Conferencia dictada en la Conferencia Lilly/Goswami sobre Conciencia y Física Cuántica, en Esalen, en diciembre de 1983. Fue la primera de muchas conferencias en el Instituto Esalen de Big Sur, California.
Hay un punto muy circunscripto de la naturaleza orgánica que en mi opinión tiene importantes implicaciones para los estudiantes de la naturaleza humana. Me refiero a los alucinógenos dimetiltriptamina (DMT) —derivada del triptofano—, la psilocibina y una droga híbrida que utilizan los aborígenes de la selva tropical de América del Sur, llamada ayahuasca. Esta última es una combinación de dimetiltriptamina y un inhibidor de la monoaminooxidasa que se toma por vía oral. Parece adecuado hablar de estas drogas cuando discutimos la naturaleza de la conciencia y también es apropiado cuando discutimos la física cuántica.
Yo interpreto que los mayores fenómenos mecánicos cuánticos que todos experimentamos, aparte del despertar de la conciencia en sí, son los sueños y las alucinaciones. Estos estados, al menos en el reducido sentido que me concierne, ocurren cuando se restringe la enorme cantidad de las diversas clases de radiación que convergen en el cuerpo por los sentidos. Vemos entonces imágenes y procesos interiores que son psicofísicos. Estos procesos definidamente se realizan al nivel de la mecánica cuántica. Como John Smythies, Alexander Shulgin y otros han demostrado, hay una correlación de la mecánica cuántica y la alucinogénesis. En otras palabras, si un átomo de un anillo molecular de un compuesto inactivo se mueve, el compuesto se vuelve enormemente activo. Se trata para mí de una perfecta prueba del encadenamiento dinámico al nivel formativo entre la materia descrita por la mecánica cuántica y la mente.
Los estados alucinatorios pueden ser inducidos por una variedad de alucinógenos y anestésicos disociativos y por experiencias como el ayuno y otro tipo de pruebas extremas. Pero lo que hace especialmente interesante a la familia de los compuestos triptamínicos es la intensidad de las alucinaciones y la concentración de actividad en la corteza visual. Hay una intensidad enorme de los paisajes interiores, como si la información estuviera presentándose tridimensionalmente y se desenvolviera en una cuarta dimensión, codificada como luz y superficies desenvolventes. Cuando uno enfrenta estas dimensiones, uno se convierte en parte de una relación dinámica con la experiencia mientras trata de decodificar lo que se está diciendo. Es un fenómeno que no es nuevo: a lo largo de la historia la gente ha estado más tiempo hablando con los dioses y los demonios que sin hacerlo.
Solamente la vanidad de las sociedades científicas y tecnológicas postindustriales nos ha llevado a proponer siquiera algunas de las preguntas que nos parecen tan importantes. Por ejemplo, el contacto con extraterrestres es uno de los casos típicos de intento de desviar la atención, pues se basa sobre premisas que parten de suposiciones que se reconocen como falsas con sólo un momento de reflexión. La búsqueda expectante de una señal de radio de una fuente extraterrestre es probablemente una conjetura ligada a nuestra cultura con tantas probabilidades de éxito como encontrar un buen restaurant italiano en la galaxia. Y sin embargo se eligió éste como el camino para establecer un contacto posible. Mientras tanto hay gente en todo el mundo: psíquicos, chamanes, místicos, esquizofrénicos, cuyas cabezas están llenas de información que se clasifica a priori como sin importancia, incoherente o loca. Sólo se acepta como una señal lo que es reconocido a través de la vía del consenso y como tal sancionado como instrumento seguro. El problema es que actualmente estamos tan inundados de señales —estas otras dimensiones— que hay demasiado ruido en el circuito.
No es demasiado difícil escuchar una voz dentro de nuestra cabeza. El logro es estar seguro de que te dice la verdad, porque hay demonios de muchas clases: «Algunos están hechos de iones, otros son mentales: encontrarás que los de cetoaminas a menudo tartamudean y son ciegos». La reacción a estas voces no es arrodillarse genuflexo delante de un dios, porque entonces seriamos como Dorothy en su primer encuentro con Oz. No hay dignidad en el universo si nosotros no enfrentamos estas cosas parados en nuestros dos pies y tenemos con ellas una relación de yo/tú. Uno tiene que decirle al otro: «Dices que eres omnisciente, omnipresente, o dices que provienes de Zeta Reticuli. Hablas mucho, pero, ¿qué puedes mostrarme?». Los magos, la gente que invoca estas cosas, siempre entendió que uno debe ir a tales encuentros con todas las luces prendidas.
