Siete
Nuevos mapas del hiperespacio

Una alocución dada por invitación de Ruth y Arthur Young, del Instituto Berkeley para el Estudio de la Conciencia, 1984.

En Ulysses de James Joyce, Stephen Dedalus nos dice: «La historia es la pesadilla de la que trato de despertar». Yo invertiría esta frase y diría que la historia es aquello de lo que tratamos de escapar por medio de los sueños. Los sueños son escatológicos. Los sueños son el tiempo cero y el exterior de la historia. Queremos escapar hacia un sueño. El escape es un tema clave utilizado para atacar a quienes desean experimentar con alucinógenos vegetales. Las personas que implementan estos ataques ni siquiera se atreven a enfrentar el grado de escapismo de los alucinógenos. Escape. Escape del planeta, de la muerte, de los hábitos y del problema, si fuera posible, de lo indecible.

Si dejamos de lado los últimos trescientos años de experiencia histórica tal como evolucionó en Europa y en América, y examinamos el fenómeno de la muerte y la doctrina del alma en todas sus ramificaciones —neoplatónica, cristiana, dinástica-egipcia, etcétera— nos encontraremos repetidamente con la idea de que hay un cuerpo leve, una entelequia que de alguna manera se mezcla en el cuerpo durante la vida y que en el momento de la muerte pasa por una crisis en la que se separan esas dos porciones. Una parte pierde su raison d’être y se diluye; el metabolismo se detiene. La otra parte se dirige a algún lugar desconocido para nosotros. Tal vez a ningún lugar si creemos que no existe: pero entonces nos vemos ante el problema de tratar de explicar la vida. Y, aunque la ciencia se dedique a explicar los sistemas atómicos simples, y a pesar de haberlo logrado, la idea de que la ciencia pueda hacer cualquier declaración sobre qué es la vida o de dónde proviene resulta hoy en día absurda.

La ciencia no tiene nada que decir sobre cómo podemos decidir cerrar la mano y transformarla en un puño, pero es algo que de todos modos sucede. Esto queda totalmente fuera del ámbito de toda explicación científica porque lo que vemos en ese fenómeno es la mente como una causa primera. Es un ejemplo de telekinesis: la mente hace que la materia se mueva. Por lo tanto no tenemos motivo para temer las burlas de la ciencia en cuanto al destino u origen del alma. Los estudios que realicé sobre este tema siempre se basaron en la experiencia psicodélica, pero en los últimos tiempos hice investigaciones sobre sueños, porque los sueños son una forma mucho más generalizada de experiencia de la hiperdimensión donde la vida y la mente parecen estar engastadas.

Al observar lo que dicen las personas con tradiciones chamánicas sobre los sueños, se llega a descubrir que para esa gente la realidad de los sueños es experiencialmente una continuidad en paralelo. El chamán accede a esta continuidad tanto por medio de alucinógenos como por medio de otras técnicas, pero con más eficacia a través de los alucinógenos. El resto de la gente accede a ella por medio de los sueños. La idea de Freud sobre los sueños se refería a que estos eran lo que él denominaba «residuos del día», y que se podía rastrear el contenido del sueño hasta llegar a reconocer una distorsión de algo que había sucedido durante las horas de vigilia.

Mi sugerencia es que resulta mucho más conveniente tratar de hacer una especie de modelo geométrico de la conciencia, tomar seriamente la idea de una continuidad en paralelo, y decir que la mente y el cuerpo están engastados en los sueños y que los sueños son una dimensión espacial de orden superior. Durante el sueño nos vemos liberados hacia el mundo real, del cual el mundo de la vigilia es sólo la superficie en un sentido geométrico muy literal. Hay un plenum holográfico de información. (Los experimentos recientes de la física quántica tienden a apoyar este argumento). Toda la información está en todas partes. La información que no está aquí no está en ningún lugar. La información queda fuera del tiempo histórico en una especie de eternidad, una eternidad que no tiene existencia temporal, ni siquiera el tipo de existencia temporal sobre el que se pueda decir: «Siempre existió». No tiene una duración temporal de ninguna clase. Es eternidad. Nosotros no somos fundamentalmente biológicos, con mentes que emergen como una especie de iridiscencia, una especie de epifenómeno a niveles más elevados de organización de la biología. Somos objetos hiperespaciales de alguna clase que arrojan sombras sobre la materia. La sombra de la materia es nuestro organismo físico.

