Cuatro
Observaciones a ARUPA, 1984

Esta conferencia fue dictada en el Instituto Esalen, en Big Sur, California, en el otoño de 1984, durante la reunión de la «Asociación para el uso responsable de los psicodélicos», un grupo informal de psicólogos, químicos y terapeutas que regularmente se reunían en Esalen entre 1983 y 1986 bajo el patrocinio del difunto y muy querido Richard Price.

Me impresionó algo que dijo Arthur Young. Una persona le trajo una máquina y le pidió que la mejorara. Cuando él preguntó cuál era la función de la máquina, quien se la trajo dijo que no lo sabía. Por lo tanto, Arthur le preguntó cómo quería entonces que la mejorara. Siento que en igual situación nos encontramos con los psicodélicos. Yo no dejaría mi estudio y biblioteca para participar de una conferencia sobre los avances del tratamiento ortomolecular de la neurosis —por lo que no escogería considerar esto como básicamente relacionado—. Soy mucho más radical y milenarista, y puede ser que discutidor, de lo que sugiere el punto de vista mencionado. Lo que pienso que sucede con los psicodélicos, especialmente con la familia de las triptaminas (y volveré a ello), es que existe cierto tipo de preanuncio de una realidad objetiva.

Cuando me preguntan «¿Cuál es su fantasía?», o «¿Cuál es su visión?» contesto que me gustaría traer un pedazo de la otra dimensión. Algunas veces pienso en traer un pedazo y otras en perforar un agujero para que entre. Marilyn Ferguson y yo hablábamos temprano y ella decía: «Los psicodélicos son ventanas». Y yo decía: «Mi esperanza es que sean puertas que nosotros podamos abrir y atravesar para entrar en cierto tipo de mundo hiperdimensional donde la realidad de estas cosas se confirmen».

Platón decía: «Si Dios no existiera el hombre lo inventaría». Si el mundo psicodélico, hiperdimensional no existiera, lo inventaríamos por medio de computadoras y máquinas humanas de interfase. Afortunadamente, en la tradición mundial existe el uso de sustancias psicodélicas. Yo aprecio el esfuerzo de gente como Fritjof Capra para darnos una descripción de concientización en términos de física cuántica, pero mi propia convicción es que la premisa inicial tendría que ser que nosotros no sabemos nada sobre la naturaleza de la realidad y por eso somos incapaces de dar una definición adecuada de «mente» o «existencia» o «si mismo».

Probablemente estemos tan lejos de una noción objetiva de la idea de dios como cualquier otra sociedad en el pasado. Encuentro que la noción de que descendemos de gente hormiga que se originó de la orina del dios cuando él salió de la canoa en la séptima catarata para aliviarse a sí mismo, es más palpable que la que dice que somos una derivación del Big Bang —un momento cuando el universo entero brota de la nada y por una causa no conocida—. Es un asunto de relativismo o mitologías. Tratamos ahora de redondear una idea imaginando la naturaleza de la existencia en el mundo. Por eso deseo que hubiera más excitación o convicción, o alguna manera de que pudiéramos derribar las barreras entre nosotros y así cesáramos de ser los hombres ciegos con el elefante y tener alguna clase de consenso sobre lo que es esta dimensión y lo que pronostica.

Ayer, Stan Grof expuso la noción de «psicoide». Esta palabra surgió del pensamiento de Jung cuando definía la naturaleza de la dinámica del inconsciente. Él decía que tanto dentro como en el mundo hay cierta congruencia. Es la dimensión que los psicodélicos están adaptados para explorar: los estados intermedios entre la mente y la materia. La migración de la coincidencia, el entretejido sincrónico de la corriente interior y exterior de los eventos son los fenómenos que pueden ser repetidamente desencadenados por estos compuestos. Son muy importantes.

Es necesario admitir que hay algo tóxico sobre el proceso histórico, que no podemos realmente sintonizar y al mismo tiempo preservarnos a nosotros mismos. Fritjof Capra expresó en forma contundente que la ciencia necesita una nueva vestimenta para ser capaz con ella de trasmitir la cambiante naturaleza de la realidad. Me pregunto si es posible. Una de las cosas que los psicodélicos hacen aflorar, que enloquecería a cualquier físico, es la curiosa cualidad literaria visible en la superficie de la existencia. Nos reconocemos como caracteres de una novela, siendo empujados y victimizados por varias clases de fuerzas coincidentes que dan forma a nuestra vida. Este es el factor de reconocimiento del factor sincrónico. Es como si uno atrapara la mente en el acto de conformar la realidad.