¿Qué tiene que ver la comunicación extraterrestre y la familia de compuestos alucinógenos que yo deseo discutir? Simplemente que se ha pasado por alto la inigualable fenomenología de presentación de esta familia de compuestos. La psilocibina, aunque rara, es la mejor conocida entre estas descuidadas sustancias. En la mente del público no informado y ante la ley, se apila junto con la dietilamida del ácido lisérgico (LSD) y la mescalina, cuando, en efecto, cada uno de estos compuestos es un universo fenomenológicamente definido en sí mismo. La psilocibina y el DMT invocan la razón (logos), aunque el DMT tiene una acción más breve e intensa. Esto es, trabajan directamente sobre los centros del lenguaje, por lo cual el diálogo interior es una parte importante de la experiencia. Tan pronto como uno se da cuenta de esto, tanto respecto de la psilocibina como de las triptaminas en general, tiene que decidir si entrar en el diálogo o no y tratar de encontrar el sentido de las señales percibidas. Yo lo he intentado.
Yo me considero a mí mismo un buscador en lugar de un científico porque el área que exploro abarca datos insuficientes para sustentar aún la fantasía de ser una ciencia. Estamos en una situación similar a la de los exploradores que exploraban («mapeaban») un río y sólo podían indicar otras corrientes de agua que confluían en él. Tenemos que dejar muchos ríos sin reconocer y sin poder decir nada sobre ellos. Esta baconiana colección de información sin presuposiciones sobre aquello a lo que eventualmente nos pueda conducir me ha empujado a una serie de conclusiones que no anticipaba. Puedo tratar de recordar y de ese modo explicar esto, porque al reproducir las experiencias pasadas surgen las cuestiones.
Mi primera experiencia con DMT data de 1965. Aún entonces era un compuesto inusual. Muy poca gente se familiarizó con él porque vivimos en una sociedad completamente obsesionada con toda clase de sensación imaginable y adoradora de toda clase de terapia, de cada intoxicación y cada combinación sexual imaginable y de todo tipo de abuso de la prensa y otros medios. Pero aunque podamos ser muy hedonistas o perseguidores de lo raro podemos encontrar que la DMT es demasiado. En español se suele decir bastante y muchos bastante llevan a demasiado. Cuando se fuma, el comienzo de la experiencia aparece en unos quince segundos. Inmediatamente se cae en trance. Uno cierra los ojos y oye un sonido como si se desgarrara celofán, como si alguien arrugara una lámina de plástico y la lanzara lejos. Un amigo mío sugería que se trataba de nuestra entelequia radial arrancándose de la matriz orgánica. Se oye un ruido ascendente. También está presente la cualidad alucinatoria, la movilidad cambiante de las figuras geométricas que varían de colores. En el lugar de la actividad sináptica, todas las ligaduras están siendo ocupadas y uno experimenta la modalidad del cambio (shift) durante unos treinta segundos.
En tal momento se llega a un lugar indescriptible, un espacio que se siente como subterráneo, de alguna manera aislado y con forma de cúpula. En Fínnegans Wake ese espacio recibe el nombre de «merry go raum» (la palabra raum es espacio en alemán, y merry go round es la expresión inglesa que traducimos como calesita). El lugar está, de hecho, girando y en ese espacio uno se siente como un niño, aunque uno ha llegado a algún lugar en la eternidad.
La experiencia me recuerda siempre el segmento veinticuatro de Heráclito: «El infinito es un niño que juega con globos de colores». Uno llega a ser no sólo el infinito que juega con los globos de colores sino que también se reúne con las entidades. En el libro que escribimos conjuntamente con mi hermano, The Invisible Landscape (El paisaje invisible), yo los describo como enanos-máquina autotransformadores. Son entidades que se contorsionan dinámicamente en módulos topológicos distinguiéndose del fondo que los rodea, el cual a su vez está en transformación continua. Son entidades que me recuerdan a los Munchkins de la película «El mago de Oz» cuando aparecen portando el certificado de la muerte de la Bruja del Este y cantan con una voz aguda un versito sobre «estar absoluta y completamente muerta». Cuando llegan los Munchkins de la triptamina, estas sobredimensionales entidades, estos enanos-máquina nos inundan de amor. No erótico, sino colmado de una cordialidad que hace sentir bien. Son como fragmentos reflejos de una parte de la propia psique previamente escondidos y súbitamente autónomos.
Y ellos hablan y nos dicen: «No te sientas alarmado. Recuerda y haz lo que hacemos nosotros». Una de las interesantes características del DMT es que a veces nos inspira miedo —esto marca la experiencia como existencialmente auténtica—. Una de las formas de evaluar un compuesto es observar cuánto desea el sujeto de la experiencia someterse a la segunda prueba. Un toque de terror confiere validez a la experiencia porque significa «Esto es real». Somos equilibrados, leemos las publicaciones, conocemos las dosis máximas, la dosis letal-50 y todo lo demás. Pero a pesar de eso es tan grande la fe que uno tiene en la mente que cuando uno está bajo el efecto siente que las reglas de la farmacología no se aplican y que el control de la existencia en ese plano es realmente un problema de enfoque de la voluntad y buena suerte.