Al morir, la cosa que arroja sombras retrocede, y el metabolismo cesa. La forma material se derrumba; deja de ser una estructura disipadora en una zona bien localizada, resguardada de la entropía por medio de materiales que ingresan a ella, de la energía extraída y de los desperdicios arrojados. Pero la forma que la ordenó no se ve afectada. Estas son aseveraciones hechas desde el punto de vista de la tradición chamánica, que alcanza a todas las religiones superiores. Tanto el estado psicodélico en sueños como el estado psicodélico en las horas de vigilia adquieren una gran importancia porque revelan una tarea de la vida: familiarizarse con esta dimensión que es la causa del ser, para poder familiarizarse con ella en el momento de pasar a otro estado de vida.

La metáfora de un vehículo —un vehículo post mortem, un cuerpo astral— es utilizada por varias tradiciones. El chamanismo y algunos yogas, incluido el yoga taoista, aseguran con claridad que el propósito de la vida es que uno se familiarice con este cuerpo post mortem para que el acto de morir no cree confusión en la psique. Se podrá reconocer lo que sucede. Se sabrá qué hacer y se hará un corte definido. Sin embargo parece que al morir se presenta la posibilidad de un problema. No se trata de que estemos condenados a la vida eterna. Podemos cometer la torpeza de ignorarlo.

Aparentemente, en el momento de la muerte se produce una especie de separación, como en el nacimiento (la metáfora es trivial, pero perfecta). Existe la posibilidad de que se produzcan lesiones o de que la actividad no sea la correcta. El poeta místico inglés William Blake dijo que a medida que avanzamos por la espiral existe la posibilidad de caer desde la senda dorada a la muerte eterna. No obstante, es sólo una crisis de un momento —una crisis de transición— y el propósito total del chamanismo y de la vida vivida correctamente es afianzar el alma y afianzar la relación del ego con el alma para poder hacer esta transición nítidamente. Esta es la postura tradicional.

Quiero incluir una sima en este modelo, que es menos conocido para los racionalistas pero conocido por nosotros a un nivel más profundo de la psique como herederos de la cultura judeocristiana. Es la idea de que el mundo terminará, que habrá un tiempo final, que no sólo está la crisis de la muerte del individuo sino también la crisis de la muerte en la historia de la especie.

Esto parece referirse a que desde los tiempos en que se tomó conciencia de la existencia del alma hasta la resolución del potencial apocalíptico, transcurrieron apenas cien mil años. En tiempo biológico, se trata sólo de un momento; sin embargo es diez veces el período de la historia. En ese período todo pende de un hilo, porque es una precipitación enloquecida desde el homínido hasta los vuelos interespaciales. En el salto entre esos cien mil años, se liberan energías, las religiones se disparan como si fueran chispas, las filosofías evolucionan y mueren, surge la ciencia, surge la magia, surgen todos estos temas que controlan el poder con grados mayores o menores de constancia ética. Eternamente presente está la posibilidad de abortar la transformación de la especie en una entelequia hiperespacial.

Estamos hoy, no cabe ninguna duda, en los segundos históricos finales de esa crisis, una crisis que se refiere al fin de la historia, a nuestro alejamiento del planeta, al triunfo sobre la muerte y al individuo que se separa de su cuerpo. De hecho, estamos a poca distancia del acontecimiento más intenso que puede ocurrir en una ecología planetaria: la vida que se libera de la crisálida oscura de la materia. La antigua metáfora de la psique como la oruga que se transforma por metamorfosis es una analogía que comprende a toda la especie. Debemos sufrir una metamorfosis para poder sobrevivir al ímpetu de las fuerzas históricas que ya están en movimiento.

Los biólogos evolucionistas consideran que los humanos somos una especie que no evoluciona. En algún momento durante los últimos cincuenta mil años, con la invención de la cultura, la evolución biológica de los humanos cesó y la evolución se convirtió en un fenómeno epigenético, cultural. Se inició la evolución de herramientas, idiomas y filosofías, pero el somatotipo humano permaneció invariable. En consecuencia, físicamente, somos muy parecidos a las personas que vivieron hace mucho tiempo. Sin embargo la tecnología es la piel real de nuestra especie. La humanidad, vista correctamente en el contexto de los últimos quinientos años, es un eyector de material tecnológico. Tomamos materia que tiene un grado mínimo de organización; la pasamos por filtros mentales y eyectamos joyas, evangelios, transbordadores espaciales. Esto es lo que hacemos. Somos como animales de coral adosados a un arrecife tecnológico de objetos físicos eyectados. Toda esta fabricación de herramientas implica que creemos en una herramienta definitiva. Esa herramienta es el plato volador, o el alma, exteriorizada en un espacio tridimensional. El cuerpo puede convertirse en un objeto holográfico internalizado engastado en una matriz hiperdimensional de estado sólido que sea eterna, para que cada uno de nosotros deambule a través de un Elíseo verdadero.

