Aunque en Kansas todavía era muy temprano, Robert Puller no tenía la voz muy soñolienta. En opinión del más joven de los Puller, su hermano no debía de dormir mucho en los Pabellones Disciplinarios. Era una persona brillante, y si ya en el mundo exterior las personas brillantes no solían dormir mucho, rodeadas de gente que continuamente reclamaba su tiempo y su intelecto, mucho menos aún dormirían en un lugar en el que lo único que veían eran tres paredes de hormigón y una puerta metálica que permanecía cerrada veintitrés de las veinticuatro horas del día.
—¿Cómo te va, hermano? —dijo Robert.
—He estado mejor y he estado peor.
—En la vida es bueno que haya un equilibrio.
—Noventa y dos y noventa y cuatro. ¿Qué te dice eso?
—Que son números pares.
—Enfócalo desde otra perspectiva.
—Dame un poco de contexto.
En vez de simple curiosidad, su hermano comenzaba a mostrar interés.
—Ciencia pura, tu especialidad.
Transcurrieron dos segundos de reloj.
—Noventa y dos es el número atómico del uranio. Y noventa y cuatro es el número atómico del plutonio.
—De eso me he acordado yo también.
—¿Por qué?
—Por una hipótesis.
—¿Va todo bien?
—¿Qué tipo de uranio y de plutonio se necesitaría para construir una bomba nuclear?
—¿Qué?
—Tú contesta a la pregunta.
—¿En qué diablos andas metido, John?
Robert no solía llamarlo por su nombre. Para él, Puller era «hermano» y a veces «júnior», aunque últimamente este segundo apelativo no lo utilizaba mucho porque le recordaba a su padre.
—Dame tu mejor respuesta.
—Se necesitan muchas cosas. La mayoría de ellas se puede obtener, las demás hay que fabricarlas. Teniendo tiempo y personal experto, no es tan difícil. Lo difícil es conseguir el combustible nuclear para el proceso. Solo existen dos.
—Uranio y plutonio.
—Exacto. Y para fabricar una bomba nuclear se necesita un uranio altamente enriquecido o HEU, el uranio-235. Para ello hay que contar con un lugar donde fabricarlo, mucho dinero, un montón de científicos y varios años.
—¿Y el plutonio?
—¿Tenemos que hablar de esto? Están supervisando la llamada.
—No hay nadie escuchando, Bobby —replicó Puller—. Lo he arreglado para que fuera una conversación privada.
Su hermano dejó transcurrir largos instantes en silencio.
—Pues en ese caso diría que sea lo que sea lo que te traes entre manos, dista mucho de ser una hipótesis.
—¿Y el plutonio?
—Para obtener plutonio-239, lo que se necesita esencialmente es radiar uranio dentro de un incubador nuclear. Lo que se hace en realidad es separar el plutonio-240, que se encuentra en grandes cantidades en el plutonio que se utiliza en reactores pero que puede causar un fallo cuando se utiliza como arma nuclear.
—Pero, una vez más, resulta difícil de conseguir.
—Para el ciudadano de a pie, es imposible. ¿Quién tiene un incubador nuclear en el jardín de casa?
—¿Pero se podría?
—Supongo que sería posible robarlo o comprarlo en el mercado negro.
—¿Y en Estados Unidos? ¿Cómo se fabrica?
—La única planta de difusión gaseosa que es propiedad de Estados Unidos se encuentra en Paducah, Kentucky. Pero se utiliza para enriquecer uranio que sirva de combustible en reactores nucleares, un proceso totalmente distinto.
—¿Pero durante ese proceso podría transformarse en uranio altamente enriquecido? ¿Para utilizarse como combustible de un arma nuclear?
—La planta de Paducah está pensada para enriquecer uranio con el fin de utilizarlo en reactores nucleares, no para que sirva de combustible de una bomba.
—¿Pero una planta como Paducah podría producir uranio altamente enriquecido? —persistió Puller.