No quiero decir que haya algo intrínsecamente bueno en el terror. Digo que, dada la situación, si uno no se aterroriza es porque está un poco fuera de contacto con la dinámica total de lo que pasa. No sentirse aterrorizado significa que uno es un loco o que ha tomado un compuesto que paraliza la habilidad de estar aterrorizado. No tengo nada contra el hedonismo y ciertamente yo saco algo de ello. Pero la experiencia debe movemos el corazón y sólo moverá el corazón si trata con la realidad de la vida y la muerte. Si se trata de vida y muerte nos moverá a sentir miedo, a llorar y a reír. Estos son lugares profundamente extraños y ajenos.
Los enanos fragmentarios parecen confortantes cuando dicen: «No te preocupes, no te preocupes, haz esto, mira esto». Mientras tanto uno está más allá. El propio yo está intacto, los propios reflejos del miedo, intactos. Uno no está desintegrado. En consecuencia, la reacción es el asombro persistente. Se respira y sigue persistiendo. Los enanos dicen: «No te estanques en la sorpresa de modo que se tapone tu habilidad para comprender. Trata de no estar tan asombrado. Trata de enfocar y mirar lo que haces». Lo que ellos están haciendo es emitir sonidos musicales similares a lenguaje. Son sonidos que pasan sin un momento cuantificado de distinción —como dijo Filón que haría el Logos cuando llegara a ser perfecto— de las cosas escuchadas a las cosas contempladas. Uno escucha y nota un lenguaje de significado extraño que está transfiriendo información extraña que no puede ser vertida a la lengua que nos es propia.
Como monos que somos, cuando encontramos un objeto translingüístico se activa una especie de disonancia cognitiva en nuestro cerebro hendido. Tratamos de verter lenguaje sobre el objeto, que se desliza como el agua en las plumas del pato. Tratamos de nuevo y fallamos otra vez y esta disonancia cognitiva, esta excitación temblorosa que sigue saliendo del objeto nos asombra y llena de admiración y nos coloca al borde del terror. Uno tiene que controlar el terror y para eso hay que hacer lo que hacen las entidades, lo que nos decían que hiciéramos.
Menciono estos «efectos» para solicitar la atención de los experimentadores, sean ellos chamanes o científicos. Hay algo en estos compuestos que no es lo común en el espectro con que se presenta regularmente la experiencia con drogas alucinógenas. Cuando uno empieza a experimentar con la propia voz, se vuelven posibles fenómenos no previstos. Uno experimenta glosolalia, aunque diferente del cuadro de la glosolalia clásica que ha sido estudiada. Los estudiosos de la glosolalia clásica han medido colecciones de saliva de dieciocho pulgadas de extensión en las iglesias de América del Sur en las que las personas afectadas se arrodillaban. Después que pasa el fenómeno los afectados de glosolalia preguntan a los vecinos: «¿Me pasó a mí? ¿Hablé en lenguas?». Este fenómeno inducido por alucinógenos no es igual. Es simplemente un estado cerebral que permite la expresión del lenguaje colectivo que subyace al lenguaje propio. Se trata de un tipo de lenguaje primario como el que Graves describía en The White Goddess (La Diosa Blanca) o el lenguaje cabalístico del tipo que se describe en el Zohar, un ur sprach primario que sale de uno mismo. Uno descubre que puede hacer los objetos extradimensionales —los teñidos por los sentimientos, los que tienen tonos según el significado, complejos rotativos tridimensionales de transformación de luz y color—. Saber esto es sentirse como un niño. Uno está jugando con los globos de colores. Uno ha devenido la eternidad.
Esto me sucedió a mi veinte segundos después de fumar DMT, un día particular de 1966. Quedé aterrado. Hasta entonces yo creía que mis categorías ontológicas estaban intactas. Antes había tomado LSD, pero esto sobrevino como un rayo inesperado. Yo bajé y dije —¡lo dije tantas veces!— «No lo puedo creer, es imposible, completamente imposible». Para mi había un lapso en el conocimiento comprobado en el aquí y el ahora, alejado por muchos cuantos: hay un universo de ebullente inteligencia activa que es trashumana, hiperdimensional y excesivamente extraña. Yo lo llamo el Logos (la sabiduría), no abro juicios. Constantemente dialogo con él/ella y le pregunto: «Bien, ¿qué eres? ¿Algún tipo de conciencia difusa que se encuentra en el ecosistema terrestre? ¿Eres un dios o un extraterrestre? Muéstrame lo que sabes».
Los hongos de psilocibina también lo llevan a uno al mundo de la hipercontinuidad de la triptamina. La psilocibina es una triptamina psicoactiva. El hongo está lleno de respuestas para las cuestiones que inspira su propia presencia. La verdadera historia en los últimos cuatro mil millones y medio de años le resulta una trivialidad. Con ella uno puede tener acceso a la historia cosmológica. Naturalmente son experiencias que plantean la cuestión de la evaluación independiente —al menos por un tiempo fue una cuestión que yo me planteé—. Pero conforme me familiaricé con los supuestos epistemológicos de la ciencia moderna, lentamente me di cuenta de que la estructura de la empresa intelectual occidental es tan débil en su centro que aparentemente nadie sabe nada con certeza. Entonces me volví menos reacio a hablar de estas experiencias. Se trata de experiencias y en tal condición son datos primarios de la existencia. No es una dimensión remota pero es muy rara y pone en duda los supuestos de la historia humana.