Es una especie de paraíso islámico en el cual somos libres de experimentar todos los placeres de la carne siempre que estemos conscientes de que somos una proyección holográfica de una matriz de estado sólido que es microminiaturizada, superconductora, y que no está en ningún lugar: forma parte del plenum. Toda la historia tecnológica se refiere a la producción de prototipos de esta situación con un acercamiento cada vez mayor hacia lo ideal, de modo que los aviones, automóviles, transbordadores espaciales, colonias espaciales, naves estelares de tipo desarmable que viajan a la velocidad de la luz, son, como dijo Mircea Eliade: «imágenes autotransformables del vuelo que dice mucho sobre la aspiración del hombre a la autotrascendencia».

Nuestro deseo, nuestra salvación y nuestra única esperanza es terminar la crisis histórica transformándonos en el extraterrestre, terminando con la idea negativa de lo extraterrestre, reconociendo al extraterrestre como el yo, en realidad… reconociendo al extraterrestre como una Supermente que conserve intactas todas las leyes físicas del planeta del mismo modo que nosotros conservamos intacta una idea en el pensamiento. En realidad, los supuestos que consideremos necesario imprimir en un material inquebrantable son nada más que los caprichos de la Diosa, cuyo reflejo resultamos ser nosotros. Todo el significado de la historia humana consiste en recuperar este trozo de información perdida para que el hombre pueda ser dirigible o, parafraseando el Finnegans Wake de James Joyce en Moicane, el distrito de las luces de color rojo de Dublin: «Aquí en Moicane nos movemos en la sordidez, pero no necesitamos más, prospector, uno despliega todos sus méritos y teje sus alas; entonces, si quieres ser convertido en fénix, ven aquí y estaciona». Es así de simple, como lo ven, pero hay que tener coraje para estacionar cuando se acerca el Grim Reaper. «Una bendición disfrazada», lo llama Joyce.

Lo que favorecen los psicodélicos, y donde espero que se concentrará la atención una vez que los alucinógenos se integren culturalmente hasta el punto en que grupos numerosos de personas puedan planear programas de investigación sin temor a ser perseguidos, es la modelación del estado después de la muerte. Los psicodélicos pueden hacer más que modelar ese estado: pueden revelar su naturaleza. Los psicodélicos nos mostrarán que es posible alterar las modalidades del aspecto y de la cognición para que podamos reconocer a la mente dentro del contexto de la Mente Única. La Mente Única contiene todas las experiencias del Otro. No hay dicotomía entre el universo newtoniano, maniobrado a través de los años luz del espacio tridimensional, y el universo mental interior. Son bosquejos de la misma cosa.

Las percibimos como dualismos irresolutos debido a la baja calidad del código que acostumbramos usar. El lenguaje que utilizamos para hablar de este problema tiene dualismos incorporados. Es un problema del idioma. Todos los códigos tienen cualidades de codificación relativas, excepto el Logos. El Logos es perfecto y, por lo tanto, no tiene más cualidad que la propia. Yo utilizo la palabra Logos con el sentido en que la utiliza Philo Judaeus: el de la Razón Divina que abraza el complejo arquetípico de las ideas platónicas que sirven como modelos de creación. En cuanto se intenta trazar un mapa con algo que no sea el Logos, surgen problemas de calidad del código. El dualismo incorporado en nuestro lenguaje hace que la muerte de la especie y la muerte del individuo aparezcan como opuestos.

Del mismo modo, los escenarios que la biología creó por medio de la examinación del universo físico versus los mundos ocupados por ángeles y demonios sobre los que nos habla el psicoanálisis, son también una dicotomía. La experiencia psicodélica funciona para resolver esta dicotomía. Todo cuanto se necesita para trasponer el conocimiento académico de los alucinógenos vegetales es la experiencia del éxtasis inducido por la triptamina. La molécula dimetiltriptamina (DMT) tiene la cualidad especial de liberar el yo estructurado y transformarlo en el Superyó. Cada persona que tiene esa experiencia soporta un miniapocalipsis, una minientrada y la proyección hacia el hiperespacio. Para que la sociedad mire en esa dirección, lo único que se necesita es que esta experiencia se transforme en un tema de preocupación general.

