Mientras conducía por las calles de Drake, Cole fue aminorando la velocidad hasta detenerse junto al bordillo de la acera. Puller volvió la vista hacia donde ella estaba mirando.
—Ya ha regresado Roger Trent —dijo.
Junto al bordillo aguardaba un Cadillac Escalade de color negro y embellecedores dorados, al volante del cual iba sentado un individuo que él no había visto nunca. Lo escrutó con atención, fijándose en todos los detalles pertinentes, mientras su cerebro iba masticando todas aquellas observaciones y llegando a ciertas conclusiones.
«Interesante».
De pie junto al coche estaba Roger Trent, vestido de traje. Puller advirtió que lo llevaba un tanto arrugado, como si hubiera dormido con él puesto. Había abierto la portezuela y estaba a punto de subirse.
—Da la impresión de que acaba de bajarse del avión —señaló—. Vamos a charlar un momento con él.
Cole se detuvo al costado del Cadillac y Puller bajó la ventanilla.
—Oiga, Roger, ¿tiene tiempo para tomar un café en La Cantina?
Trent lo observó ceñudo, luego miró a la sargento Cole.
—Precisamente acabo de tomarme un café allí.
—Tengo unas cuantas cosas de que hablar con usted. No tardaré mucho.
—¿Es sobre las amenazas de muerte?
—Sí.
—Le concedo diez minutos. —Dio media vuelta y echó a andar en dirección al restaurante.
Un minuto más tarde Puller y Cole estaban sentados a una mesa, frente a él. Pidieron café. El local estaba lleno en sus tres cuartas partes, y todos los presentes lanzaban sin parar miradas nerviosas en su dirección.
Puller se percató de ello, y comentó:
—¿Viene por aquí muy a menudo? Tengo entendido que es usted el propietario.
—Soy el propietario de casi todo lo que hay en Drake. ¿Y qué?
Puller paseó la mirada por el traje arrugado de Trent.
—¿Acaba de llegar de viaje?
—Sí. ¿Y qué? —Dirigió una mirada penetrante a Cole—. Creía que querías hablar de las amenazas de muerte.
—Estamos trabajando en ello, Roger.
—Ya. Pues quizá conviniera que buscaras un poco más cerca de casa, igual que la última vez.
—Ya lo he hecho. Y no creo que sea ese el origen. Quería que lo supieras.
—No estoy muy seguro de que tú seas lo bastante objetiva para tomar esa decisión.
—Pensamos que el asesinato de Molly Bitner tuvo algo que ver con el hecho de que trabajase en una oficina suya, Roger —le dijo Puller.
Aquel comentario le valió una mirada afilada por parte de Cole, en cambio Trent no llegó a verla, pues lo estaba mirando fijamente a él.
—¿Y por qué piensan tal cosa?
—Por los informes sobre el suelo.
—No sé qué quiere decir eso. ¿Qué clase de informes sobre el suelo?
—Ya sabe, los medioambientales.
—Sigo sin entender.
—Eric Treadwell y Dickie Strauss eran amigos. ¿Lo sabía usted?
—No, la verdad es que no.
—Los dos llevaban el mismo tatuaje. Dickie dijo que se lo había copiado a Eric.
—¿Y qué tiene que ver nada de eso conmigo?
—No estoy seguro, Roger —contestó Puller. Bebió un sorbo de café y lo taladró con la mirada—. ¿Qué tal el viaje a Nueva York?
Trent puso cara de asombro.
—¿Cómo sabe que he ido a Nueva York?
—Nos lo dijo Bill Strauss. No quiso decirnos el motivo, pero sí dijo que su empresa era muy rentable y que por todas partes había oportunidades para invertir.
Trent apartó la mirada, y Puller advirtió que comenzaba a temblarle ligeramente la mano.
—Todo el mundo necesita energía —añadió.
—Exacto —coincidió Trent, tajante—. ¿Hemos terminado? Porque está claro que no tiene usted nada que decirme que sea de utilidad.
Cole miró a Puller.
—Supongo que sí —dijo este—. Debería irse a casa a dormir. Tiene cara de estar agotado.
—Gracias por su preocupación —respondió Trent.
Cuando Trent se levantó, Puller hizo lo mismo. A continuación se le acercó y le dijo en voz baja:
—Roger, yo que usted me tomaría en serio esas amenazas de muerte. Pero puede que no por el motivo que usted cree.
Trent palideció todavía más, dio media vuelta y se fue. Unos momentos más tarde se oyó arrancar el Cadillac.
Cole y Puller salieron a la calle, y la sargento preguntó:
—¿Se puede saber de qué iba todo eso?
—Ese hombre está asustado. Por muchas razones: personales, de trabajo. ¿A qué cree usted que se debe? Es el dueño de todo este pueblo, vale más ser cabeza de ratón que cola de león.
—No lo sé —contestó Cole.
—Vale más ser cabeza de ratón que cola de león —repitió Puller.
Por fin Cole comprendió.
—En este pueblo hay una persona más poderosa que él —dijo.
—Podría ser.
—¿Quién?
—Vamos a buscar al calvo.
—¿Cómo? Antes ha dicho que tenía una idea.
—Se lo voy a decir de otra forma: vamos a buscar a Dickie Strauss.
—¿Piensa que Dickie es el individuo al que vio Dougett saliendo de la casa?
—Encaja con la descripción física. Lo de las quemaduras en el brazo podría ser un tatuaje grande. Y si no fue Dickie, tal vez fuera uno de la pandilla de los que llevan ese mismo tatuaje.
—En Drake no hay pandillas callejeras, Puller.
—Que usted sepa —corrigió este.
—¿Para qué iba a entrar Dickie Strauss en esa casa? Y si fue él, eso quiere decir que asesinó a Larry Wellman. ¿Por qué motivo iba a hacer tal cosa?
—No tiene por qué ser así necesariamente.
—¿Qué quiere decir? Los dos estuvieron en la casa y Larry acabó muerto. Alguien tuvo que matarlo, no se colgó él solo.
—En eso coincido con usted.
—Entonces, ¿qué intenta decir?
—En vez de discutir, vamos a buscar a Dickie. ¿Tiene idea de dónde puede estar?
Cole metió la velocidad.
—Sí.
—¿Dónde?
—Ya lo verá cuando lleguemos. Yo también sé hacerme la interesante.