Los hongos de psilocibina producen los mismos efectos que el DMT, aunque la experiencia crece en un período de más o menos una hora y luego se prolonga alrededor de dos horas. Produce la misma confrontación con una inteligencia extraña y complejos de información translingüistica extremadamente raros. Son experiencias que sugieren con gran fuerza que en la mente/cuerpo humanos hay una habilidad latente que está todavía por descubrirse, pero cuando se descubra será obvia y pasará a formar parte de la evolución cultural. Creo que el lenguaje es la sombra de esta capacidad o que tal capacidad será una extensión anexa del lenguaje. Puede ser que sea posible un lenguaje humano en el que la intención del significado esté contenida realmente en un espacio tridimensional. Si esto puede darse con DMT, significa que, al menos en ciertas circunstancias, es accesible al ser humano. Con diez mil años y gran compromiso cultural en el desarrollo de este talento, ¿no podría llegar a ser tan conveniente como han llegado a ser la matemática o el lenguaje?
Es natural que como un resultado de la confrontación de la inteligencia extraña con el intelecto organizado, por otra parte, se hayan elaborado muchas teorías. La que yo publiqué en Psilocybin: The Magic Mushroom Grower’s Guide (Psilocibina: Guía para el cultivo del hongo mágico) sostiene que el hongo es de origen extraterrestre. Sugiero que el hongo Stropharia cubensis fue una especie que no evolucionó en la tierra. Dentro del trance producido por el hongo, fui informado que una vez que una cultura ha completado su conocimiento de su información genética, se reingenieriza a sí misma para sobrevivir. La versión de la reingenierización de la Stropharia cubensis es la estrategia de una red de micelios cuando se encuentra en contacto con superficies planetarias y la estrategia de la dispersión de esporos como un medio de diseminarse a lo ancho de la galaxia. Aunque me preocupa la forma en que el teorema de la no localización de Bell es llevado y traído, el intelecto extraño parece, por otra parte, estar en posesión de un enorme cuerpo de información referida a la historia de la galaxia. El/ellos dicen que no hay nada inusual al respecto, que la concepción humana sobre la inteligencia organizada y la dispersión de vida en la galaxia se ligan irremediablemente a determinada cultura y que la galaxia ha sido una sociedad organizada por miles de millones de años. La vida evoluciona bajo tan diversos regímenes químicos, de temperatura y presión, que la búsqueda de un extraterrestre que se siente a conversar con uno está condenada al fracaso. La mayor dificultad en la búsqueda de extraterrestres es el reconocimiento. El tiempo tiene tal vastedad y las estrategias evolutivas y ambientales son tan variadas que el truco es saber si se está en contacto. La Stropharia cubensis, si uno ha de creer lo dicho en alguna de esas ocasiones, es un simbionte y desea una simbiosis mayor con la especie humana. Alcanzó al humano temprano por simbiosis con el ganado domesticado y de ese modo con los hombres nómades. Como las plantas que hombres y mujeres cultivaban y los animales que criaban, el hongo fue capaz de asimilarse a la familia del hombre de modo que donde fueran los genes humanos transportaban a estos otros genes.
Pero los cultos clásicos del hongo en México fueron destruidos por la llegada de la conquista española. Los franciscanos se apropiaron la teofagia como monopolio absoluto. En el Nuevo Mundo encontraron un hongo llamado teonancatl la carne de los dioses. Se pusieron a trabajar y la Inquisición fue capaz de arrinconar la vieja religión hasta las montañas de Oaxaca, de modo que sólo sobrevivía en pocos villorrios cuando Valentina y Gordon Wasson lo encontraron en la década de los cincuenta.
Hay otra metáfora. Uno tiene que equilibrar estas explicaciones. Ahora parecerá que yo no clasificara al hongo como extraterrestre. En su lugar puede ser que —últimamente he llegado a sospecharlo— el alma humana esté tan alienada de nosotros mismos en nuestra presente cultura que la tratamos como extraterrestre. Para nosotros la cosa más extraña en el cosmos es el alma humana. Los «aliens» (extraños) estilo Hollywood pueden llegar a la tierra mañana y el trance del DMT continuaría siendo lo más raro y seguiría conteniendo la promesa de información más útil para el futuro humano, tan intenso es. La ignorancia forzó al culto del hongo a esconderse. La ignorancia quemó las bibliotecas del mundo helenístico de épocas tempranas y dispersó el conocimiento antiguo, sacudiendo la maquinaria estelar y astrológica que había funcionado por centurias. Por ignorancia me refiero a la tradición helenística-judeo-cristiana. Los herederos de esta tradición construyeron un mecanismo de triunfo. Fueron ellos quienes más tarde cumplieron los sueños de los alquimistas de los siglos quince y dieciséis —y del siglo décimo— con la transformación de los elementos y el descubrimiento del trasplante de genes. Pero entonces, después de conquistar el Nuevo Mundo y llevar sus pueblos a la fragmentación cultural y la diáspora, se encontraron accidentalmente con el cuerpo de Osiris —el cuerpo condensado de Eros— en las montañas de México, donde Eros se había retirado a la llegada de los Cristos. Y al encontrar el hongo, lo desataron.