Con esto no quiero sugerir que todo el mundo deba experimentar con hongos o con otras fuentes naturales de triptaminas psicoactivas. Tendríamos que tratar de asimilar e integrar la experiencia psicodélica dado que es un plano de experiencia directamente accesible para cada uno de nosotros. La función que desempeñamos en relación con esa experiencia determina cómo nos presentaremos en esa transformación final y personal. En otras palabras, en esta noción hay una especie de prejuicio teológico; hay una creencia de que existe un hiperobjeto denominado Supermente, o Dios, que arroja sombras sobre ese momento. La historia es nuestra experiencia grupal de esa sombra. A medida que nos acercamos cada vez más a la fuente de la sombra, las paradojas se intensifican, la velocidad del cambio se intensifica. Lo que sucede es que el hiperobjeto ha comenzado a moverse por el espacio tridimensional.

Una manera de pensar en esto es suponer que el mundo de la vigilia y el mundo de los sueños han comenzado a combinarse, de modo que en cierto sentido la escuela que critica a los OVNI y que ha dicho que los platos voladores son alucinaciones estaba en lo cierto en cuanto a que las leyes que operan en los sueños, las leyes que operan en el hiperespacio, a veces pueden operar en el espacio tridimensional cuando el límite entre los dos modelos se debilita. Entonces tenemos estas experiencias extrañas, que en ocasiones se denominan golpes psicóticos, que tienen siempre un impacto tremendo sobre la persona que lo experimenta porque parece haber un componente exterior que no podría ser subjetivo bajo ninguna circunstancia. En tales momentos las coincidencias comienzan a presentarse sin cesar hasta que uno tiene que terminar por admitir que no sabe lo que sucede. Sin embargo, es absurdo asegurar que se trata de un fenómeno psicológico, porque en el mundo exterior se producen cambios relacionados. Jung lo llamó «sincronicidad» e hizo de ello un modelo psicológico, pero en realidad es una física alternativa que está comenzando a interferir en la realidad local.

Esta física alternativa es una física de luz. La luz está compuesta por fotones, que no tienen antipartículas. Esto significa que no existe el dualismo en el mundo de la luz. Las convenciones sobre relatividad dicen que el tiempo reduce la velocidad a medida que nos acercamos a la velocidad de la luz, pero si tratamos de imaginar el punto de vista de una cosa hecha de luz, tenemos que entender que lo que nunca se menciona es que si nos movemos a la velocidad de la luz no hay tiempo alguno. Es una experiencia de tiempo cero. Entonces, si imaginamos por un momento que estamos hechos de luz, o que poseemos un vehículo que pueda moverse a la velocidad de la luz, podemos atravesar desde cualquier lugar del universo hasta cualquier otro lugar con una experiencia subjetiva de tiempo cero. Esto significa que podemos cruzar hasta Alfa Centauro en tiempo cero, pero la cantidad de tiempo que ha transcurrido en el universo relativista es cuatro años y medio. Pero si nos movemos a distancias muy grandes, si cruzamos doscientos cincuenta mil años luz hasta Andrómeda, igualmente tendríamos una experiencia subjetiva de tiempo cero.

La única experiencia de tiempo que uno puede tener es la de un tiempo subjetivo creado por nuestro propio proceso mental, pero en relación con el universo newtoniano no existe tiempo alguno. Uno existe en la eternidad, se ha convertido en un ser eterno, a nuestro alrededor el universo envejece con una rapidez sorprendente en esta situación, pero uno percibe esto como una verdad del universo, del mismo modo en que percibe la física newtoniana como una verdad de este universo. Uno ha transitado hasta el modo eterno. Uno ha quedado entonces apartado de la imagen móvil; uno existe en la completud de la eternidad.

Creo que la tecnología nos empuja hacia esto. No hay contradicción entre el equilibrio ecológico y la migración al espacio, entre la hipertecnología y la ecología radical. Estos temas sirven para distraer la atención: la verdadera entidad histórica inminente es el alma humana. El cuerpo de simio nos ha servido para llegar hasta este momento de liberación, y servirá siempre como referente de la propia imagen, pero estamos cada día más cerca de existir en un mundo concebido por la imaginación humana. Esto es lo que se quiere decir con el retorno al Padre, la trascendencia de la physis, la extinción de la prisión de hierro gnóstica universal que atrapa la luz: nada menos que la transformación de nuestra especie.

En poco tiempo se producirá la aceleración de este fenómeno bajo la forma de la exploración del espacio y de colonias espaciales. El animal que tiene la forma de un arrecife de coral, llamado Hombre, que ha diseminado la tecnología sobre toda la superficie de la tierra; será liberado de toda obligación, excepto de la imaginación y de las limitaciones de los materiales. Se ha sugerido que en las primeras colonias espaciales se harán esfuerzos por duplicar el ecosistema idílico de Hawaii como ideal. Estos ejercicios sobre la comprensión ecológica probarán que sabemos qué estamos haciendo. No obstante, en cuanto esta comprensión esté controlada nos encontraremos libres en el reino del arte. Es por lo que siempre luchamos. Haremos nuestro mundo —todos nuestros mundos— y mantendremos como jardín el mundo de donde provenimos. Lo que Eliade debatía como metáforas del vuelo autotransformador será realizado dentro de poco tiempo en la tecnología de la colonización del espacio.

