59

Puller tardó aproximadamente una hora, pero puso a Cole al corriente de casi todo lo que había descubierto durante su visita a Washington. Le habló del interés que tenía el Departamento de Seguridad Nacional, pero no le dijo que, esencialmente, estaban utilizando el pueblo de Drake a modo de cebo para una célula terrorista que podía estar operando en aquella zona. No se lo dijo porque la sargento, llevada por su sentido del deber, daría la voz de alarma en su localidad, y entonces Mason vería echado por tierra su plan de intentar atrapar a los individuos que estaban comunicándose en dialecto dari codificado. Aun así, se sintió tentado de contárselo.

—Me gustaría haber sabido todo esto hace mucho —se quejó Cole—. ¿Siempre se traen estos jueguecitos entre manos en Washington?

—Para ellos no es ningún juego. Ellos nadan entre dos aguas, y no saben muy bien de quién fiarse.

—Yo duraría allí cinco segundos. No se me da bien jugar con las personas.

—Puede que se sorprendiera.

—No, puede que le pegara un tiro a alguien. Bueno, ¿adónde vamos ahora?

—A la escena del crimen. Cuando venía en el avión se me ha ocurrido una idea.

Lan Monroe estaba justamente saliendo del domicilio de los Halverson cuando ellos se detuvieron delante. Llevaba un equipo de recogida de pruebas balanceándose contra su corta pierna. Al verlos apearse, alzó la mano que le quedaba libre y les sonrió.

—Bienvenido otra vez, Puller —dijo—. Me alegro de que en Washington no se lo hayan comido vivo.

Puller dirigió una mirada a Cole y dijo en voz baja:

—¿Siempre es así de discreta con la información?

La sargento, incómoda, le dijo a Monroe:

—¿Ya has terminado ahí dentro?

—Sí. Ya se puede entrar.

Cole hizo un gesto afirmativo y lo observó mientras cargaba el equipo en su vehículo.

Puller reparó en el coche policial estacionado enfrente. Reconoció al ayudante de nombre Dwayne. Un momento más tarde le vio arrojar una colilla por la ventanilla.

—Se supone que no pueden fumar cuando están de servicio, pero Dwayne está haciendo un gran esfuerzo para dejarlo, y cuando no recibe su chute de nicotina se pone bastante desagradable. Yo sé mejor que nadie lo que es eso porque…

Se interrumpió de pronto, porque Puller acababa de separarse de ella.

—¡Eh! —lo llamó, y fue detrás.

Puller pasó entre el domicilio de los Halverson y la casa que había al lado. Entonces se detuvo a examinar la terraza construida en la parte posterior de la casa vecina. Era de madera tratada a presión, y hacía mucho tiempo que se había vuelto grisácea por culpa del sol y de la intemperie. Miró primero la terraza y a continuación el cercano bosque hacia el que estaba orientada.

En aquel momento lo alcanzó Cole.

—¿Qué está haciendo?

—Tener una revelación.

—¿Es la idea que se le ha ocurrido durante el vuelo?

—No, es una que se me ha ocurrido hace cinco segundos.

Se fijó en el grueso cenicero de vidrio que descansaba sobre una de las barandillas de la terraza. Estaba repleto de colillas. Se preguntó cómo es que no había reparado antes en él.

—¿Quién vive en esa casa?

—Un matrimonio mayor, de apellido Dougett. George y Rhonda, si no recuerdo mal. Ya hablé con ellos cuando estuvimos interrogando a todos los vecinos.

—¿Quién es el que fuma?

—El marido. Cuando los interrogué, me enteré de que la mujer no le deja fumar dentro de casa, por eso ha puesto ese cenicero en la terraza. ¿Y qué tiene de particular que sea fumador? ¿Es que usted se ha apuntado a la moda de reclamar el alma de todos los pobres diablos que sufrimos adicción por el tabaco?

—No. Es que ese cenicero se encuentra en una terraza que da al bosque —replicó Puller, señalando los dos puntos.

Cole volvió la vista hacia donde indicaba el agente.

—¿Adónde pretende llegar?

—¿Qué edad tiene Dougett? El marido, quiero decir.

—Setenta y muchos, y no está muy en forma. Tiene sobrepeso, está pálido, sufre problemas de riñón, o eso me dijo cuando estuve hablando con ellos. Habló mucho de sus problemas de salud en general, imagino que es típico de las personas mayores. No tienen mucho más con lo que llenar la vida.

—Eso quiere decir que se levanta por las noches a intentar mear y no le sale nada. Se frustra, no puede dormir, y sale aquí a fumarse un cigarro porque durante el día hace demasiado calor.

—Probablemente. Pero también me contó que durante el día se sienta dentro de su coche con el aire acondicionado puesto, y así puede echar un pitillo. ¿Y qué?

—¿Están en casa en este momento?

—El coche está aparcado en el camino de entrada. Y solo tienen ese.

—Pues vamos a poner a prueba mi idea.