En aquel sector de Arlington había un millón de sitios para tomar café a los que se podía ir andando. Puller y Carson pasaron frente a varios de ellos, pero todos estaban abarrotados de adolescentes que parloteaban aferrados a sus smartphones y a sus ordenadores portátiles. Dejaron atrás todos aquellos locales concurridos y entraron en uno que se encontraba más apartado y en el que no había más clientes que ellos dos. La humedad había desaparecido y el aire se notaba limpio y refrescante. Tomaron asiento al lado de una ventana abierta.
Puller bebió un sorbo de su taza, después la dejó sobre la mesa y observó a Carson.
Antes de salir de casa se había puesto una camiseta blanca de manga larga y unas deportivas. Tenía arrugas alrededor de los ojos, unas patas de gallo más acentuadas que las de una mujer que no fuera militar. Era el precio que había que pagar por dirigir a personas que portaban armas. Su cabello rubio destacaba en vivo contraste con su bronceado. Era bastante atractiva y lucía una excelente forma física, y se notaba por su actitud que era muy consciente de ambas cosas. Puller sabía que tenía cuarenta y dos años y que se había dejado la piel trabajando para conseguir aquella única estrella. Él no abrigaba el menor deseo de truncar su carrera; todo el mundo tenía derecho a cometer algún error en su profesión, y probablemente este iba a ser el que cometiera ella.
—Le queda muy bien el uniforme verde de gala —dijo Carson en voz queda—. ¿Se debe a alguna ocasión especial?
—He estado en el Club del Ejército y de la Marina. Un pequeño acto.
Carson asintió y bebió un sorbo de café.
—Matt me llamó hará unas cuatro semanas —dijo a toda prisa, como si quisiera quitarse el tema de encima. Pero no miró a Puller, mantuvo la vista fija en el tablero de la mesa.
—¿Y qué le dijo?
—Que había tropezado con algo. Ese fue el término que empleó: «tropezado». No estaba planeado. Y desde luego yo no lo envié allí a desempeñar ninguna misión. Él iba y venía para estar con su mujer y con sus hijos. La llamada que me hizo fue algo totalmente inesperado.
—Está bien. —Puller tomó otro sorbo de café y volvió a dejar la taza.
—Había conocido a una persona que estaba metida en algo. Corrijo, había conocido a una persona que había descubierto algo.
—¿Quién y qué?
—Desconozco el quién.
—¿Cómo conoció a esa persona?
—De manera accidental, creo. Sea como fuere, no fue algo planeado.
—¿Y conoce el qué?
—Se trataba de algo gordo, fuera lo que fuese. Matt lo consideraba tan grave que existía la posibilidad de que tuviéramos que ponerlo en conocimiento de alguien de los nuestros.
—¿Y por qué no lo hizo usted?
—Porque no tenía suficiente información —respondió Carson hablando de forma precipitada—. No quise lanzar una andanada y que acabara estallándome en la cara. Aquello se salía totalmente de mi misión, no correspondía a mi jurisdicción. Ni siquiera creo que tuviera nada que ver con el entorno militar. Estaba moviéndome en un terreno en el que no hacía pie, Puller, tiene que entenderlo. No podía controlar el flujo de información y no tenía modo de verificarla. Ni Matt tampoco. Él dependía de personas a las que no conocía.
—Aun así, podría haber acudido a la policía. O decir a Reynolds que acudiera él.
—¿Y qué iba a decirles? Matt tampoco contaba con información suficiente, por lo menos según lo que me contó a mí. En gran medida eran suposiciones.
—¿Pensaba él que aquella persona podía estar trabajando de forma encubierta?
—¿De forma encubierta? —repitió Carson, sinceramente sorprendida—. ¿Se refiere a que pudiera ser policía?
—En ocasiones los civiles actúan de forma encubierta por su cuenta.
—¿Con qué frecuencia? —replicó Carson en tono escéptico.
—Con una sola vez basta.
—Pues Matt en ningún momento mencionó nada parecido.
—¿Y qué le ordenó usted que hiciera? ¿Que llevara un seguimiento? ¿Que viera qué conseguía averiguar? ¿Pensó usted que esto podía representar una oportunidad para ascender en su carrera profesional, que era algo que se salía del trabajo habitual?
—Expresa usted las cosas de forma bastante directa, pero tiene razón. Lo siguiente que supe fue que había muerto. Que había muerto toda su familia: esposa, hijos… todos. —Empezaron a temblarle los labios. Cuando quiso levantar la taza de café, le tembló tanto la mano que derramó el líquido.
Puller le quitó la taza, la depositó sobre la mesa, limpió el café derramado con la servilleta y le cogió la otra mano.
—Mire, señora, es posible que en este asunto no haya usted procedido de la manera más acertada, pero no hay nadie que acierte siempre. Y sé perfectamente que en ningún momento fue su intención que sucediera nada de esto.
Carson le dirigió una mirada rápida, y con la misma brusquedad desvió el rostro. Se volvió hacia un lado y utilizó otra servilleta para secarse los ojos. Puller aguardó a que recuperase el dominio de sí misma y se volviera de nuevo hacia él.
