Cole volvió a entrar en la habitación.
—En fin, Meghan tiene mucho más interés por quemar grasas que por charlar con su tía. —Se interrumpió al ver la expresión ceñuda con que miraba su hermana a Puller—. ¿Va todo bien? —preguntó, dirigiéndose a él.
—Todo va perfectamente —respondió Puller.
En eso se abrió otra vez la puerta.
—¿Randy? —exclamó Cole.
Randy Cole se había adecentado un poco desde la última vez que lo vio Puller. Llevaba unos vaqueros recién lavados, una camiseta negra y zapatos. Además, se había afeitado y peinado.
Sam Cole estaba sorprendida de veras, pero complacida.
A Jean se la veía asombrada, pero no descontenta.
Randy se acercó y Cole le dio un abrazo.
—¿Cómo te va, forastero? —le dijo en tono jovial. Puller imaginó que estaba intentando eliminar cualquier posibilidad de que se creara tensión.
—Tirando —contestó Randy. Después se volvió hacia Puller—. A usted lo he visto en Annie’s.
—Sí, así es.
—¿Usted es ese tipo del Ejército del que habla todo el pueblo?
—Supongo que sí.
—Yo quise alistarme.
—¿Y qué sucedió? —preguntó Puller.
—Que fallé en las pruebas físicas. No tenía suficiente agudeza visual, y me encontraron algo en el pecho. Seguro que por culpa de haber pasado toda la vida respirando este aire tan puro.
—Vamos a cenar —propuso Jean.
El comedor era grande y estaba forrado con madera de veta muy marcada, y lo habían adornado con tantas molduras, cornisas y medallones que se le podía dar la categoría de palacio. Se sentaron al extremo de una mesa antigua estilo Sheraton, que era tan larga que se necesitaban tres pies para sostenerla.
Randy pasó una mano por la bruñida madera.
—Joder, hermanita, se nota que el carbón da mucho dinero.
—¿Nunca habías estado aquí? —le preguntó Puller. Estaba sentado al lado de Randy, y había advertido que el chico miraba alrededor con los ojos muy abiertos, asombrado por la opulencia de cuanto le rodeaba.
—No será porque no se lo hayamos dicho —se apresuró a decir Jean—. Por eso me ha sorprendido verte aquí esta noche. Cuando te he invitado yo, no has venido nunca.
Puller miró a Randy. Después de los años que llevaban casados los Trent, ¿aquella era la primera vez que Randy entraba en su casa? De repente se le ocurrió una posible explicación.
—¿Cuánto tiempo lleva viviendo en esta casa? —le preguntó a Jean.
La aludida no apartó la vista de su hermano.
—Cinco años. Fue lo que se tardó en construirla. Y puedo decirle que ello sumó muchos trabajadores a las nóminas.
—Sí —dijo Randy—. Oye, hermanita, ¿por qué no le dices a tu maridito que construya un par de casas más? Seguro que acababa con el desempleo de todo el condado.
Jean emitió una risa incómoda.
—Me parece que ya tenemos todo el espacio que necesitamos, Randy.
—Qué lástima —contestó su hermano.
—Pero ya sabes que, en Trent, cuando quieras tienes un puesto de trabajo.
—¿Y cuál sería? —replicó Randy—. ¿El de vicepresidente? ¿El de director financiero? ¿El de jefe lameculos?
Cole se volvió hacia Puller y dijo a toda prisa:
—Randy y nuestro padre estuvieron trabajando en Trent Exploraciones.
—¿Haciendo qué?
—Buscando carbón —respondió Randy—. Y se nos daba muy bien.
—Es verdad —concordó Jean—. Encontraron menas de carbón muy ricas en lugares de lo más insospechado.
—Mi padre nunca fue a la universidad —dijo Randy—. A duras penas acabó el instituto. Después se alistó en la Marina y pasó allí una temporada. Pero no sabía leer un informe geológico. Sin embargo conocía esta región mejor que nadie, y todo lo que sabía me lo enseñó a mí. —Miró fijamente a Jean—. De modo que ahora yo la conozco mejor que nadie. Incluso mejor que Roger, con todos sus equipos, tan sofisticados.
—Por eso sería lógico que volvieras a trabajar para él.
—¿Te refieres a hacerle ganar todavía más dinero?
—Randy, si… —intervino la sargento.
Pero Randy la interrumpió:
—¿Qué pasa, es que no se puede tomar una copa en esta casa?
—¿Cómo has venido hasta aquí, Randy? —le preguntó Cole—. ¿Andando o en coche?
