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Juntos contemplaron al hombre que yacía boca abajo en el suelo. Puller no creyó que estuviera muerto, porque se encontraba maniatado, y a los muertos no se los ata. Pero, solo para cerciorarse, se arrodilló junto a él, se quitó un guante y le buscó el pulso. Levantó la vista hacia Cole y le dijo:

—Tiene el pulso lento pero firme. Lo han drogado.

—También he encontrado esto —añadió Cole.

Puller miró hacia donde señalaba ella y vio lo que menos esperaba encontrarse en aquel lugar.

Eran cajas para archivar documentos. Abrió una, y estaba repleta de libros de cuentas. Puller ojeó unas cuantas carpetas. También había una bolsa llena de lápices de memoria.

—¿Qué es todo eso? —preguntó Cole.

—Parece información financiera. Como ya te dije, tu hermana afirmó que Roger tenía problemas económicos. A lo mejor estos datos desvelan una historia que alguien no deseaba que saliera a la luz. Además de Roger.

—¿Pero quién iba a hacer algo así?

—Tengo mis sospechas.

—¿Quién? Quiero decir… —Dejó la frase sin terminar, porque Puller estaba mirando algo que había detrás de ella.

—¿Has explorado todo tu lado?

—No. Estaba realizando el barrido cuando me tropecé con Roger tendido en el suelo. ¿Por qué?

—Por eso —contestó Puller a la vez que señalaba.

Cole se volvió y vio lo que había llamado la atención a su compañero.

Había una luz que provenía del otro lado del edificio, una luz verde y suave. Acababa de encenderse, de lo contrario la habría visto en medio de aquella densa negrura.

Cole, con la Cobra en la mano, se apresuró a ir detrás de Puller.

De repente Puller se detuvo, de modo que ella también.

Miró en la misma dirección en que miraba él.

La caja tendría como un metro y medio de largo y otro tanto de ancho, y parecía estar hecha de acero inoxidable. Era perfecta, sin junturas a la vista. El metal daba la impresión de haber sido fundido en una sola pieza, un trabajo de lo más estiloso. Puller se arrodilló junto a ella y la tocó con la mano enguantada, pero enseguida la retiró.

Se volvió hacia Cole y dijo:

—Está caliente.

—¿Y de dónde recibe la electricidad? Aquí no hay ninguna fuente de alimentación.

—Aquí dentro hay mucha energía, Cole. Es probable que esos bidones de ahí contengan la suficiente para dar luz a todo Nueva York por espacio de mil años, una vez que haya pasado por un reactor nuclear.

Cole se quedó mirando la caja.

—No será… ¿Es una bomba? No se parece a una bomba.

—¿Cuánto tiempo hace que no ves una bomba nuclear así de cerca?

—Las he visto en las alas de los aviones. En un programa del canal Historia vi las bombas que lanzaron sobre Japón, y no se parecían a una caja.

—Ya, pues las apariencias pueden ser engañosas.

—¿Esa luz se ha encendido ahora mismo? Porque no la he visto antes.

—Yo tampoco, lo cual quiere decir que esto acaba de despertarse.

Cole respiró hondo.

—¿Tiene un temporizador? ¿Está haciendo tictac?

—Has visto demasiadas películas.

Puller estaba explorando la caja centímetro a centímetro, en el intento de encontrar una junta, un indicio de que hubiera una bisagra, una hendidura en el metal. Palpó con los dedos por encima, buscando cualquier cosa que les hubiera pasado inadvertida a sus gafas electrónicas.

—Bueno, ¿tiene temporizador?

—Cole —exclamó Puller—, no lo sé, ¿vale? Nunca me he topado con un arma nuclear.

—Pero estás en el Ejército.

—Sí, pero en ese sector, no. Y la mayoría de las armas nucleares se encuentran bajo el control de la Marina y de las Fuerzas Aéreas. La infantería es simplemente la mano de obra que dispara y recibe balazos haga el tiempo que haga, igual que hace doscientos años. El arma más grande que he tocado fue una del calibre cincuenta. Con un calibre cincuenta se puede matar a cientos de personas. Pero esta cosa es capaz de matar a decenas de miles, puede que a más.

—Puller, si abres esta cosa, ¿no nos matará lo que haya dentro?

—Podría. Pero si no la abro, lo que haya dentro acabará matándonos de todos modos. A nosotros y a mucha gente más.

Dejó de palpar con los dedos y se detuvo en un punto concreto, a unos quince centímetros del costado derecho de la caja.

—¿Has encontrado algo? —inquirió Cole.

A modo de respuesta, Puller cogió el teléfono tamaño ladrillo y marcó un número.

—Ha llegado el momento de llamar a los pesos pesados.

—¿Y si no se establece la llamada?

—Pues en ese caso estamos jodidos.

Cole fue a decir algo, pero Puller la hizo callar levantando un dedo.

—El teléfono funciona —dijo, y a continuación habló por él—: Hola, Bobby. ¿Tienes un momento para dar a tu hermano una clase rápida sobre la manera de desactivar una bomba nuclear?