, que se da en diversas especies vegetales (Jacobs, 1984). Aunque no podamos analizar el estado mental de los monos de laboratorio, queda en claro que algo de esa experiencia los impele a retornar al estímulo una y otra vez.

La idea de Wasson acerca de que la religión se originó cuando un protohumano omnívoro descubrió los alcaloides en el ambiente fue recogida por Mircea Eliade, el expositor más brillante de la antropología del chamanismo y autor de Chamanismo: Técnicas arcaicas de éxtasis. Eliade considera que lo que él denomina chamanismo «narcótico» está en decadencia. Siente que si una persona no puede lograr el éxtasis sin drogas, significa que la cultura a la que pertenece tal vez esté en una fase decadente. El uso de la palabra «narcótico» —término que en general se aplica a los soporíferos— para describir esta forma de chamanismo, revela una ingenuidad botánica y farmacológica. La noción de Wasson, que comparto, es precisamente la opuesta: es la presencia de un alucinógeno en la cultura chamanística lo que indica que el chamanismo es auténtico y que está vivo. La fase última y decadente del chamanismo es la que está caracterizada por rituales elaborados, ordalías y creencia en personalidades patológicas. Allí donde estos últimos fenómenos son importantes, el chamanismo va en camino de transformarse simplemente en una «religión».

Un modo de ver los alucinógenos vegetales es considerarlos como feromonas o exoferomonas intraespecies. Las feromonas son compuestos químicos exudados por un organismo con el propósito de llevar mensajes entre organismos de la misma especie. El significado del mensaje no es intrínseco a la estructura química de la feromona, sino a una convención establecida evolutivamente. Las hormigas, por ejemplo, producen una cantidad de secreciones que tienen significados muy específicos para otras hormigas. Sin embargo, estos «idiomas» químicos son específicos de cada especie; la hormiga de una especie no puede «leer» las feromonas de otra especie. De hecho, se sabe de un caso en el que una feromona significa una cosa para una especie de hormiga pero que sin embargo tiene un significado completamente distinto para otra especie de hormiga, de un modo similar al que la palabra inglesa «no» significa «sí» en griego.

Si los alucinógenos operan como exoferomonas, entonces la relación dinámica simbiótica entre los primates y los alucinógenos vegetales es en realidad una transferencia de información de una especie a otra. El primate obtiene un aumento de su agudeza visual y accede al Otro trascendente, mientras que los beneficios para el hongo provienen de la domesticación que hace el primate del ganado que hasta entonces era salvaje, con lo que se expande el nicho ocupado por el hongo. Donde no crecen los alucinógenos vegetales, tales procesos no han tenido lugar, pero una cultura que cuenta con la presencia de los alucinógenos accede lentamente a una información, a un aporte sensorial y a un comportamiento cuya novedad es mayor en cada ocasión, y de este modo adquiere estados de introspección cada vez más elevados.

Parece razonable sugerir que el lenguaje humano surgió de la sinergia del potencial de organización de los primates logrado por medio de los alucinógenos vegetales. En efecto, esta posibilidad fue anticipada con gran inteligencia por Henry Munn en su ensayo «Los hongos del lenguaje» (1973). Dice Munn:

El lenguaje es una actividad extática de significación. Intoxicado por el hongo, el individuo llega a adquirir una fluidez, un alivio y una aptitud de expresión tales que lo dejan azorado ante las palabras que surgen del contacto de la intención de articulación con el tema de la experiencia. La espontaneidad que liberan los hongos no es sólo perceptiva, sino también lingüística. Para el chamán, pareciera que la existencia se expresara a través de él mismo.

Otros escritores han percibido la importancia de las alucinaciones como catalizadoras de la organización psíquica humana. Julián Jaynes, en su polémico libro El origen de la conciencia en la caída de la mente bicameral (1977), insiste en que pueden haberse producido cambios importantes en la definición que tenían los humanos de sí mismos, incluso en épocas históricas. Jaynes plantea que durante los tiempos homéricos las personas no tenían el tipo de organización psíquica interior que nosotros damos por sabida. Lo que nosotros llamamos ego era para los habitantes de los tiempos prehoméricos lo que ellos llamaban un «dios». Cuando el peligro lo acechaba repentina e inesperadamente, el individuo escuchaba en su mente la voz del dios, una especie de metaprograma para la supervivencia que surgía bajo condiciones severas de tensión. Esta función física integrativa era percibida por quienes la experimentaban tanto como la voz directa de un dios; la voz directa del líder de la sociedad, el rey: o la voz directa del rey muerto, el rey en el más allá. Los mercaderes y los comerciantes que se trasladaban de una sociedad a otra traían las malas noticias de que los dioses decían cosas distintas en lugares distintos, y así sembraron las primeras semillas de la duda. En algún punto los individuos integraron (en el sentido jungiano) esta función previamente autónoma, y cada persona se convirtió en el dios y reinterpretó la voz interior como el «yo» o, como fue llamado luego, el «ego».

