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—Eres un héroe, Bobby —dijo Puller—. Has salvado un pueblo, y probablemente un estado entero.

Se encontraba en los Pabellones Disciplinarios, sentado frente a su hermano. A Robert se le notaba en la cara que estaba haciendo un esfuerzo por disimular el placer que le causó aquella afirmación. Era la primera vez, en aquel lugar, que Puller veía en el semblante de su hermano una expresión que se aproximaba al orgullo.

—¿Te han mandado la recomendación?

Robert asintió.

—La primera que se envía a un recluso de los Pabellones Disciplinarios. No sabían muy bien qué hacer.

—Ya lo imagino.

—Siento mucho lo de tu amiga Sam Cole.

—Y yo siento que no hayan considerado oportuno conmutarte la condena.

—¿De verdad esperabas que me la conmutaran? El Ejército nunca rectifica. Eso sería tanto como reconocer un error, y el Ejército tampoco comete errores.

Puller alargó el brazo y estrechó la mano a Robert haciendo caso omiso de la mirada ceñuda que le dirigió el guardia.

—Me salvaste el pellejo.

—Para eso están los hermanos mayores.

Puller pasó la mayor parte del vuelo de regreso mirando absorto por la ventanilla. Cuando el avión sobrevolaba Virginia Occidental, el piloto se dirigió a los pasajeros y les dijo dónde se encontraban. Además añadió que él era de Bluefield, según él, el lugar más bonito del todo el país. Puller se puso a leer la revista que ofrecían en el avión y desconectó de la charla del piloto.

Recogió en el aeropuerto su Malibu ya reparado y se fue a su apartamento. Fue recibido por su gato Desertor y pasó unos cuantos minutos atendiéndolo. Después estuvo un rato contemplando el minúsculo patio que se veía desde la ventana de la cocina, y ello, sin saber por qué, le trajo a la memoria el jardín trasero que tenía Sam Cole en su casa, perfecto como si estuviera pintado, con su fuente, en el que ambos habían estado sentados y conversando juntos. Se llevó una mano a la cara, al sitio en que la sargento le había depositado un beso, y se preguntó si no se habría equivocado al rechazar la invitación, no tan sutil, que le hizo ella de que se metiera en su cama. Pero terminó llegando a la conclusión de que en aquel momento aquella había sido la forma correcta de actuar, para ambos. Aunque él siempre había pensado que ya habría más ocasiones de estar con Sam.

¿Pero qué probabilidades había en realidad de que él hubiera vivido y ella hubiera muerto? Con la misma facilidad, aquel trozo de hormigón podría haberlo golpeado a él. O a un árbol, o a un ciervo. Sin embargo, eligió golpear a Sam Cole y acabar con su vida. Cualquiera podría zanjar el tema diciéndole que simplemente no había llegado su hora. Él se lo había dicho a sí mismo muchas veces después de esquivar a la muerte en el campo de batalla. Otros murieron, y él no. Pero aquella explicación no le bastaba. Esta vez, no. No sabía muy bien por qué esta ocasión era diferente, pero lo era.

Dejó a un lado a Desertor y procedió a informar a la CID de Quantico. Redactó informes y habló con las personas con las que tenía que hablar. Le dijeron que próximamente habría una promoción que le permitiría ascender dos peldaños en la jerarquía militar en vez de uno, una oportunidad que no tenía precedentes. Pero declinó la oferta de inmediato. Su SAC pasó largo rato intentando convencerlo de lo contrario.

—Otros matarían por conseguir algo así.

—Pues que lo consigan otros.

—No le entiendo, Puller, en serio que no.

—Lo sé, señor. A veces yo tampoco me entiendo a mí mismo.

Ya había limpiado de papeles su mesa, había devuelto unos cuantos correos electrónicos y se había reunido con varios de sus superiores para ponerlos al corriente, y después decidió que deseaba prescindir del Ejército durante una temporada. Tenía vacaciones acumuladas, aún pendientes de disfrutar, y quería tomárselas. No había un solo oficial que pudiera negarse a concedérselas; los que habían ayudado a evitar un holocausto nuclear en suelo patrio podían hacer lo que les apeteciese.

Dentro de lo razonable. Porque, al fin y al cabo, aquello era el Ejército de Estados Unidos.

Se fue a casa, cogió unas cuantas cosas y el gato, cargó el Malibu y partió. No llevaba ni mapa, ni plan ni destino. Era simplemente un agente especial de la CID que se iba de vacaciones con su fiel camarada Desertor. El gato iba sentado en la parte de atrás del coche como si viajara con su chófer, y a Puller le gustó representar dicho papel.

Se fueron a las doce, porque Puller prefería conducir de noche. Encontró una carretera que se dirigía al oeste y la tomó. Para cuando amaneció, ya había recorrido casi quinientos kilómetros sin parar siquiera a echar una meada. Y cuando por fin se detuvo a estirar las piernas, poner gasolina, tomarse el café más grande que hubiera y sacar al gato, descubrió que se había adentrado un buen trecho en el estado de Virginia Occidental. No en la parte donde se encontraba Drake, sino en otra. A Drake no pensaba volver; allí no había nada para él, si es que lo había habido alguna vez. No deseaba volver a ver el Búnker, lo que quedaba de él. Y tampoco deseaba ver a los Trent ni a los Cole, lo que quedaba de ellos.

Conservaría el recuerdo de Sam Cole hasta que se le borrase, de eso estaba seguro. El hecho de trabajar con ella lo había convertido en un policía mejor, y en una persona mejor. Iba a echarla de menos durante el resto de su vida, de eso también estaba seguro.

Volvería al Ejército y a su trabajo de atrapar a personas que hacían cosas malas. No sabía muy bien por qué, pero tenía la impresión de que regresaría más fuerte que nunca. Era una sensación agradable. Y, además, consideraba que se lo debía a Sam Cole.

Abrió la portezuela y el minino subió al coche de un salto. Puller se sentó tras el volante, metió la velocidad y dijo:

—¿Qué, Desertor, listo para la acción?

El gato respondió con un maullido de aprobación.

Puller volvió a incorporarse a la carretera y pisó el acelerador.

Continuó devorando kilómetros, rápidamente, con suavidad.

Hasta que se perdió de vista, como si nunca hubiera estado en aquel sitio.

Al fin y al cabo, era cierto.

No se podía matar lo que no se veía venir.