De Gateway to Inner Spaces (Puentes hacia el espacio interior), editado por Christian Ratsch (Nueva York, Prism Books, 1989). Este texto es un diario de reflexión de la investigación sobre ayahuasca que mi compañera Kat Harrison McKenna y yo realizamos en el Amazonas en 1976.
La información fluye a través del contenido múltiple del ser buscando el equilibrio, pero paradójicamente conlleva imágenes del modo en que la existencia, la sociedad o el fenómeno invierten localmente la dirección de su fluir hacia la entropía. Esas imágenes se vuelven conceptos y descubrimientos. Nos encontramos inmersos en un océano holográfico de lugares e imágenes cuyo intrincado entrecruzamiento de conexiones es infinito y lo comprendemos según la profundidad de que somos capaces. Tal vez sea por esto que los grandes genios actúan aparentemente en saltos. La idea revolucionaria que inspira al genio aparece por si misma desde el océano de la mente especulativa. Nosotros buscamos el salto intuitivo que revela el mecanismo verdadero de esa otra dimensión. La necesidad humana de tales saltos crecerá conforme agotemos la complejidad en diversos campos, excepto el microfísico y el psicológico. Actualmente, mí método es la inmersión en las imágenes y el autoexamen de los fenómenos, es decir, tomar los hongos de psilocibina y ponderar cuál es el significado de todo esto, con la confianza de que el tiempo profundizará al menos la comprensión, aun cuando no conteste todas las preguntas.
Mi aceptación provisional de esta visión de la dimensión «vista» en el trance alucinatorio aproxima la «primitiva» visión —común a lo ancho del mundo— de que, de alguna manera, estamos entremezclados con el «mundo de los espíritus».
El acceso a la otra dimensión que el hongo de la psilocibina hace posible es algo tan único y peculiar, le es tan propio, que uno se pregunta: ¿es razonable asociar el fenómeno específicamente con una especie singular de hongos? ¿O es este mundo extraño una característica única de la sustancia química psilocibina en cualquier lugar que se presente en la naturaleza? Albert Hofmann escribió en LSD: My Problem Child (El LSD, mi hijo problema) que cuando él presentó tabletas de psilocibina a la chamán de Huatla (consumidora de hongos) María Sabina, la vieja curandera declaró: «El espíritu de los hongos está en la pastillita» (1983, p. 142).
En mis confrontaciones con el Otro personificado, residente en el hongo, una parte del mensaje se refería a la singularidad de su condición específica y otra a su deseo de una relación simbiótica con los humanos. En otras oportunidades se presentó a sí mismo, no tanto como un personaje sino como una red gigante de muchos tipos de seres consumidores en diferentes lugares del universo, con finalidades distintas y propias. Yo me sentía como un niño de dos años que lucha con la pregunta: ¿Hay «gentecita» dentro de la radio? Puede ser que la dimensión que revela la psilocibina sea un tipo de red de información e imágenes o algo aún más sustancial.
Para contestar tales preguntas me parece necesario investigar otras plantas alucinógenas, taxonómicamente no relacionadas con el hongo portador de psilocibina pero químicamente relacionadas con él a nivel de estructura molecular. La droga que tengo en mente y que cumple estos requisitos es el yagé o ayahuasca. Se trata de un cocimiento cuyo principal componente es una liana o enredadera de la jungla, una trepadora leñosa que alcanza dimensiones gigantescas en la cuenca amazónica del Nuevo Mundo. La infusión de las lianas Banisteriopsis ha sido conocida por la ciencia por mayor tiempo que el culto de los hongos de México, pero no por ello es menos misteriosa, aun en el mundo ultraexplorado de hoy.
En 1851 el botánico y explorador británico Richard Spruce, camarada de Alfred Russel Wallace, penetró la cuenca superior del Río Negro, en el corazón del Amazonas. Encontró que los indios tokanoanos del Río Vaupés usaban una droga extraña que les producía trance y adivinación profética. La llamaban caapi y se decía que sus efectos se caracterizaban por alucinaciones coloridas y aterradoras. Spruce la coleccionó cuidadosamente y más tarde escribió: «Yo vi, no sin sorpresa, que pertenecía a la orden de las Malpighiaceae y al género de las Banisteria, por lo que supuse que se trataba de especies no descriptas y por lo tanto la denominé Banisteria caapi» (Schultes, 1968, p. 318).
La droga Banisteriopsis ha sido sujeto de relatos fantásticos desde su descubrimiento. La primera descripción de los efectos de la misteriosa droga fue hecha en 1858, cuando el explorador Villavicencio la tomó, entre las tribus del alto Río Napo en la Amazonia ecuatoriana. Esta zona se menciona frecuentemente en informes sobre mixturas de otras drogas que se añaden a la infusión de Banisteriopsis para reforzar las alucinaciones.
Los químicos que realizaron tempranos intentos de aislar los alcaloides de la B. Caapi le dieron a la misma el romántico nombre telepatina, reflejando la reputación que tenía el yagé en la selva como productor genuino de efectos telepáticos. Es una idea que ha recibido nuevos ímpetus a partir de la publicación de Wizard of the Upper Amazon (El brujo del alto Amazonas) de F. Bruce Lamb. En el libro, el informante de Lamb detalla sesiones de trances colectivos en los que todos los participantes comparten la misma visión. De tal manera, el yagé no carece de cierta mística. Se dice que es una panacea curativa y un poderoso alucinógeno que trae visiones de ciudades extrañas, bestias salvajes y viajes chamánicos al centro de la Vía Láctea.
El gran etnobotánico Richard Evans Schultes inspiró mi decisión de buscar ayahuasca y comparar la dimensión de la experiencia producida por éste y la que produce la psilocibina, cuando escribió: «Estamos en el umbral de nuestras investigaciones en la botánica, la etnología, la historia, la farmacología, la química y la terapéutica del complejo tóxico conocido como ayahuasca, caapi o yagé» (Schultes, 1968, p. 12).
Nuestra expedición al Perú consistía de sólo tres personas: yo mismo, Kat, que era nuestra fotógrafa, lingüista y artista botánica: y Richard, un viejo amigo e historiador de la medicina especialmente interesado en la medicina folklórica y la curación chamánica. Ni Kat ni Richard habían estado nunca en la jungla ecuatorial, pero nos preparamos tan cuidadosamente como resultaba posible y esperamos con ansiedad el día en que volaríamos al sur, a lo que esperábamos sería la jungla cálida y la gran aventura.
La realidad por fin superó las aprensiones, y en la mañana del 6 de marzo de 1976 llegamos a Lima. La noche en que dejamos Los Angeles el cometa West era impresionantemente visible desde una altura cercana a los diez mil metros. Yo lo tomé como un buen presagio para nuestro viaje. Nuestra llegada fue, como suele suceder, brusca: nos obligaron a permanecer varios días para obtener el registro de la escopeta, un requisito necesario, porque entrar desarmado a la selva acarrea dificultades.
Después de unos días del arribo a Iquitos, nos encontramos en la desembocadura del Río Napo, en Loreto, Perú. Los hechos se sucedieron muy rápidamente. De manera inesperada encontramos al señor Oscuro, cuyo apodo se debía a su mirada perforadora. Era un viejo conocido mío de un viaje anterior a Colombia, que ahora piloteaba su propio barco. Aceptamos su oferta de transporte y en compañía de él, su mujer y tres jóvenes alemanes viajamos por tres días hasta la desembocadura del río, con la esperanza de alcanzar Atun Cocha, un poblado yaqua situado en un lago en forma de herradura.
Estábamos en una situación muy ambigua. Era extraño no sólo estar en la Amazonia sino también encontramos al azar con el señor Oscuro; todo hacía parecer la situación muy literaria en cuanto a posibilidades. Yo la aceptaba porque cada hora nos acercábamos más al Napo y a la profundidad del país del ayahuasca; y por consiguiente a la finalidad de nuestro viaje. Pero esperaba que pudiéramos separarnos del extraño navegante, que era la misma persona con quien viajamos mis compañeros y yo cerca de La Chorrera en un viaje previo a la selva. Finalmente nos separamos de nuestro descuidado Caronte. Afortunadamente nos dimos maña para alejarnos en buenos términos pues estaba muy ocupado en una discusión financiera con los pasajeros alemanes. El bote descendería de vuelta por el Napo dejándonos por primera vez solos y sin perspectivas de transporte. Estábamos en un pequeño poblado llamado Playa Fancho, a unas seis horas río abajo de Masan. Ahí secamos la ropa y nos recuperamos del esfuerzo de viajar cinco días en un espacio tan estrecho. Los pobladores nos habían mostrado una casa con un buen techo y una cocina anexa y nos sentíamos casi confortables mientras nos adaptábamos y familiarizábamos con los alrededores. A mí me disgustaba constatar el avanzado grado de aculturación entre la gente del río. Aunque no es una ruta comercial, la forma de vida tradicional se ha desdibujado o se ha adentrado en la selva.