Las plantas alucinógenas tal vez hayan sido las catalizadoras de todo lo referente a nosotros que nos distingue del resto de los primates, excepto tal vez de la pérdida del pelo del cuerpo. Todas las funciones mentales que asociamos con la condición humana, incluida la memoria, la imaginación proyectiva, el lenguaje, la facultad de nombrar, el discurso mágico, la danza y el sentido de religio pueden haber surgido a partir de la interacción con plantas alucinógenas. A nuestra sociedad, en mayor grado que a otras, le resultará difícil aceptar esta teoría, porque hemos hecho del éxtasis obtenido a través de sustancias farmacológicas un tabú. La sexualidad es un tabú por la misma razón: se tiene la sensación consciente o inconsciente de que estos temas están implicados con dos misterios: de dónde provenimos y cómo llegamos a ser lo que somos. Una teoría que habla de los alucinógenos vegetales como fundamentales en el origen de la mente sugiere un escenario como el siguiente:

Sabemos que el Sahara era mucho más húmedo hace apenas cuatrocientos o quinientos años. El historiador romano Plinio se refirió a África del Norte como «el granero de Roma». La conjetura es que durante los últimos ciento cincuenta mil años el Sahara se fue secando gradualmente, que de ser un bosque subtropical pasó a ser pradera y, en tiempos recientes, se convirtió en desierto. Cuando aparecieron, las tierras de pastoreo, la adaptación arbórea de los primates no les resultó de utilidad para sobrevivir. Abandonaron los árboles y comenzaron a hacer incursiones en las praderas. El repertorio de señales grupales madurado en un ambiente arborícola se vio exigido a alcanzar un desarrollo mayor. Se ha sugerido que fue la generación de señales en las manadas de caza, tales como las producidas por lobos y perros, lo que sirvió de base al lenguaje. Pero otro de los resultados de abandonar los árboles y pasar a las praderas fue la posibilidad de descubrir el estiércol de herbívoros ungulados, y en la misma situación, hongos coprofílicos (que crecen en el estiércol). Muchas de las especies de hongos que contienen psilocibina son coprofílicas; la Amanita muscaria, que tiene una relación simbiótica con los abedules y los abetos, no es coprofílica.

La cantidad notablemente menor de especies vegetales que caracteriza a las tierras de pastoreo en contraste con las que crecen en la selva, eleva la posibilidad de que los primates probaran el potencial alimenticio de toda planta que encontraran en esas tierras. El eminente geógrafo Carl Saur (1973) cree que no hay nada tan natural como una pradera. Sugiere que todas las praderas son artefactos humanos derivados de una combustión. Basa este argumento en el hecho de que es posible encontrar todas las especies de praderas en la subhistoria de las selvas al borde de las tierras de pastoreo, pero que un porcentaje muy elevado de las especies selváticas están ausentes de las praderas. En base a esto, Saur sostiene que las praderas son tan recientes que deben ser consideradas como concomitantes con el advenimiento de poblaciones humanas numerosas.

El paso siguiente en la evolución cultural de los primates bípedos que cazaban en manada fue la domesticación de algunos de los animales herbívoros que pastaban en las praderas. Con los animales y su estiércol aparecieron los hongos, y así la relación humano-hongo se enriqueció y se profundizó.

