¿Un supercombustible nuclear?
Puller observó fijamente a la sargento Cole. Esta vez, ella no le sostuvo la mirada; en lugar de eso, miró hacia el suelo con gesto distraído.
—Señor Larrimore —continuó Puller—, he encontrado un papel en un cuartel de bomberos que hay cerca de la planta de Drake.
—Conozco bien ese cuartel. Sufrimos un par de incidentes y tuvimos que pedir socorro a los bomberos.
—En ese papel hay dos números escritos: 92 y 94.
—Son los números atómicos del uranio y del plutonio.
—Exacto. Pero el método de difusión gaseosa se emplea únicamente para enriquecer uranio —replicó Puller—. No se puede utilizar con el plutonio. Para ello se utilizan los incubadores.
—Así es. Capturando un neutrón. De esa forma se obtiene Pu-239.
—Pero si en ese documento figuraba el número atómico de ambos elementos, significa que…
—Que en Drake utilizábamos uranio y plutonio.
—¿Por qué?
—Como digo, para intentar fabricar un supercombustible destinado a armas nucleares. No teníamos ni idea de si iba a funcionar. El objetivo consistía en utilizar uranio y plutonio en un nuevo diseño de la bomba. Probábamos diferentes combinaciones y concentraciones de cada uno para ver cuál era la configuración que producía la explosión más potente. Dicho en términos profanos, era una especie de híbrido entre el método de pistola y el método de implosión, no sé si me entiende.
—Me han dicho que el método de pistola era muy ineficiente y que en ese diseño no se podía emplear el plutonio.
—Esos eran los obstáculos que intentábamos superar. Pretendíamos vencer a los soviéticos en su propio juego. Y el nombre de dicho juego era energía liberada.
—En cambio dice que la jodieron.
—Bueno, digamos simplemente que la parte científica y la lógica del diseño tenían fallos. El resultado fue que no funcionó. Por eso se cerró la planta.
—Pero si se cerró la planta, tuvieron que llevarse consigo el material nuclear, ¿no?
—El hecho de que lo cubrieran todo con un metro de hormigón me dice que no.
—¿Pero por qué diablos iban a dejar allí un material tan mortífero?
Larrimore tardó unos segundos en responder.
—Ahí no puedo ofrecerle más que una suposición personal.
—Adelante.
—Probablemente les entró miedo de que todo les explotara en la cara y proyectara radiactividad a buena parte del país. No puedo decir que me haya sorprendido del todo que me diga usted que lo taparon con una cúpula de hormigón. Francamente, en aquella época se tapaban muchas cosas. Lo dejaron donde estaba. Seguramente pensaron que era más seguro que transportarlo a otra parte. Usted es demasiado joven para acordarse, pero por aquel entonces habían tenido lugar varios incidentes que aterrorizaron a todo el país. Un B-52 que transportaba una bomba de hidrógeno en una de sus alas se estrelló en Kansas, no sé dónde. La bomba no explotó con el impacto, por supuesto, porque las armas atómicas no funcionan de ese modo. Y luego pasó lo del tren de plutonio.
—¿El tren de plutonio?
—Sí, el Ejército quería trasladar una parte de sus reservas de plutonio desde el punto A hasta el punto B. De un extremo del país al otro. Ese tren atravesó los principales núcleos de población. No ocurrió nada, pero la prensa se enteró tanto de lo del avión como de lo del tren. No fue un buen momento para el Ejército. Se celebraron vistas judiciales en la colina del Capitolio y hubo varios oficiales que perdieron estrellas. ¿Imagina que ocurriese eso en la actualidad, ahora que disponemos de informativos durante las veinticuatro horas del día? Sea como sea, todo aquello estaba todavía muy reciente en la mente de todo el mundo, sobre todo de las altas jerarquías del Ejército. Así que supongo que dijeron: «A la mierda, que se quede donde está».
—Y además, el sitio en que dejaron la planta era un condado rural escasamente habitado.
—No era yo la persona responsable. Si hubiera sido yo, habría actuado de manera distinta.
—Cabría pensar que alguien habría vuelto en algún momento a revisar el tema.
—No necesariamente. Si alguien fuera ahora por allí y empezara a revolver el asunto, la prensa se enteraría de inmediato, con lo cual el gobierno tendría que empezar a dar explicaciones. Y tal vez les entrase miedo de abrir la cúpula y que no les gustara lo que se encontraran dentro.
—Han pasado cincuenta años —dijo Puller—. ¿Usted cree que ese material, si es que continúa ahí dentro, todavía es peligroso?
—El plutonio-239 tiene un periodo de semidesintegración de veinticuatro mil años. Por consiguiente, yo diría que todavía corren peligro.
Puller exhaló un profundo suspiro y miró a Cole.
—¿De qué cantidad estamos hablando?
—No se lo puedo decir con seguridad. Pero voy a decírselo de otro modo. Si dejaron dentro la cantidad habitual que solíamos tener a mano, y esta lograra filtrarse al exterior, lo que hicimos a los japoneses parecería diminuto en comparación. Mire, quienes dieron la orden de dejar eso ahí deberían ir a la cárcel. Pero lo más probable es que a estas alturas ya estén todos muertos.
—Por suerte para ellos —comentó Puller.
