Robert Puller llevaba dos horas en estado de espera en los Pabellones Disciplinarios, obedeciendo órdenes directas del secretario de Defensa. Aunque el Ejército contaba con muchos expertos en armamento nuclear, Puller había insistido en que el único que quería y del que se fiaba era su hermano. El hecho de que este se hallara cumpliendo una condena de cadena perpetua por traición causó ciertos problemas, pero como Puller se mantuvo en sus trece incluso frente a oficiales de cuatro estrellas, intervino el secretario de Defensa y aprobó su plan. Y hasta el Ejército tuvo que reconocer que había pocas personas en el mundo que supieran más de armas nucleares que Robert Puller.
Robert estaba alerta, y también nervioso. Al fin y al cabo, su hermano se encontraba al lado de una bomba nuclear. En una llamada telefónica anterior, Puller le puso al corriente de todo lo que le había contado David Larrimore.
—Descríbeme la caja —pidió Robert.
—Mide metro y medio a lo largo y a lo ancho. Es de acero inoxidable y está atornillada al suelo.
—Habla más alto, no te oigo con nitidez.
—Lo siento, estoy hablando con una máscara puesta. —Luego repitió la información elevando un poco el tono.
—Muy bien, es de implosión, no de pistola.
—Exacto.
—Háblame de los bidones. ¿El que está vacío contenía plutonio?
—Sí. Por lo menos eso es lo que pone.
—¿Ese tal Larrimore sabía aproximadamente cuánto plutonio contenía cada bidón?
—Si lo sabía, no me lo dijo. Yo creo que de ninguna manera pensó que se les fuera a ocurrir dejar todo aquí dentro. Y en ese sentido coincido con él.
—Voy a dar por sentado que ese diseño no es supersofisticado, así que estaremos hablando de un mínimo de seis kilos, y puede que más.
—En ese bidón cabe mucho más de seis kilos, incluso con el revestimiento de plomo.
—Entiendo, pero el tamaño de la caja que me has descrito demuestra claramente que no han metido dentro el equivalente de un tambor de cincuenta galones de plutonio. Sería una exageración.
—A lo mejor están locos, ¿no se te ha ocurrido eso?
—A lo mejor, pero a mí solo me interesa la parte científica.
—¿Puedo retirar la tapa superior, o me estallará en la cara una descarga radiactiva de plutonio?
—¿Cuánto pesa?
Puller probó a tirar de ella y le dio unos golpecitos.
—No mucho.
—En ese caso, es probable que no esté forrada de plomo ni protegida por ninguna otra cosa. El plutonio debería estar totalmente rodeado por explosivos, y también por un reflector/empujador, y puede que también por una o dos capas más que harán de escudo. Y sabemos que ahí dentro hay un reflector de neutrones de carburo de tungsteno. Eso es superdenso. No debería pasarte nada.
—¿«No debería»?
—Es lo más que puedo decirte, hermano.
Puller lanzó un profundo suspiro y le hizo una seña a Cole para que se apartara. Ella obedeció. Él tiró. La tapa se levantó. Pero Puller no se vio asaltado por una cegadora luz de color azulado.
—¿John?
—Estoy bien. No echo chispas. Lo entiendo como una señal positiva.
—¿Ves algún temporizador?
Puller dirigió una mirada a Cole, que se encogió de hombros y se las arregló para esbozar una sonrisa detrás de la máscara.
—¿En serio utilizan temporizadores con estos chismes? —preguntó Puller.
—No es por el efecto melodramático que se ve en las películas, sino porque tiene un propósito muy real. Los explosivos convencionales tienen que estallar exactamente al mismo tiempo, o de lo contrario se crea un agujero en la onda expansiva por el que escapa el núcleo. Y entonces se produce el chisporroteo, como ya te expliqué, hermano.
Puller palpó la caja. Entonces, al descubrir un manojo de cables, lo vio.
—Muy bien, lo he encontrado. De aquí debía de venir la luz que hemos visto antes. Este chisme debe de tener una fuente de alimentación interna, porque aquí dentro no hay electricidad.
—¿Qué indica el temporizador?
—Sesenta y dos minutos y contando.
—Bien —dijo Robert—. ¿Hay cables?
Cole estaba iluminando la caja con una potente linterna. Las gafas de visión nocturna que llevaba Puller, de última generación, le permitían ver con claridad incluso habiendo luz.
—Un montón —respondió—. Están encima del temporizador. ¿Quieres que intente cortar alguno de ellos? Así a lo mejor se paraba el reloj.
