Brazada. Brazada. Brazada. Brazada. Respirar. Brazada. Brazada. Brazada. Brazada. Respirar.
El aire era húmedo, y el olor, opresivo. Con solo caminar un poco rápido, uno rompía a sudar inmediatamente.
Cuatro brazadas más. Una respiración. Después, otro cuarteto de brazadas, y por fin Jean Trent emergió para tomar aire tras tocar el borde de la piscina por sexagésima vez.
—¿Qué, bajando el almuerzo?
Jean, sobresaltada, se volvió bruscamente hacia el otro extremo de los treinta metros de piscina y vio a Puller, sentado en un sillón de teca con las manos apoyadas en los muslos.
—¿Cómo ha entrado aquí? —le preguntó.
Puller señaló la pared de cristal.
—Por esa puerta de ahí. La verdad, debería cerrarla con llave.
—Quiero decir que cómo ha entrado en el recinto.
Puller se puso de pie, fue hasta ella y se la quedó mirando.
—¿Se refiere a cómo me las he arreglado para esquivar al tipo gordo y de uniforme alquilado que está ahí fuera?
Jean fue andando hasta los escalones, salió de la piscina y se escurrió el cabello. Llevaba puesto un traje de baño de una pieza, de color negro. Estaba delgada y lucía un buen tono muscular.
También podría haber intentado hacer volar su coche por los aires con él dentro.
—¿Usted nada? —le preguntó.
—No, a no ser que la persona que estoy persiguiendo se tire al agua. Quisiera hablar con usted.
Jean se dirigió hacia un sofá de teca con colchoneta azul ribeteada de blanco, que estaba apoyado contra una pared. Sobre él descansaba un albornoz. Se lo puso y tomó asiento en el sofá.
—¿De qué? ¿No le ha sentado bien la comida? Se le ve un poco molesto.
Puller se acomodó a su lado en una silla.
—En realidad estaba pensando si no debería detenerla.
Ella se quedó estupefacta.
—¿Cómo? ¿Por qué?
—Por haber intentado asesinar a un agente federal.
Jean se irguió en su asiento.
—¿Y exactamente por qué supone tal cosa?
—Cuando volví de almorzar con usted, encontré una bomba debajo de mi coche. Estoy empezando a cansarme de que la gente intente convertirme en un montón de trocitos de carne.
—Yo no sé nada de eso. Y dado que durante el almuerzo estuve con usted, difícilmente pude colocarle una bomba en el coche.
—Podría haber pagado para que se encargara otra persona.
—¿Y por qué iba yo a hacer eso?
—Eso es lo que pretendo averiguar ahora.
—Tengo que vestirme. Esta noche he de acudir a una cena. Si quiere continuar con esta conversación, tendrá que ser en otro momento.
—Lo cierto es que vamos a continuarla ahora mismo.
Jean se puso de pie.
—Quiero que salga de mi casa. ¡Ya!
—Y también quiero unas cuantas respuestas. Mi presencia aquí cuenta con el beneplácito del departamento de policía.
Jean abrió la boca, pero no dijo nada.
—Dicho de otro modo, su hermana sabe que estoy aquí.
—Yo no le he puesto ninguna bomba en el coche.
—Debajo del coche.
—Tampoco. ¿Qué motivos iba a tener yo para matarlo?
—Esa pregunta es fácil. He venido aquí para investigar una serie de asesinatos. Si usted o alguien relacionado con usted ha tenido algo que ver en esos crímenes, lógicamente querrá quitarme de en medio. Así que me invita a comer. Insiste en conducir. Regresamos y yo casi salgo volando por los aires. Ya ve por qué estoy tan suspicaz.
Jean volvió a recostarse. Parecía haber perdido la seguridad en sí misma.
—No… No puedo explicar eso. No sé qué está sucediendo. —Cuando volvió a levantar la vista, tenía lágrimas en los ojos—. Le estoy diciendo la verdad, Puller.
Puller la miró fijamente para intentar dilucidar si aquellas lágrimas eran auténticas. Había visto llorar a multitud de sospechosos, desde soldados duros como el acero hasta mujeres embarazadas y chicos adolescentes que siendo hijos de militares habían perdido el norte.
—Que usted diga que es la verdad a mí no me sirve de nada —replicó—. De manera que, hasta que descubra otra cosa, oficialmente es usted una sospechosa. ¿Lo entiende?
Jean asintió en silencio.
—Y si posee alguna información que pueda ayudarme en mi investigación, este es un momento inmejorable para compartirla.
—¿Una información como cuál?
—Como por qué está tan nervioso su marido. Y no me diga que es por las amenazas de muerte. He llegado a la conclusión de que eso es mentira. Le sucedió en una ocasión, con su hermano, y me parece que ahora lo está utilizando a modo de cómoda tapadera.
—¿Qué puede estar intentando tapar?
—Ha incrementado la seguridad, Jean. Y el chófer de su Escalade es un antiguo marine.
—¿Cómo sabe eso?
—Los del Ejército olemos a los marines a cien kilómetros. Ese tipo es un profesional y va armado. Y además es nuevo, ¿a que sí?
—Sí.
—Han acertado al escogerlo. Está a años luz del viejo ese que está ahí fuera.