El Amazonas está lleno de reveses y sorpresas. Nuestra permanencia en Playa Fancho fue difícil. Nos atormentaban los mosquitos, pulgas y moscas negras. Varios días en estas condiciones nos llevaron a padecer largas noches febriles en que no podíamos dormir. Fueron pruebas que nos obligaron a revisar nuestros planes. Nos enteramos que brujos con capacidad de matar y curar y conocedores del ayahuasca eran comunes en la zona. Son tan conocidos, que nuestro informante era un niño de seis años al que encontramos mientras caminaba con un hombre que buscaba árboles cumala. Este es el nombre genérico que incluye las especies Virola y otros géneros relacionados. Ante la inseguridad de la situación, no preguntamos por ayahuasca.
Nuestras dificultades con los insectos y la disentería nos obligaron a evaluar nuestra primera aventura en el Río Napo. Había muchas cosas que necesitábamos y no teníamos. Aun cuando habíamos localizado un verdadero nido de autoproclamados ayahuasqueros, no podíamos hacer ningún trabajo, si no nos equipábamos contra los insectos que acompañaban la persistencia de las lluvias, ya fuera de estación. Hicimos planes para dejar Playa Fancho en una lancha que iba a Iquitos, poco antes del amanecer del día siguiente. La víspera de la partida nos enteramos de que había una mujer vieja que tenía conocimientos sobre ayahuasca. Además, alguna gente con quien compartimos un poco de aguardiente de la zona eran consumidores de ayahuasca. Nos aseguraron que cada asentamiento tenía su propio ayahuasquero.
Después de una lluviosa vuelta a Iquitos y de los días de enfermedad, quedamos con la moral muy baja. Gastábamos el dinero y teníamos pocas pistas acerca de cómo y dónde podríamos contactar a alguien que tuviera conocimientos sobre ayahuasca. Finalmente, después de varios intentos fallidos pudimos encontrar a quien nos señaló el hogar de Manuel Cordova Ríos, cuya historia se relata en Wizard of the Upper Amazon (El brujo del alto Amazonas). Tenía noventa y un años pero aparentaba sesenta, excepto por las cataratas que opacaban su mirada. Con vehemencia insistía en que los ayahuasqueros de Iquitos eran en su mayoría charlatanes. Fue rápido en puntualizar que no es necesariamente en la profundidad de la selva donde está el maestro con conocimientos de ayahuasca, que simplemente hay que encontrar a alguien que conozca el modo de preparado. Nos impulsó a buscar en la zona de Pucallpa a una mujer que había aprendido su arte de él mismo, muchos años atrás. Era Juana Gonzales Orbi, una leprosa cuya enfermedad había sido detenida por los remedios de la selva aunque antes había perdido parte de sus manos y pies. El señor Ríos nos contó que a ella le encantaba preparar ayahuasca para otros y que había ayudado a otros gringos en el pasado. Puesto que los demás caminos habían resultado inútiles, la reunión con el señor Ríos nos dio una nueva dirección. Decidimos volar a Pucallpa esperando encontrar a la mujer, en la esperanza de que nos aceptara.
Preveíamos que un cambio muchos kilómetros al sur nos infundiría optimismo en medio de esta búsqueda desgastada por la enfermedad y los excesivos gastos. Fue difícil en medio del esfuerzo y agitación del viaje mantener en mente el objeto de la búsqueda y la visión de que si llegábamos a tener éxito, sería parte de nuestra experiencia. La reunión con Cordova Rios había parecido definitiva puesto que era la persona que había descripto los trances colectivos que son parte de lo que esperábamos ratificar.
Llegamos a Pucallpa poco después de oscurecer. Nuestra primera impresión fue la del típico pueblo de frontera, más rústico y activo que Iquitos, demasiado confuso y primitivo para tener mucho encanto. Es un conjunto de construcciones de material, ladrillo y techos de metal corrugado, pero por el tamaño podía haberse tratado de cualquiera de los caseríos del Amazonas. Allí no hay todavía compañías petroleras en actividad, por lo que el choque del dinero y la tradición resultan menos visible que en Iquitos. Las calles no tenían pavimento y cuando a la mañana siguiente cayó una lluvia fría, se transformaron en un mar de barro rojo. Nuestra primera ronda de consultas en busca de Juana Gonzales fue discreta. Parecía que nuestro viaje se convertía en una colección de movimientos equivocados. Aun en Pucallpa no teníamos ninguna certeza de encontrar lo que buscábamos. Pero decidimos continuar hasta que se nos terminara el dinero, si no podíamos imaginar otro final. Seguimos buscando un ayahuasquero para aprender de su oficio todo lo que pudiéramos.
Después de dos días sin resultados nuestra moral estaba aún más baja. Había sido imposible ubicar a Juana Gonzales, pero empezamos a preguntar por otros ayahuasqueros que pudieran conocerla. Nos condujeron al Bar Huallaga, un almacén de campo a 12 kilómetros en el camino a Lima, donde conocimos a don Fidel Mosombite, un hombre tranquilo e intenso cuya casa y chacra —un terreno en plena selva que había sido desmontada, en el que ahora cultivaban alimentos de subsistencia— estaban cerca. Cuando bajamos del ómnibus nos llamó la atención la escena que se desarrollaba a la entrada del Bar. Un hombre borracho se puso de pie hablando fuerte e incoherentemente; nos dio la bienvenida y alababa a su amigo y maestro, que estaba sentado a corta distancia. «Somos una sola sangre», decía. «El maestro me devolvió la vida. En Chiclayo, mi hogar, el ayahuasca no me produjo visiones, pero este hombre…» Y siguió, pero me resultaba muy difícil entenderlo.
El hombre que habíamos venido a ver no decía nada, pero ocasionalmente afirmaba con la cabeza, tenía un aire calmo de indiferencia y desdén por la bebida. Parecía estar cerca de los cuarenta años, tenía una constitución fuerte, y ojos muy oscuros que parecían todo pupilas. Mi impresión general fue la de un hombre inteligente y controlado, sin teatralidad ni artificio. El hombre de mayor edad y borracho habló sobre los viajes con ayahuasca que el señor Mosombite había realizado con médicos argentinos y otros extranjeros. Mencionó la diferencia de brebajes en diversos lugares del Perú y le pregunté sobre la necesidad de chacruna como parte del brebaje para producir visiones. El señor Mosombite confirmó la idea. Chacruna es el nombre local de la especie Psychotria, cuya forma P. viridis con el contenido de DMT potencia intensas alucinaciones en combinación con la harmina y otras beta-carbolinas.
La conversación se prolongaba y gradualmente tuvimos la impresión de que allí había alguien cuya atmósfera parecía correcta para el misterio que él decía entender. Yo meditaba que esta persona, viviendo en la periferia de la actividad de Pucallpa y con el aspecto de un intelectual de profesión, respetado por sus pares, ofrecía el perfil típico del chamán. Dejamos el bar y nos dirigimos junto con el ayahuasquero a la casa de la vieja vendedora de hierbas en cuyo puesto del mercado de Pucallpa nos habían dado indicaciones para encontrar al señor Mosombite. Mientras caminábamos él discutía las plantas que veíamos: «las especialidades de la vieja herbalista» que las cultivaba en la vecindad de su casa. En el costado de la vivienda de la mujer había un cobertizo construido con tablas, el lugar donde nos dijeron se tomaba el ayahuasca los sábados por la noche. No era muy distinto de cualquier pequeña iglesia o escuela en la selva —en efecto, era ambas cosas—. Conversamos largamente con el ayahuasquero y la vieja dueña de casa. Pasamos la noche y dormimos en el auditorio rodeados por los sonidos campesinos, los de la selva y el paso ocasional de los camiones por la carretera. Por invitación del señor Mosombite decidimos volver para tomar el ayahuasca con el grupo. El acento en las visiones me llevaba a esperar que nos acercáramos a las experiencias que habíamos venido a buscar al Perú. El sentimiento, entonces, puesto que recientemente habíamos tenido tantos disgustos, era de gran expectativa teñida con el nerviosismo que acompaña a todo desafío alucinógeno. Si todo marchaba bien permaneceríamos con este círculo de gente y trataríamos de recoger toda la información posible. Tal era nuestra firme intención.
