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La bomba no era tan sofisticada como las de la casa abandonada. Al menos eso fue lo que declaró el artificiero jubilado, que llegó cinco minutos después de Cole.

Puller, de pie junto a la sargento, contempló cómo retiraban la bomba del Malibu y se la llevaban.

—No han tenido mucho tiempo —comentó.

—¿Cómo dice? —preguntó Cole.

—No es una bomba sofisticada porque no han tenido tiempo suficiente para montarla.

—¿A quiénes se refiere?

—Hoy me ha invitado su hermana a comer. Estaba esperándome aquí. Como insistió en conducir ella, dejé aquí mi coche. La verdad es que no sé por qué quería que la acompañase a Vera Felicità, pero así ha ocurrido.

—¿Lo ha llevado a su restaurante?

—Sí. Después regresamos, ella se fue como una flecha y yo, por suerte, descubrí la huella de las pisadas y el trozo de cable. De no haber sido así, ahora estaría usted identificando mis restos, si es que hubiera quedado algo de mí.

Cole tardó unos instantes en responder. Con el ceño profundamente fruncido, se dedicó a empujar la tierra con el pie.

—¿Está acusando a mi hermana de estar metida en esto?

—No estoy acusando a nadie de nada. Me limito a constatar los hechos.

—¿Qué razón iba a tener ella para matarlo?

—Bueno, si su marido tiene algo que ver con los asesinatos y ella va a la cárcel, lo más probable es que la empresa de él se vaya a pique, y de paso la mansión y el restaurante.

—Ese restaurante lo construyó mi hermana con su dinero y su financiación.

—Eso dice. Pero poner en marcha ese establecimiento debió de costarle una pasta gansa. ¿Qué banco le daría un crédito a Jean a no ser que también firmase Roger?

—¿Pero por qué imagina usted que Roger tiene algo que ver con los asesinatos? Es él quien está recibiendo amenazas de muerte.

—«Dice» que está recibiendo amenazas de muerte. Carecemos de fuentes independientes que lo demuestren.

—Eso es verdad —concedió Cole.

—Además, hoy he confirmado un dato en los periódicos de la biblioteca. No se anunció públicamente la voladura del domingo por la noche. La llevaron a cabo sin cumplir con el requisito de anunciarla.

—Ese sí que es un detalle importante, Puller. Bien hecho.

—Así que hubo ruido de armas de fuego y de explosivos más o menos al mismo tiempo. El uno cubre al otro. Y esa mina pertenecía a Trent. ¿Quién poseía la autoridad para ordenar una voladura sin cumplir con el requisito de anunciarla públicamente?

—Legalmente, nadie. El que la autorizó tiene un grave problema.

—Yo creo que tenemos que averiguarlo. Y otra cosa que tenemos que averiguar es si alguien ha visto a alguna persona merodeando este mediodía alrededor de mi coche.

—Enseguida me pongo con ello. Pero, Puller, me cuesta trabajo creer que mi hermana haya tenido nada que ver en esto.

—Yo tampoco quiero pensarlo, Cole, pero las circunstancias son sospechosas.

—Cierto —coincidió Cole. Volvió a empujar la grava con el pie—. No estoy segura de ser la persona más indicada para investigar esto.

—Si me da su conformidad, puedo encargarme yo.

—Le doy mi conformidad. Pero una cosa más, Puller.

—¿Sí?

—Es cierto que Jean es hermana mía. Pero usted llegue hasta donde las pruebas le digan que tiene que llegar, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—¿Cuándo piensa empezar?

—Ahora mismo.