—En cambio no ha incrementado la seguridad aquí dentro. Fuera seguimos teniendo el mismo policía jubilado.
—Eso es porque en este momento Roger no se encuentra en casa. Por lo tanto, deduzco que no le preocupa tanto la seguridad de usted ni la de su hija. Ese profesional lo acompaña únicamente a él.
—¿Pero de qué puede tener miedo? —dijo Jean.
—Usted dijo que tiene muchos enemigos. Pero son los mismos de siempre, ¿no es verdad? ¿Hay algo o alguien nuevo? Porque eso justificaría que haya contratado al marine.
—No se me ocurre qué puede ser. Como le he comentado, no me meto en los negocios de Roger.
—Jean, si continúa mintiéndome, le pongo las esposas y me la llevo de aquí a rastras.
A Jean se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas.
—No quiero ir a la cárcel.
—Pues entonces dígame la verdad. Usted misma escogió todo lo que hay en ese restaurante, hasta las tazas de café. Entiende cómo se gestiona un negocio. Apuesto a que supervisó la construcción de esta casa, porque ese no es precisamente el punto fuerte de Roger, a juzgar por cómo ha decorado los interiores de Trent Exploraciones. Así que no me diga que le ha cedido a él todos los detalles referentes a su negocio, porque no me lo trago.
Transcurrieron un par de minutos sin que ninguno de los dos dijera nada. Puller acusaba el peso del aire húmedo. En el desierto, por lo menos hacía un calor seco. Observó a Jean. No tenía intención alguna de romper el silencio. No pensaba levantarse y marcharse. Iba a esperar a que ella se desmoronase por fin.
—En Trent Exploraciones hay varios problemas.
—¿Como cuáles?
—Como dinero que ha desaparecido. Cuentas desviadas. Relaciones fantasma con bancos del extranjero. Cosas que están cuando no deberían estar. Y cosas que deberían estar y que no están.
—¿Y Roger está al tanto de eso?
—Ya lo creo.
—¿Y qué hace al respecto?
—Todo lo que puede, pero no tiene muchas alternativas. El año pasado tomó unas cuantas decisiones comerciales que requirieron una inyección de capital. De mucho capital. Pero los ingresos que esperaba obtener de esas decisiones no llegaron a materializarse. Aún quedan deudas. Él creía que tenía fondos para saldarlas, pero con todo el dinero que está desapareciendo, se encuentra sin efectivo. Para eso ha ido a Nueva York, para intentar conseguir financiación. Pero los bancos siguen sin conceder créditos. Ya ha probado todo lo que se le ha ocurrido.
—Y ahora las amenazas de muerte. ¿Es posible que procedan de la gente que le está desplumando?
—No lo sé —respondió Jean—. La verdad es que no lo sé.
—De acuerdo, Trent es una empresa grande, pero no es la General Electric. Y se encuentra ubicada en un bello pueblecito. ¿Está diciéndome que ninguno de ustedes tiene la menor idea, y tampoco una conjetura, de quién puede ser el que está robando a la compañía? ¿Qué me dice de Randy?
—¿Randy? ¿Por qué iba a hacerlo él?
—Para empezar, echa la culpa a Roger de la muerte de sus padres.
—Aun así, no estaría en posición de robar a Roger. Él no sabe nada de ordenadores ni de transacciones financieras. Y esto es obra de alguien que conoce muy bien ambas cosas.
—A lo mejor es alguien que está confabulado con él.
—¿En Drake? No creo. Pero la situación está volviéndose desesperada. Roger y Bill están quedándose sin sitios adonde acudir.
—¿Y usted? —dijo Puller—. Si la empresa se hunde, ¿lo perderá todo, incluida la casa?
—Probablemente. Pero por eso he montado mi restaurante con alojamiento y desayuno. No porque sospechara que Roger estaba sufriendo problemas económicos, sino porque… Supongo que simplemente quería ser más independiente.
Puller, sin querer, sintió lástima de ella.
—¿Así que en realidad Roger no sabe de dónde provienen todas esas artimañas financieras? Es un tipo listo. ¿Cómo es posible que le estén desplumando y no sepa cómo?
—Lo están sacando de quicio, a él y a Bill. Los dos están irremisiblemente unidos a esta empresa. Si la empresa se hunde, se hunden ellos.
Puller no dijo nada y permaneció pensativo, con la mirada perdida.
Jean señaló las cicatrices que tenía en el cuello.
—¿Eso es de Oriente Medio?
Puller hizo un gesto afirmativo.
—¿Recuerda que le conté que de joven estuve enamorada de un muchacho?
—El que no regresó de la primera guerra del Golfo.
—Se parecía un poco a usted.
—¿Todavía piensa que ojalá hubiera regresado?
—Todavía.
Puller miró en derredor.
—No tendría todo esto.
—Quizá tampoco lo tenga ahora.
—Quizá.
Se puso en pie.
—¿No va a detenerme?
—No. Pero lo que me ha contado me servirá de ayuda. Se lo agradezco.
—Antes yo era una persona sincera por naturaleza. Luego me casé con Roger Trent y las cosas cambiaron.
Puller se dirigió a la puerta por la que había entrado.
—¿Qué va a hacer? —voceó Jean a su espalda.
—Buscar a un asesino.