—No. Existen muchas posibilidades de que incluyan una trampa. Si hay veinte cables, solo son verdaderos tres de ellos. Es una estratagema habitual en la fabricación de bombas convencionales, y podemos suponer que los falsos fabricantes de bombas nucleares siguen la misma regla. Si cortas alguno de los cables falsos, lo más seguro es que el temporizador llegue antes al cero, y ya puedes despedirte de tu culo.
—De acuerdo, no cortaré ningún cable —dijo Puller con firmeza. De entrada ya hacía un calor opresivo allí dentro, y el traje protector le daba más calor todavía. La máscara se le empañaba continuamente e intentaba limpiarla con la frente, lo cual no funcionaba demasiado bien porque la frente era precisamente de donde manaba más sudor. Terminó quitándose la máscara, se limpió los ojos con las manos y volvió a ponerse las gafas.
—El iniciador estará en el centro mismo de la esfera —dijo Robert—. Sirve para inundar el pozo de neutrones durante la detonación. El pan de oro que se encontró en la escena del crimen seguramente se utilizó a modo de capa entre el berilio y el polonio, como ya hemos sugerido. El plutonio estará alrededor, en forma de bola. Alrededor del plutonio estará el reflector/empujador. El empujador aumenta la onda expansiva que choca contra el pozo, y el reflector contribuye a impedir que el pozo explote demasiado rápido y aumenta al máximo la energía liberada.
—Vale, Bobby, no necesito que me des una lección de cada cosa.
—Lo único que intento es cerciorarme de que todavía sé de qué estoy hablando —dijo su hermano muy despacio.
—Pues no le des tantas vueltas, esto lo conoces de sobra. Eres un genio, lo has sido siempre.
—De acuerdo, las lentes explosivas forman la capa exterior. Deberías poder verlas. Se parecen a las caras de un balón de fútbol. Son cargas explosivas colocadas con mucho cuidado, casi como una obra de arte geométrico. ¿Las ves?
—Las veo.
—¿Cuántas hay?
—Muchas.
—¿Cómo están dispuestas?
—Todas muy juntas.
—¿No hay huecos?
—No veo ninguno.
Puller oyó a su hermano expulsar aire.
—Está claro que sabían lo que hacían.
—¿Y qué diablos significa eso para mí?
—Si consiguen comprimir la reacción en cadena durante el tiempo suficiente, la energía liberada por la bomba aumentará de forma exponencial, como ya hemos comentado. Y, por la descripción que me has hecho, se ve que han sido bastante sofisticados en el diseño.
Puller consultó el temporizador. Indicaba cincuenta y nueve minutos y veintisiete segundos.
—¿Cómo hago para desactivar esto, Bobby?
—John, en realidad no puedes desactivarlo.
—Entonces, ¿qué diablos estoy haciendo aquí? —Puller gritó con tanto ímpetu que Cole dio un brinco y estuvo a punto de soltar la linterna.
—Lo cierto es que solo hay una manera —dijo Robert en tono sereno—. Tenemos que frustrar la detonación. En este momento las lentes están muy juntas, pero si hacemos que falle la sincronización en el momento en que exploten, causaremos un chisporroteo.
—Bien, ¿y cómo lo hago?
—Tenemos que desincronizar la secuencia de detonaciones añadiendo una nuestra.
Puller miró a Cole con un gesto de consternación.
—¿Me estás diciendo que para vencer a este trasto tenemos que detonarlo? ¿Es eso lo que me estás diciendo?
—Se acerca bastante, sí —contestó Robert.
—Mierda —murmuró Puller—. ¿De verdad es la única manera?
—Si hubiera otra, te lo diría.
—¿Y qué pasa si empiezo a arrearle golpes?
—Que es muy probable que acabes muerto y que se eleve un enorme hongo nuclear en el cielo de Virginia Occidental.
—Debería haber dejado que viniera la caballería, que se llevara este artilugio de aquí en un helicóptero y lo arrojara al mar.
—No podrían hacer todo eso en una hora. Y a toro pasado, es muy fácil sacar conclusiones.
—Tal vez pudieran haber llegado aquí antes de que se activara la bomba. Podrían haber impedido que el temporizador empezara a contar, o haberlo tirado a un hoyo bien profundo.
—Eso también es hablar a toro pasado.
—Si este chisme explota será por mi culpa, Bobby.
—Déjame que te diga dos cosas, John. Primera, si ese chisme explota, te va a dar lo mismo porque ya no estarás. Segunda, los responsables son la persona o las personas que han construido ese chisme, ¡no tú! Bien, ¿cuánto tiempo queda?