Phillip K. Dick discute, en una de sus últimas novelas, Valis, la prolongada hibernación del Logos (la sabiduría). Criatura de pura información, fue enterrada en la tierra de Nag Hammadi, junto con la Biblioteca de Chenoboskian alrededor del 370 d. C. Como dato estadístico, existió allí hasta 1947, cuando se tradujeron los textos y se leyeron. Tan pronto como la información ocupó la mente de la gente el simbionte revivió, porque, como la conciencia del hongo, Dick imaginaba que era puramente información. La conciencia del hongo es la conciencia de Otro en el hiperespacio, lo que significa en los sueños y en el trance de la psilocibina, en el cuantum de la existencia, en el futuro humano y después de la muerte. Todos los lugares que se pensaron y describieron como discretos y separados se ven como parte de un conjunto homogéneo. La historia es una marca sobre diez a quince mil años desde el nomadismo hasta los platos voladores, esperemos que sin ruptura del sobre que envuelve al planeta, daño que podría producir un aborto en lugar de un nacimiento y nos haría permanecer como brutos prisioneros de la materia.
La historia es la ola de choque de la escatología. Hay algo al final del tiempo, que proyecta una sombra enorme sobre la historia humana atrayendo a todos los hombres hacia sí. Todas las guerras, las filosofías, las violaciones, los saqueos, las migraciones, las ciudades, las civilizaciones, todo esto ocupa un microsegundo del tiempo geológico, planetario y galáctico mientras los monos reaccionan al simbionte que está en el ambiente, el que suministra información a la humanidad sobre un cuadro más amplio. No pertenezco a la escuela que quiere atribuir todas nuestras realizaciones al conocimiento que nos han dado los amistosos extraños, estoy describiendo algo que espero sea más profundo que eso. Conforme los sistemas nerviosos evolucionan a niveles cada vez más altos, se acercan más y más a comprender la situación de la que forman parte. Y la verdadera situación en la que nos encontramos incrustados es un organismo, una organización de inteligencia activa de escala galáctica. La ciencia y la matemática pueden estar ligadas a la cultura. No lo sabemos con seguridad porque nunca tuvimos que tratar con una matemática o una cultura extraña excepto en el reino de lo oculto y tal evidencia es inadmisible para los guardianes de la verdad científica. Esto significa que el contenido de la experiencia chamánica y de los éxtasis inducidos por plantas son inadmisibles aun cuando son la fuente de lo nuevo y el filo cortante del ingreso de lo nuevo en la plenitud de la existencia.
Piense en esto por un momento: si la mente humana no vislumbra en la historia de la raza lo que vendrá, ¿qué será de nosotros? El futuro está obligado a ser psicodélico porque pertenece a la mente. Estamos recién empezando a apretar las teclas de la mente. Una vez que miremos esto con atención, descubriremos la naturaleza eterna de la mente y creo que la liberaremos del mono. Mi visión del futuro es que exteriorizaremos el alma e internalizaremos el cuerpo, de modo que el alma existirá como una lente superconductora de materia translingüistica generada fuera del cuerpo de cada uno en la juntura crítica de nuestro bar mitzvah psicodélico. De allí en adelante seremos de alguna manera eternos en la matriz de estado sólido de la lente translingüistica que habremos llegado a ser. La propia imagen corporal existirá como la transformación de una onda holográfica mientras uno juega en los campos del Señor y habita los Campos Elíseos.
Otros monos inteligentes han caminado sobre el planeta. Los exterminamos y ahora somos únicos, pero lo que está suelto en este planeta es el lenguaje, los sistemas de información autoreplicada que reflejan las funciones del ADN: aprendizaje, codificación, modelación, grabación, probar, reprobar, recodificación contra las funciones del ADN. Entonces, otra vez, el lenguaje puede ser una cualidad de un orden enteramente distinto. Cualquier cosa que el lenguaje sea, está ahora en nosotros, monos, pasando a través de nosotros, fuera de nuestras manos, hacia la noosfera con la cual nos hemos rodeado a nosotros mismos.