Frank Barr y yo hablábamos de Finnegans Wake y lo relacionábamos con un fractal diciendo que ésta es una curva que, por virtud de su complejidad, alcanza una dimensión parcial más de autoexpresión en el universo. Finnegans Wake es un libro que, en cierto sentido, trata de caber en el mundo pero es, en cambio, un sistema de eventos autónomo. Yo creo que los psicodélicos muestran que puede alcanzarse la interfase entre la experiencia de un mundo ordinario tridimensional y estos espacios de elevadas dimensiones. Los psicodélicos nos conducen, por levantarnos una fracción de una dimensión, a algún tipo de acceso contemplativo al hiperespacio.

Lo que mi hermano Dennis McKenna decía en su conferencia era que lo humano tuvo origen en la interfase entre plantas y primates. Yo lo considero un proceso en marcha, sólo interrumpido en toda la superficie del planeta hace unos quince siglos en Europa. Estas sustancias diversas actúan como una fuerza intermediaria en la historia humana. Sólo hay que pensar en los impactos que produjeron el azúcar, el tabaco, el café, el alcohol, el opio o los psicodélicos.

Me sorprendió la discusión que sugería que los psicodélicos pueden hacer que uno sea un buen ciudadano. Mi proposición sobre los psicodélicos es que la condición de no legales no obedece a que a alguien le preocupe que uno tenga visiones, sino a que hay algo en ellos que arroja dudas sobre la validez de la realidad. Inevitablemente son agentes descalificantes porque demuestran la existencia de una realidad cercana que corre con una dinámica distinta. Pienso que son catalizadores intrínsecos de disenso intelectual. Es muy duro para una sociedad, aun democrática, aceptar estas condiciones.

Lo que vine a decir acá es que las triptaminas botánicas son diferentes. Hay un problema con la historia de los psicodélicos: el LSD emergió en cierto momento y se convirtió en un problema social. Se acumuló gran cantidad de investigación sobre el tema. Los otros alucinógenos —DMT, psilocibina, etcétera— se consideraban compuestos similares que sólo requerían mayores dosis para producir efectos. En los libros de texto fueron clasificados en bloque. Realmente las triptaminas tienen una cualidad muy distinta del LSD, al punto casi que resulta necesario consignar dos significados distintos para la palabra psicodélico que permita acomodar la ontológica diferencia entre triptaminas y estas otras sustancias.

Albert Hofmann: ¿Cuenta usted la psilocibina entre las triptaminas?

TM: Si, absolutamente.

AH: ¿Entonces usted ve grandes diferencias entre el LSD y la psilocibina?

TM: Con seguridad. Parece que el LSD es algo reacio a producir alucinaciones visuales. En términos de actividad en la corteza visual, la psilocibina es un generador fantásticamente prolífico de alucinaciones visuales. Estas son, me parece a mí, mucho más accesibles a la mayor parte de la gente por la acción de la psilocibina. Sin embargo, la verdadera cualidad diferencial entre ellas —como usted discutió brevemente en Santa Barbara— es que las triptaminas tienen una cualidad de animación. Hay una cualidad de símil Dios-Otro —una presencia extraña— no forzosamente relacionada con los componentes de la psique. Es algo animado, extraño e imbuido con una condición de ajeno y una personalidad que no está presente bajo la acción del LSD. ¿Lo cree?

AH: Si, pero yo creo que hay una diferencia entre la psilocibina y las triptaminas. La psilocibina trabaja por vía oral, las otras triptaminas tienen que fumarse.

TM: El ayahuasca es una triptamina oralmente activa. Con un buen golpe de ayahuasca, alrededor de una hora veinte minutos más tarde se llega lentamente a una situación indistinguible de la de haber fumado DMT. Lo mismo ocurre con la psilocibina, al nivel de treinta miligramos en un período de una hora y veinte minutos. Se conoce que la psilocibina no se degrada en DMT, pero el DMT está presente en el ayahuasca como un compuesto puro. Es extraño, las triptaminas son los alucinógenos más comunes en la naturaleza orgánica, pero son los menos explorados por la ciencia. A mí me parece que esto se debe a la resistencia a enfrentar esta dimensión ajena y peculiar. Sasha Shulgin describe el DMT como «oscuro», lo que es una forma de decir «demoníaco», una palabra frecuentemente usada de cuyo significado no estoy enteramente seguro. Jung hablaba siempre de «demonios» y los asociaba con la tierra. Recuerdo que hablaba de los demonios mexicanos de la tierra.

Es verdad que la gente es muy reticente con los hongos y se acerca a ellos muy cuidadosamente. Las triptaminas son los compuestos menos usados abusivamente porque aun los entusiastas lo hacen con mucho cuidado.