Finalmente llegó la noche cuando en la casa de la herbalista y en la compañía de don Fidel y otro chamán, su sobrino, hicimos nuestra primera experiencia con ayahuasca. Llegamos al lugar al final de la tarde, nos relajamos y conversamos hasta las ocho de la noche cuando se hizo completamente de noche. Entonces el chamán fumó una pipa de tabaco de construcción inusual, soplando el hurto a través de los dientes, en una botella de vidrio marrón —de un litro— que contenía el ayahuasca. Se pasaba la botella de mano en mano y nos aseguraron que nos sentiríamos enfermos dentro de la media hora. Pero más allá de un ligero malestar, no tuvimos problemas estomacales. Nos alababan por tener cuerpos tan limpios que podíamos aguantar el ayahuasca. Don Fidel y el viejo que estaba con él cuando lo encontramos vomitaron, el viejo alrededor de media hora después de tomarlo y don Fidel muchas horas más tarde. A la media hora yo sentí que me deslizaba en un estado de adormecimiento somnoliento. Mis sentidos estaban alerta y me sentía bien y confortable en el extraño y desacostumbrado ambiente. Unos diez minutos después comenzó el canto, entretejiendo paredes de sonido por las que el cantor conducía y desarrollaba las alucinaciones. Conforme éramos transportados por el canto, a veces en quechua, otras en español, a veces canto monotonal, pasaban las horas.
Mi humor cambiaba de la aprensión a un poderoso psicodélico desconocido para mí a la frustración porque la dosis fuera aparentemente insuficiente para desencadenar la anticipada marea de visiones. En una pausa del canto discutimos nuestros similares estados mentales con los maestros. Comentamos la dificultad del primer «vuelo», las diferencias de dietas o los químicos venenosos que pueden interferir con la purga. Don Fidel nos interrogó sobre nuestro uso de drogas. ¿Conocíamos la marihuana? Le describimos nuestra devoción a la cannabis y a los hongos y obtuvimos sus alabanzas por el hábito de tomar sólo los productos naturales. Bebimos otra vez el ayahuasca. ´´Él sugirió que tal vez nos convenía fumar marihuana porque nos ayudaría como el tabaco le ayudaba a él para concentrar. Por lo tanto, un momento más tarde yo saqué el polen de Oaxaca y lo pasé alrededor. Don Fidel se abstuvo, su sobrino don José lo probó y, con lágrimas en los ojos opinó que era muy «fuerte». Apagamos la luz y nuevamente las paredes inducidas por el canto nos envolvieron. Horas después del comienzo del viaje, mi mente, relajada por el sabor familiar de cannabis, flotaba en el espacio lleno de alucinaciones. El efecto sinérgico de fumar cannabis es aparentemente necesario para la irrupción de las profundas visiones de imágenes cuando se toman dosis bajas de ayahuasca, como sucede también con otros alucinógenos. El canto mostraba el medio a través de la ondulante hipnagogia. Deliré y me deslicé como un pez nadando una danza en espiral en un mar de imágenes triptamínicas, lo mundano y lo inimaginable se amontonaban compitiendo por mi atención.
Es gracioso relatar un momento entre los muchos de aquella primera noche de ayahuasca. En la casi total oscuridad del lugar de reunión, el canto se puntuaba periódicamente por un ruido seco como de expulsión de aire. En un momento escuché un soplo y algo que me hizo cosquillas en la mano derecha. Miré y distinguí la sensación táctil y visual de un círculo de luz hormigueante. Toqué el centro pensando encontrar una astilla, me vino a la mente el pensamiento del curare, desencadené cierta alarma de la que salí fácilmente. Pero la sensación permanecía y crecía: un círculo giratorio de una fina lámina incandescente en la oscuridad, que se agrandaba y luego decrecía y se borraba. Por supuesto fue una visión, pero no es imposible que la sensación inicial fuera causada por algo como un tsentsek, un portador de poder psicofísico movido por el deseo y posiblemente por la respiración del chamán.
Don Fidel y su sobrino son chamanes que conocen los vegetales psicodélicos y los usan como un medio de explorar y comprender los mecanismos de la mente. Particularmente don Fidel no parece ser elitista ni desea que sus conocimientos no queden claros. Ambos chamanes contestaban todas nuestras preguntas sin reticencias. «¿Dónde se encuentra la planta salvaje del viejo ayahuasca en la selva?» «En el kilómetro 29 y 32», fue su respuesta abierta. «¿Qué otras sustancias usan como coadyuvantes además de chacruna?» Don José reconoció mi descripción de Diploteris cabrerana. Él no la llamaba oco-yagé pero la conocía como puca huasca y dijo que trataría de conseguirla. Le inquietaba que nuestras visiones no fueran claras y definidas. «Nosotros debemos concentrarnos en Jesucristo», decía. «Concéntrate en la fecunda piedra blanca llena de luz». Él conocía una mujer en Yarina Cocha que tenía puca huasca, una planta que después exploraremos para aprender a curar.
Los cantos continuaron por muchas horas, cantos que declamaban las percepciones del chamán de que nosotros, como ellos, éramos gente fuerte y sana, aptos para tomar ayahuasca. Había cantos para personas ausentes que tenían problemas. Un canto para que a una joven presente se le borraran los oscuros efectos de algún acto dudoso pero inespecífico. Cantos de la marihuana, de otras plantas curativas. Cantos de oración, invocación, plegaria. Había cantos que pedían al Señor que moviera los corazones de los pacientes para que pagaran sus deudas; esto último de parte de don José, el sobrino.
Nosotros pagamos 300 soles o sea seis dólares por los cantos de los médicos con el ayahuasca incluido. En Yarina Cocha, el ayahuasca en bruto se paga a 250 soles y el chacruna 150 soles el kilo. Nos alegraba desviar el dinero de los sobreprecios del alojamiento en Pucallpa hacia los campesinos. Ellos entendían nuestra sinceridad. Existía un sentimiento compartido de acercamiento y entendimiento. «La comprensión que viene del entendimiento» era una frase que escuché muchas veces en mi mente esa noche del primer ayahuasca. Es una descripción del conocimiento elevado que producen los psicodélicos vegetales. Es estar dentro de las cosas pero de alguna manera más allá de ellas, una reducción fantasmal que trasciende sujeto y objeto. El modo de comprensión del ayahuasca se abría delante de nosotros. Aunque esa noche sólo rozamos superficialmente el poder de la droga, después de que pude relajarme sentí que, con suficientes oportunidades, seriamos capaces, eventualmente, de penetrar en profundidad el camino del misterio.
Al día siguiente coleccionaríamos otras plantas medicinales y el sábado, dos días más tarde, sacaríamos las fotografías de todas las etapas de la preparación de una nueva remesa de ayahuasca, y por la noche haríamos un nuevo viaje. Se avizoraban una serie de posibilidades. Esperábamos poder hacer la peregrinación para ver una planta abuela salvaje en la selva. Intentaríamos recoger sustancias coadyuvantes. El chamán decía estar familiarizado con el uso de hongos, aunque prefería el ayahuasca. ¿Será el uso de hongos con psilocibina popular y tradicional en la región de Pucallpa? ¿Es una noción aprendida recientemente de viajeros familiarizados con el uso que hacen los indios mexicanos del hongo? ¿Cuánto hace que se consume en el Perú? ¿Es posible que sea anterior a la introducción de Stropharia en el Nuevo Mundo? ¿Es posible que sea anterior a la Conquista? Si fuera así, es la primera vez que se sabe que puede haber hongos de psilocibina en América del Sur o en cualquier lugar fuera de México. Son cuestiones fascinantes y existe la posibilidad de encontrar respuestas. Hay muchas experiencias que realizar y muchísimo trabajo por delante, pero encontramos el sendero del ayahuasca y siendo aptos para seguirlo nos llena el entusiasmo de lo que hay que aprender y ver en las próximas semanas. Nuestro trabajo consistía en afinar nuestro poder de observación para aprovechar las oportunidades de la mejor manera posible.
Pucallpa es mucho más un puesto selvático de frontera que Iquitos. Iquitos tiene una gran población mestiza mientras que Pucallpa es una ciudad construida por indígenas como su centro poblacional. Tales razones explican el florecimiento de las costumbres folklóricas y de la selva en condiciones rurales y urbanas modernas. La curación por el ayahuasca está profundamente enraizada y es muy respetada en la cultura mestiza. Florece en tales grupos y es seguida de manera inteligente y experta por quienes conocen y preservan el antiguo culto ayahuasca del Nuevo Mundo.
Es posible que el complejo yagé / ayahuasca de América del Sur sea el culto psicodélico más extendido del mundo. Desde Panamá hasta Bolivia, de la costa del Pacífico hasta la profundidad del Brasil, regularmente se buscan estas visiones en las cuales el practicante individual basa su reputación en la calidad de sus brebajes, cantos y curas. Como todas las prácticas chamánicas es un culto muy ligado a las características personales individuales. Por tales razones el simple análisis de laboratorio de la muestra de drogas no disipa el aire de misterio real que rodea al ayahuasca.
El ayahuasca es tan bueno como lo permite la meticulosidad y exigencia de quien lo prepara. La cultura del Perú rural enfrenta un pasado destrozado y un futuro turbulento. El destino del misterio del ayahuasca cuelga trémulo del equilibrio a nivel comunitario de una cultura que trata de decidir si reprime o fortalece la institución del chamanismo alucinogénico.