—Cincuenta y siete minutos y medio para el Juicio Final.
Puller miró a Cole y señaló el punto por el que habían entrado. Después vocalizó con los labios: «Vete. Ya».
Pero Cole negó con la cabeza y le respondió con una expresión terca cuando él le señaló de nuevo la salida. A la tercera vez, le sacó el dedo.
—John, ¿sigues ahí? ¿Qué está pasando? —preguntó su hermano.
—Nada, un problema táctico que ya está resuelto. A ver, cuando dices «chisporroteo», ¿a qué te refieres exactamente?
—Puede que a medio kilotón de energía liberada, pero no es más que un cálculo aproximado que estoy haciendo. La cúpula de hormigón debería contener la mayor parte de la explosión.
—¿Medio kilotón? —repitió Puller—. Eso equivale a quinientas toneladas de TNT. ¿Y a eso lo llamas «chisporroteo»?
—Lo de Hiroshima fueron trece kilotones, y solo se utilizaron sesenta kilogramos de uranio, de los cuales tan solo reaccionaron seiscientos miligramos. Eso es más o menos lo que pesa una moneda. No tengo ni idea de la cantidad de plutonio que habrá en esa caja, pero tenemos que prepararnos para el peor de los casos. De ninguna manera la energía liberada va a ser tan pequeña como la de Hiroshima. Allí se empleó el método de pistola, y aquí el de implosión; allí se utilizó uranio, y aquí plutonio. Para jugar sobre seguro, debemos suponer que ese chisme tiene la potencia de varios millones de toneladas de TNT. La detonación hará saltar por los aires la cúpula y extenderá una nube radiactiva por seis estados o más. Y ya puedes despedirte de Virginia Occidental.
El rostro de Puller volvió a cubrirse de sudor.
—Vale, ya no me parece tan horrible lo del medio kilotón. Dime lo que tengo que hacer para crear un chisporroteo.
—Tenemos que provocar una detonación prematura.
—Ya, hasta ahí llego. ¿Cómo?
—¿Has llevado contigo el equipo que te indiqué?
Cole miró fijamente a Puller al tiempo que hurgaba en su mochila y extraía un cartucho de dinamita, un cable, un detonador y un temporizador. Todos aquellos elementos se los había conseguido ella. Se los fue pasando mientras él sostenía el teléfono contra el hombro.
—Pensaba que iba a usar estas cosas para abrir un agujero en algún sitio. Pero si me hubieras dicho que iba a emplearlas para detonar la bomba, puede que no hubiera venido.
—Sí que habrías ido —replicó Robert—. Conozco a mi hermano.
Esto último lo dijo en tono de broma, pero Puller sabía que no sonreía. De hecho, lo más probable era que estuviera haciendo un esfuerzo para que su hermano pequeño conservara la serenidad; para que, en la medida de lo posible, dejara de pensar por un instante que tenía frente a sí el equivalente de varios millones de toneladas de TNT más el consiguiente efecto radiactivo.
—¿Dónde lo pongo?
—Mirando a la bomba de frente, coloca el cartucho cinco grados a la izquierda.
—¿Por qué cinco grados?
—Porque me gusta el número cinco, John, desde siempre.
Puller colocó el cartucho en aquella posición y se lo confirmó a su hermano.
—Bien —dijo Robert—. Ahora, evidentemente, tienes que programar el temporizador del cartucho de forma que estalle antes que la bomba. Con las armas nucleares, basta un milisegundo de desfase en las explosiones. El cartucho explota, abre un agujero en las lentes y causa una serie de explosiones escalonadas. Las detonaciones secuenciales destruirán la esfera y harán fracasar la fase de compresión. El pozo escapará a través de los agujeros que se habrán creado y no llegará a alcanzar las etapas crítica y supercrítica. Al no haber pozo, el plutonio no podrá comprimirse, y toda la estructura se derrumbará.
—¿Y eso es estupendo? —preguntó Puller.
—Deja que te explique las tres situaciones que pueden darse en mi opinión. Si tenemos suerte de verdad, obtendríamos el resultado más leve, que quiere decir que acabaríamos teniendo simplemente una bomba sucia, sin contenido nuclear en la detonación. Como mucho, habría una explosión pequeña con un poco de radiación, que debería quedar retenida por el metro de hormigón de la cúpula. Mejor, imposible. El segundo resultado, el intermedio, sería el chisporroteo de medio kilotón. Obviamente, de algo sirve estar en mitad de la nada y protegido por una cúpula de hormigón de un metro de grosor. Los daños colaterales serían llevaderos.
