Fueron andando calle abajo. Los escasos transeúntes que había se quedaban mirando a Puller y su chaqueta azul con las siglas de la CID. Él no se inmutó; estaba acostumbrado a ser un forastero. Tan solo aparecía en pueblos como este cuando había ocurrido algo malo. Los nervios estaban en tensión, alguien había muerto de manera violenta, y un desconocido que andaba husmeando por ahí no hacía sino incrementar el sufrimiento y las suspicacias. Puller sabía llevar bien todo ello, pero también sabía que había por lo menos un asesino que andaba suelto, y probablemente más de uno. Y algo le decía que todavía estaba en el pueblo. Acaso a tan solo tres minutos de allí, como todo. Excepto la comisaría de policía.
Cole saludó con la cabeza a varios peatones, y también a una anciana que se desplazaba lentamente con la ayuda de un andador. La anciana le contestó en tono reprobatorio:
—Jovencita, hace mucho que no vas por la iglesia.
—Ya, señora Baffle. Prometo corregirme.
—Rezaré por ti, Sam.
—Gracias. No me vendrá mal, estoy segura.
Cuando la anciana se hubo alejado, Puller comentó:
—Un pueblo pequeño.
—Con sus rosas y sus espinas —repuso Cole.
Caminaron un poco más.
—Al menos sabemos que el que mató a los Reynolds no perseguía quedarse con su material militar —dijo Cole—. De lo contrario se habría llevado el maletín y el portátil. Tal vez eso descarte que se trate de un espía.
Pero Puller hizo un gesto negativo.
—Se puede descargar el contenido del disco duro de un portátil en un lápiz de memoria. De ese modo no hace falta llevarse el ordenador. ¿Llegó a ver si había algo dentro del maletín?
Cole fingió asombro.
—Dios mío, Puller, ¿sin tener autorización ni SCI ni SAP? Ni siquiera se me habría pasado por la cabeza.
—De acuerdo, me merezco esa contestación. ¿Pero vio algo?
—Estaba protegido con un código de combinación. No quise descodificarlo, de modo que se encuentra intacto.
De pronto Puller, sin desviar la mirada, le dijo:
—Nos siguen dos personas, a las siete de su posición. Durante las últimas tres manzanas. A una distancia de veinte metros.
Cole tampoco desvió la mirada.
—Podría ser que vinieran en la misma dirección que nosotros. ¿Cómo son?
—Un hombre mayor, de traje. Y un joven de veintitantos, corpulento, con camiseta sin mangas y tatuaje en todo el brazo derecho.
—¿Van juntos?
—Parece que sí. Estaban en el restaurante y nos vigilaron todo el tiempo, pero desde mesas distintas.
—Sígame.
Cole torció hacia la izquierda y empezó a cruzar la calle. Dejó pasar un coche y miró a ambos lados, a todas luces con la intención de ver si venía más tráfico. Luego terminó de cruzar, y Puller la siguió. Giró a la derecha y continuó andando en la misma dirección que antes, pero por la acera contraria.
—¿Los conoce? —le preguntó Puller.
—El del traje es Bill Strauss.
—¿Y a qué se dedica Bill Strauss?
—Es un ejecutivo de Trent Exploraciones. El número dos, después de Roger.
—¿Y el gordo de la camiseta sin mangas?
—Su hijo Dickie.
—¿Dickie?
—El nombre no se lo puse yo.
—¿Y a qué se dedica Dickie? ¿A algo relacionado con Trent Exploraciones?
—Que yo sepa, no. Estuvo una temporada en el Ejército.
—¿Sabe dónde?
—No.
—Vale.
—Y ahora, ¿qué?
—Estamos a punto de averiguar qué es lo que quieren.
—¿Por qué?
—Porque van a alcanzarnos —dijo Puller.
Por costumbre, Puller se volvió ligeramente y dejó caer el brazo derecho. A continuación bajó la barbilla, giró la cabeza cuarenta y cinco grados a la izquierda y echó mano de su visión periférica. Caminaba de puntillas, repartiendo el peso de manera uniforme con el fin de poder atacar en cualquier dirección sin perder el equilibrio. El individuo de más edad no le preocupaba; Bill Strauss era blando y cincuentón, y su oído le informaba de que jadeaba solo con caminar un rato a paso vivo. Dickie y sus tatuajes eran otra historia, sin embargo tampoco le preocupaba este; tenía veintimuchos años, mediría algo más de un metro ochenta y pesaría unos ciento veinte kilos. Se fijó en que había engordado al dejar el Ejército, en cambio conservaba el corte a cepillo de la infantería y parte de la masa muscular.