Comprender realmente el ayahuasca exigiría años, porque hay tantas formas del mismo como variedades de Banisteriopsis, más las de los coadyuvantes. Tendrían que ser sistemáticamente estudiadas las variaciones locales de los ingredientes y los procedimientos. Es una tarea importante reservada para quienes quisieran ordenar un capitulo particularmente desordenado de la etnofarmacología. Mi propio interés es el estado visionario y la dimensión del contacto per se. Quiero investigar estos compuestos como un medio para tal fin. Para ello los alucinógenos triptamínicos siguen siendo la herramienta de investigación más efectiva e impresionante que conozco. Con ellos uno puede encontrarse en medio de un centro de energías que están a mano pero son normalmente invisibles, pura imagen e imaginación sin perturbaciones ni limitaciones. Las alucinaciones no se reducen a visiones de un tipo, color o tono. Son modalidades tan abiertas, literalmente, como es posible imaginar.
La cualidad que movió nuestra asociación con don Fidel era, en su mejor aspecto, un sentido mutuo del compañerismo de los colegas. Él era reverente con la faz del misterio natural que la sustancia revelaba, y entendía que la base operativa de la experiencia era bioquímica y estaba sujeta a la manipulación y tenía que ser revalidada por la formulación teórica y la participación colectiva. Los ayahuasqueros son verdaderos técnicos de la sacralidad psicodélica. Su acercamiento —por una respetuosa autoexperimentación y la acumulación de un conjunto de técnicas experimentadas como verdaderas— no es diferente del mío. Cualquier abordaje que excluya estas condiciones se ubicará muy lejos del tema para que la descripción resulte útil. Por eso a veces los antropólogos se desorientan. Tenemos que admitir que no sabemos más que otras culturas sobre la topología del inconsciente colectivo. Nadie puede saber más de esta materia que lo que una persona sincera decida llegar a saber, cualesquiera sean sus antecedentes. Las personalidades chamánicas son las almas exploradoras que se levantan sobre el nivel medio y profesan un conjunto de valores universales. Ellos exploran las aguas profundas del ser colectivo, muestran el caminó y acercarse a ellos es acercarse a los límites últimos. El chamanismo en el Perú es similar a lo que fue la alquimia en Europa, porque utiliza la implicación del psiquismo en la materia, pero la alquimia europea quedó atrapada en la fascinación con los metales y los elementos purificados. En cambio el chamanismo psicodélico felizmente centra su atención en la materia viva, específicamente en las plantas en que se encuentran los alcaloides y otros constituyentes biodinámicos que congenian con el sistema nervioso de los primates. La planta es el ayahuasca y su alquimia, la alquimia de la selva, es una inmensa panacea para quienes la usan con regularidad.
Con la esperanza de observar el cocimiento de una partida de ayahuasca habíamos combinado encontrar a don Fidel en su casa, una mañana temprano. Aunque nos retrasamos una hora, por razones poco claras él expresó sorpresa de que hubiéramos llegado tan temprano. «De todos modos no conseguimos chacruna y por eso no podremos preparar el cocimiento», nos dijo. No fue brusco y aparentemente se mantendría la sesión de ayahuasca de esa noche, con el brebaje preparado antes, porque éste puede conservarse seis meses. La enredadera se mantiene viva enterrada en arena mojada. Don Fidel nos mostró una rama arenosa llena de brotes, que su hijo desenterró ahí cerca. Le preguntamos sobre puca huasca, que nosotros asumíamos era Diploteris cabrerana, y nos inquietamos cuando él descartó la suposición diciendo que se trataba de «comida para perros». Cuando le preguntamos por qué, nos dijo que era «muy rara» y que «no era buena para cristianos». Cuando se la habíamos mencionado a don José, él sólo había dicho que conocía a una mujer de Yarina que podía conseguirlo. ¿Podría haber sido Juana Gonzales Orbi? Cuando se lo preguntamos, don José estuvo de acuerdo con don Fidel en que puca huasca (D. cabrerana) es demasiado fuerte para usarla como remedio. También él la llamó «comida de perro», pero resultó poco claro si lo decía como expresión de desagrado o se trataba de la creencia local sobre la planta.
Mi actitud hacia lo que buscábamos y todavía tratamos de encontrar es detectivesca. Simplemente tenemos que trabajar a lo largo de cada pista, cada posibilidad, separando el trigo de la paja. ¿Refleja esta escena rural sobre el ayahuasca-curanderismo la presencia de practicantes que comprenden verdaderamente, controlan y viajan hasta el límite del mundo, el chamanismo clásico sobre cuya existencia se insiste, y cuyos parámetros tratamos de definir? Una conclusión posible e inesperada de nuestro viaje al Perú, que ahora me resulta clara, es que, mientras podemos descubrir y aun penetrar en cierto grado los sistemas rurales de curanderismo psicodélico, nos resultará muy difícil encontrar gente que vea más allá del poder curador para preguntarse cuál es básicamente el significado de las visiones generalmente inducidas por el alucinógeno. Los tomadores de ayahuasca observan otros mundos en el espacio y el tiempo en sus visiones, pero ellos sienten un tipo de compromiso distinto en la comprensión de lo que significa o en probar el afianzamiento de su fe. En el borde de lo real, donde las intensas visiones que causa el DMT ocurren, es difícil para la personalidad del chamán no sentirse disuelto en una reacción más primitiva de miedo o de respeto. El chamán curandero no buscará las experiencias en paisajes titánicos y la búsqueda del chamán explorador debe progresar con suavidad, probando el equipo epistemológico a cada paso. Este es difícil de encontrar, porque tales personas siguen alguna teoría y las teorías, particularmente las que tratan lo misterioso, no viajan bien de uno a otro idioma.
Me queda por concluir que tenemos que seguir siendo nuestros propios guías en esas todavía elusivas dimensiones, más inexploradas de lo que previamente nos habíamos imaginado. Yo he seguido esto por años, puesto que cada esfuerzo para encontrar una tradición preexistente que tuviera un sentido total de la dimensión chamánica ha sido menos que exitosa. Puede ser que la posesión de sustancias químicas puras en combinación con plantas recolectadas disponibles y los datos etnográficos coleccionados nos coloquen en mejor posición para ganar un sentido general de la importancia de las visiones psicodélicas que lo que pueda conseguirse de otro informante particular, aunque circunscripto necesariamente a lo limitado del acceso individual. Lo que realmente quiero saber es si está uno solo al borde del misterio o si existe una tradición de las hiperdimensiones del conocimiento. Si fuera verdad esto último, ¿qué pasa con quien es admitido a los misterios?
Una cálida y húmeda tarde ecuatorial nos encontró aguardando con anticipación nuestra segunda oportunidad. Nos habíamos mudado a la casa de la mujer en la cual habíamos tenido la sesión inicial. Dado lo precario de nuestros fondos, estábamos contentos de aceptar la vivienda y escapar de los elevados precios de Pucallpa. La hospitalidad de la gente era ilimitada, pero el calor y los insectos, sobre los que no teníamos ningún poder, nos desgastaban.
La sesión regular de ayahuasca de la noche del sábado se suspendió porque nuestros amigos no pudieron conseguir chacruna, la mixtura de Psychotria que se añadía al brebaje. Esto produjo mucho disgusto entre la gente, algunos de los cuales habían venido de Lima en ómnibus. La conversación que sucedió al hecho llevó a la opinión de que podía obtenerse chacruna que crecía y podía traerse del kilómetro 29, la misma zona en que don José nos había indicado crecían las muy antiguas y no cultivadas trepadoras Banisteriopsis caapi. Decidimos ir allá.
Pasamos un día buscando la planta. Tomamos un ómnibus hasta kilómetro 34 y arreglamos para comprar una cantidad importante para el domingo siguiente. Entonces, con la esperanza de conseguir una pequeña provisión que nos permitiera llegar hasta entonces, caminamos seis kilómetros fuera de la ruta, por el camino a Nueva Requena hasta la casa de don Juan, el tío de don Fidel. Este ocupaba la posición de mayor con respecto a don Fidel como pasaba con éste en relación a don José. En la casa de don Juan nos mostraron y nos permitieron fotografiar varias plantas pequeñas de chacruna que crecían lentamente. Habían nacido de brotes y no parecían muy fuertes, puede ser que debido a que estaban en terreno seco y dicen que crecen mejor en tierra pantanosa. Don Juan posó también junto a un gran tronco de ayahuasca, casi tan alto como él mismo. Lo habían cortado en la selva a cierta distancia de su casa. Son preferibles las plantas viejas y salvajes.
Después de que dejamos a don Juan y paramos para tomar una cerveza en el Bar Huallaga, don Fidel habló de una serie de temas como el pecado del aborto, las relaciones de ciertos curanderos con Dios y de algunos con el diablo. Mantenía una especie de visión maniquea de lo bueno y lo malo en que el mundo es una mezcla de cosas, algunas de las cuales pertenecen a Dios y otras al diablo. El hombre tiene dos cuerpos, uno visible y asociado con lo físico y otro invisible asociado con la mente y el pensamiento. Este segundo cuerpo no es destruido por la muerte y es la parte del chamán que cura y ve. Es curioso cuán cercana es esta cosmovisión a la del Corpus Hermeticum.