Podemos encontrar evidencias de estas especulaciones en el sur de Argelia. Hay una zona llamada el Tassili Plateau, una formación geológica muy curiosa. Es como un laberinto, un vasto baldío de tierras sedimentarias y acantilados rocosos que el viento barrió hasta transformarlos en varios corredores perpendiculares estrechos, casi como una ciudad abandonada. Y en el Tassili hay pinturas rupestres que datan desde los últimos tiempos del neolítico hasta apenas dos mil años atrás. En este lugar se encuentran las primeras representaciones de chamanes de las que se tenga conocimiento, en coincidencia con una gran cantidad de animales de pastoreo, específicamente, ganado vacuno (Lhote, 1959; Lajoux, 1963). Los chamanes, bailando y atesorando una cantidad abundante de hongos en las manos, también tienen hongos que les brotan del cuerpo[2]. Imágenes similares aparecen en los tejidos peruanos precolombinos, en los cuales el chamán empuña un objeto que ha sido identificado como un hacha o un hongo. Se han descubierto herramientas cortantes que se asemejan al objeto ilustrado. En oposición a las imágenes peruanas, con los frescos del Tassili el caso es claro. Aquí vemos chamanes que bailan y que sostienen con firmeza en las manos seis, ocho, diez hongos, hongos que también les brotan del cuerpo.

Los pueblos pastores que produjeron las pinturas del Tassili estuvieron ausentes del África durante un período de tiempo muy prolongado, tal vez desde veinte mil a cinco mil años atrás. Adondequiera que hayan ido, el estilo de vida pastoril que llevaban se fue con ellos. El Mar Rojo estaba cercado por la tierra en aquella época. La bota de Arabia se apoyaba sobre el continente africano. El puente de tierra que allí se formaba fue utilizado por varios de estos pueblos de pastores africanos para pasar a los terrenos fértiles del creciente y luego al Asia Menor, donde se combinaron con las poblaciones que ya vivían en el lugar y donde se establecieron definitivamente alrededor de doce mil años atrás.

Estos pueblos pastoriles observaban un culto al ganado vacuno y un culto a la Gran Diosa. La evidencia de esos hechos proviene de diversos lugares de Anatolia del Sur, de los cuales el más investigado es Çatal Hüyük, un sitio que data de hace ocho a nueve mil años. Las excavaciones en Çatal Hüyük se iniciaron hace poco tiempo y han dejado al descubierto criptas asombrosas con bajorrelieves de ganado vacuno y cabezas de ganado vacuno cubiertas con diseños ocres: pinturas muy complejas de una civilización muy complicada (Mellaart, 1965, 1967).

Es posible ver en la confluencia del culto a la Gran Diosa y el culto al ganado vacuno que el hongo era aceptado y percibido como un tercer miembro, y miembro infernal, de una especie de trinidad de los últimos tiempos del Neolítico. Ya que el hongo, considerado un producto vinculado con el ganado vacuno tanto como la leche, la carne y los excrementos, era el conducto hacia la presencia de la Diosa. Riane Eisler en su libro de reciente aparición, en el que hace una revisión importante de la historia, The Chalice and the Blade (El cáliz y la espada), expuso la importante noción de los modelos sociales de «participación» que competían y eran oprimidos por formas «dominadoras» de organización social. Estas últimas son jerárquicas, paternalistas, materialistas y dominadas por el sexo masculino. La posición de Eisler es que en la tensión entre estas dos formas de organización social y el exceso de expresión del modelo dominador recae la responsabilidad de nuestra alienación. Yo estoy totalmente de acuerdo con este punto de vista. De hecho, este ensayo formula una pregunta que es una extensión del argumento de Eisler. ¿Cuál fue el factor que mantuvo el equilibrio de las sociedades de participación del último período del Neolítico, y cuál fue el factor que desapareció y al desaparecer estableció las condiciones para el surgimiento del modelo dominador de una adaptación evolutiva inadecuada?

Creo que es la profundidad de la relación de un grupo humano con la gnosis de la mente vegetal, la colectividad galana de la vida orgánica, lo que determina la fuerza del vínculo del grupo con el arquetipo de la Diosa y de allí con el estilo de participación de la organización social. La última vez que la corriente principal del pensamiento occidental se refrescó con la gnosis de la mente vegetal fue al final de la Era helenística, cuando los misterios eleusinos fueron finalmente suprimidos por los entusiastas bárbaros cristianos (Wasson y otros, 1978).