La transición desde la tierra al espacio constituirá un filtro genético terriblemente estrecho, un filtro mucho más estrecho que toda otra frontera previa, incluido el filtro genético y demográfico representado por la colonización del Nuevo Mundo. Se ha dicho que la vitalidad de las Américas se debe al hecho de que sólo los soñadores, los pioneros y los fanáticos cruzaron los mares hasta allí. Esto será incluso mucho más cierto con respecto a la transición hacia el espacio. La conquista tecnológica del espacio fijará las condiciones; luego, para la internalización de esa metáfora, producirá la conquista del espacio interior y el colapso de los vectores de estado asociados con esta tecnología desplegada en el espacio newtoniano. Entonces la especie humana habrá pasado a ser más que dirigible.

Una tecnología que internalice el cuerpo y exteriorice el alma se desarrollará en forma paralela al traslado hacia el espacio. El paisaje invisible, un libro escrito por mi hermano y por mí, trató de poner en cortocircuito esa cronología y, en cierto sentido, de forzar el tema. Es la historia, o mejor dicho los apuntalamientos de la historia, de una expedición al Amazonas de la que participé junto con mi hermano y otras personas en 1971. Durante esa expedición, mi hermano formuló una idea que se refería a utilizar armina y armalina, componentes que aparecen en el Banisteriopsis caapi, la vid leñosa que es la base de la ayahuasca. Emprendimos la tarea de usar armina junto con la voz humana en lo que denominamos «el experimento de La Chorrera». Consistió en utilizar el sonido para cargar la estructura molecular de las moléculas de armina que se metabolizaban en el cuerpo de manera tal que se fijaran preferentemente y de manera permanente en las estructuras moleculares endógenas.

Nuestro candidato en aquel momento era el ADN neural, a pesar de que Frank Barr, un investigador de las propiedades de la melanina cerebral, ha demostrado convincentemente que existe una gran probabilidad de que la armina actúe fijándose en las melaninas del cuerpo. En cualquier caso, la farmacología se refiere a la fijación en un punto molecular donde se almacena información, y luego esta información se transmite de modo tal que uno comienza a obtener una lectura mental de la estructura del alma. Nuestro experimento constituyó un esfuerzo por utilizar una especie de tecnología chamánica con la cual se sufren las consecuencias, por así decirlo, de colocar un aparato superconductor telemétrico en la Supermente para que se produzcan lecturas continuas de información desde esa dimensión. Cada uno podrá juzgar el éxito o el fracaso de este intento.

La primera parte del libro describe los apuntalamientos teóricos del experimento. La segunda parte describe la teoría de la estructura de tiempo que derivó de los extraños estados mentales que siguieron al experimento. No aseguro que hayamos tenido éxito, sólo digo que nuestra teoría de lo que sucedió es mejor que cualquier teoría propuesta por los críticos. Sin considerar el éxito que tal vez alcanzáramos o no, este estilo de pensamiento señala el camino. Por ejemplo, cuando hablo de la tecnología de construir una nave espacial, imagino que se hará con voltajes muy inferiores al voltaje de una pila común de linterna. Es aquí, finalmente, donde se producen los fenómenos más interesantes de la naturaleza. El pensamiento es ese tipo de fenómeno; el metabolismo es ese tipo de fenómeno.

Una nueva ciencia que ubique a la experiencia psicodélica en el centro de su programa de investigación tendría que encaminarse hacia el logro práctico de este objetivo: el objetivo de eliminar la barrera entre el yo y el superyó de modo que el yo pueda percibirse a si mismo como una expresión del superyó. Entonces la angustia por tener que enfrentar una crisis biológica tremenda que tomaría la forma de una ecocrisis, y la crisis de limitación en el espacio físico impuesta sobre nosotros por nuestra situación de estar ligados al planeta, podrá obviarse al cultivar el alma y practicar un chamanismo nuevo mediante del uso de plantas que contengan triptamina.