Una mañana, después de dormir bien, partimos hacia Yarina, con la esperanza de ver a don José preparando ayahuasca. Lo encontramos instalado en compañía de dos damas que eran sus pacientes. Posiblemente estaban fumando marihuana cuando llegamos porque se produjo un leve revuelo que el mono de don José observaba sin descanso. El ayahuasca hervía a fuego lento en un cobertizo cercano.
Don José nos dio algunas hojas de chacruna que había conseguido para que se las diéramos a don Fidel y entonces conocimos por fin las hojas maduras de la planta. Resultaba clara su naturaleza rubiácea y las bayas tenían tres dieciseisavos de pulgada de diámetro y eran de color verde cera, se ajustaban a la descripción de Schultes. Obtuvimos algunos especímenes de muestra. Don José nos hizo notar una característica que él consideraba única de la planta: una doble línea de brotes o nódulos merestigmáticos que sobresalían en la cara inferior de cada hoja. Puede ser que esto no se haya descripto antes.
Los hechos siempre se subrayaban con discusiones cuando tratábamos con don Fidel. Ese día estaba colmado de cosmología y metáforas. Discutimos sobre puca huasca y aprendí que no todas las visiones son humanas. Algunas que no tienen sentido para el hombre están hechas para los animales. Puca huasca es portadora de visiones comprendidas por los perros. Aunque parecía estar tirándonos de la lengua, el hecho de que evitara el D.cabrerana era curioso. Mientras tanto prosperaba el mercado de chacruna —un kilo costaba 250 soles—. Aparentemente crece bien en tierras húmedas y bajas y el que la tiene la vende a los ayahuasqueros a un precio afortunado.
En la misma excursión a Yarina extremamos la búsqueda de Juana Gonzales Orbi. La buscamos en la parte de Yarina donde nos dijeron antes que vivía pero no la encontramos, había permanecido afuera varios meses y no la esperaban pronto. Hablamos con un hermano suyo de edad mediana, quien nos dijo que ahora practicaba en Tingo María y viajaba entre Lima y ese pueblo. Parecía que no la encontraríamos en este viaje.
El 7 de abril hicimos otra prueba con ayahuasca en lo de don José. De nuevo, mientras se incrementaba el potencial psicodélico no se presentaban las visiones profundas. Varios participantes protestaron por la debilidad de la concentración del brebaje. Esta sesión determinó que no continuáramos en trato con él porque parecía incapaz de preparar un brebaje de suficiente potencia aun teniendo los elementos tradicionales y las recetas. Representaba la tradición viciada. El éxito económico o más bien la búsqueda del mismo había hecho que olvidara lo básico. El ayahuasca depende en gran parte del ritmo parejo y lento de la preparación. Don José es una persona de manotones y por eso la purga es sin purga, conforme dice don Fidel. Este opina que cuando se prepara correctamente no hay dificultad en dejarla. Nosotros estábamos ansiosos por probar la preparación de don Juan. Una prueba de sabor nos hizo pensar que era mucho más fuerte que todo lo que habíamos probado hasta entonces.
Definitivamente nos acercábamos a don Fidel y su tío y nos alejábamos de don José que era joven, ansioso y «ambicioso» según decía el tío. Don José se fue a Lima para realizar algunas diligencias y eventualmente desapareció con naturalidad, como Juana. Quedamos con los ayahuasqueros mayores y más pobres que habíamos conocido. Ambos, don Fidel y don Juan nos daban sensación de solidez y confiabilidad. Realmente aún teníamos que conocer a don Juan, que en la primer visita nos había mostrado ayahuasca cosechada y arbustos de chacruna. Con don Fidel teníamos langas conversaciones exploratorias. Él piensa que su vecindad se transforma y vive en «un paraíso terreno» y el sendero de barro que lleva a su casa es «el camino que Cristo caminó en la tierra». Él dice que lleva una vida limpia y que puede curar porque tiene el don. Le interesa el cuerpo invisible que persiste después de la muerte y que es el vehículo mental del viaje con ayahuasca. Es una idea que yo asimilo a la noción moderna del objeto volador no identificado (OVNI).
Pasamos un día en casa de don Fidel observando y tomado fotografías del modo en que preparaba el ayahuasca. Chacruna se coloca en el fondo de una olla de metal enlozado de dos galones y se cubre con pedazos de ayahuasca que ha sido desmenuzada por acción de un mazo de madera contra una losa. Los tallos aplastados, algunos de dos pulgadas de diámetro se colocan en capas hasta llenar la olla. Entonces se cubre el material con agua y se hierve, a fuego mediano hasta que el agua se reduzca a la mitad. Después de esto se remueve la parte vegetal y el líquido remanente, alrededor de un litro y medio, se coloca en una olla más pequeña para que se enfríe. Ahora la olla grande, vacía, se vuelve a llenar con otra carga de los mismos materiales: chacruna, ayahuasca y agua y se hace hervir de la misma manera y se reduce del mismo modo. Las dos fracciones líquidas se juntan en la olla enlozada y se mantienen hirviendo hasta que se reduzcan a un litro aproximadamente de una substancia parecida al café con leche. Algunas veces el ayahuasca se refina a una pasta. El color del brebaje preparado por don Fidel es el doble de oscuro que la bebida preparada por don José.
Kat y yo nos dimos cuenta un día de abril que estábamos enfermos con salmonella. Nuestra esperanza era que nuestros intestinos aguantaran a que hiciéramos justicia al ayahuasca que habíamos visto preparar el día anterior en casa de don Fidel. Puesto que el color era el doble mi esperanza era que el efecto también lo fuera. Arreglamos para que nos reservaran dos litros pues esperábamos que los análisis de estas muestras y las de cada brebaje que habíamos guardado nos permitieran después de volver a los Estados Unidos tener una idea lo más próxima posible al ideal etnofarmacológico. A pesar de nuestras dos ambiguas experiencias, yo esperaba poder encontrar una fuerte dimensión psicodélica en la próxima.
Mientras don Fidel trabajaba en la preparación, vino a verlo un hombre por una consulta médica. Cuando el tema giró al ayahuasca el hombre dijo que la había tomado y no había «visto nada». Como se considera reconstituyente además de alucinógeno, ver visiones parece ser un regalo complementario para muchos que la toman, mientras que para nosotros las alucinaciones son el sine qua non.
Los factores que nos habían impedido experimentar los efectos pueden haber sido menores: las dosis insuficientes o nuestra propia resistencia inconsciente por no querer dejar que nuestra vulnerabilidad psíquica en libertad llegara a la intoxicación salvaje en un cuarto lleno de gente desconocida. Yo me inclinaba por la idea de que la dosis era insuficiente, lo que más tarde pareció verdad.
Tomamos ayahuasca cinco veces con los chamanes de Pucallpa, la tercera vez con la preparación de don Fidel que él mismo distribuyó. A Kat y a Richard les hizo efecto profundo, alcanzando la embriaguez psicodélica. Era un testimonio de que el cocimiento era activo. En cambio yo, pasé una pegajosa noche de calor meditando en el umbral de una intensa experiencia psicodélica. Debido al control de los chamanes es muy difícil para una persona de gran estatura conseguir una dosis efectiva. No hay nada que hacer en tal situación, pero resultaba irónico convertirme en espectador involuntario de la experiencia en la que yo había esperado participar y para la cual había venido tan lejos.
Al día siguiente fuimos con don Fidel a kilómetro 29 para recolectar ayahuasca, con la esperanza de conseguir especímenes de muestra de las plantas que entraban en la cocción. Encontramos ayahuasca —una gran planta—; varias lianas se trenzaban en cuerdas de ocho pulgadas de diámetro, que habían sido trágicamente dañadas. Alguien había hecho un tajo de machete a unos tres metros de altura, sacando la parte cercana al suelo y dejando secar la parte aérea, lo que significaba una pérdida de centenares de libras de ayahuasca. Sin embargo conseguimos llenar una bolsa de arpillera con este material de calidad inferior. Habíamos encontrado la antigua Banisteriopsis, pero vandalizada.
A causa del tamaño y las condiciones de crecimiento de la planta es muy difícil introducir el cultivo en nuevas áreas o inclusive conservarla en aquellas en las que es nativa. Debido a que es necesaria tanta biomasa para la preparación del brebaje, las especies de Banisteriopsis son muy susceptibles al corte abusivo y suelen escasear. Estas enormes viejas trepadoras se están volviendo escasas en las zonas que rodean los centros poblados y quienes las usan deben inevitablemente buscarlas en zonas cada vez más alejadas, lo que presagia que un día serán tan escasas que el culto del ayahuasca se verá amenazado con la desaparición.