Esto se debe a lo raro de la experiencia. Esta envuelve el acceso a una dimensión extrahumana que es autónoma del yo, una dimensión cuya medida nadie conoce. No es sólo trabajar fuera de nuestros procesos introspectivos personales. Todos los psicodélicos parecen ser iguales a dosis bajas, las dosis justamente por encima del umbral. Pero conforme se toman dosis mayores, que son farmacológicamente seguras, aparecen las diferencias. Ocurren sinestesias extrañas, incluyendo la generación de lenguajes tridimensionales; una situación en que, usando una voz, uno puede crear modalidades coloreadas tridimensionales que tienen contenido lingüístico. Este lenguaje visible puede mostrarse a un compañero que esté en el mismo estado. Es como si el lenguaje tuviera un potencial que sólo se expresa raramente. Robert Graves ha escrito sobre un ur sprach —un lenguaje poético primario cuyo poder estaba en la mirada—, y Hans Jonas ha hablado sobre la noción de un más perfecto Logos, una sabiduría no para los oídos sino para los ojos.

Yo creo que la investigación psicodélica no está estancada en una historia periférica. No se trata de un gran avance destinado primariamente al tratamiento de neuróticos o enfermos mentales. Es literalmente «un nuevo mundo». Ha sido avistada una tierra en el hiperespacio. Ahora tenemos cuatro o cinco siglos de exploración por delante. En la interfase hombre-máquina de lo psicodélico puede haber castillos imaginarios. Nosotros podemos decidir que esta fue la finalidad de la historia —la asociación de imaginación y habilidad—. Para crear una civilización que pueda ser verdaderamente civilizada, ésta debe estar enraizada en la experiencia psicodélica.

Existe preocupación, puede ser que ansiedad también, de que nosotros como grupo, la gente que comparte este conocimiento, necesitemos crear un clima político en el que se practique mayor investigación y donde se pueda hablar de tales materias con mayor libertad. En principio, yo comparto esto, pero no me interesa poner demasiada energía en ello. En el pasado se realizó muchísima experimentación clínica con LSD. Uno de los conferenciantes mencionó la administración de ocho mil dosis de LSD. Es seguro que se aprendió todo lo que se podía aprender de tal modo o al menos se rasguñó la superficie.

En lugar del ensanchamiento horizontal de la fe, me interesaría más el fortalecimiento vertical de la fe, por medio del hecho de que quienes toman tales compuestos tomen más, de distintas clases y en mayores dosis. El verdadero crisol de la experiencia es el yo. Tendríamos que llevar diarios y registrar las experiencias en un banco de datos de modo que los temas comunes puedan rastrearse en grandes grupos de informes archivados. En otras palabras, reforzar la comunidad en lugar de ampliarla.

Yo considero que la experiencia psicodélica fue la luz al comienzo de la historia. Creo que es el tema: que actualmente hemos conseguido un nivel suficiente de sofisticación analítica para discernir la fuerza que empuja la mente animal al estadio humano. Es un proceso que, una vez puesto en movimiento, no terminará. Es como si los alucinógenos botánicos fueran exohormonas, sustancias químicas portadoras de mensajes desprendidos de Gaia para controlar el desarrollo del proceso histórico del disparo que catalizará las especies que introduzcan el cambio en el planeta. No es simplemente como materia de abstracción arqueológica que nosotros hemos aprendido ahora algo sobre nuestro pasado. Esto es verdad también del descubrimiento de Albert Hofmann sobre Eleusis; esto puede tener un impacto mayor aún que el descubrimiento del LSD. Es el descubrimiento de un esqueleto en el armario. Hay esqueletos en los armarios del origen del hombre y de los orígenes de las religiones. Apostaría que estos esqueletos son todos plantas psicodélicas. Si lo aceptamos podemos empezar a entender la forma del futuro humano.

La experiencia psicodélica no es fácilmente medible. Parece que se tratara de un mundo casi tan grande como el dominio anterior de la naturaleza. No es solamente el inconsciente colectivo jungiano —repositorio de toda la experiencia humana—, todavía menor es la noción freudiana de depósito de la memoria de las experiencias individuales. Parece que lo que Freud y Jung pensaron como lugar de la organización de la psique es reconocido en el modelo chamánico como un lugar, en la vecindad, una dimensión adyacente en la que la mente puede proyectarse a sí misma y por medio de autograduar estas dimensiones interiores, experimentarlas como realidades.

El objetivo de William Blake de liberar el espíritu humano en la imaginación es una finalidad cultural razonable, probablemente alcanzable por la aplicación juiciosa de cibernética y sustancias psicodélicas. Lo veo venir pronto y, puesto que este grupo está en el borde por definición, me sorprende lo poco atentos que estamos al respecto. Cómo nos ubicamos con respecto a estos temas, cómo comprendemos e interpretamos las experiencias, marcará el tono con que proyectaremos el florecimiento en el mundo.

Un tema de discusión es cómo estableceremos puentes con el futuro. Hay cinco o seis temas relacionados con la botánica de las sustancias alucinógenas que promueven inquietud en diversos lugares, y drogas, preparaciones chamánicas sobre las cuales la literatura es muy sugestiva, como también familias de plantas con alucinógenos ya identificados en ellas, muy difíciles de tratar. Cinco años de trabajo de médicos, antropólogos, etnobotánicos y aventureros podrían probablemente duplicar el monto de información conocida sobre los alucinógenos botánicos.