De todos estos compuestos, la psilocibina es el que se encuentra más disponible y experimentalmente es el más accesible. Por lo tanto, lo que les pido a los científicos, administradores y políticos que tal vez lean mis palabras es esto: vuelvan a investigar la psilocibina, no la confundan con los demás psicodélicos, y tomen conciencia de que es un fenómeno en si misma con un potencial enorme de transformar a los seres humanos; no sólo de transformar a las personas que la toman, sino de transformar a la sociedad de la misma manera en que un movimiento artístico, una revelación matemática o un descubrimiento científico pueden transformar a la sociedad. Comprende la posibilidad de transformar a toda la especie simplemente en virtud de la información que se genera por medio de ella. La psilocibina es una fuente de gnosis, y la voz de la gnosis ha sido silenciada en la mente occidental durante por lo menos mil años.

Cuando los franciscanos y los dominicanos llegaron a México en el siglo dieciséis, de inmediato se abocaron a erradicar la religión del hongo. Los indios lo llamaban teonanacatl, «la carne de los dioses». La Iglesia católica tenía el monopolio de la teofanía y no se mostraba complacida por este enfoque particular de lo que sucedía. Hoy, cuatrocientos años después de aquel contacto inicial, sugiero que Eros, que se alejó de Europa con el advenimiento del cristianismo, se refugió en las montañas de la Sierra Mazateca. Finalmente, obligado a recluirse allí, ahora vuelve a emerger en la conciencia occidental.

Nuestras instituciones, nuestras epistemologías están en quiebra y agotadas; tenemos que empezar de nuevo y confiar en que con la ayuda de las personalidades de inspiración chamánica podamos volver a cultivar este antiguo misterio. El Logos podrá ser liberado, y la voz que les habló a Platón, a Parménides y a Heráclito podrá volver a hablar en la mente de los individuos de la actualidad. Cuando esto suceda, la idea del extraterrestre se extinguirá porque nosotros mismos nos habremos convertido en el extraterrestre. Esta es la promesa; para algunos podrá parecer una visión de pesadilla, pero todo cambio histórico de tan inmensa magnitud tiene una carga emocional. Propulsa a la gente hacia un mundo completamente nuevo.

Creo que este trabajo debe llevarse a cabo mediante el uso de alucinógenos. Tradicionalmente, se pensaba que había muchos caminos hacia el progreso espiritual. En este tema debo volver a mencionar mi experiencia personal. Yo no había logrado buenos resultados con otras técnicas. Pasé algún tiempo en la India, practiqué yoga, visité a muchos rishis, roshis, geysheys y gurúes que Asia tenia para ofrecer, y creo que ellos hablan de algo tan desapasionado y tan alejado de lo que sugiere el éxtasis total con la triptamina que en realidad no sé que pensar sobre ellos y sobre sus lánguidas hierofanías.

El tantra asegura ser otro enfoque. Tantra significa «el atajo», y no hay dudas de que tal vez esté en la senda correcta. Sexualidad, orgasmos y cosas por el estilo tienen para ellos cualidades parecidas a la triptamina, pero la diferencia entre la psilocibina y todos los demás alucinógenos es la información, cantidades inmensas de información.

Parecía que el LSD estaba relacionado de alguna manera con la estructura de la personalidad. Con frecuencia pensé que las visiones eran simples modelos matemáticos, a menos que estuvieran sinergizados por otro compuesto. La experiencia psicodélica clásica sobre la que escribió Aldous Huxley consistía en doscientos microgramos de LSD y treinta miligramos de mescalina. Esa combinación permite tener una experiencia visionaria en lugar de una experiencia de alucinaciones. En mi opinión, la cualidad singular de la psilocibina es que no revela luces de colores y grillas móviles, sino lugares: selvas, ciudades, máquinas, libros, formas arquitectónicas de una complejidad increíble. No existe la posibilidad de que esto pudiera interpretarse como una interferencia neurológica de ningún tipo. Es, en realidad, la información visual del orden más elevado que se pueda experimentar, de un orden mucho más elevado que la visión normal que tenemos durante las horas de vigilia.

Este es el motivo por el cual resulta tan difícil recuperar información con los compuestos psicodélicos. Para el idioma inglés son cosas muy difíciles porque es como tratar de dar una versión tridimensional de un objeto de cuatro dimensiones. La verdadera modalidad de este Logos sólo puede percibirse por medio de la vista. Por eso es tan interesante que tanto la psilocibina como la ayahuasca —la mezcla indígena que contiene triptamina— produzcan una experiencia telepática y un estado mental compartido. La alucinación grupal que comienza a develarse se comparte en un silencio total. Es difícil probar esto ante un científico, pero si hubiera muchas personas que compartieran una experiencia de esta naturaleza, una de ellas podría describirla y luego terminar el monólogo y tal vez otra persona podría continuar, ¡Todos ven lo mismo! Es la cualidad de ser una información visual compleja lo que convierte al Logos en una visión de una verdad que no puede expresarse en forma oral.

