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La teniente lo siguió al piso de arriba, buscaron un lugar tranquilo y tomaron asiento en los gastados sillones de cuero. Como ella no parecía muy inclinada a iniciar la conversación, Puller le dijo:

—Es obvio que he recibido su mensaje, teniente.

—Por favor, llámeme Barbara.

—Y usted puede llamarme Puller. Bien, pues he recibido su mensaje. —Dejó calar la frase.

—Sé que está investigando la muerte de Matt Reynolds.

—¿Usted trabajaba con él? En ese caso, alguien se ha olvidado de decírmelo.

—No trabajaba con él. Pero lo conocía. Lo conocía bien.

—¿Así que eran amigos?

—Más que eso. Mi padre y él prestaron servicio juntos. Él fue mi mentor y una de las razones por las que yo me alisté. También era amiga de su esposa, y conocía a sus hijos. De hecho, los cuidé muchas veces cuando eran pequeños.

—Entonces le doy mi más sincero pésame.

—¿Ha sido tan horrible como… como me han dicho?

—¿Qué es lo que le han dicho?

—Que perpetraron una carnicería con la familia entera.

—¿Quién le ha dicho eso?

—Es un rumor. No estoy segura de quién me lo ha dicho.

—Sí, ha sido bastante horrible.

—Ya —repuso la teniente con voz temblorosa. Sacó un pañuelo de papel y se lo pasó por los ojos.

—Como ya sabe, me han encargado a mí encontrar al asesino.

—Y espero que lo encuentre —contestó la teniente con voz firme.

—Y necesito toda la ayuda que pueda conseguir.

—Yo… Puede que yo le ayude.

Puller abrió su cuaderno reglamentario.

—Necesito saber todo cuanto pueda usted contarme.

—No puedo darle demasiados detalles. Sabía que Matt y Stacey estaban yendo y viniendo de Virginia Occidental porque tenían que cuidar a los padres de ella, que se encontraban enfermos. Y también se llevaban a los niños. A ellos no les gustaba, por supuesto. No podían ver a sus amigos, tenían que pasar el verano en mitad de la nada, pero la familia es la familia. Además, Stacey estaba muy unida a sus padres.

—No me cabe duda.

—Matt se marchaba de aquí el viernes y regresaba el domingo para volver a trabajar el lunes. Hacía eso prácticamente todas las semanas.

—Lo sé. He estado hablando con su oficial al mando, la general Carson.

La teniente Strickland se sonrojó ante aquel comentario, pero se apresuró a continuar.

—Hace unas dos semanas, Matt me llamó para decirme que en Virginia Occidental se había tropezado con una cosa que lo tenía desconcertado.

—¿En qué sentido?

—No quiso entrar en detalles, pero a juzgar por lo que dijo, se había topado con algo grave de verdad.

—¿Como un laboratorio de fabricación de drogas, quizá?

Normalmente a Puller no le gustaba intercalar nada directamente en la conversación cuando interrogaba a un testigo, pero esta vez su intuición le dijo que lo hiciera.

La teniente lo miró extrañada.

—No, no creo que fuera nada relacionado con las drogas.

—¿Y qué era, entonces?

—Algo más importante, que implicaba a otras personas. Yo me percaté de que estaba un poco asustado, de que no sabía muy bien lo que debía hacer.

—¿De qué manera «se tropezó» con eso, como ha dicho usted?

—Me parece que se enteró por medio de otra persona.

—¿Y esa otra persona se había tropezado con ello?

—No lo sé con seguridad. Quizás ocurrió que esa persona ya estaba investigando el asunto.

Puller suspendió el bolígrafo en el aire.

—¿Quiere decir que era policía?

—No, no era ninguna autoridad, de eso estoy bastante segura. Por lo menos Matt no lo mencionó en ningún momento.

—Entonces, ¿quién era?

—Bueno, yo creo que debía de ser alguien que estuviera actuando de forma encubierta.

—Pero acaba de decir que no era la policía.

—¿Y no es cierto que a veces la policía se sirve de civiles en operaciones encubiertas, sobre todo si estos poseen algún contacto interno con el objetivo?

—Supongo que sí. Pero claro, estamos hablando de drogas, o quizá de tráfico de armas.

—No pienso que fuera eso, porque no creo que eso tuviera a Matt tan asustado.

—Tenía allí a su familia. A lo mejor estaba nervioso por ellos.

—Tal vez —respondió la teniente sin estar muy segura.

—¿Alguna vez le mencionó a usted un nombre o le proporcionó una descripción de esa persona que actuaba de forma «encubierta»?

—No.

—¿Le dijo cómo la había conocido?

—Se la tropezó un día por casualidad.

—¿Y por qué iba a confiarse a él esa persona?

—Porque él vestía uniforme, estoy convencida.

—Pero si esa persona estaba actuando de forma encubierta, hay que suponer que ya había estado trabajando con la policía. Así pues, ¿para qué iba a acudir a un militar uniformado?

—No lo sé —admitió Strickland—. Pero lo que sí sé es que Matt estaba involucrado de alguna manera y que estaba muy preocupado.

—¿Dónde está asignada usted? —quiso saber Puller.

—Soy analista del Departamento de Defensa.

—¿Y qué es lo que analiza?

