—¿John Puller?
Los cuatro hombres habían aparecido de improviso en el aparcamiento, cerca de su coche. Reparó en los dos monovolúmenes negros que aguardaban en las inmediaciones.
—¿Qué es lo que quiere de mí Seguridad Nacional?
El jefe del grupo, un individuo menudo y fibroso, de cabello oscuro y rizado y con una frente surcada de profundas arrugas, respondió:
—¿Cómo sabe que somos de Seguridad Nacional?
Puller señaló la cintura de uno de ellos.
—Su compañero lleva una SIG del nueve. —Después señaló a otro—. Y ese lleva una SIG del cuarenta. Seguridad Nacional es uno de los pocos organismos que permiten que su gente mezcle armas distintas. A eso hay que añadir que llevan ustedes una insignia de DHS en la solapa. Y la última pista es que uno de sus coches luce una pegatina igual.
El otro miró alrededor y después sonrió.
—Tiene buen ojo. ¿Quiere que de todas formas le enseñemos nuestra identificación?
—Sí. Y yo les enseñaré la mía. Soy de la CID del Ejército.
—Sí, ya lo sé.
—Ya sé que lo sabe.
—Necesitamos que nos acompañe.
—¿Adónde y por qué?
—El porqué se lo explicarán otras personas. El dónde no está demasiado lejos.
—No tengo más remedio, ¿no?
—La verdad es que no.
Puller se encogió de hombros.
—Pues entonces vámonos.
El trayecto duró diez minutos. Entraron en otro aparcamiento, bajaron dos plantas, dejaron los vehículos y tomaron un ascensor para subir cinco pisos. Condujeron a Puller por un pasillo en el que todas y cada una de las puertas estaban cerradas y bloqueadas con llave y cerrojo. No había nada que indicase que aquello era un edificio federal, lo cual Puller sabía que no resultaba tan infrecuente. El Departamento de Seguridad Nacional, en particular, prefería que todos los edificios que tenía repartidos por el país presentaran el mismo aspecto de normalidad. Pero para una persona que supiera lo que tenía que buscar, aquel sitio decía a gritos que pertenecía al gobierno federal. La moqueta y las paredes eran del típico color beis de la administración, y las puertas eran metálicas. Puller sabía que el gobierno gastaba mucho dinero, pero no en el acabado de sus edificios de oficinas.
Lo hicieron entrar en una sala y lo dejaron allí dentro, sentado ante una mesa pequeña, con la puerta cerrada con llave por fuera. Contó mentalmente cinco minutos, y ya estaba empezando a pensar si no se habrían olvidado de él cuando de repente se abrió la puerta.
El individuo que entró tendría unos cincuenta años y se movía con la seriedad y el porte propios de quien ha desarrollado una prolongada carrera en un terreno que no tiene nada que ver con pasarse el día entre papeles y grapas. Llevaba una carpeta en la mano. Tomó asiento. Rebuscó unos instantes entre los papeles de la carpeta y por fin saludó a Puller levantando la vista hacia él.
—¿Le apetece tomar algo? —le preguntó—. Tenemos café, aunque es bastante malo. Tenemos agua, pero del grifo. El año pasado nos retiraron del presupuesto la partida para comprar agua mineral. Qué asco de recortes. Lo próximo que nos quitarán será la pistola.
—Estoy bien así. —Puller miró la carpeta—. ¿Eso tiene que ver conmigo?
—En sí mismo, no. —Tamborileó con los dedos sobre los papeles—. A propósito, me llamo Joe Mason —se presentó, extendiendo la mano para chocarla con Puller.
—John Puller.
—Ya lo he imaginado —repuso Mason a la vez que jugueteaba con la cutícula de un dedo—. ¿Cómo van las cosas en Virginia Occidental?
—Ya me estaba imaginando que iba de eso la cosa. No muy bien del todo, la verdad. Supongo que le habrán informado…
—Si lo desea, puede llamar a su SAC. Don White es un buen tipo.
—Llamaré a mi SAC.
Mason sacó su teléfono.
—Es mejor que cumplamos cuanto antes con todos los requisitos de rutina para poder pasar a temas más importantes. Llámelo ahora.
Puller realizó la llamada. Don White le dio los detalles respecto de Joe Mason, Seguridad Nacional, y le dijo que colaborase.
Puller devolvió el teléfono a Mason y miró otra vez la carpeta.
—¿Así que ahora es necesario que me informen a mí?
—Yo estaba pensando exactamente eso mismo, Puller.