La información así impartida, no obstante, no se limita meramente al sentido de la vista. El Logos es capaz de pasar de una cosa escuchada a una cosa vista, sin siquiera franquear un punto discernible de transición. Parece una imposibilidad lógica; sin embargo, cuando uno tiene la experiencia puede ver —¡ajá!— que es como si el pensamiento que se escucha se convirtiera en algo que se ve. El pensamiento que se escucha cobra cada vez más intensidad hasta que, finalmente, es de una intensidad tal que, sin ninguna transición, ahora lo contemplamos en un espacio visual tridimensional. Uno mismo lo maneja. Es algo muy típico de la psilocibina.

Naturalmente, cuando se introduce un compuesto en el cuerpo es necesario tener cuidado y estar bien informados con respecto a los posibles efectos colaterales. Los investigadores profesionales sobre sustancias psicodélicas están al tanto de estos factores y reconocen abiertamente que la obligación de estar bien informados es de fundamental importancia.

Hablando de mi mismo, permítaseme decir que no suelo hacer abuso. Me lleva mucho tiempo asimilar cada experiencia visionaria. Jamás he perdido el respeto por estas dimensiones. Temor es una de las emociones que siento cuando me acerco a la experiencia. El trabajo psicodélico es como partir hacia un océano oscuro en un esquife. Uno puede ver cómo la luna se asoma serenamente sobre las calmas aguas negras, pero también puede suceder que algo parecido a un tren de carga cruce con estrépito la escena y nos deje colgando de un remo.

El diálogo con el Otro es lo que hace que la repetición de estas experiencias sea algo positivo. El hongo nos habla cuando nosotros le hablamos. En la introducción al libro que escribimos mi hermano y yo (bajo seudónimos) llamado Psilocibina: Guía para el cultivo del hongo mágico, se incluye el monólogo de un hongo que comienza así: «Soy viejo, cincuenta veces más viejo que el pensamiento en la especie de ustedes, y vine de las estrellas». Es una cita al pie de la letra. La escribí con ardor. A veces es muy humano. Mi aproximación al hongo es hasídica. Yo le expreso mi entusiasmo, él me expresa el suyo. Discutimos sobre lo que se va a revelar y lo que no. Yo digo: «Bien, mira, yo soy el propagador, no puedes ocultarme nada», y el hongo me dice: «Pero si te muestro el plato volador durante cinco minutos, adivinarás cómo funciona», y yo le digo: «Bueno, adelante». Tiene muchas manifestaciones. A veces es como Dorothy de Oz; otras veces es como una especie de prestamista muy talmúdico. En cierta ocasión le pregunté: «¿Qué haces en la Tierra?» Me respondió: «Escucha, si eres un hongo, vives barato: además, te aseguro, este era un barrio muy agradable hasta que los monos perdieron el control».

«Monos fuera de control»: esa es la visión que la voz del hongo tiene de la historia. Para nosotros, la historia es algo muy diferente. La historia es la onda de choque de la escatología. En otras palabras, vivimos un momento muy singular, de diez o veinte mil años de duración, en el cual se está llevando a cabo una transición inmensa. El objeto que está al final y más allá de la historia es la especie humana fundida en la unión tántrica eterna con la Supermente/OVNI superconductora. Este es el misterio que arroja su sombra a lo largo de la historia humana. Todas las religiones, todas las filosofías, todas las guerras, las masacres y las persecuciones tienen lugar porque la gente no recibe bien el mensaje. Existen tanto la casuística progresista del ser, el determinismo causal, como el modelo de interferencia que se forma en contra de ello por medio de la verdad regresiva de este hiperobjeto escatológico que arroja su sombra sobre toda la extensión del paisaje temporal. Existimos, pero con una gran cantidad de interferencias. Esta situación llamada historia es absolutamente singular: durará sólo un momento, comenzó hace un momento. En ese momento se produce una descarga estática tremenda cuando el mono se va a la divinidad, cuando el objeto escatológico final mitiga y transforma la calidad progresista de la circunstancia entrópica.