—Oriente Medio, con énfasis en la frontera entre Paquistán y Afganistán.

—¿Ha estado allí alguna vez?

Strickland respondió con un gesto negativo.

—No, pero ya sé que usted sí ha estado. Y muchas veces.

—No pasa nada, Barbara. Unas personas valen para ser analistas, y otras no.

—Y otras destacan en el combate. Como usted.

—¿Le gustaría analizarme un problema?

Strickland puso cara de sorpresa, pero aceptó con un gesto de asentimiento.

—Cuando me encargaron este caso, me dijeron que era inusual. Cuatro cadáveres hallados en otro estado, uno de ellos coronel de la DIA. Normalmente, al encontrarnos con algo así mandaríamos a la artillería en pleno, múltiples agentes de la CID, apoyo técnico, incluso gente del USACIL. En cambio me enviaron únicamente a mí, porque el caso se denominó «inusual». ¿Se le ocurre a usted a qué pudo deberse eso?

—A que está involucrada la DIA, quizá.

—Pero la general Carson me ha dicho que nada de lo que hacía Reynolds podía guardar relación con el hecho de que lo hayan asesinado, y que por lo tanto la DIA no tiene motivos para preocuparse. Pero sucede que incluso la oficina del secretario para el Ejército ha llamado por teléfono al laboratorio de Atlanta interesándose por este caso. Al parecer, piensan que aquí está sucediendo algo gordo, y algo que no solo tiene que ver con la implicación de la DIA. ¿Por qué piensan eso?

—Quizá porque una persona de la DIA les ha dicho que era algo gordo y quería que no se supiera —sugirió la teniente.

—Lo mismo he estado pensando yo. Antes, cuando he mencionado a la general Carson, a usted le ha cambiado el color de la cara.

Esta vez, Strickland palideció.

—Son cosas en las que suelo fijarme —la tranquilizó Puller—. No se lo tome como algo personal. Bien, hábleme de ella.

—No la conozco tanto.

—A mí me parece que la conoce mucho mejor que yo. Dígame, ¿Reynolds le habría confiado a ella las mismas preocupaciones que le confió a usted?

—Matt era un soldado leal.

—Lo cual quiere decir que seguía la cadena de mando, y por consiguiente habría informado a la general Carson. Y tal vez ella vio una oportunidad para anotarse una victoria. Una victoria inesperada que acaso le permitiera obtener su segunda estrella, sobre todo si lo que descubrió Reynolds tenía que ver con temas de seguridad nacional. ¿Es plausible? ¿O voy totalmente descaminado?

Strickland se encrespó:

—En mi opinión, Carson sería capaz de pasar por encima del cadáver de su propia madre con tal de alcanzar la máxima graduación.

—¿Tan ambiciosa es?

—Mi experiencia en el Ejército me ha enseñado que todo el que posee al menos una estrella es así de ambicioso.

—De manera que Carson le dice a Reynolds que continúe en el caso. Que interactúe con esa persona encubierta. Ya huele esa segunda estrella. Pero, en cambio, resulta que Reynolds y su familia son borrados del mapa. Ahora Carson se enfrenta a una bomba que le puede estallar en las manos. Si la verdad sale a la luz, no solo no obtendrá esa segunda estrella, sino que incluso podrían quitarle la primera.

La teniente afirmó con la cabeza.

—Tiene que tender una cortina de humo. Sin embargo, a usted le ha dicho que la labor que desempeñaba Matt en la DIA no ha tenido nada que ver con su muerte, que no trabajaba con material sensible.

—¿Y qué otra cosa iba a decir? Reynolds era el jefe del J23. Eso, por sí solo, ya es suficiente para pensar que lo han asesinado por culpa del trabajo que hacía. Ayudaba a preparar la sesión informativa diaria para el presidente. Y si alguien llamara a Carson para preguntarle respecto de ese tema, ella diría simplemente que estaba manteniendo una postura neutral en virtud de la «necesidad de saber». Conmigo actuó a la defensiva, pero contando con el hecho de que la pertenencia de Reynolds a la DIA se considerará la causa de su muerte. Y lo más probable es que esté cruzando los dedos para que nunca llegue a averiguarse la auténtica razón por la que ha muerto Reynolds, porque de ese modo ella estará a salvo. De lo contrario, se expone a tener que dar muchas explicaciones cuando se descubra que ocultó un asunto importante con el fin de medrar profesionalmente. Aspiraba al primer premio y se quedó a mitad de camino.

—Si eso es cierto, Carson tiene un problema serio —dijo Strickland casi con regocijo.

—Mi trabajo consiste en atrapar a un asesino, no en derribar a un oficial de una estrella y apartarlo de la carrera que pretende hacer —repuso Puller—. Es posible que Carson la haya cagado, y en tal caso es posible que tenga que afrontar las consecuencias, pero ese no es mi objetivo. ¿De acuerdo?

La expresión de regocijo desapareció instantáneamente del rostro de la teniente.

—¿Qué va a hacer? —le preguntó.

—Tener una segunda conversación con cierto oficial de una estrella —contestó Puller—. Le agradezco la ayuda que me ha prestado, teniente.

Strickland palideció otra vez.

—No irá a decirle a Carson que…

—No se lo diré.