Muchos informes antiguos sobre la incierta efectividad del ayahuasca, se deben, creo, al elevado peso de los exploradores en relación con el peso corporal de quienes los hospedaban. De los brebajes que tomamos sólo el preparado por don Fidel fue verdaderamente efectivo. Todos los preparados de calidad inferior eran líquidos opacos que parecían café con mucha leche, que no se aclaraban, en tanto que el preparado por don Fidel era un líquido de rico color de café, que se asentaba después de un día de reposo tomando un color de té oscuro o ámbar. ¿Cómo podían tener tan distintos aspectos cuando el método de preparación parecía tan directo y simple? Pienso que debido a que se vende por botella, los preparadores son descuidados en el trabajo. No hierven suficientemente el exceso de agua para su evaporación lo que no permite una concentración efectiva. La preparación correcta del ayahuasca puede ser un arte agonizante.
Lo que vemos es una tradición progresivamente viciada y estéril. La gente prepara y toma ayahuasca con regularidad, pero en raras oportunidades se prepara con suficiente cuidado y concentración para que permita que algunos entren en trance con las dosis suministradas en una reunión con curanderos. Por eso hay una historia de quejas exageradas y efectividad mínima. Todas estas dificultades son mayores para individuos de peso corporal superior. Como consecuencia, los extraños dan descripciones muy diferentes sobre los efectos que produce.
Los misterios se producen aun a nivel doméstico. Una tarde de sábado llegó don Juan con la intención de compartir con nosotros la botella de ayahuasca que le habíamos pagado para que preparara y que se utilizara como una reserva en la última sesión que habíamos tenido con el preparado de don Fidel. Nadie había visto la botella desde entonces y se suponía que don Fidel la había llevado a su casa, pero no era así. Las sospechas recayeron en el sobrino, don José, quien había caído a la sesión, tarde, descuidadamente, cantando mal, contra el ritmo de los demás y se alejó temprano en la mañana sin cruzar una palabra con nadie. Don Juan estaba convencido de que el sobrino había robado la botella. Enfrentó a don Fidel diciéndole que compartir la práctica con el sobrino había sido un error, pero don Fidel oponía resistencias a dejarlo fuera de las sesiones de ayahuasca. El destino de la botella quedó en la oscuridad pero no nos libró tampoco de la presencia del sobrino.
Don Juan terminó de relatamos su visita a don Fidel y convinimos que el próximo viernes, que sería el Viernes Santo, compartiríamos la botella que él iba a preparar. Naturalmente quedamos de acuerdo, puesto que siempre aprovechábamos toda oportunidad que se nos presentara para tomar la bebida. Kat estaba ansiosa de realizar la experiencia y yo, aunque sin albergar particulares expectativas, todavía esperaba poder experimentar a fondo los efectos del ayahuasca antes de partir.
En casa de don Fidel preparamos dos kilos de miel concentrada de ayahuasca para llevar con nosotros a los Estados Unidos. Este proyecto nos tomó la mayor parte de tres días. Don Fidel preparó tres enormes ollas, que hirvieron tres horas, se drenaron y se combinaron para reducirlas a dos litros. Al finalizar, teníamos un material del que más tarde aprenderíamos que eran suficientes dos cucharadas para alcanzar visiones. Mi propio punto de vista mejoró a lo largo del proceso, porque estaba entonces aliviado del brote de salmonelosis que me había dejado debilitado y flojo.
En ese momento, algo más tranquilo entre ataques de enfermedad y de toma de ayahuasca, evalué lo que habíamos conseguido. Nos habían aceptado en un círculo de tomadores de ayahuasca y habíamos hecho bastantes pruebas para saber que la efectividad del brebaje depende del cuidado puesto en la preparación y del conocimiento y personalidad del chamán-químico. La persona que mejor trabajaba era aquella a la cual estábamos más ligados. Él no parecía ocultar nada en materia de localización e identificación de las plantas o de la confección de la bebida. Para él el corazón de la ciencia yacía en los misterios de los cantos y las curas y sobre estas materias éramos totalmente ignorantes. Pero estábamos en libertad de regresar y aprender tanto como deseáramos. Don Fidel conoce bien el modo correcto de preparar ayahuasca y esto es hoy, en sí mismo, un gran secreto. Sin duda sabe mucho más que podríamos compartir en el tiempo.
Aun en ese momento, sin haber experimentado en totalidad los efectos del ayahuasca, había cosas que la hacían notable y distinta de todos los otros alucinógenos. Entre otras características, es moderadamente anestésica, por lo que no se acompaña de desasosiego o de energía que asciende por la columna. Más bien, las visiones aparecen sin acompañamiento de efectos somáticos. Generalmente, excepto por el vómito que a veces desencadena, su efecto es muy suave, con una placentera desaparición progresiva que deja al individuo fortalecido en lugar de exhausto. La acción inicial es semejante a la del DMT; más tarde produce las visiones prolongadas y coherentes que le han dado fama. Esta experiencia curativa, las amplias visiones y la comunicación a distancia hicieron legendario al ayahuasca.
Don Fidel nos dijo, en esencia, que tendríamos que usar bien los viajes que había puesto a nuestra disposición. Si después de treinta o más, éramos conducidos a un lugar donde quisiéramos aprender más, tendríamos que volver allá. Fue muy sabio de su parte exhortamos a explorar el ayahuasca contra el fondo de nuestra propia cultura y de nuestras expectativas. Por muy interesantes que hubieran sido las actuaciones chamánicas que habíamos presenciado sólo podíamos presenciarlas en condición de testigos; pero la comprensión real del ayahuasca sólo podía producirse a través de la participación, lo que puede darse solamente por la observación repetida en un ambiente familiar y en libertad de usar dosis, ambientes y otros parámetros seleccionados.
Don Fidel terminó la preparación de la gran cantidad de material que habíamos contratado. Hicimos las reservaciones para volver a California, cerrando de ese modo el período de exploración de campo del fenómeno del ayahuasca. Una vez en California seríamos capaces de examinar los efectos del brebaje lejos de las condiciones de su ambiente natural y en medio de nuestro ambiente natural. Los puristas pueden encontrar objetable esta técnica, pero varios ataques de salmonelosis y otras fiebres endémicas de la selva peruana habían debilitado nuestra salud. Estas cosas son inevitables cuando uno comparte las condiciones de vida comunes de la zona y no tiene la resistencia adquirida por la exposición permanente a esas enfermedades. En ese aspecto las condiciones de la vida regular en el Perú eran entonces tan malas, según mi recuerdo, como las que yo había encontrado en Nepal en 1969. Don Fidel parecía estar de acuerdo con nuestra decisión de partir. Sabía que seríamos más capaces de medir la importancia personal del ayahuasca después de que hubiéramos hecho quince o veinte viajes en medio del flujo y estructura normales de nuestra vida.
Había muchas personas alrededor que sentían menos simpatía por los «gringos» que don Fidel. Él había alcanzado un elevado nivel de humanismo en su trato con la gente. Nos invitó a volver y se permitió mostrarse orgulloso de brebajes fuertes y extraños que él sabía cómo preparar. Los escasos detalles que pudieran conocerse sobre éstos exigían el conocimiento de drogas desconocidas y resultaban tentadores e inalcanzables. «La próxima vez —decía don Fidel—, cuando estés familiarizado con el ayahuasca y vengas con el grabador».
Nosotros habíamos esperado poder duplicar el volumen de ayahuasca a partir de las plantas de Banisteriopsis que teníamos bajo cultivo en California. Pero si, como sostienen los ayahuasqueros, las plantas necesitan por lo menos cinco años para producir el efecto esperado, resultaba ingenuo considerarlo. Probablemente sólo la duplicación sintética del compuesto de ayahuasca con los porcentajes correctos de DMT y beta-carbolinas harán la experiencia posible fuera del área endémica.
Los alucinógenos le muestran a la psique humana imágenes holográficas de todas las partes de nuestra continuidad interior. Aunque la humanidad como un todo puede no ser capaz todavía de integrar estas imágenes, por experimentar las ondas evolutivas avanzadas, nuestro rol como investigadores es sumergimos en el conocimiento de las imágenes atemporales. Para los viajes profundos necesitamos espacio mental de gran claridad para contemplar la fuente del misterio. Este nos esquivó en el viaje al Perú; el viaje físicamente producía turbulencias que impedían esa claridad de la mente. En el Perú vivimos, vimos las plantas, encontramos la gente y compartimos las alegrías e incomodidades, pero no hicimos trabajo de campo. El trabajo de campo en nuestro caso significa experiencias de éxtasis psicodélico, el juego en los campos del Señor, la búsqueda de la dimensión chamánica donde el contacto con el Otro es posible.