—Discúlpeme, Puller —dijo—. Se supone que los generales no lloramos.
—Pues yo los he visto deshacerse en lágrimas ante los cadáveres de sus hombres.
Carson esbozó una sonrisa de resignación.
—Estaba hablando de las mujeres generales.
—Está bien. Cuando se enteró de lo que les había ocurrido a los Reynolds, ¿qué hizo?
—Francamente, me entró el pánico. Y cuando me calmé, lo único en que pensaba era en que aquel asunto pudiera salpicarme a mí. Ya sé que esto no transmite muy buena imagen de mi persona, pero es la verdad.
—¿Y calculó que el asesinato del jefe del departamento J23 generaría tanto interés? Usted sabía que habría muchas maniobras de puertas para dentro en las jerarquías situadas muy por encima de usted y de mí. Y tal vez dejó caer unas cuantas insinuaciones en el sentido de que, hasta que se supiera con seguridad qué había detrás de todo ello, era mejor destinar a un solo agente de la CID y tratar el caso como si fuera la investigación de un homicidio normal. ¿Ve de qué forma fue encajando todo?
—No estoy segura de que mi plan fuera tan refinado. Pero nada más hablar comprendí que el tema saldría a la luz de todas formas y me dejaría a mí en muy mal lugar. Es algo que me tiene preocupada desde entonces.
—Lo entiendo. Pero es posible que estuviera más cerca de lo que cree de la verdad. ¿Dice que Reynolds se tropezó con ese asunto de forma accidental?
—Sí. Matt me dijo también que, en su opinión, podía tener implicaciones para la seguridad nacional. Eso me lo dijo literalmente. Yo no tenía modo de verificarlo, pero sé que él estaba convencido.
—¿Ha estado alguna vez en Drake, Virginia Occidental?
Carson negó con un gesto de cabeza.
—Bueno, no es lo que se dice un núcleo terrorista, si es de lo que estamos hablando.
—Lo único que puedo decirle a usted es lo que me dijo Matt a mí.
—Me parece justo. Y alguien lo mató precisamente por eso.
Mientras Carson se miraba las manos con tristeza, Puller reflexionó unos instantes.
—No se castigue demasiado, señora. Lo único que pretendió usted fue ver si podía hacer algo para ayudar a este país.
—Hay que llamar a las cosas por su nombre, Puller. Pensé que aquello me vendría bien para conseguir la segunda estrella. Fui egoísta y miope. Y ahora han muerto cuatro personas que no deberían haber muerto.
«Siete», pensó Puller. «Lo cierto es que han muerto siete».
—En fin. ¿Se le ocurre alguna otra cosa que pueda serme de utilidad?
—Matt dijo que lo que fuera a suceder sucedería pronto.
—¿Pronto porque tenían miedo de quedar al descubierto? ¿O pronto porque el plan ya llevaba un tiempo en marcha y había llegado el momento de ejecutarlo?
—Probablemente ambas cosas, teniendo en cuenta que consideraron necesario matar a Matt y a su familia.
—Me sorprende que Reynolds no le proporcionara más detalles.
—¿No dejó ninguna prueba de quién podía ser aquella persona? —preguntó Carson—. ¿Está seguro?
—No hemos hallado gran cosa de nada. Pensamos que pueda tener algo que ver un análisis que se realizó del suelo.
Carson lo miró con expresión de desconcierto.
—¿Un análisis del suelo?
Puller asintió.
—De hecho, es posible que los asesinos regresaran a buscarlo, de manera que debía de ser importante. ¿Le suena a usted de algo?
—Bueno, es cierto que Matt me dijo que este asunto podía tener implicaciones de mayor alcance.
—¿Pero no le dijo en qué sentido?
—No. Ojalá le hubiera presionado para que me facilitara más detalles. Pero es que por nada del mundo pensé que esto pudiera acabar así. Supongo que debería haberlo pensado. El Ejército nos enseña a estar preparados para cualquier contingencia.
—Somos humanos, y por lo tanto no somos perfectos.
—El Ejército espera que seamos perfectos —replicó Carson.
—No, lo único que espera es que seamos mejores que el adversario.
Carson miró el cuaderno.
—¿Qué va a decir en el informe?
—Que usted se mostró muy colaboradora y me proporcionó una información muy valiosa.
—Le debo una, Puller. Estaba equivocada con usted.
—No, seguramente me caló acertadamente. Pero tenía que afinar un poco más la puntería.
—Luchar por conseguir una estrella siendo mujer la condena a una a llevar una existencia solitaria.
—Usted está rodeada de una gran familia. Se llama Ejército de Estados Unidos.
Carson sonrió débilmente.
—Sí, supongo que sí. Cuando esto acabe, llámeme. Quizá podamos tomar una copa.
—Quizá —contestó Puller al tiempo que cerraba el cuaderno y salía del local.
De camino a su coche consultó el reloj. Le quedaba una parada más, y después podría regresar a Virginia Occidental tomando un vuelo que saliera por la mañana.
Por desgracia, lo más seguro era que no pudiera llevar a cabo dicho plan.
Porque lo habían rodeado cuatro individuos.