21

Puller se llevó el maletín y el ordenador portátil del depósito de pruebas de la oficina del sheriff de Drake. Claro que tuvo que cumplimentar el necesario papeleo para respetar debidamente la cadena de custodia.

Cuando salían de nuevo a la calle, Cole se estiró y lanzó un bostezo.

—Debería irse a casa y dormir un poco. Le prometo no despertarla llamándola por teléfono.

Ella sonrió.

—Se lo agradezco.

—Lo de ese tatuaje, ¿tiene que ver con alguna pandilla? ¿O es que a la gente de aquí le gusta llevar ese diseño en particular en el brazo?

—Supongo que lo he visto en el caso de Dickie, pero en realidad nunca me había fijado en él. Puedo preguntar.

—Gracias. Hasta mañana.

—¿En serio va a presentarse a las 0600?

—Voy a darle un respiro. Iré a las 0630.

—Ah, he encontrado un médico para la autopsia.

—¿Quién?

—Walter Kellerman. Es de primera. Incluso ha escrito un libro de texto sobre patología forense.

—¿Cuándo va a practicar la autopsia?

—Mañana a mediodía. En su consultorio de Drake, a eso de las dos. ¿Quiere estar presente?

—Sí. —Puller se volvió y echó a andar en dirección al motel.

—Eh, Puller, ¿por qué tengo la impresión de que en realidad no va a irse a la cama?

Él miró atrás.

—Si me necesita, ya tiene mi teléfono.

—¿Entonces puedo despertarlo?

—Cuando quiera.

Puller regresó deprisa al motel Annie’s. La sargento había dado en el blanco: aún no pensaba acostarse. Examinó las pequeñas trampas que siempre ponía en su habitación para cerciorarse de que no había entrado nadie. Aquel motel no ofrecía camarera ni servicio de habitaciones, de manera que uno mismo tenía que ordenar el espacio y procurarse algo de comer, lo cual a Puller le resultó perfecto. No encontró nada fuera de sitio.

Cinco minutos después estaba en la carretera, con rumbo al lugar que había designado el Departamento de Seguridad Nacional para las entregas. Con aquella maniobra podría matar dos pájaros de un tiro. Hizo una llamada y quedó en verse con el agente destacado. Tardó cincuenta minutos en recorrer aquellas tortuosas carreteras. Normalmente, un lugar de entrega servía para almacenar pruebas cuando un agente de la CID se encontraba sobre el terreno y no disponía de acceso a instalaciones seguras. Para registrar la entrada o la salida de cualquier prueba se necesitaban dos agentes, por razones obvias.

Cuando llegó al lugar en cuestión, el agente de guardia lo ayudó a embalar el maletín y el ordenador en unas cajas especiales que se enviarían al laboratorio criminal que poseía el Ejército en Atlanta. Puller no poseía la pericia técnica necesaria para descifrar los códigos y acceder al ordenador portátil. Y aunque poseía autorización para Máximo Secreto y SCI, de todos modos probablemente carecía de la autorización específica para echar un vistazo a lo que hubiera allí dentro. Como el maletín y el ordenador podían contener información de importancia para la seguridad nacional, no se podía enviar utilizando medios comerciales. Se iba a llamar a un correo especial militar, que acompañaría a las cajas selladas a bordo de un vuelo que partiría por la mañana de Charleston, Virginia Occidental, y llegaría a Atlanta aquel mismo día. Puller podría haber llevado los paquetes a Georgia él mismo, cosa que ya había hecho anteriormente, pero consideró que era más importante permanecer en la escena.

En el Ejército uno siempre se cubría las espaldas. De aquel modo había conseguido que su plan fuera aprobado por su SAC, el cual a su vez se había cubierto también las espaldas obteniendo las necesarias validaciones a lo largo del escalafón, hasta el nivel de una estrella. Puller ni sabía ni le importaba lo que hacía el oficial de una estrella para cubrirse las espaldas.

Al regresar a Drake telefoneó al USACIL de Atlanta y habló con una supervisora que conocía allí y que estaba trabajando horas extra para resolver un caso urgente. Era una civil fiscal del distrito llamada Kristen Craig. Había trabajado con ella en muchos casos, aunque en persona solo se habían visto en unas pocas ocasiones. La puso al corriente de lo que le enviaba.

—Kristen, ya sé que vosotros tenéis autorización para casi todo, pero de esto tienes que ser informada por la DIA. Y el material tiene que ir dentro de tu caja fuerte secreta. Lo he marcado todo debidamente.

—Entendido, Puller. Gracias por la información. —El USACIL contaba con múltiples ramas, dependiendo del tipo de prueba que hubiera que procesar. Huellas dactilares latentes, armas de fuego y marcas de instrumentos, química de drogas, ADN, serología, pintura, vehículos, pruebas digitales y ordenadores; la lista no tenía fin.

—Y, Kristen, se trata de una escena del crimen un tanto complicada. Tengo previsto enviar un lote de cosas distintas, dirigidas a ramas diferentes. Así que estate preparada. Procuraré ser lo más concreto posible en la documentación que acompañe los envíos, pero probablemente necesitaré aclarar las cosas por teléfono o por correo electrónico. Y me parece que en este caso el Ejército está impaciente de veras.

—Me sorprende que no nos hayan llamado para solicitarnos apoyo técnico. ¿Cuántos agentes tienes contigo?

—Estoy solo yo.

—¿Es broma?

—Solo yo, Kristen.

Percibió que su interlocutora respiraba hondo.

—Oye, Puller.

—Qué.

—Lo que acabas de contarme está empezando a tener lógica por algo que ha sucedido hoy aquí.

—¿Qué ha sucedido?

—Hemos recibido una llamada de la oficina del secretario del Ejército.

Puller mantuvo una mano firme sobre el volante mientras con la otra se apretaba el teléfono contra el oído.

—¿El secretario?

—Sí. No es algo que ocurra todos los días.

—Lo sé. ¿Qué querían?

—Estar al tanto de todo. Y después hemos recibido otra llamada.

—Sí que os estáis haciendo famosos. ¿De quién?

—Del FBI. De la oficina del director. Lo mismo. Quieren estar al corriente. Se me ha ocurrido que deberías saberlo.

Puller caviló unos instantes. Su SAC había comentado que había muchas personas con los ojos puestos en aquel asunto, y no exageraba. Quizá la respuesta estribara, efectivamente, en el coronel Reynolds y en lo que fuera que estuviera haciendo en la DIA. Pero entonces, ¿por qué estaba involucrado el FBI?

—Gracias, Kristen.

—Oye, ¿cómo está tu padre?

—Va tirando.

Nadie le preguntaba nunca por su hermano.

Cerró el teléfono y siguió conduciendo.

Volvió al motel y se llevó consigo la mochila. El maletero de su Malibu tenía una alarma especial y unas cuantas sorpresas que desde luego no venían de serie. Pero también opinaba que el lugar más seguro para los objetos importantes era su propia persona, de modo que los llevaba siempre encima.

Durmió con una de las M11 debajo de la almohada. La otra estaba colocada en su mano derecha. La única concesión que se permitió como medida de seguridad fue que no había metido ninguna bala en la recámara. Tendría que despertarse, accionar el deslizador, apuntar al blanco y disparar. Y no fallar. Lo haría todo en tres segundos y confiaría en que dicho espacio de tiempo fuera suficiente.

Necesitaba dormir. Y diez segundos después, tal como le habían enseñado en el Ejército, estaba dormido.