—Sí, en teoría. —Robert calló unos instantes—. ¿Adónde quieres ir a parar con todo esto?
—¿Cuánto U-235 se necesitaría para fabricar una bomba?
—Depende del tipo de bomba y del método que se emplee.
—Aproximadamente —insistió Puller.
—Para una bomba de diseño sencillo y una energía liberada como la de Nagasaki, se necesitarían entre quince y cincuenta kilogramos de HEU, o entre seis y nueve kilogramos de plutonio. Si el programa armamentístico es supersofisticado y el diseño de la bomba es perfecto, se podría obtener esa misma potencia con unos nueve kilos de HEU y solo dos de plutonio.
—¿Y cuál fue la potencia de Nagasaki?
—La equivalente a más de veintiuna mil toneladas de dinamita, más el impacto de la lluvia radiactiva. Son cuarenta y dos millones de libras de TNT. Destrucción masiva.
—¿Y con un poco más de HEU o de plutonio?
—Los resultados aumentan de manera exponencial. Todo radica en el diseño de la bomba. Se puede emplear el método «de pistola», que no es nada adecuado, aunque la primera bomba atómica que se lanzó sobre Japón había sido diseñada de ese modo. Esencialmente, es un tubo largo. En un extremo se coloca la mitad del combustible nuclear junto con un explosivo convencional, y en el otro extremo se coloca la otra mitad. Al detonar los explosivos convencionales, estos empujan la primera mitad del combustible por el tubo hasta que se encuentra con la segunda mitad, y se obtiene una reacción en cadena. Es tosco y muy poco eficiente, y la energía liberada se ve gravemente reducida. Se necesitaría un tubo de longitud infinita para que soportase la reacción en cadena. Y solo se puede utilizar uranio, no plutonio, debido a los factores de impureza. Por eso se pasó al método de implosión.
—Hazme un resumen del método de implosión —pidió Puller.
—Se puede utilizar tanto uranio como plutonio. Esencialmente se usan explosivos convencionales, denominados lentes explosivas, para comprimir el pozo o núcleo, en el que se encuentra el combustible nuclear, hasta que este alcance una masa supercrítica. La onda expansiva que comprima el uranio o el plutonio debe ser perfectamente esférica, porque de lo contrario el material del pozo escapará por un orificio y terminará dando lugar a lo que se denomina una explosión débil o «chisporroteo». También es necesario tener un iniciador, reflectores de bomba y empujadores, y lo ideal es contar con un reflector de neutrones que devuelva los neutrones al interior del pozo. Lo difícil es impedir que el pozo explote demasiado rápido, antes de alcanzar la masa supercrítica óptima. Cuanto más tiempo se deja reaccionar el material de fisión, más átomos se dividen y más grande es la bomba. Si el diseño es bueno, se puede triplicar la energía liberada sin emplear un solo gramo más de combustible nuclear.
—¿Y qué elementos se necesitarían?
—¿A qué te refieres exactamente?
—Háblame del pan de oro y del carburo de tungsteno.
Transcurrieron varios segundos en silencio.
—¿Por qué esos dos, concretamente? ¿Es que están presentes en tu caso?
—Sí.
—Dios.
—Habla, Bobby. Se me está acabando el tiempo.
—El pan de oro se puede utilizar en el iniciador. Se coge una esfera pequeña compuesta por capas de berilio y polonio separadas por pan de oro. Dicha esfera se coloca en el centro del pozo, y, obviamente, constituye una parte crítica del diseño.
—¿Y el carburo de tungsteno?
—Es el triple de duro que el acero y más denso que ninguna otra cosa, y por lo tanto funciona muy bien como reflector de neutrones. Sirve para volver a introducir los neutrones en el pozo, y de ese modo aumentar al máximo la fase supercrítica. ¿Estás diciéndome que…? ¿Dónde diablos estás?
—En Estados Unidos.
—¿Cómo han conseguido el combustible?