—No pienso conducir habiendo bebido, podría quedarme aquí a dormir. Oye, Jean, ¿tienes una habitación para mí? Puedo pasar un rato con la familia, como en los viejos tiempos.
—Naturalmente, Randy —se apresuró ella a contestar—. Me encantaría.
—No sé, mejor no. Me parece que tengo cosas que hacer mañana por la mañana. Incluso esta misma noche.
Puller miró a Randy a los ojos e intentó detectar en ellos cuál era su estado. Finalmente respiró hondo. No había tomado alcohol. Miró a Cole a tiempo para ver que ella estaba haciendo lo mismo.
—¿Estás pensando en quedarte en Drake? —le preguntó.
Randy sonrió y meneó la cabeza en un gesto negativo.
—Tío, no pienso quedarme en ninguna parte.
—Randy, estás diciendo cosas absurdas.
Randy tocó a Puller con el codo.
—Según ellos, todo tiene que resultar lógico. Pero yo simplemente no creo en esas bobadas. ¿Y usted?
Puller se dio cuenta de que Randy ni esperaba ni deseaba una respuesta, así que no dijo nada. Observó a las dos hermanas, después al hermano, y se le hizo obvio qué era lo que faltaba allí: los padres.
Cole había dicho que estaban muertos.
La casa tenía cinco años, y Randy nunca había estado en ella.
Le gustaría saber si los padres habían fallecido hacía cinco años.
Miró nuevamente a Cole e hizo ademán de ir a decir algo, pero fue casi como si esta le leyera el pensamiento, porque le dirigió una mirada de súplica. De modo que cerró la boca y se miró las manos.
Se sirvió la cena. Hubo cuatro platos, y todos estaban deliciosos. Era evidente que los Trent no tenían un simple cocinero, sino un chef. Puller se sintió cohibido cuando las criadas le sirvieron meticulosamente, primero la sopa y después los demás platos. Pero pensó que si se levantara y empezara a servirse él mismo, su actitud provocaría en las doncellas más ansiedad que otra cosa.
Transcurrida poco más de una hora, todos se recostaron en sus sillas, con la panza llena. Randy se limpió la boca por última vez con la servilleta y se terminó la copa, un vino tinto que Puller calculó que debía de ser muy caro. De pequeño, su padre los llevó a él y a su hermano a la Provenza y a la Toscana. Aunque todavía eran muy jóvenes para beber alcohol, incluso según las normas vigentes en Europa, su padre les enseñó muchas cosas acerca del vino. El general era un entendido, y también un coleccionista. Además, le vino muy bien hablar con soltura el italiano y el francés.
—Gracias por el avituallamiento —dijo Randy—. Jean, ¿sigues nadando en el estanque de cemento? ¿Procurando conservar esa figura juvenil para el bueno de Roger?
Cole, avergonzada, miró a Puller.
—Randy, me parece que no hay necesidad de que juegues con el agente Puller a hacer de Rústicos en Dinerolandia.
—Oh, no estoy fingiendo, agente Puller. Está claro que soy gentuza que tiene parientes ricos. Pero me niego a dejar que se me suban los humos a la cabeza. Que ello le sirva de lección. No olvide nunca sus orígenes.
—Randy, ¿quieres que te prepare una habitación? —le ofreció Jean.
—He cambiado de opinión. Tengo sitios adonde ir, gente con quien tratar.
—¿Gente como Roger? —intervino Cole.
Randy se la quedó mirando, y su sonrisa se ensanchó pero también se volvió más dura, en opinión de Puller. Aun así, era una sonrisa contagiosa, tanto que él mismo sintió que se le curvaban los labios.
—Roger está de viaje, ¿no es cierto? Es lo que me han dicho.
—¿Tienes alguien que te informa de sus movimientos? —le preguntó Puller.
—No, es que he visto su avión sobrevolando Drake.
—¿Gente como Roger? —repitió Cole.
Puller la observó con atención. Estaba más tensa que nunca, y eso que la había visto en unas cuantas situaciones bastante estresantes.
—No me pasa nada, hermanita policía —contestó Randy—. Roger va por su lado y yo voy por el mío. Y vosotras, por el vuestro. —Abrió las manos para indicar a los miembros de su familia—. Pero ya imagino que el vuestro es el mismo que el de Roger.
—No hables de cosas que no conoces —le dijo Jean—. Es una mala costumbre, te causará muchos problemas.
Randy se levantó y dejó caer su servilleta en la mesa.
—Ha sido un placer venir de visita. Ya quedaremos de nuevo dentro de otros diez años o así.
—Randy —dijo Jean—. Espera. No lo he dicho en ese sentido.
Pero su hermano atravesó el comedor y salió por la puerta cerrando sin hacer ruido.