—Lo cierto es que este condado está abarrotado de gente —dijo Puller mientras Cole lo miraba fijamente desde detrás de la linterna que sostenía—. Y actualmente ya llevan una vida de pena, así que lo que menos les conviene es ver aumentadas sus desgracias con una nube en forma de hongo.
—Perdona, John. No lo sabía.
—No tenías por qué. —Puller exhaló un profundo suspiro—. ¿Y la tercera hipótesis?
—Que funcione mi plan, pero que no funcione bien del todo, con lo cual seguiremos teniendo una explosión nuclear.
—¿Y qué quiere decir eso?
Robert tardó unos segundos en responder.
—John, yo nunca te he mentido, y no voy a empezar ahora. Eso quiere decir que una gran parte de donde te encuentras ahora quedará completamente arrasada. Será como si hubiera sido azotada por cien huracanes a la vez. No quedará nada en varios kilómetros a la redonda. Es lo que hay.
—Bien. —De repente Puller tuvo una idea—. Dame unos minutos —dijo.
—¿Qué? —preguntó su hermano.
—Este chisme va a explotar en cualquier caso, ¿es cierto?
—Sí.
—Pues entonces dame unos minutos.
Dejó el teléfono en el suelo, se incorporó de un salto y echó a correr. Cole salió disparada tras él.
—Puller, ¿qué estás haciendo?
Llegó adonde estaban los bidones, los examinó con ojo crítico, buscó un sitio adonde trasladarlos y decidió el mejor modo de hacerlo.
—El pozo minero está en esa dirección. Voy a meter los bidones por él, hasta donde me sea posible. Cuando llegue la explosión, si tenemos suerte, la onda expansiva los empujará hacia dentro de la roca y después los enterrará bajo varias toneladas de escombros. Es la única alternativa que tenemos en este momento.
—Mejor eso que permitir que salgan expulsados hacia el cielo de Virginia Occidental —dijo Cole.
Con todos los músculos en tensión, Puller tumbó el primer bidón de costado y comenzó a llevarlo rodando hacia el pozo minero. El suelo tenía una ligera pendiente, de manera que el bidón avanzó por sí solo y se perdió en la oscuridad. Puller regresó corriendo hasta los demás bidones y vio que Cole estaba intentando tumbar otro pero que no tenía suficiente fuerza.
—Tú alumbra con la linterna —le dijo—, el esfuerzo ya lo pongo yo.
Unos minutos más tarde, todos los bidones se encontraban dentro del pozo minero. Puller y Cole volvieron rápidamente al lugar de la bomba y Puller recogió el teléfono.
—Ya he vuelto.
—¿Qué diablos estabas haciendo? —exigió saber su hermano.
—Meter los bidones de porquería nuclear en un sitio más seguro.
—Ah, vale. Buena idea. Bueno, ¿estás preparado?
—¿Presientes que vas a tener suerte? —preguntó Puller.
—Yo diría más bien: ¿presientes que vas a tenerla tú? —replicó su hermano.
Se pasó la lengua por los labios y miró a Cole. La sargento estaba inmóvil, como si fuera una estatua de mármol.
Programó el temporizador del cartucho de dinamita para que estallara al cabo de treinta minutos. Así tendrían tiempo de sobra para salir de la zona de la explosión.
De repente oyeron un gruñido.
—Roger está despertándose —dijo Cole.
—Ve a desatarlo —dijo Puller—, y hazle entender que necesitamos salir de…
—Puller —exclamó Cole—, mira.
Por lo visto, Robert alcanzó a oír esto último, porque dijo:
—¿Qué sucede?
Puller no contestó. Estaba demasiado absorto observando el temporizador de la bomba nuclear.
Un momento antes indicaba que aún quedaban cuarenta y siete minutos y ocho segundos, en cambio ahora marcaba solo cinco.
Habían activado otra trampa, tal vez al retirar la tapa.
Puller reprogramó su detonador por segunda y última vez.
Menos de cinco minutos.
Cerró la tapa de la bomba y corrió hacia donde estaba Roger Trent, seguido por Cole. Acto seguido, sacó su cuchillo KA-BAR, cortó las ligaduras de Trent, lo levantaron del suelo entre los dos y echaron a correr como alma que lleva el diablo hacia el pozo de filtrado.
—¡John! —se oyó gritar a Robert por el teléfono.
Pero su hermano no respondió; había dejado caer el auricular junto a la bomba.
Ahora, lo único que importaba era salir del Búnker.
Pero mientras huía junto a Cole, ambos tirando de Trent, había una sola cosa que sabía con toda seguridad:
«Estamos muertos».