El estado inducido por la triptamina parece ser en un sentido, transtemporal. Es una anticipación del futuro. Es como si la metáfora de Platón —que el tiempo es la imagen en movimiento de la eternidad— fuera verdad. El éxtasis de la triptamina es un paso al costado de la imagen en movimiento y hacia la eternidad, la eternidad del permanecer ahora, nunc stans de Santo Tomás de Aquino. En ese estado, toda la historia humana conduce hacia el momento culminante. La aceleración es visible en todos los procesos que nos rodean: el fuego se descubrió hace varios millones de años: el lenguaje apareció unos treinta y cinco mil años atrás: las medidas, hace unos cinco mil años. Galileo apareció hace cuatrocientos años: entonces vinieron Watson y Crick y el ADN. Lo que evidentemente está pasando es que todo está convergiendo. Por otra parte, la descripción que nuestros físicos nos dan del universo —que ha durado miles de millones de años y durará miles de millones en el futuro— es una concepción dualista, una proyección inductiva sin sofisticación cuando se aplica a la naturaleza de la conciencia y el lenguaje. La conciencia es de alguna manera capaz de colapsar la condición del vector y por lo tanto causar que la materia de la existencia esté sujeta a lo que Alfred North Whitehead llamó «la formalidad de estar realmente ocurriendo». Acá se produce el comienzo de una comprensión de la centralización de los seres humanos. Durante los últimos quinientos años las sociedades occidentales han estado en una curva de descentralización, llegando a la conclusión de que la tierra no es el centro del universo y el hombre no es el amado de Dios. Nos hemos movido hacia la periferia de la galaxia, cuando la realidad es que el material más ricamente organizado en el universo es la corteza cerebral humana y la experiencia más densa y más rica en el universo es la que usted tiene justamente ahora. Todo tendría que formar una constelación que circunscribiera el yo perceptivo. Estos son los datos primarios.
El yo perceptivo bajo la influencia de las plantas alucinógenas da información que difiere totalmente de los modelos que heredamos de nuestro pasado, y son dimensiones que existen. En un nivel esta información es materia de escasa consecuencia, porque muchas culturas han entendido esto por milenios. Pero las modernas generaciones estamos tan grotescamente alienadas y fuera de lo que realmente es vital que nos resulta una revelación sentir, en cierto modo abstracto, el poder del mito o el ritual. Esta forma de aprehenderlo es un proceso hiperintelectualizado e insatisfactorio.
Como expliqué, soy un explorador en lugar de un científico. Si yo fuera único, ninguna de mis conclusiones tendría significado fuera del contexto de mí mismo. Mis experiencias, como las suyas, tienen que ser más o menos una parte de la condición humana. Algunas personas tienen más facilidad para esta exploración que otras, y estos estados pueden ser difíciles de lograr, pero forman parte de la condición humana. Hay pocas claves sobre la existencia de estos puntos extradimensionales. Si el arte procura imágenes que vienen del Otro, de la Sabiduría hacia el mundo, delineando ideas en la materia, ¿por qué no encontramos en la historia lo que los viajeros psicodélicos han experimentado en totalidad? Puede ser que el plato volador sea el motivo central que pueda ser comprendido para poder manejar la realidad aquí y ahora. Estamos tan alienados, en tal grado, que el yo debe disfrazarse a si mismo como extraterrestre para no producir alarma con las verdaderamente raras dimensiones que abarca. Cuando podamos amar lo extraño, habremos empezado a cicatrizar la discontinuidad psíquica que nos ha plagado desde el siglo dieciséis y posiblemente más temprano.
Mi testimonio es que la magia está viva en el hiperespacio. No es necesario creerme a mí, basta con relacionarse con las plantas alucinógenas. El hecho es que el conocimiento elevado proviene de las plantas. Hay cierta certidumbre de que uno trata con una criatura integra si lo hace con la planta, pero las criaturas nacidas en el artificio demoniaco de los laboratorios deben ser tratadas con muchísimo cuidado. El DMT es un alucinógeno endógeno. Está presente en pequeñas cantidades en el cerebro humano. También tiene importancia que la psilocibina es 4-fosforaloxi-N, N-dimetiltriptamina y que la serotonina, el mayor neurotransmisor en el cerebro humano, que se encuentra en todos los seres vivos, pero está más concentrada en los humanos, es la 5-hidroxitriptamina. El mero hecho de que el comienzo de la acción del DMT sea tan rápido, durando cinco minutos, e iniciándose en cuarenta y cinco segundos, significa que el cerebro está completamente familiarizado con este compuesto. Por otra parte, un alucinógeno como el LSD es retenido por cierto tiempo en el organismo.
Añadiré una nota de prevención. Siempre me siento raro diciendo a la gente que verifique mis observaciones puesto que es imprescindible la planta alucinógena. Los experimentadores deben ser prudentes. Deben realizarse adiciones graduales a la experiencia. Esta ofrece dimensiones raras, de extraordinario poder y belleza. No hay una regla fija para evitar que la experiencia lo sobrepase a uno, pero se debe ser prudente y tratar siempre de buscar la correlación de las experiencias en la historia de la raza y en los logros filosóficos y religiosos de la especie. Todos los compuestos son potencialmente peligrosos y todos, en dosis suficientes o repetidas en el tiempo, implican riesgos. La biblioteca es el primer lugar al cual recurrir cuando se intenta tomar un compuesto nuevo.
Necesitamos toda la información disponible para navegar por dimensiones que son profundamente desconocidas y ajenas. Yo he estado en Konarak y visitado Bubaneshwar. Estoy familiarizado con la iconografía hindú y colecciono thankas. Encontré similitudes entre mis experiencias con LSD y la iconografía del budismo mahayana. Pero lo que me sorprendió fue la total ausencia de motivos del DMT. No está allí. No está en ninguna tradición que me resulte familiar.