La vida es fundamental para la carrera de organización en materia. Rechazo la idea de que hemos sido recluidos en un escondrijo llamado existencia orgánica y que nuestro verdadero lugar está en la eternidad. Esta situación de existencia es una parte importante del ciclo. Es un filtro. Existe la posibilidad de extinción, la posibilidad de caer en la physis para siempre, entonces en este sentido la metáfora de la caída es válida. Hay una obligación espiritual, hay una tarea para hacer. No es, sin embargo, algo tan simple como seguir el ejemplo de las normas de otra persona. El emprendimiento noético es una obligación primordial de existir. Nuestra salvación se vincula con ello. No es necesario que todo el mundo lea textos alquímicos o estudie las biomoléculas superconductoras para hacer la transición. La mayoría de la gente lo hace naturalmente, pensando con claridad en el presente inmediato, pero los intelectuales estamos atrapados en un mundo con demasiada información. La naturalidad se terminó para nosotros. No podemos tener la esperanza de cruzar el puente angosto por medio de un buen acto de contrición: con eso no bastará.

Tenemos que entender. Whitehead dijo: «Entender significa asimilar el modelo como tal»: temer a la muerte es no entender la vida. La actividad cognoscitiva es la verdad por definición de la condición de humanos. El lenguaje, el pensamiento, el análisis, el arte, la danza, la poesía, la mitología: estas son las cosas que indican el camino hacia el reino del escatón. Tal vez los humanos logremos liberarnos en un reino donde seremos los artífices puros de nosotros mismos. La imaginación lo es todo. Esta fue la percepción de Blake. Ese es el lugar de donde venimos. Ese es el lugar hacia donde vamos. Y sólo podremos acercarnos allí por medio de la actividad cognoscitiva.

El tiempo es la noción que proporciona fuerza a ideas como esta, ya que implican una nueva concepción del tiempo. Durante el experimento en La Chorrera, el Logos demostró que el tiempo no es un simple medio homogéneo donde ocurren cosas, sino una densidad fluctuante de probabilidad. Aunque la ciencia a veces pueda decimos qué es lo que puede suceder y qué no, nosotros no contamos con una teoría que explique por qué, de todo cuanto pudiera suceder, hay ciertas cosas que pasan por lo que Whitehead llamó «la formalidad de que sucedan verdaderamente». Esto es lo que el Logos intentaba explicar, por qué de toda la miríada de cosas que podrían suceder, hay ciertas cosas que pasan por la formalidad de suceder. Es porque hay una jerarquía modular de ondas de condicionamiento temporal, o densidad temporal. Determinado acontecimiento, estimado como muy improbable, es más probable en ciertos momentos que en otros.

Aceptando esta percepción simple y dejándome conducir por el Logos, fui capaz de construir un modelo fractal de tiempo que puede programarse en un computador y que proporciona un mapa de la aparición de lo que yo denomino «innovación»: la aparición de la innovación en el tiempo. Como regla general, la innovación aumenta de manera obvia. Ha sido así desde el comienzo mismo del universo. Inmediatamente después del Big Bang sólo existió la posibilidad de la interacción nuclear, y luego, a medida que las temperaturas descendieron hasta quedar por debajo de la fuerza vinculante del núcleo, se pudieron formar los sistemas atómicos. Más adelante aún, se hizo posible la vida; luego evolucionaron formas muy complejas de vida, se hizo posible el pensamiento, se inventó la cultura. Se produjo la invención de la imprenta y la transferencia electrónica de información.

Lo que sucede en nuestro mundo es que se está produciendo la aparición de la innovación hacia lo que Whitehead llamó «concrescencia», en un giro ajustado. Todo fluye al mismo tiempo. El «lapis autopoético», la roca alquímica del final del tiempo, se conglutina cuando todo fluye al mismo tiempo. Cuando se obvian las leyes de la física, el universo desaparece, y lo que queda es el plenum estrechamente unido, la mónada, capaz de expresarse por si mismo, en lugar de ser sólo capaz de arrojar una sombra en la physis para reflejarse. Aquí me acerco mucho al pensamiento milenario y apocalíptico clásico en la concepción que tengo sobre la velocidad de aceleración del cambio. Por la forma en que se va ajustando el giro, estimo que la concrescencia se producirá pronto, aproximadamente en el 2012 de nuestra era. Será la entrada de nuestra especie al hiperespacio, pero parecerá ser el final de las leyes físicas acompañado por la liberación de la mente hacia la imaginación.

Todas estas imágenes —la nave espacial, la colonia espacial, el lapis— son imágenes precursoras. Surgen de manera natural a partir de la idea de que la historia es la onda de choque de la escatología. A medida que acortamos la distancia con el objeto escatológico, los reflejos que emite se asemejan cada vez más a la cosa en si misma. En el momento final, lo indecible aparece revelado. No hay más reflejos del Misterio. El Misterio queda a la vista en toda su desnudez, y no existe nada más. Pero qué es, la decencia apenas puede suponerlo con certeza: de todas maneras, el futurismo se verá coronado por el alborozo de procurar anticiparlo.