—¿Y ya ha tomado una decisión?
—Todo lo que he podido recopilar acerca de usted me indica que es un fenómeno. Patriótico hasta la médula. Más tenaz que un bulldog, consigue todo lo que se propone.
Puller no dijo nada, se limitó a mirar a Mason. Quería que continuara hablando, para él poder escuchar.
—Tenemos un problema —prosiguió Mason—. Suena cursi, ¿verdad? Tenemos un problema. Sea como sea, la cosa es que no sabemos en qué consiste dicho problema. —Levantó la vista de la carpeta—. ¿Puede usted echarnos una mano?
—¿Por eso ha mostrado tanto interés por este caso el secretario para el Ejército? ¿Por qué me han enviado inicialmente a mí solo?
—El secretario para el Ejército tiene interés por este caso porque lo tenemos nosotros. Y aunque usted sea la única persona visible, hay más efectivos desplegados. Y no solo de Seguridad Nacional.
—Tenía entendido que a la DIA no le interesaba.
—Pues yo discreparía de esa afirmación.
—¿Está metido el FBI?
—El FBI está metido en todo, nos guste o no. No obstante, dado que no es nuestro deseo abrumarlo con siglas, me han elegido a mí para comunicarnos con usted.
—Bien, existe un problema, solo que no saben cuál. Yo pensaba que Seguridad Nacional tendría algo más que hacer que ocuparse de cosas así.
—Coincido con usted, salvo en un detalle.
—¿En cuál?
—Un fragmento de conversación que captó la NSA hace dos días. ¿Adivina de dónde procedía?
—De Drake, Virginia Occidental.
—Exacto.
—Pensaba que la NSA solo podía espiar las conversaciones extranjeras, que no podía espiar las conversaciones de los americanos ni leer nuestros mensajes SMS ni nuestros correos electrónicos.
—Y así es, hasta cierto punto.
—¿Qué decía esa conversación?
—Bueno, empleó un idioma que no cabría esperar en la zona rural de Virginia Occidental.
Al ver que Mason no le decía de qué se trataba, Puller se irritó ligeramente.
—¿Era de Nueva Jersey? ¿Del Bronx?
—Pruebe otra vez, y apunte más hacia el este.
—¿Árabe?
—Dari. Como usted sabe, es uno de los dialectos que más se hablan en Afganistán.
—Efectivamente, lo sé bien. Así que Afganistán. ¿Lo han traducido?
—Sí. Dice lo siguiente: «Se acerca la hora». Y luego añade que todo el mundo tiene que prepararse, y que la justicia será suya.
—¿Y ustedes han interpretado que eso alude a un ataque contra Estados Unidos?
—Me pagan para que piense eso, Puller. Y también para que lo impida.
—¿Por qué era tan especial esa conversación? La gente está todo el tiempo diciendo estupideces que no llevan a ninguna parte. Incluso hablando en dari.
—No era un diálogo transparente. Estaba encriptado. Y no lo habían encriptado empleando un bonito algoritmo informático, sino una clave. Una clave que mi gente me dice que era muy utilizada por el antiguo KGB antes de que finalizara la Guerra Fría. Ahora sabemos también que los talibanes han empezado a usar claves antiguas del KGB para comunicarse con células implantadas. Supongo que hemos de remontarnos a la época en que circulaban por allí los tanques del Ejército Rojo.
—Talibanes que utilizan una clave del KGB en dialecto dari en una conversación procedente de Virginia Occidental. Eso sí que es diversidad. ¿Pero la han descifrado?
—Obviamente, de lo contrario no estaría yo aquí sentado hablando con usted. Lo irónico es que ahora están volviendo a ponerse de moda las claves antiguas, porque nos hemos hecho expertos en descifrar el encriptado hecho por ordenador. En resumidas cuentas, esto nos ha puesto en alerta.
—Yo no he visto si un solo turbante en Drake. Lo único que he visto han sido unos cuantos americanos orgullosos de serlo, con el cuello un poco manchado de rojo. ¿Cómo pueden estar seguros de que ese plan va a ejecutarse en Drake? Los terroristas podrían estar escondidos en ese pueblo y el objetivo podría estar en otra parte.
—En la conversación había otros componentes que nos han llevado al convencimiento de que el objetivo se encuentra como mínimo en las inmediaciones de Drake.
Puller se reclinó en la silla y reflexionó durante unos momentos.