Una vez de vuelta en lo familiar podríamos hacer comparaciones y distinciones con mayor claridad. Los alucinógenos son un conjunto limitado de compuestos, y por la adquisición de experiencia de los efectos de varios, es posible individualizar a cuál reacciona más el conjunto altamente individual de nuestro juego personal de receptores de droga. De ese modo lentamente podremos aprender el camino químico del conjunto de efectos que personalmente nos resulten más útiles y bellos. Obviamente esto no puede ser enseñado sino aprendido por la persistencia en tratar de definir el yo en la dimensión alucinógena. Probablemente no hay dos caminos iguales —distintas personas tienen métodos diferentes aun cuando usen la misma planta o sustancia—. Finalmente, es la persona y su lugar exclusivo en la naturaleza y el tiempo la que determina la profundidad de la visión conseguida. Muchos han tratado de encontrar la forma en que evolucionan los receptores especiales de personas o familias y por lo tanto las relaciones especiales con ciertas drogas botánicas. La elección de un aliado significa encontrar un medio fisiológicamente neutral de desencadenar repetidamente el estado extático de la mente en el que el contacto con la modalidad extraña es posible.
Anticipábamos algo especial para la reunión de la noche del Sábado Santo. Tanto don Fidel como don Juan traerían botellas y el sobrino no estaría presente. Iba a haber bastante ayahuasca para que cada uno pudiera tener una dosis suficiente. Sería también nuestra última oportunidad de tomar ayahuasca en su ambiente natural. La experiencia de aproximadamente diez días antes había dejado lugar a una calma expectante de cualquier cosa que resultara de esta última experiencia. Yo había renunciado a anticipar la satisfacción de las experiencias. Me preguntaba, casi como a alguien ajeno, si podríamos tener visiones antes de dejar Pucallpa.
Nuestra cuarta sesión con ayahuasca hizo aparecer algunas cosas más claras y otras menos. Kat y yo conseguimos sentir los efectos, aunque ella menos que la vez anterior. Mi inmersión alucinógena más profunda se produjo esa noche, una alucinación de campo total de un tipo como el fluir líquido de un color púrpura rojizo. Pocos minutos más tarde salí a tomar aire y para mi sorpresa, me sentí súbitamente enfermo. Creí que a esto lo seguiría una ola intensa de alucinaciones, pero no apareció nada tan fuerte como la ola púrpura. Yo estaba somáticamente ebrio. Le aseguré a don Fidel que me sentía muy bien y le resultó gratificante. Sin duda que el brebaje preparado por don Fidel permite que todos sientan el efecto a fondo en el caso de que puedan aumentar la dosis hasta la que sea necesaria para conectarse.
Esa noche yo vislumbré algunas cuestiones no explicables por el contexto social, la prefiguración de la idea de que hay una gran diferencia entre la coexistencia entre una planta que naturalmente es productora de alucinógenos y los alucinógenos preparados, aun cuando los últimos son compuestos con materiales provistos por las plantas locales. La droga misma, su forma natural, es un misterio, estabilizada en los componentes genéticos de la planta misma. La composición de los compuestos activos sigue siendo virtualmente la misma por miles de años, no la perturban ni la comprometen las emigraciones, epidemias u otras vicisitudes que ocasionalmente trastornan la sociedad de sus practicantes.
El caso de una droga de combinación difícil de preparar es diferente. Para que la tradición permanezca intacta el correcto conocimiento tiene que ser preservado y pasado de mano en mano. En tales casos las plantas mismas pierden parte de su misterio y ese misterio se transfiere a las personas que preparan y controlan el poder de la droga. De allí que se abra el acceso a un culto de la personalidad que interfiere entre el alucinógeno y el practicante. La eficacia de la preparación puede durar sólo el tiempo de vida del practicante y el misterio se vuelve una apariencia vacía si la droga no se prepara correctamente.
La imaginería de la noche era esparcida e incoherente, comparable a los efectos de una cantidad pequeña de mescalina. El ayahuasca me parecía un alucinógeno con menos de la autoorganizada calidad interna que caracteriza al hongo de la psilocibina, lo que parecía mostrar que la experiencia con psilocibina no es tanto autoexploración como encuentro con un Otro organizado. Yo no sé si se trata de una diferenciación que la mayor parte de la gente en mi situación haría o si mi prolongada e intensa relación con los hongos me ha llevado, casi sin darme cuenta, al desarrollo de una empatía tan profunda que la he convertido en otra personalidad —no una substancia química en absoluto—. Aunque estas cuestiones parecen girar en el eje de factores subjetivos, es importante contestarlas. Se relacionan con otra pregunta: si perseguimos un fenómeno únicamente personal y por lo tanto privado o hay una experiencia mental especial que se encuentra a gran profundidad en la experiencia psicodélica, la que es cualitativamente distinta y de verdad hiperdimensional.
El encuentro con el Otro parece ocurrir en agua muy profunda. Los chamanes, por lo menos los del ayahuasca no vacilan en llamar complejos demoníacos o del mal a tales poderes autónomos. El acercamiento de los chamanes al ayahuasca consiste básicamente en dosarse a sí mismos para alcanzar un grado ligeramente superior al umbral alucinatorio. Las formas más profundas y desorientadoras de intoxicación quedan fuera de las ceremonias que presenciamos, probablemente porque se trata de acontecimientos de carácter social y debe mantenerse cierto tipo de ambiente. Ciertamente se trata de estados extraños; no son meros fantasmas que se desplazan detrás de los párpados cerrados sino inmersiones completas en topológicas multicopias y experiencias potencialmente incomprensibles o pavorosas. Los individuos pueden sacar coraje de sí mismos y con audacia o atrevimiento explorar esa dimensión, pero aun cuando esos lugares son el corazón del chamanismo, son demasiado sobrenaturales y cargados de energía para resultar accesibles a través de la tradición. Tienen que ser personalmente descubiertos en la profundidad del alma psicodélicamente intoxicada. Casi requiere una mentalidad moderna —o enorme coraje— probar esta área sin titubear, porque es la roca basal poblada de demonios del ser.
Nuestro viaje al Perú y nuestras experiencias con ayahuasca me convencieron de que aun con nuestros modernos métodos científicos de análisis va a necesitarse coraje para entender todo lo que pueden mostrar estas plantas. Hemos llegado al punto donde tenemos que hacernos responsables de la dirección que tomamos y entonces seguirla solos sin la confortante ilusión de que lo que tratamos de definir es único o sin precedentes. Esto es el reino del caos en el que uno puede llegar tan lejos como la propia comprensión le indique. Cada uno de nosotros tenemos distinta capacidad de entendimiento y distintas fuerzas nos impulsan hacia el misterio o en dirección contraria; finalmente, cuando llegamos al borde de lo que cada uno conoce, entonces puede ser que hayamos llegado al punto donde empieza el contacto.
La novedad inmensa no es algo que esté guardado por una sociedad de chamanes que entiende lo que guarda. Más bien, todos los grupos que pretenden cierto conocimiento sobre algo, fingen. La ciencia y la religión son ficciones. Lo nuevo no está resguardado porque su dominio está en todas partes. Ejerce presión en el buscador a menudo de modo inoportuno cuando él está más lejos de los secretos de los que fingen poder. El poder del Otro es humilde y magnifico porque no puede doblarse ante los poderes del mundo y el sacerdocio se aleja de él. Es el «conocimiento desperdiciado» de los indios de Luis Senyo en la Baja California. Sólo se trata de ver y conocer. Informa a los benditos y mora con ellos. Es el Logos —la sabiduría, el principio del universo—, los contornos de la evolución de la Supermente de la humanidad proyectando la enorme ola de choque de su sombra sobre los siglos caóticos que preceden su levantamiento desde la noche cósmica de las esperanzas de los hombres para terminar la historia profana.
Bajo los efectos del ayahuasca yo me encontré a menudo reflexionando sobre la fenomenología del estado alucinatorio en general. Mientras la literatura dice que los efectos de las drogas alucinatorias duran horas, mi experiencia muestra que sólo los efectos periféricos tienen esa duración. El período de intensa actividad visual detrás de los párpados cerrados dura entre cuarenta minutos y una hora, casi como si el episodio alucinatorio correspondiera a la perturbación temporaria de algún subsistema cerebral por la presencia de un compuesto psicoactivo. Tan pronto como el cerebro es capaz enzimáticamente de responder y saturar la perturbación inducida por la droga, el episodio alucinatorio termina, aunque los efectos somáticos puedan persistir por cierto tiempo. Las alucinaciones son parcialmente fenómenos nerviosos que se acompañan de fluctuaciones internas del estado cerebral de un organismo. Esta fluctuación interna es de un tipo extraordinario puesto que es lo bastante delicada en sentido cuántico mecánico para que parcialmente la influencien la voluntad y la experiencia.
Unos días antes de dejar Perú y animados por Rosabina, la esposa de don Fidel, hablamos con éste sobre la posibilidad de tomar ayahuasca una vez más. Pareció sensible al pedido por lo cual lo planeamos para la noche siguiente. Usaríamos la misma botella que habíamos usado en la última sesión.