La Iglesia de la época final del Medioevo, que llevó a cabo la gran caza de brujas, estaba muy interesada en que todos los episodios de magia y trastornos mentales fueran atribuidos al diablo. En consecuencia, la iglesia abolió el conocimiento de plantas tales como la datura, la belladona y el napelo y el rol que desempeñaban estas plantas en las reuniones y actividades nocturnas de los practicantes de este arte. Después de todo, no podemos tener un diablo que sea un personaje tan limitado como para verse obligado a confiar en que unas simples hierbas se ocupen de realizar las artimañas que le corresponden a él. El diablo debe ser un adversario digno de los Cristos, por lo tanto, habrá de tener una igualdad casi recíproca (Duerr, 1985).

Mi conclusión es que el próximo paso evolutivo a dar, el Renacimiento Arcaico, el resurgimiento de la Diosa y el fin de la historia profana son compromisos que contienen implícita en sí mismos la noción de nuestra relación renovada con la mente vegetal en emersión. Esa misma mente que nos instó a obtener el lenguaje introspectivo ahora nos ofrece los paisajes ilimitados de la imaginación. Sin este tipo de relación con las exoferomonas psicodélicas que regulan nuestra relación simbiótica con el reino vegetal, quedaremos excluidos de conocer cuál es el propósito planetario. Y conocer cuál es el propósito planetario tal vez sea nuestra mayor contribución al proceso evolutivo. Regresar al seno de la participación planetaria significa intercambiar el punto de vista del ego por la comprensión translingüistica intuitiva de la matriz maternal.

Los habitantes de Çatal Hüyük y otros pueblos mesopotámicos vivieron serenamente en el Medio Oriente antiguo durante mucho tiempo, practicando su religión de la Madre Diosa. Luego, alrededor del cinco a siete mil a. C., individuos de una especie distinta, que poseían carros de ruedas, que eran patriarcales y observaban un ritual que exigía el sacrificio de caballos, irrumpieron desde el norte del Mar Caspio hasta Turquía y Anatolia, y hasta lo que hoy es Iraq e Irán, donde se encontraron con los naturales de las tierras bajas, que vivían en comunidades pastoriles y que consumían hongos. Estos invasores son los pueblos que de acuerdo con lo que sugiriera Wasson eran portadores del soma. Él creía que el soma, la planta embriagante de los himnos védicos, puede haber sido el hongo Amanita muscaria. El culto misterioso al hongo fue trasladado desde las selvas de Asia Central por pueblos arios que finalmente se establecieron en la India.

El problema de esta hipótesis es que el A. muscaria no es un alucinógeno visionario confiable. Se ha demostrado que resulta difícil lograr una intoxicación extática constante con Amanita muscaria. Se derramó mucha tinta sobre este problema. Muchos han sugerido que se debe mezclar y moler el A. muscaria con leche cuajada para descarboxilar la muscarina, la toxina activa, en muscamol, el componente alucinógeno. Otros han sugerido que se debe secar o tostar el Amanita y dejarlo sazonar para que pierda la toxicidad y sea eficaz. La verdad es que el muscamol no es un alucinógeno profundo, aun sí se lo utiliza como un compuesto puro. Wasson estaba en lo cierto, ya que reconoció correctamente el potencial del Amanita muscaria para inducir sentimientos y éxtasis religioso, pero no tuvo en cuenta la imaginación y la estimulación lingüística impartida por el aporte de los hongos africanos con contenido de psilocibina en la evolución de la micolatría del Viejo Mundo.

Sabemos que por lo menos un hongo con contenido de psilocibina, Psilocybe cubensis o Stropharia cubensis, es de distribución circuntropical, ya que crece en los trópicos cálidos y húmedos allí donde haya vacunos del tipo Bos indicus. Esto suscita varias preguntas. ¿Es el P. cubensis exclusivamente una criatura del estiércol del Bos indicus, o puede crecer en el estiércol de otra especie de vacunos? ¿Cuánto hace que llegó a estar presente en sus diferentes habitat? El primer espécimen de Psilocybe cubensis fue recogido por Earle en Cuba en 1906, sin embargo la teoría botánica actual ubica el verdadero punto de origen de esa especie en Kampuchea. Una excavación arqueológica en Tailandia en un lugar llamado Non Nak Tha fijó la antigüedad del sitio en 15.000 años a. C., y allí se encontraron huesos de Bos indicus coincidentes con las tumbas humanas. El centro de varios huesos estaba quemado, lo que indicaba que habían sido utilizados como recipientes para quemar y presumiblemente para fumar material vegetal. Incluso en la actualidad, los yogas-sadhus de la India utilizan recipientes similares a los de Non Nak Tha. Hoy en día, el Psilocybe cubensis es común en la zona de Non Nak Tha.