Hay un cuento muy interesante de Jorge Luis Borges que se llama «La secta del Fénix». Permítaseme recapitularlo. Borges comienza escribiendo «No hay grupo humano en el que no aparezcan miembros de la secta. También es verdad que no hay persecución o rigor que no hayan sufrido y perpetrado». Continúa:
El rito es la única práctica religiosa observada por los sectarios. El rito constituye el Secreto. Este Secreto… es trasmitido de generación en generación. El acto es en sí trivial, momentáneo, y no requiere descripción. El Secreto es sagrado, pero siempre es algo ridículo: su realización es furtiva y el adepto no habla de él. No hay palabras decentes para nombrarlo, pero se comprende que todas las palabras lo nombran o más bien inevitablemente aluden a él.
Borges no dice nunca explícitamente cuál es el secreto, pero si uno conoce la otra historia. «El Aleph», puede ponerlas juntas y darse cuenta que el Aleph es la experiencia del secreto del culto del Fénix.
En la Amazonia, cuando el hongo nos revelaba su información y nos elegía para diversas tareas le preguntamos: «¿Por qué nosotros? ¿Por qué tenemos que ser embajadores de una especie extraña ante la cultura humana?». Y la respuesta fue: «Porque tú no crees en nada. Nunca diste tu fe a nadie». La secta del Fénix, el culto de esa experiencia, quizá sea milenario pero no ha sido traído a la luz donde corren los carriles de la historia. El uso prehistórico de las plantas extáticas del planeta no es comprendido enteramente. Hasta hace poco tiempo el consumo del hongo de la psilocibina estaba confinado al istmo central de México. La especie Stropharia cubensis, que contiene psilocibina, no se conocía en el uso arcaico del chamanismo en ninguna parte del mundo. El DMT se ha usado en la Amazonia durante milenios, pero por culturas muy primitivas, usualmente cazadores-recolectores.
Yo estoy frustrado por lo que llamo «el efecto de agujero negro» que parece rodear el uso del DMT. Un agujero negro causa una curvatura del espacio de forma tal que la luz no puede dejarlo, y puesto que no salen señales, no hay información. Dejemos de lado si en la práctica de observar agujeros negros esto es verdad. Tomémoslo como una metáfora. Intelectualmente, el DMT es como un agujero negro porque una vez que uno sabe de él, es muy difícil para los demás entender de qué hablamos. No nos oyen. Cuanto más pueda uno articular de qué se trata, menos entienden los demás. Por eso creo que la gente que alcanza la iluminación permanece silenciosa, porque no la comprendemos. Por qué el éxtasis por la triptamina no ha sido estudiado por científicos, investigadores u otros, no lo sé, pero lo propongo a vuestra atención.
La tragedia de nuestra situación cultural es que no tenemos tradición chamánica. El chamanismo consiste primariamente en técnicas, no en rituales. Es un conjunto de técnicas trabajadas durante milenios, que hacen posible, aunque no para cualquiera, la exploración de estas áreas. Se notan y estimulan los individuos con predisposiciones.
En las sociedades arcaicas donde prospera el chamanismo como institución los signos son fácilmente reconocidos: singularidad, particularidades, rarezas. La epilepsia es muchas veces una firma en sociedades preliteratas; también la capacidad de sobrevivencia a una prueba extrema de una manera inesperada, por ejemplo, personas que sobreviven al rayo se consideran especialmente capaces. Alguien que padece enfermedades gravísimas y sobrevive después de semanas y semanas de lucha, es considerado con fuerza anímica para ser chamán. Los aspirantes a chamanes deben tener algún signo de fuerza interior o hipersensibilidad al estado de trance. Viajando alrededor del mundo encontré que una característica notable entre ellos es su gran capacidad de concentración. Usualmente el chamán es un intelectual y se encuentra alienado de la sociedad. Un buen chamán se da cuenta de quién es usted y dice: «Ah, aquí hay alguien con quien vale la pena hablar». La literatura antropológica presenta siempre a los chamanes como enraizados en una tradición, pero cuando se les conoce resultan ser muy sofisticados sobre lo que hacen. Son los verdaderos fenomenólogos del mundo. Conocen la química de las plantas y siguen llamando espíritus a estos campos de energía. Escuchamos la palabra espíritus a través de una gran disminución de significados que son peores que no comprender. El chamán habla de espíritus del modo que un físico habla de cuantos; son dialectos técnicos para conceptos muy complicados.
Es posible que haya linajes de chamanes, al menos en cuanto a los casos del uso de alucinógenos, porque las habilidades del chamán son determinadas en cierto grado por la cantidad de lugares de recepción activa que presenta el cerebro, facilitando la experiencia. Algunos reclaman tener estas experiencias en forma natural, pero yo no estoy convencido por las evidencias. Lo que es efectivo para mí es lo que pueden demostrarme.
