A la mañana siguiente, temprano, el reactor despegó del aeropuerto de Dulles y fue ascendiendo suavemente hacia el cielo. Puller se bebió una botella de agua y pasó la mayor parte del breve vuelo mirando por la ventanilla. Consultó el reloj. Eran casi las 0600. La noche anterior había intentado dormir un poco, pero hasta su entrenamiento militar le falló mientras su cerebro continuaba dando vueltas sin parar, igual de rápido que las turbinas del avión.
El avión aterrizó en Charleston menos de una hora después. Recuperó su Malibu del aparcamiento y llegó a Drake a tiempo para desayunar. Durante el trayecto en coche llamó a Cole, y más tarde se reunió con ella en La Cantina. Se tomó otras dos tazas de café y el desayuno más pantagruélico que ofrecían en aquel restaurante.
La sargento lo contempló mientras él iba haciendo desaparecer las montañas de comida.
—¿No le han dado de comer en la capital? —le preguntó.
Puller se llevó a la boca una porción de huevos con tortitas.
—En este viaje, no. La verdad es que no me acuerdo de la última vez que he comido. A lo mejor fue en el desayuno de ayer.
Cole bebió un sorbo de café, arrancó un pedazo de tostada y se la comió.
—¿Y le ha resultado productivo el viaje?
—Ya lo creo. Tenemos muchas cosas de que hablar. Pero aquí no.
—¿Son importantes?
—Si no lo fueran, no la haría perder el tiempo. ¿Ha habido alguna novedad por aquí?
—Ya he recibido por fax la orden judicial. —Sacó varias hojas de papel—. Y tengo los resultados del análisis del suelo.
Puller dejó el tenedor y miró el papel.
—¿Y?
—Pues que no soy científica.
—Déjeme echar un vistazo.
La sargento le pasó el informe al tiempo que le explicaba:
—Las dos primeras páginas son palabrería jurídica que esencialmente dice que se cubren las espaldas por si el informe fuera erróneo o se hubiera llevado a cabo de manera incorrecta, y que si los resultados llegaran a terminar en un juzgado ellos eluden toda responsabilidad.
—Qué reconfortante —respondió Puller.
Fue directo a la tercera página y comenzó a leer. Al cabo de un minuto dijo:
—Yo tampoco soy científico, pero aunque veo términos como apatita, rutilo, marcasita, galena, esfalerita y otros minerales que no me suenan de nada, también veo que se nombra el uranio, y eso sí que me suena.
—No se emocione. Hay carbón en cincuenta y tres de los cincuenta y cinco condados de Virginia Occidental, y casi siempre, donde hay carbón hay uranio. Pero los niveles de radiactividad son bajos. La gente respira partículas de uranio todo el tiempo y no le pasa nada. Y el número de partículas por millón del uranio que aparece en ese informe indica que es una proporción natural.
—¿Está segura de eso? Ha dicho que no era científica.
—Tan segura como de que el carbón es más una roca que un mineral. Teniendo en cuenta que se forma a partir de restos orgánicos, técnicamente no reúne los requisitos para ser un mineral auténtico. Es un compuesto de otros minerales.
—¿Todos los habitantes de Virginia Occidental saben estas cosas?
—Bueno, todos no, pero sí muchos. ¿Qué cabe esperar de un estado cuyo mineral oficial es un grumo de carbón bituminoso?
Puller pasó varias páginas del informe.
—¿Sabemos por lo menos de dónde se tomaron las muestras?
—Eso es lo malo, que no lo sabemos. Podrían provenir de cualquier parte, el informe no especifica el sitio. Imagino que dieron por sentado que Reynolds sabía dónde había cogido la muestra.
—Bueno, supuestamente tiene que ser en los alrededores de Drake, porque no creo que Reynolds se aventurase mucho más allá.
Cole jugueteaba con un sobrecito de azúcar doblándolo hacia un lado y hacia el otro, hasta que el sobre se rompió y derramó el contenido. Recogió los granos con la mano y los echó en su taza de café.
—¿Usted cree que Reynolds estaba trabajando en algo que no tenía que ver con Drake? A lo mejor esas muestras proceden de Washington.
—No lo creo, sobre todo después de lo que he descubierto allí.
—Pues entonces, por qué no se da un poco de prisa en terminar de desayunar para que podamos salir de aquí, y así me lo cuenta todo.
—Está bien, pero tenemos que hacer una parada en la comisaría. Tengo que enviar este informe del suelo a un par de sitios.
Pagaron la cuenta y se subieron al coche patrulla de la sargento, que estaba aparcado fuera. Fueron a la comisaría, y allí Puller mandó el informe por fax a Joe Mason de Washington y a Kristen Craig del USACIL, en Georgia.
Cuando regresaron al coche, Cole se volvió hacia él. Iba vestida con el uniforme, y por culpa del cinturón de la pistola dicha maniobra le resultó más difícil de lo normal, pero se la veía decidida a mirar a Puller de frente.
—Venga, Puller, suéltelo todo, y no se deje nada en el tintero.
—¿Posee alguna autorización de seguridad?
—Ya le dije que no, a no ser que cuente el pequeño certificado que obtuve cuando era policía estatal, y dudo que eso lograse impresionar a los federales.
—Tomo nota. Ahora ya lo sé, pero que conste que lo que voy a contarle seguramente es información clasificada, y que podrían cortarme el pescuezo por habérsela desvelado a usted.
—Tomo nota. No se enterarán por mí.
Puller se volvió hacia la ventanilla del coche.
—Dickie y su amigo el gordo estaban en La Cantina, observándonos.
—Igual que la mitad de los habitantes de Drake —agregó Cole.
—Tenemos que continuar investigando por qué lleva el mismo tatuaje que llevaba Treadwell.
—Sí, efectivamente. Pero en este momento lo único que necesita hacer usted es hablar.
—Arranque. Prefiero que estemos en marcha cuando le cuente lo que le voy a contar. Y tome rumbo este.
—¿Por qué?
—Porque cuando se lo haya contado, es posible que le entren ganas de seguir conduciendo hasta llegar al Atlántico.