¿En qué punto, entonces, el P. cubensis ingresó al Nuevo Mundo? En el sur de México, en coincidencia con la zona cultural maya, los nativos consumen una cantidad de hongos que contienen psilocibina: Psilocybe mexicana, P. aztecorum, P. maztecorum, y otros. Estos hongos constituyen el complejo de hongos mexicano descubierto por Valentina y Gordon Wasson a principios de los años cincuenta. El Psilocybe cubensis también crece en estas zonas, y es especialmente prolífico en Palenque. Palenque es el sitio de las ruinas de una de las ciudades más exquisitas del apogeo de los Mayas. Muchas personas que probaron hongos en Palenque tuvieron la impresión de que ingerían el sacramento sagrado del pueblo que construyó esta fabulosa ciudad maya abandonada en el siglo siete, pero los botánicos modernos disienten con esta noción. No podemos estar seguros de que el P. cubensis fuera el hongo sacramental de los Mayas. La mayoría de los botánicos ortodoxos sostienen que el P. cubensis ingresó al Nuevo Mundo con la Conquista, transportado por los españoles y sus vacunos. Ante la imposibilidad de descifrar los jeroglíficos mayas, no resulta fácil imaginar cómo se podría confirmar o refutar esta postura. En mi opinión, dada la prolongada viabilidad de las esporas y los vientos que por lo general prevalecen en el Ecuador, la distribución circuntropical del P. cubensis se debe tal vez a un factor muy antiguo de la ecología del planeta.

Lo que parece razonable sugerir es que los pueblos indoeuropeos provenientes del centro de Asia tomaron contacto con las culturas participativas y pastoriles que moraban en el valle, y asimilaron de ellas el culto al hongo coprofílico con contenido de psilocibina que luego llevaron hacia el este hasta la India. La evidencia es leve, pero, por otra parte, la evidencia no fue investigada. Después de todo, el clima desértico actual de la región que abarca a Iraq, Irán, el sur de Turquía, Jordania y Arabia Saudita torna muy difícil la búsqueda de evidencias arqueológicas de un culto al hongo en esos lugares. De todos modos, Food for Centaurs (Comida para los centauros), de Robert Graves, explica que un tabú suele indicar una participación histórica primitiva del objeto prohibido en el inventario de la cultura. Y los hongos, que prácticamente ya no se encuentran en el ambiente contemporáneo donde se practican estas religiones, son muy tabú en el sustrato del zoroastrismo y del mandeísmo primitivos y de los cultos religiosos que los precedieron. El mandeísmo prohíbe específicamente la ingestión de hongos, según Wasson (Wasson, Hofmann y Ruck, 1978).

En The Sacred Mushroom and the Cross (El hongo sagrado y la cruz), John Allegro, concentrándose en el judaísmo después del exilio en Palestina, presenta una tesis controvertible que sólo puede ser juzgada por los filólogos sumerios. El postula que hay palabras, frases y símbolos de los hongos cuyos vestigios pueden rastrearse en el idioma acadio, pasando por el acadio antiguo y remontándose hasta el sumerio, y que en esa zona se consumían hongos desde tiempos remotos. Mi método ha sido trabajar desde los Vedas en adelante. Los Vedas son himnos que los pueblos indoeuropeos compusieron en algún lugar durante sus peregrinaciones milenarias hacia la India. El Noveno Mandala del Rig Veda profundiza en detalles sobre el soma y expresa que el soma está en un nivel superior a los dioses. El soma es la entidad suprema. El soma es la luna; el soma es masculino. Aquí tenemos un fenómeno curioso: una deidad lunar masculina. La conexión entre lo femenino y la luna es tan profunda y tan obvia que una deidad lunar masculina es algo que se destaca, y que facilita la investigación de sus orígenes en la historia de las tradiciones de la región.

