El domicilio de los Strauss tenía poco más de la mitad del tamaño del de los Trent, lo cual quería decir que, en comparación con lo que se veía habitualmente en Drake, era enorme. Y también en comparación con lo que se veía en casi todo el país, pensó Puller. Se hallaba rodeado por una parcela privada de dos hectáreas y hasta contaba con una pequeña verja en la entrada, aunque en este caso no estaba vigilada por un guarda, como en la mansión de Trent.
Cole había llamado para decir que iba, y había sacado a Strauss y a su mujer de la cama. Cuando llamaron al timbre, el matrimonio ya los estaba esperando. La señora Strauss era una mujer grande y entrada en carnes, y se había tomado la molestia de peinarse después de que la despertaran en mitad de la noche. Llevaba un pantalón y una blusa por fuera, y lucía una expresión en la cara que daba cuenta de su grado de desolación.
Bill Strauss iba vestido con vaqueros y polo, y sostenía entre los dedos un cigarrillo sin encender. Quizá la señora Strauss, igual que Rhonda Dougett, no permitía que se fumase en el interior de la casa.
Permanecieron acurrucados el uno junto al otro en el sofá mientras Cole les explicaba lo que había sucedido. Cuando llegó al momento del disparo, Bill Strauss levantó la cabeza.
—¿Entonces está diciendo que lo han asesinado, que a Dickie lo han matado a propósito?
—Yo estaba presente —terció Puller—, y eso es exactamente lo que ocurrió.
Strauss se volvió hacia él.
—¿Usted estaba presente? ¿En el cuartel de bomberos? ¿Por qué?
Cole se hizo cargo de contestar.
—Eso no viene al caso, señor Strauss.
—¿Tienen alguna pista de quién puede ser el asesino?
—Tenemos algo mejor —replicó Puller—. Tenemos al asesino.
El matrimonio se lo quedó mirando con la boca abierta.
—¿Lo han atrapado? —preguntó Bill—. ¿Quién es? ¿Y por qué ha matado a nuestro hijo?
—No sabemos quién es. Y no podemos preguntarle por qué ha matado a Dickie, porque él mismo se mató a los pocos minutos de haber disparado a su hijo.
La señora Strauss empezó a llorar suavemente cubriéndose la cara con las manos mientras su marido le rodeaba los hombros con el brazo. Cuando unos momentos más tarde se derrumbó del todo y empezó a sollozar de manera incontrolable, Bill se la llevó de la habitación.
Puller y Cole permanecieron sentados y esperaron a que el marido regresara. Transcurridos un par de minutos, Puller se levantó y se puso a curiosear por la sala.
Strauss regresó poco después.
—Lo siento mucho —dijo—, pero sin duda comprenderán que estemos destrozados.
—Por supuesto —dijo Cole—. Si quiere, podemos volver en otro momento. Me doy cuenta de que esto es muy difícil.
Strauss volvió a sentarse en el sofá e hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No, acabemos con ello de una vez.
Entonces sí que encendió el cigarrillo, y expulsó una bocanada de humo hacia un lado.
—Estamos intentando averiguar quién es el muerto, lo cual supondría un gran avance para el caso.
—¿Están seguros de que no es de por aquí? —preguntó Strauss.
—Creemos que no, pero lo confirmaremos.
—¿Se le ocurre algún motivo por el que alguien quisiera hacer daño a su hijo? —preguntó Cole.
—Ni uno solo. Dickie no tenía enemigos. Tenía amigos. Sus colegas del club de moteros.
—¿Dónde trabajaba? —inquirió Puller.
—Pues… eeeh… actualmente estaba sin empleo —respondió Strauss.
—Bueno, ¿pues dónde trabajó por última vez?
—En Drake no hay mucha oferta.
—Está Trent Exploraciones —dijo Puller—. Y usted es el COO.
—Efectivamente, así es. Pero Dickie no quería trabajar en Trent.
—¿Por qué no?
—Sencillamente no le interesaba.
—¿Así que lo mantenía usted? —preguntó Puller.
—¿Qué? —dijo Strauss, distraído—. Nosotros… es decir, yo le daba dinero de vez en cuando. Y vivía aquí en casa. Era el único hijo que teníamos, a lo mejor lo hemos malcriado. —Calló unos instantes y aprovechó para dar una profunda calada al cigarrillo y así introducir más nicotina en los pulmones—. Pero no merecía que lo asesinaran.
—Naturalmente que no —dijo Cole.
—Si vivía aquí —dijo Puller—, en algún momento tendremos que registrar su habitación.
—Pero esta noche, no —replicó Cole.
—Me contó el motivo por el que lo expulsaron del Ejército —dijo Puller. Su comentario hizo que Strauss lo perforase con la mirada.
—Fue… una desgracia —repuso Strauss.
—¿Que fuera homosexual o que lo expulsaran? —preguntó Puller.
—Las dos cosas —respondió Strauss con sinceridad—. No soy ningún homófobo, agente Puller. Puede que usted piense que los que vivimos en pueblos pequeños como este no somos muy abiertos de mente en lo que se refiere a esas cosas, pero yo quería a mi hijo.
