Veinte minutos más tarde Cole detuvo la camioneta y señaló al frente. Esa noche brillaba una luna especialmente intensa, así que Puller distinguió con facilidad lo que ella intentaba mostrarle.
—¿Qué le parece que es eso? —le preguntó la sargento señalando un montículo de unos cien metros de altura que daba la impresión de encontrarse fuera de lugar en medio de otros dos cerros.
—Dígamelo usted.
—Es lo que se llama «relleno de valle». El material de relleno es lo que las empresas mineras del carbón denominan «montera». Se compone fundamentalmente de todo lo que arrancan del terreno: árboles, tierra y piedras que hay que retirar para llegar hasta las menas. En alguna parte tienen que depositarlo. Y como Virginia Occidental cuenta con una ley de reciclaje que obliga a las compañías mineras a volver a dejar la tierra más o menos tal como la encontraron, las compañías recogen el material, lo depositan en un valle, lo cubren con una lechada de semillas, lo fertilizan, lo recubren con mantillo y lo dejan. El problema es que al depositar de esa manera los materiales transforman radicalmente la geología. Actualmente, la capa superficial del suelo se encuentra en el fondo, y la roca que estaba en el fondo está ahora en la superficie. Y en ella no crecen las plantas ni los árboles autóctonos. De manera que las compañías introducen plantas no autóctonas que están acabando con el ecosistema. Pero como cumplen con la letra de la ley, si no con el espíritu, siguen adelante. Además, esas monteras modifican la topografía. Los ríos cambian de curso, ocurren inundaciones súbitas, se derrumban las montañas y destrozan casas.
—La verdad es que no he visto que viva tanta gente por aquí.
—Eso se debe a que Trent ha comprado vecindarios enteros.
—¿Por qué? ¿La gente quería vender?
—No, es que la gente no quería vivir al lado de una mina en la que continuamente están haciendo voladuras. No se puede beber el agua, no se puede lavar la ropa al aire libre. Y están aumentando más que nunca los problemas de salud, desde los pulmones hasta el hígado. Randy no hablaba en broma cuando mencionó sus problemas pulmonares. Se los diagnosticaron ya de adolescente. Tenía un síndrome precursor de la EPOC, y eso que, al contrario que yo, no ha fumado en toda su vida. En cambio jugó al fútbol e hizo atletismo cerca de una mina de carbón. Y él no es el único deportista de esta zona que sufre una enfermedad parecida. La calidad de vida se ha ido a la mierda. Donde antes había pueblos y comunidades, ahora lo único que se ve es una pequeña caravana o una casita en el bosque. Eso es lo único que queda. El condado de Drake tenía más de veinte mil habitantes, y ahora ni siquiera tenemos una tercera parte. Dentro de diez años es posible que hayamos desaparecido del mapa, igual que el carbón.
Siguió conduciendo un trecho más y se detuvo delante de una valla metálica de la que pendían carteles de advertencia. Detrás había una inmensa construcción de metal que se elevaba varios pisos. De ella partían largos toboganes orientados en varias direcciones y en diversos niveles.
—Eso es una estación de carga. Ahí trituran el carbón y lo cargan en camiones y vagonetas. Hay un raíl que sube hasta el punto más alto de la estructura.
—Aún hay gente trabajando —comentó Puller al ver las luces que iban y venían, tanto de la instalación misma como de los camiones que circulaban alrededor.
—Trabajan las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, como usted dijo. Antes dejaban de trabajar cuando se hacía de noche, pero ya no. El tiempo vale dinero. Y lo único que pueden vender es carbón. No les hace ningún bien quedarse sin hacer nada. El carbón sirve para que funcione la red eléctrica, las bombillas y los ordenadores, como les gusta decir a los que trabajan aquí. Por lo menos es lo que se dice en los textos de márquetin de la compañía minera.
—Deduzco que odia usted esto en todas sus facetas.
—En todas sus facetas, no. Es verdad que crea puestos de trabajo. Es verdad que ayuda a toda esta región porque necesitamos la electricidad. Pero hay gente que opina que quizás exista un método mejor para extraer el carbón que haciendo saltar el terreno por los aires. Y llega un punto en el que los costes superan a los beneficios. Habrá quien le diga que ya hace tiempo que alcanzamos ese punto. Pero si uno no es de aquí y no tiene que soportar ver el agua negra en el lavabo, ni que le caigan rocas enormes encima de la casa, ni que un hijo contraiga un cáncer porque la contaminación del aire se sale del gráfico, ¿qué más le da? Nos llaman los Estados Unidos de América, pero lo cierto es que no estamos unidos en todo. La ciudad de Appalachia suministra carbón al resto del país, y cuando todo el carbón se haya agotado y Virginia Occidental se parezca a Plutón, ¿qué le importará al resto del país? La vida sigue. Esa es la realidad.
—¿Qué opinaba su padre de todo esto? Por lo que parece, era un pedazo de pan.
—Mi padre pasó casi toda su vida buscando carbón. Yo creo que dejó de pensar en lo que estaba haciendo al planeta. Si es que lo pensó alguna vez.
—¿Y Randy?
—¿Qué pasa con él?
—Él también ha buscado carbón, y parece ser que se le daba bien. Ahora es evidente que lo ha abandonado todo. —Calló unos instantes—. ¿Fue él quien amenazó de muerte a Roger la vez anterior?
Cole volvió a meter la velocidad.
—Tengo otra cosa más que enseñarle.