—Bien, ¿y qué van a hacer ustedes? —inquirió Larrimore.
—Tenemos que entrar en la cúpula. ¿Se le ocurre alguna idea?
Cole lo tocó en el brazo y vocalizó con los labios: «El pozo minero».
Puller respondió con un gesto negativo y volvió a mirar el teléfono.
—¿Se le ocurre algo? —repitió.
—Hay un metro de hormigón, hijo. ¿Tiene un martillo neumático?
—Tenemos que hacerlo subrepticiamente.
Puller oyó que Larrimore hacía varias inspiraciones profundas.
—¿Cree usted que alguien va a… —Dejó la frase sin terminar.
—No podemos permitirnos el lujo de no pensar eso, ¿no le parece? Seguro que usted conocía ese lugar mejor que nadie. Cualquier cosa que se le ocurra ya sería algo más de lo que tenemos nosotros en este momento.
—¿Pueden cavar alrededor del perímetro?
—Hay unos cimientos de hierro que tienen una anchura excesiva para mí.
Otra tanda de inspiraciones. Puller miró a Cole, y esta le devolvió la mirada. En aquella habitación no hacía calor, sin embargo Puller distinguió varias gotitas de sudor en la frente de la sargento. Una de ellas le resbaló por la mejilla, pero Cole no hizo gesto alguno de enjugarla. Puller sentía que a él mismo le brillaba la cara de sudor.
—Los pozos de ventilación —dijo Larrimore.
Puller se irguió en su asiento.
—Muy bien.
—En el interior de la planta no había ningún sitio apropiado donde acumular el polvo y otras cosas, y además teníamos partículas flotando en el aire que debíamos sacar afuera. Así que disponíamos del sistema de ventilación y filtrado más potente que se podía conseguir en aquella época. Teníamos pozos de ventilación en la cara este y en la oeste. El sistema de filtrado era enorme. No estaba alojado en el interior de la planta, por varias razones. El aire se dirigía al sistema, se filtraba y volvía a penetrar en la planta. Por razones obvias, tampoco había ventanas. Era una instalación autosuficiente. Dentro podía llegar a hacer calor, sobre todo en esta época del año.
—Necesito saber con exactitud dónde están esos pozos, y también dónde se encontraba ubicado el sistema de filtrado.
—El sitio en que están situados los pozos puedo decírselo de forma aproximada. Hijo, han pasado más de cuarenta años desde que estuve allí, y mi memoria ya no es perfecta. En cambio, sé exactamente dónde se encontraba ubicado el sistema de filtrado. Y los dos pozos iban directamente hasta él. Y eran muy grandes, lo bastante para que cupiera de pie un hombre alto.
—¿Dónde está el sistema de filtrado? —preguntó Puller con avidez.
—Justo debajo del cuartel de bomberos.
Puller y Cole intercambiaron una mirada.
—Imaginaron que era el mejor sitio donde ponerlo —dijo Larrimore—. Con los sistemas de filtrado siempre existe peligro de incendio. Si algo salía mal, había personal allí mismo para resolver la situación. El cuartel funcionaba las veinticuatro horas del día. El sistema de filtrado contaba con una alarma, para que supieran que había surgido un problema.
—¿Cómo se llega al sistema de filtrado desde el cuartel de bomberos?
—¿Ha estado allí?
—Sí.
—¿Ha visto las taquillas de madera? Hablo de las que están situadas a la derecha, en el piso principal.
—Sí.
—Pues en la del fondo, a la izquierda, hay una trampilla dentro, detrás de un panel. Si uno no sabe dónde debe mirar, ni se nota. Dentro de esa taquilla hay una placa de presión. Se halla situada en el lado izquierdo, ángulo superior. Si empuja justo en ese rincón, el panel se abre girando sobre unas bisagras. Detrás hay una palanca. Al tirar de ella, la fila entera de taquillas se desliza hacia la derecha y aparece una escalera descendente. Un diseño de lo más ingenioso. Esa escalera lo llevará hasta el sistema de filtrado, y desde allí podrá acceder a los pozos.
—Se lo agradezco mucho, señor Larrimore —dijo Puller.
—Agente Puller, si de verdad va a entrar en esa cúpula, le conviene tener en cuenta una serie de detalles. Póngase un traje para materiales peligrosos que lleve incorporado el filtro más potente que encuentre. Y use una linterna, porque no tendrá luz. Las tortas de plutonio y de uranio están dentro de bidones forrados de plomo. Los que contienen el plutonio están marcados en rojo con el símbolo de la calavera y las dos tibias cruzadas. Los del uranio tienen el mismo símbolo, pero en azul. Estábamos trabajando en un campo totalmente nuevo, y empleábamos un sistema de marcado propio.
—¿De modo que son «tortas»?
—Así es. El término «combustible» resulta un tanto engañoso. El uranio y el plutonio tienen la apariencia de tortas de forma redonda. Ambos son radiactivos cuando han sido altamente enriquecidos, pero el plutonio lo es todavía más. Los operarios de esa planta los manejaban con la ayuda de brazos robóticos y detrás de escudos protectores. Puede que ni siquiera el traje especial lo proteja del todo en caso de una exposición directa. Y otra cosa más, agente Puller.
—¿Sí?
—Le deseo buena suerte, hijo. Porque sin duda alguna va a necesitarla.