—De acuerdo —dijo Puller—. Dickie era buena persona, quería hacer lo que fuera correcto.
—¿A qué se refiere?
—Nos estaba ayudando en la investigación —dijo Cole.
—¿Los estaba ayudando? ¿De qué forma?
—Ayudándonos.
—¿No será por eso por lo que lo han asesinado?
—No lo sé.
—Dios mío —gimió Strauss—. Todas esas personas asesinadas en Drake en pocos días. ¿Ustedes creen que tienen algo que ver?
—Creemos que sí —afirmó Cole.
—¿Por qué?
—No podemos entrar en detalles —dijo la sargento.
Puller observó a Strauss durante unos instantes, sopesando la posibilidad de cambiar de táctica. Pero por fin decidió que se estaba agotando el tiempo.
—¿Ha averiguado lo de las autorizaciones para las voladuras?
Strauss contestó con aire distraído.
—Llamé a la oficina que se ocupa de ello. Y lo consultaron. El capataz de la planta solicitó el permiso especial y le fue concedido. Pero hubo un pequeño fallo en el anuncio público: que no salió a tiempo. El capataz no recibió dicha información, de manera que efectuó la voladura. No es algo que ocurra con frecuencia, pero ocurre de vez en cuando.
—¿Quién estaba al tanto de la hora de la voladura?
—Yo. Y el capataz. Y mucha gente de Trent.
—¿Y Roger Trent? —preguntó Puller.
—No lo sé con seguridad, pero si tuviera interés, podría haberlo averiguado fácilmente.
Cole se puso en pie y le entregó su tarjeta de visita.
—Si se acuerda de alguna otra cosa, llámeme. Lamento mucho su pérdida.
Strauss estaba un poco desconcertado por la brusquedad con que había finalizado la conversación, pero se levantó con las piernas temblorosas.
—Gracias, sargento Cole.
El último en incorporarse fue Puller. Se acercó a Strauss y le dijo:
—Señor Strauss, han muerto muchas personas. No deseamos encontrarnos con más cadáveres.
—Claro que no. —Strauss se sonrojó—. No estará insinuando que yo he tenido algo que…
—No, no estoy insinuando nada.
—Piensas que Strauss miente, ¿verdad? —dijo Cole cuando regresaban al coche.
—Lo que pienso es que sabe más de lo que quiere contarnos a nosotros.
—¿Entonces ha contribuido al asesinato de su propio hijo? Su dolor parece sincero.
—A lo mejor no era su intención que su hijo terminara involucrado en todo esto.
Se subieron al coche y Puller, al volante, se alejó de la casa de los Strauss.
Cole se volvió para mirar por la ventanilla trasera.
—No puedo ni imaginar lo que debe de ser perder a un hijo.
—Lo cierto es que todo el mundo es capaz de imaginárselo, pero nadie quiere vivir esa experiencia.
—¿Has pensado alguna vez en casarte?
«Ya estoy casado —pensó Puller—. Con el Ejército. Y hay ocasiones en que este puede ser una esposa realmente puñetera».
—Supongo que todo el mundo lo piensa alguna vez —respondió—. En algún momento.
—Es duro estar casado siendo policía.
—Pues la gente lo hace constantemente.
—Quiero decir siendo mujer policía.
—Aun así.
—Supongo. No sé, si tú crees que Strauss está reteniendo información, no debería haberme dado tanta prisa en aplazar el registro de la habitación de su hijo.
—Ya llegaremos a eso, pero dudo que Dickie guardara algo verdaderamente importante en su cuarto.
—Y entonces, ¿dónde guardaría las cosas realmente importantes?
—Puede que en el mismo sitio en que guardaba Eric Treadwell el carburo de tungsteno.
—¿De verdad lo consideras tan importante?
—Es importante porque es inexplicable. —Consultó el reloj—. ¿No tienes sueño?
—No. Es como si me hubieran conectado a un cable de corriente. En cambio tú deberías quedarte a dormir en mi casa.
—¿Por qué? Ya tengo una habitación.
—Ya, y también han intentado hacerte saltar por los aires. Dos veces.
—Está bien, puede que tengas razón.
Cole se subió a su coche y Puller la siguió hasta su casa. La sargento le enseñó su habitación y procuró que tuviera todo lo que necesitara.
Cuando Puller se sentó en la cama y comenzó a quitarse las botas del Ejército, la sargento se detuvo en la puerta.
Puller levantó la vista.
—¿Sí?
—¿Por qué Drake? ¿Solo porque tenemos cerca un gaseoducto y una central nuclear?
—Supongo que, para algunas personas, eso ya es suficiente.
Puller arrojó la segunda bota al suelo y sacó de su funda la M11 que llevaba en la parte frontal del cuerpo.
—¿Esperas pasarte la vida entera con un arma en la mano? —le preguntó Cole.
—¿Y tú?
—No lo sé. En este momento me parece una buena idea.
—Sí, yo opino igual que tú.
—Puller, si salimos vivos de esta… —Se interrumpió—. A lo mejor podríamos…
Puller la miró.
—Sí, en eso también opino igual que tú.