Se iba a tratar de la quinta sesión en tres semanas, una frecuencia poco usual para la mayoría de los alucinógenos, pero el ayahuasca, aparte de inducir vómitos, parecía no tener otros efectos colaterales. En efecto, al día siguiente de la sesión yo me sentía clarificado y revitalizado. No sucede lo mismo con otros alucinógenos. El ayahuasca parece beneficiar el organismo pero puede ser que con dosis más elevadas no suceda esto. La psilocibina también es benigna cuando se empieza a usar, pero dada la frecuencia con que habíamos estado tomando ayahuasca podría habernos causado dolores musculares y enervamiento al día siguiente.
Nuestro quinto viaje se realizó en la misma forma que los otros: semipúblico, en el cobertizo vecino a la casa de la señora Angulo. No podía esperarse nada radicalmente distinto. Todas las limitaciones de las sesiones anteriores estaban vigentes. Un hecho ocurrió que vuelve, repetidamente a mi mente. Se unió al grupo por segunda vez un hombre aficionado al ayahuasca. Él había estado por un tiempo en el Brasil, en el Río Negro, buscando siempre el mejor brebaje. Cantó un canto —que él describía como de los brassleros— que fue casi un milagro. A través de su ritmo y rima cada palabra parecía tener una galaxia de relaciones con todas las demás palabras. Largas melodías corrían alternadas con placenteros caprichosos silencios y corridas. Algunos dialectos iridios suenan tan cercanos a la glosolalia triptamínica como ninguna otra cosa que yo haya encontrado. Era arte elevado, una ruptura del plano mundano.
Las experiencias con ayahuasca parecían haberse disuelto en una serie de desilusiones de amplia perspectiva. Durante este último viaje con don Fidel no me enfermé y aparentemente llegué a estar tan intoxicado como las dos últimas veces. La dosis, me duró toda la noche pero nuevamente, el período de alucinaciones moderadas no pudo haberse prolongado más de quince minutos. Después de volver a Berkeley nos daríamos cuenta de que un nivel de dosis mayor de ayahuasca producía la experiencia que habíamos esperado tener en el hábitat de la jungla. El medio chamánico parece no ser el contexto ideal para determinar los parámetros de ningún alucinógeno.
A punto de partir, dijimos adiós a la gente del círculo. Cuando nos despedíamos, apareció don Juan trayendo la botella que usarían en la sesión de esa noche y pudimos obtener una muestra para análisis de la discutida preparación. También don Fidel nos dio un poco más de esencia, el sirope que finalmente precipitaba al fondo de la botella de ayahuasca bien preparada. Habíamos aprendido mucho y habíamos recolectado mucho material alucinógeno.
Las ciudades pasan como carteles publicitarios en la noche de la mente. Una noche, Lima, la siguiente, en casa. No podía menos que pensar mientras cruzábamos los Andes en el pequeño círculo de gente al lado de la casa de la señora Angulo, silbando y cantando. ¡Cuán extraño haber compartido su misterio con ellos y retomar ahora a nuestra frenética sociedad que no sabe nada del ayahuasca! Extraña criatura el hombre; con religión, intoxicación, sueños y poesía tratamos de medir los cambiantes niveles del yo y del mundo. Gran empresa, rodeada y comprimida con tautología, pero no menos grande por ello. Espero que el sentido de valor especial de todas las plantas alucinógenas, que este viaje reforzó tan inesperadamente, no se pierda una vez que volvamos al mundo cuya familiaridad no tendría que estar solamente fijada a lo mundano.
Sólo habían pasado siete semanas desde que el cometa West brillaba en el cielo fuera de la ventanilla del avión que volaba con rumbo sur, hacia Lima. Apenas un mes desde que el señor Oscuro nos dejara en Playa Fancho en el Río Napo. Los mundos parecían haber ido y vuelto; los amigos que habíamos dejado detrás en los Estados Unidos apenas si se habían dado cuenta de que el tiempo había pasado, lo que enfatizaba el extraño sentido de densidad de la experiencia que el viajero hace suya. No nos sentíamos muy diferentes del viajero psicodélico que puede estar ausente del grupo una sola noche y puede llenar esa noche con prolongadas odiseas en mundos raros y encantados, puede explorar tiempos extraños y otros espacios de posibilidades alternativas en un singular y prolongado silencio.
Una vez de vuelta, nuestro ayahuasca serviría de base para experimentos que echarían luz sobre su posible capacidad para sinergizar la psilocibina. Trabajamos en esos experimentos con el sentido de su lugar en la alucinogénesis en general. Necesitábamos reflexionar sobre la rareza de las posibilidades que las plantas mágicas habían vuelto familiares para nosotros. Tenemos que graficar nuevas líneas de investigación que abran paso hacia aguas profundas con riesgos mínimos.
La gente del Amazonas insiste en la importancia del canto como un vehículo de expresión en la alucinogénesis triptamínica. Este es un punto vital puesto que en cierto modo el sonido puede controlar la topología de las alucinaciones. Necesitamos deshacernos de nuestras inhibiciones y experimentar con sonido y tono en la presencia de estos compuestos. Sentí esto durante mucho tiempo pero no he tenido la certeza sobre cómo proceder; el estilo del canto de los ayahuasqueros es un comienzo.
Como había anticipado durante el viaje, fui capaz de encontrar mi camino en la confianza del misterio del ayahuasca una vez que estuve en libertad de experimentar con cambios en las dosis y ambientes. Dos veces después de nuestra vuelta Kat y yo tomamos el brebaje de don Fidel. Ninguna de las dos veces fue tan intenso para Kat como su experiencia más intensa en el Amazonas. Yo, por otra parte, llegué mucho más profundamente de lo que había llegado nunca antes.
El primero de estos experimentos fue frustrante e insatisfactorio. Cada uno de nosotros tomó cincuenta mililitros de ayahuasca, que nos parecía aproximadamente la dosis que nos daban en el Perú. Yo experimenté un leve despertar de alucinaciones pero muy banales, algo como estar perdido en un gran supermercado. Nos pareció que estábamos inundados por el telepático ruido ambiental de la comunidad domiciliada en una colina suburbana en la que vivimos. Eso nos dejó sin ganas de repetir el experimento porque un roce psicodélico con la vulgaridad subliminal de nuestra propia cultura era de alguna manera más perturbadora que lo que habían sido las sesiones regulares con gente que tenía una cosmovisión y un lenguaje totalmente distintos a los nuestros.
Durante ese primer viaje el tema de la oleada de imágenes fue variando y me parecía impersonal y alejado de mí: pensando en el aspecto impersonal de estas imágenes encontradas en mí mismo, formé el aforismo «navegando el océano del yo cada ola que corta mi proa soy yo». Existía una tendencia a sentirse ligado, al compromiso emocional con las escenas en el momento que se separaban de mí. Dos veces me recordé a mí mismo que sentirme frustrado por la dirección en que fluían las imágenes era inadecuado y que yo tenía que abrirme a lo que me mostraran no importa cuán distinto de mis expectativas fuera. Como de costumbre, Kat estaba más afectada que yo. Ella tenía alucinaciones auditivas —una voz extraña hablando un tipo de inglés futurístico y musical—. Hacia el final de sus visiones ella veía gente en la miseria y falta de consistencia. Esto puede haber sido la acción del DMT puesto que las experiencias con DMT por debajo del umbral a menudo se disuelven en imágenes escuálidas o banales mientras la experiencia se borra y desaparece.
Pocas semanas más tarde y en compañía de un amigo que, como nosotros, tenía considerable experiencia con agentes psicodélicos, decidimos probar de nuevo. Esta vez cada uno tomó sesenta mililitros inicialmente y más o menos una hora más tarde, veinte mililitros más. Yo, al menos, reaccioné totalmente. Fue una dimensión muy parecida al estado que produce el hongo de la psilocibina, llevándome a afianzar mi opinión de que los compuestos activos en la Stropharia cubensis tienen que metabolizar a algún pariente de la dimetiltriptamina antes de que el efecto se afiance. En algún momento me fue dada una especie de sentencia que apareció espontáneamente: «La mente conjura milagros sacados del tiempo». Era como un koan del zen, portador tal vez de alguna clave sobre la naturaleza de la realidad. Hubo largos estallidos de imágenes símil ciencia ficción y bellas alucinaciones contra un fondo negro, aparentemente una característica de las visiones del ayahuasca. El mensaje de este viaje, que llegó como una profunda percepción gestáltica fue que el Otro está en el hombre. Yo sentí esto más claramente que nunca antes. A diferencia del éxtasis de la psilocibina, que se presenta a sí misma como una inteligencia extraña, el ayahuasca parecía tener una especie de presencia psiquiátrica que exhorta al reconocimiento de que todas las imágenes y poderes del Otro, surgen de nuestra confrontación con nosotros mismos. Como los hongos de la psilocibina, él muestra una red de información que parece hacer accesible las experiencias e imágenes de muchos mundos, pero el ayahuasca insistía que, en cierto sentido, todavía sin manifestar, éstos eran finalmente mundos del hombre.