—Bueno, en Drake hay una gigantesca cúpula de hormigón que utilizó el gobierno para operaciones secretas en los años sesenta. Puede que ese sea un buen sitio por el que empezar. De hecho, es lo único que hay allí que se sale de lo normal. Aparte de unos cuantos cadáveres.
—Ojalá fuera así de fácil. —Mason sacó un fajo de papeles de la carpeta y se los pasó a Puller diciendo—: Hemos investigado para qué se utilizó esa cúpula. Y lo cierto es que no nos ayuda nada.
Puller examinó rápidamente los papeles. Se trataba de un documento clasificado que él tenía autorización para leer, y databa de la década de 1970.
—¿Allí dentro fabricaban componentes para bombas? —preguntó.
—Componentes clave. No la parte explosiva de la bomba. Esa cúpula de hormigón se construyó porque parte del material que se manipulaba era radiactivo. En aquella época el Departamento de Defensa tenía dinero de sobra, y no existía ninguna ley que protegiera el medio ambiente. Así que en vez de hacer una limpieza de aquel lugar, el Ejército se limitó a taparlo.
—¿Representa una amenaza?
—¿Para el medio ambiente? ¿Y quién diablos lo sabe? Puede. Pero nuestra preocupación no es esa. El informe deja muy claro que todos los materiales y los equipos fueron retirados. Y nadie va a ponerse a perforar una pared de hormigón de un metro de grosor para ver si el contador Geiger se vuelve loco.
—¿Y si alguien la hiciera volar por los aires y liberase la radiactividad, si es que queda algún resto?
—Venga, Puller. Se necesitaría una montaña de explosivos y un número enorme de efectivos sobre el terreno, y no hay forma de saber si allí dentro hay algo que merezca la pena tanto esfuerzo. De modo que si liberan un poco de radiactividad al aire de Drake, ¿que más da? —Mason se recostó en la silla—. No. La respuesta tiene que estar en otra parte.
Puller le devolvió los papeles.
—Muy bien. ¿Qué más?
—Sabemos que ha hablado con la general Carson.
—Se ha mostrado colaboradora.
—Reynolds sabía algo, por eso lo asesinaron. Había descubierto algo que estaba ocurriendo allí.
—Acabo de enterarme de eso. Si ustedes lo sabían desde hace tiempo, me habría sido muy útil que me hubieran informado.
—Para mí, Drake no existía hasta que desciframos esa transmisión. Cosa que solo hace dos días que ha sucedido. Seguramente nos lleva usted bastante ventaja.
—Porque ustedes no están en Drake. Dejaron el asunto en mis manos y en las de unos cuantos policías de allí. Anteayer hacía muy poco tiempo que se habían cometido los asesinatos. Ambas cosas tienen que estar relacionadas. Podrían haber enviado a un equipo. ¿Por qué no lo hicieron?
—Preguntas difíciles que tienen respuestas difíciles.
—Estoy acostumbrado a las dos cosas.
Mason sonrió.
—Ya me lo imagino. Ser soldado es mucho más complicado de lo que parece.
—Lo de ser soldado es fácil, en comparación con toda la otra mierda. Para disparar un arma en línea recta, lo único que se necesita es práctica. Pero no hay ninguna práctica en el mundo que lo prepare a uno para los jueguecitos que tienen lugar en la trastienda. —Hizo una pausa—. ¿Usted ha estado en el Ejército? Porque tiene pinta.
—Estuve en los marines, pero no terminé. Me salí, fui a la universidad, y de todas formas acabé empuñando un arma para el Tío Sam. Solo que en lugar del uniforme, llevo un traje.
—Los marines me han cubierto a mí las espaldas muchas veces.
—Y estoy seguro de que usted ha hecho lo mismo por ellos. Pero volviendo a su pregunta, aquí la opinión mayoritaria es que hay que dejar que esto evolucione un poco más. Si mandamos la artillería pesada, ahuyentaremos a esa gente.
—Tal vez no sea tan mala idea ahuyentarlos. Sobre todo si están planeando un segundo Once de Septiembre. Pero no entiendo por qué iban a escoger Drake después de haber atacado la Gran Manzana. Los daños potenciales no son los mismos.
—Por eso estamos preocupados. Y si entráramos a saco con todo el arsenal, suponemos que se dispersarían, se reagruparían y atacarían en otro sitio igual de insospechado, y no volverían a cometer el error que han cometido con esa transmisión. Nos tiene preocupados que hayan escogido ese lugar del mapa, Puller. No es un objetivo tradicional, no tiene poder de reverberación. Si se ataca un aeropuerto, un centro comercial o una estación de tren, al instante se cerrarán los del país entero.