—¿Y si te dijera que en los años sesenta había una instalación secreta del gobierno que ahora lleva muchos años cerrada, y que se cubrió con una cúpula de hormigón de un metro de grosor y se dejó tal cual? Todos los operarios que estuvieron trabajando en ella se trajeron de fuera y vivían en un barrio construido al lado. No se les permitía hablar con la gente del pueblo, y cuando se cerró la planta volvieron a mandarlos a todos fuera. ¿Te suena de algo? Tú andabas muy involucrado en esas cosas cuando estuviste en las Fuerzas Aéreas.
—¿Un metro de hormigón?
—En forma de cúpula.
—¿Está situado en un lugar aislado?
—En lo más rural de todo. La población entera ocupa mucho menos que una sola manzana de Brooklyn. La cúpula cuenta con un cuartel de bomberos propio, y allí dentro encontré un papel que llevaba escritos los números 92 y 94. Y también he descubierto que no permitían hacer voladuras para extraer carbón a menos de tres kilómetros de la cúpula.
—¿Están haciendo voladuras allí cerca? ¿Hablas en serio?
—Sí.
—Es increíble. Aunque se efectúen voladuras a varios kilómetros, en la roca del suelo hay fisuras que pueden debilitarse, y eso podría resultar catastrófico.
—¿Y qué sabes de esa instalación?
—No sé nada. En los años sesenta ni siquiera había nacido.
—¿Pero si tuvieras que hacer una suposición, basándote en tu experiencia?
Se oyó un profundo suspiro.
—Si aún llevara puesto el uniforme, no podría decirte esto. —Hizo una pausa—. Podrían condenarme por traición. Pero como ya me han condenado por traición, qué diablos. —Dejó transcurrir otros instantes—. En el pasado, llegó a mis oídos que en las zonas rurales del país estaban construyendo plantas de procesado temprano y de enriquecimiento. Era la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando lo único que importaba era arrear una patada en el culo a la Unión Soviética. Estas instalaciones se construyeron para enriquecer uranio y también para trabajar con plutonio destinado a armas nucleares. La mayoría de ellas, si no todas, terminaron cerrándose.
—¿Por qué?
—Porque las técnicas que empleaban eran inestables o demasiado caras. Se trataba de una ciencia totalmente nueva. Se avanzaba tanteando el terreno, con el método de ensayo y error. Sobre todo, error.
—De acuerdo. Así que las cerraron y se llevaron todos los equipos, ¿cierto? —Su hermano no respondió—. ¿Bobby? ¿Cierto?
—Si te llevas todos los equipos, ¿construirías una cúpula de hormigón de un metro de grosor para taparlos?
—¿Y nadie presentó ninguna queja? Los habitantes de la zona, el gobierno…
—John, hay que tener en cuenta la época. Era la década de 1960. La Unión Soviética era grande y malvada. No existían telediarios las veinticuatro horas del día. La gente se fiaba de lo que decía su gobierno, aunque Vietnam y el Watergate estuvieran a punto de cambiar eso. Y como entretanto no había ocurrido nada, supongo que los habitantes de la zona dieron por sentado que todo iba bien. —Hizo una pausa—. ¿Está allí plantada, en pleno campo?
—Aquí no hay nada plantado en pleno campo. Además, está prácticamente invadida por el bosque.
—¿Qué crees tú que está pasando?
—Probablemente lo mismo que crees tú.
—Tienes que informar de esto al siguiente eslabón de la cadena de mando, enseguida.
—Lo haría, si no fuera por un detalle.
—¿Cuál?
—Que no estoy seguro de poder confiar en los míos.
—¿Hay alguien en quien puedas confiar?
—Sí, pero necesito que me hagas otro favor.
—¿Que yo te ayude? John, estoy en la cárcel.
—No importa, puedes ayudarme desde ahí. En este asunto cuento con el respaldo de la CID. Pueden proporcionarte cierta flexibilidad, incluso desde ahí. Pero lo cierto es que te necesito a ti, Bobby.
La respuesta de su hermano fue inmediata:
—Dime qué es lo que necesitas.