Siempre pregunto: «¿Qué puede mostrarme?». Finalmente, en el Amazonas los informantes contestaban: «Llevemos los machetes y caminemos un trecho para ubicar una enredadera, hervirla y mostrarle lo que podemos mostrarle».
Aclaro. En estas sociedades de las que hablo, muere mucha gente por todo tipo de causas. La muerte es realmente mucho más frecuente entre ellos que en nuestra sociedad. Quienes son epilépticos y no mueren llaman la atención del chamán y son entrenados en respiración, el uso de las plantas y otras cosas: la realidad es que no sabemos realmente lo que hacen. Estos sistemas de información secreta no han sido bien estudiados. El chamanismo no es en estas sociedades tradicionales un trabajo particularmente placentero. Regularmente se despoja al chamán de todo poder político, porque es sagrado. Se le puede encontrar sentado al lado del jefe en las reuniones de consejo, pero después de ellas vuelve a su cabaña en la periferia del villorrio. Son periféricos a las actividades regulares de la vida social en todos los sentidos. Se recurre a ellos en momentos de crisis, cuando alguien está enfermo o muriendo, en medio de dificultades psicológicas, en peleas maritales, robos, o cuando son necesarias las predicciones sobre el tiempo.
Nosotros no vivimos en este tipo de sociedad, de modo que cuando exploramos los efectos de esas plantas y tratamos de llamar la atención sobre ellas, lo hacemos por tratarse de un fenómeno. No sé qué podemos hacer con este fenómeno, pero tengo el presentimiento de que tiene gran potencial. Mi predisposición mental ante el tema es simplemente exploratoria y baconiana —delinear los mapas y recolectar los hechos—.
Herbert Guenther habla sobre la unicidad del ser humano y dice que uno debe aceptarla. Somos ingenuos sobre el rol del lenguaje y de la existencia como hechos primarios de la experiencia. ¿Cuál es la ventaja de una teoría sobre cómo funciona el universo, si se trata de series de ecuaciones de tensores que, aun cuando se comprendan, no se acercan ni tangencialmente a la experiencia? El único camino intelectual, abstracto o espiritual que merece seguirse es el que construimos sobre nuestra propia experiencia.
Lo que el hongo dice sobre sí mismo es que es un organismo extraterrestre cuyos esporos sobrevivieron a las condiciones del espacio interestelar. Tiene un profundo color púrpura, el único que tiene que tener para poder absorber la luz ultravioleta al final del espectro. La cubierta de los esporos es una de las sustancias orgánicas más duras que se conocen, cuya densidad electrónica se acerca a la del metal.
¿Es posible que estos hongos nunca evolucionaran en la tierra? Eso es lo que la misma Stropharia cubensis sugiere. En el exterior de los esporos pueden formarse corrientes globales. Son muy livianos y por movimientos brownianos capaces de colarse al filo de la atmósfera planetaria. Entonces, por la interacción con partículas energéticas, una pequeña cantidad podría escapar hacia el espacio. Hay que comprender que esto es una estrategia evolucionaria donde sólo uno en millones de esporos puede hacer el tránsito entre las estrellas, una estrategia biológica para diseminarse a través de la galaxia sin una tecnología. Desde luego esto sucede en períodos prolongadísimos. Pero si usted piensa que la galaxia tiene, en términos groseros, cientos de miles de años luz de un borde al otro, si algo se moviera solamente a un centésimo de la velocidad de la luz —no se trata de una velocidad tremenda que presente problemas a ninguna tecnología avanzada— podría cruzar la galaxia en cien millones de años. En este planeta hay vida que tiene 1.800 millones de años. Eso es dieciocho veces más tiempo que cien millones. Por lo tanto, mirando la galaxia en tales escalas temporales uno comprende que la penetración de esporos entre las estrellas es una estrategia biológica perfectamente viable. Puede tomar millones de años, pero es el mismo principio por el cual migran las plantas desde un desierto o a través de un océano.
No se encuentran hongos en los registros de fósiles anteriores a cuarenta millones de años atrás. La explicación ortodoxa es que son organismos blandos y no se fosilizan bien. Pero, por otra parte, tenemos gusanos blandos y otros invertebrados del fondo del mar, fosilizados, provenientes de yacimientos minerales de Sudáfrica, de más de mil millones de años.
No creo necesariamente lo que me dice el hongo. Prefiero dialogar. Es una personalidad extraña con muchas opiniones raras. Lo trato del mismo modo que a un amigo excéntrico cuando dice que es un extraterrestre: «Bien, así que eso opinas». Me siento entonces ante el dilema de un niño que desea romper la radio para ver si hay gente dentro. No puedo aclarar si el hongo es un extraterrestre o un artefacto tecnológicamente capaz de hacer oír al extraño cuando éste se encuentra en realidad años luz lejos, utilizando algún tipo de principio de Bell de no localización para comunicarse.
El hongo define su posición muy claramente. Dice: «Necesito el sistema nervioso de un mamífero. ¿Tienes uno a mano?».