Yo volví a examinar las mitologías del Cercano Oriente, para tratar de encontrar un dios lunar que probara que esta idea había sido importada a la India desde Occidente. Descubrí que la avanzada más septentrional de la civilización sumeria era una ciudad llamada Harran, una ciudad tradicionalmente asociada con los inicios de la astrología. Inventada en Harran, la astrología se difundió hasta China, luego hasta Egipto y a través de todo el mundo antiguo. La deidad patrona de la ciudad de Harran era un dios lunar, Sin o Nannar. Sin era varón y lleva un gorro que parece un hongo. Ninguna otra deidad de ese panteón tiene este tipo de sombrero. Encontré tres ejemplos de Sin o Nannar en sellos cilíndricos, y en cada caso el sombrero era prominente. En uno de ellos, el texto adjunto de un erudito del siglo diecinueve menciona que este sombrero era en efecto lo que identificaba al dios (Maspero, 1894).

¿Por qué la deidad aria relacionada con el hongo se representaba como masculina? Aunque se trata de un problema propio de los estudiosos de las tradiciones y de los mitólogos, hay ciertos puntos que son obvios. La tradición germana siempre asoció la luna con lo masculino, por lo que el hongo toma la proyección de masculinidad o feminidad que corresponda. La conexión del hongo con la luna resulta obvia: tiene un aspecto lustroso, plateado en ciertas formas, y parece surgir durante la noche, cuando la luna reina en los cielos. Por otra parte, podemos variar el punto de vista y de pronto ver el hongo como masculino: tiene un color solar, un aspecto fálico y transmite mucha energía. El hongo es en realidad una deidad andrógina que varía de forma y que puede tomar distintos aspectos de acuerdo con la predisposición de la cultura que lo necesite. Casi se podría decir que es un espejo de las expectativas culturales. Este es el motivo por el cual para los indoeuropeos tenía una cualidad masculina y por el cual en otras situaciones parece tener una cualidad muy lunar. En cualquier caso, es un alucinógeno no silvestre, asociado con la domesticación de los animales y con la cultura humana. Esta asociación con los animales domesticados involucra a los hongos en el desarrollo cultural de los indoeuropeos, el pueblo que escribió los Vedas.

Estos mismos indoeuropeos fueron los autores de una revelación en la ontología religiosa. Para ellos no existían los ríos sagrados, los árboles sagrados ni las montañas santas. Trascendieron la geografía en la noción que tenían sobre lo que era una deidad. Construían una hoguera, y allí donde se encendía la hoguera descansaba el centro del universo. Habían descubierto la trascendencia del tiempo y del espacio. Un alucinógeno vegetal sacramental vinculado al estiércol de anímales domesticados implica que el sacramento es tan nómada como la gente y los animales que le proporcionaron un ambiente privilegiado.

Surgen varios problemas en esta teoría, uno de los cuales es la falta de confirmación en la India de la presencia del Psilocybe cubensis o de otros hongos con contenido de psilocibina. El Amanita muscaria también es de raro crecimiento en la India. Yo anticipo, sin embargo, que una investigación minuciosa de la flora de la India revelará que el P. cubensis es un componente autóctono de la biomasa del subcontinente. Y sostengo que la desertificación de toda la zona que va desde África del Norte hasta la región del Tarr alrededor de Delhi ha distorsionado nuestra concepción de lo que ocurrió en la evolución prehistórica de la ontología religiosa cuando estas civilizaciones estaban en sus inicios y la región era mucho más húmeda. Mi sugerencia es que la religión del hongo es en realidad la religión genérica de los seres humanos y que todos los esbozos posteriores de religión derivan del culto de la ingestión ritual de hongos para inducir el éxtasis.

El hecho de volver a considerar el rol que desempeñaron las plantas y los hongos alucinógenos en el impulso por el cual se originó la especie humana a partir de los sustratos de la organización de los primates, podrá ayudar a sentar las bases para una nueva apreciación de la singular confluencia de factores necesarios y responsables de la evolución de los seres humanos. Estoy convencido de que los vestigios de la intuición vastamente percibida de la presencia del Otro como una compañía femenina en la navegación humana de la historia pueden ser rastreados hasta la inmersión en la mente vegetal que proporcionó el contexto ritual donde la conciencia humana emergió a la luz de la percepción de sí misma, de la introspección y la autoarticulación: la luz de la Gran Diosa.

Por favor, para una exposición más detallada sobre la relación entre los hongos alucinógenos y la evolución humana, consultar mi libro Food of the Gods: The Search for the Original Tree of Knowledge (El alimento de los dioses: La búsqueda del árbol original del conocimiento) (New York: Bantam, 1992).