En el pasado, el mayor esfuerzo se volcó a la elaboración en el laboratorio de parientes estructurales de compuestos conocidos. Pero aun los compuestos tales como 2CB, relacionado con el DOM, no se habrían descubierto nunca si alguien no se hubiera dado cuenta de que el producto natural miristicina tenía cierto tipo de psicoactividad. La familia entera de MDMA se puede considerar una elaboración de la molécula de tal sustancia. Tenemos que averiguar si hay alucinógenos, de familias químicas desconocidas, que guardan el secreto para la elaboración de nuevos compuestos de laboratorio.

El procedimiento original de la botánica farmacéutica consistió en enviar a la selva gente que trajera las plantas coleccionadas: se hacían entonces los extractos, se los caracterizaba, pero conforme avanzaba el arte de la síntesis, hubo menos de lo primero y más de ésta en base a las relaciones de estructura-actividad. Ahora se ha realizado mucho trabajo y no se descubren nuevos alucinógenos de importancia. Hay mucho trabajo de reconocimiento botánico que tiene que realizarse en el mundo para encontrar alucinógenos cuyo uso pueda estar disminuyendo, restringiéndose o que se usen endémicamente. Son medios de expandir nuestra posibilidad de conocer qué son los alucinógenos. ¿Cuál es su lugar en la naturaleza? Eso puede hacerse. No es tema en el área del cuidado de la salud mental.

El Renacimiento en Italia se basó en las especias. Como tenían que conseguir especias en cualquier parte, las compraban. «Especias» es un término muy ambiguo. Si conseguimos que los psicodélicos sean reclasificados como especias quedarían bajo el control de los chefs y mâitres en lugar de los psicoterapeutas y personal al cuidado de la salud mental. Se tendría entonces un punto de vista enteramente diferente sobre la administración, el uso, el marco y los objetivos para tales sustancias.

Parece que estuviéramos en la Edad de Piedra en relación con estas investigaciones. Hay mucho por hacer. Es sorprendente y es un privilegio asombroso para nosotros que estemos a nivel. Que veinticinco años después de que Leary desencadenara las guerras del LSD podamos estar todavía a nivel; pero parece que solamente porque nadie más quiere estar en esto.

Ralph Metzner: ¿Puedo hacer un par de observaciones sobre eso? Sus ideas, como las de Albert Hofmann, sobre el rol de las plantas tipo ergotrato en Eleusis, se enlazan con la noción del renacer de los viejos dioses. Son plantas sagradas que se trataban como seres sagrados, seres divinos, deidades básicas. Si fuéramos en realidad capaces de identificar qué era el soma, habríamos identificado y recreado la fuente de energía detrás de toda la civilización indoeuropea. Del mismo modo, si redescubriéramos y pudiéramos identificar lo que usaban en Eleusis, tendríamos el ímpetu original detrás de la civilización greco-europea, que lo convirtió en el vehículo primario de la experiencia religiosa por dos mil años.

TM: Soma es la luz al comienzo y al final de la historia, esa es la noción. Está infusa en la historia. La historia es el proceso creado por ella para sus propios fines. Estamos envueltos en una relación simbiótica con una criatura biológica que es como un dios porque es muy adelantado, distinto y poseedor de un cuerpo tan particular de información en comparación con nosotros mismos.

RM: Otra breve observación sobre soma: cualquier cosa que haya sido, ¿por qué desapareció? No hay Stropharia cubensis o Amanita o ninguno de estos alucinógenos en la India hoy. Si estuviera allá sería en un lugar remoto y no de fácil y difundido acceso como el alcohol o el vino, que llegaron a ser drogas de uso amplio en la cultura occidental. Mi teoría sobre lo que sucedió es que pasó lo mismo que ahora, que el uso de soma —genuino tóxico religioso— en el sentido de que producía una experiencia religiosa y conocimiento directo de Dios, fue desterrado sistemáticamente por los sacerdotes, que se interesaban primordialmente en mantener su estructura de poder. Si la gente podía tener una experiencia directa de Dios por el uso de los hongos u otra planta, no se interesarían por el sacerdocio. ¿Para qué iban a hablar al sacerdote si podían hablar a Dios?

TM: Es el factor descalificante.

RM: En los años sesenta vimos, y lo vemos ahora, que los guardianes del poder en la sociedad no quieren que gran cantidad de gente tome sustancias o plantas que expandan su conciencia. Unos pocos no los molestan. Pero grandes números hacen mucho ruido y no los quieren.

TM: Esa es la razón por la cual encarar la acción vertical es más conveniente. Experiencias más profundas para un centro más duro.