—En cambio, si se ataca un pueblo insignificante, no se obtiene el mismo resultado.
—Lo cual quiere decir que ellos saben algo que nosotros desconocemos. Esto no se encuentra dentro de nuestro mapa táctico ni estratégico. Carecemos de un manual que seguir al pie de la letra. Francamente, los asustados somos más bien nosotros.
—Su estrategia podría equivaler a jugar con la vida de los habitantes de Drake.
—Sí, así es.
—Pero como son tan pocos, y como la mayoría de ellos son más pobres que una rata, supongo que no pasa nada.
—Yo no diría tanto. Pobres o no, siguen siendo americanos.
—¿Y si estuviéramos hablando de la Gran Manzana, o de Houston, o de Atlanta, o de Washington?
—Cada situación es distinta, Puller.
—Cuanto más diferentes son las cosas, más se parecen.
—He aquí un soldado que también es un filósofo. Estoy impresionado. Pero, en serio, yo no deseo que mueran ciudadanos inocentes. Pero es difícil. Desde luego, si se tratara de Nueva York, Chicago o Los Ángeles, y por supuesto Washington, tenga por seguro que acudiríamos con todo el arsenal.
—¿Así que Drake es un experimento para estudiar nuevas tácticas?
—Drake es una oportunidad.
—De acuerdo, Reynolds era un militar y quizás eso fuera suficiente para convertirlo en un objetivo. ¿Pero qué me dice de Molly Bitner y Eric Treadwell?
—Los que vivían en la casa de enfrente, ya.
—¿Podría ser que uno de ellos fuera la persona con la que «se tropezó» Reynolds? Porque ese es el término que empleó Reynolds.
—¿Qué le hace decir eso? —preguntó Mason.
—Por lo que puedo deducir, la familia Reynolds nunca fue a otro sitio que no fuera la residencia geriátrica o el hospital, que ni siquiera se encuentra en Drake. Las únicas personas con las que por lógica tuvieron que entrar en contacto eran los vecinos de su calle. Obviamente, mi foco de atención son los únicos vecinos que acabaron también asesinados.
—Ya veo adónde pretende llegar, y me gusta su punto de vista. No tenemos nada concreto respecto de ninguno de ellos, pero aun así podrían constituir una pista prometedora.
—Bien, ¿y qué es lo que quieren de mí?
—Que haga lo que ha estado haciendo hasta ahora. Que continúe indagando. Lo único que cambiará será que me informará directamente a mí, en vez de a su SAC. Será usted nuestros ojos, Puller. —Mason se puso de pie—. Sé que está deseando regresar.
—Tenía pensado pasarme por la casa que tenían los Reynolds en Fairfax City, a echar un vistazo.
—Ya lo hemos echado nosotros. No había nada, como le podrá confirmar su SAC. Pero si quiere hacer una visita, puede usted hacerla.
Puller no titubeó.
—Prefiero ver la casa por mí mismo.
—Estaba bastante seguro de que diría eso. Tiene total acceso. Puede ir cuando salga de aquí, si quiere.
—Gracias.
—Ahora que ya hemos terminado con los preliminares, cuénteme qué tal va la investigación.
Puller le ofreció la versión condensada. Mason hizo un gesto de asombro cuando mencionó que seguramente habían grabado en vídeo a la familia Reynolds.
—Eso suena a amenaza —comentó.
—Así es —coincidió Puller.
Al llegar a la parte del análisis del suelo, Mason lo interrumpió.
—Me gustaría ver ese informe.
—Bien, señor.
—¿Por qué un análisis del suelo?
—Debía de ser importante por algún motivo.
—¿Y no sabemos de qué zona se tomó la muestra?
—No.
—Cuando termine la visita a la casa de Reynolds, tiene que regresar a Drake. Le prestaría un avión de Seguridad Nacional, pero no sé quién podría estar observándonos. En estos momentos no hay muchas personas de las que me fíe.
—No es problema. Regresaré del mismo modo que he venido.
Cuando ya bajaban por el pasillo, Mason dijo:
—Samantha Cole, ¿es un activo o un pasivo?
—Un activo.
—Bueno es saberlo.
—¿Qué le dice su instinto acerca de todo esto?
Mason mantuvo la vista fija al frente.
—Que conseguirá que mucha gente se olvide del 11/S.
Acto seguido Mason dobló a la izquierda para tomar otro pasillo, y Puller siguió en línea recta. En aquel preciso momento, era la única dirección en que podía continuar.