—¿Sargento Cole? —llamó Strauss.
Se volvieron y esperaron.
Strauss e hijo llegaron a su altura.
—Hola, señor Strauss, ¿qué puedo hacer por usted? —dijo Cole.
Strauss tenía unos quince kilos de sobrepeso y mediría poco menos de un metro ochenta. Vestía un traje Canali de raya diplomática, corbata azul un poco floja y camisa blanca. Lucía una cabellera casi blanca del todo y más larga que la de su hijo. Su rostro estaba totalmente cubierto de arrugas, sobre todo alrededor de la boca. Su voz era grave y con un deje tirando a marchito. Puller reparó en la cajetilla de Marlboro que le asomaba del bolsillo de la pechera y en los dedos manchados de nicotina.
«Bienvenido al cáncer de pulmón, amigo Soplido».
El hijo tenía un rostro lleno y unos mofletes enrojecidos por el exceso de sol. Le abultaban los pectorales por efecto de las numerosas flexiones en el gimnasio, en cambio tenía lisos los cuádriceps, los abductores de la cara posterior de los muslos y las pantorrillas, siempre tan importantes, sin duda por haber descuidado la parte inferior del cuerpo. Dudó seriamente de que fuera capaz de correr las dos millas que imponía el Ejército en el tiempo asignado. También le llamó la atención el tatuaje del brazo.
—Me he enterado de que han encontrado más cadáveres —dijo Strauss—. Molly Bitner trabajaba en mi oficina.
—Ya lo sabemos.
—Es horroroso, me cuesta trabajo creer que la hayan asesinado. Era una mujer muy agradable.
—Estoy segura. ¿Usted la conocía bien?
—Bueno, solo de la oficina. Era una de las chicas que trabajaban allí, pero nunca hemos tenido problemas con ella.
—¿Y habría esperado tener problemas con ella? —terció Puller.
Strauss posó la mirada en él.
—Tengo entendido que usted es del Ejército. ¿Es investigador?
Puller afirmó con la cabeza pero no dijo nada.
Strauss volvió a centrarse en la sargento.
—Si no le importa que se lo pregunte, ¿por qué no se está encargando usted del caso?
—Me estoy encargando yo. Se trata de una investigación en colaboración, señor Strauss. Una de las víctimas era un militar. Por eso se encuentra aquí el agente Puller. Es el procedimiento normal.
—Entiendo. Por supuesto. Es que sentía curiosidad.
—¿Molly se comportó con normalidad en estos últimos días? —preguntó Puller—. ¿Se la veía molesta por algo?
Strauss se encogió de hombros.
—Como le digo, yo no la trataba mucho. Tengo una secretaria personal, y Molly trabajaba en la zona general de la oficina.
—¿Qué es lo que hacía exactamente?
—Lo que se necesitase en la oficina, supongo. Tenemos una gerente, la señora Johnson, que probablemente podría responder a sus preguntas. Ella trataba a Molly más que yo.
Puller estaba escuchando, pero ya había dejado de mirar al viejo; ahora tenía la mirada fija en el hijo. Dickie, con sus manazas embutidas en el gastado pantalón de pana, se miraba las botas de trabajo.
—Tengo entendido que has estado en el Ejército —le dijo Puller.
Dickie asintió, pero no levantó la vista.
—¿En qué división?
—En la primera de infantería.
—Un soldado motorizado. ¿En Fort Riley o en Alemania?
—En Riley. Nunca he estado en Alemania.
—¿Cuánto tiempo estuviste?
—Una sola temporada.
—¿No te gustaba el Ejército?
—Al Ejército no le gustaba yo.
—¿BCD o DD?
Strauss interrumpió:
—En fin, creo que ya los hemos entretenido demasiado. Si puedo serle de alguna ayuda, sargento Cole…
—Sí, señor. Seguramente nos pasaremos por su oficina para hablar.
—Desde luego. Vámonos, hijo.
Cuando se marcharon, Puller dijo:
—¿Conoce bien a ese hombre?
—Es uno de los ciudadanos más prominentes de Drake. Y uno de los más ricos.
—Ya. El número dos. ¿De modo que está a la misma altura que Trent?
—Los Trent solo están a la altura de sí mismos. Strauss es meramente un peón, pero un peón muy bien pagado. Su casa es más pequeña que la de Trent, pero gigantesca si se compara con lo que hay en Drake.
—¿Strauss es de Drake?
—No, se mudó a vivir aquí con su familia hace ya más de veinte años. Era de la Costa Este, por lo menos eso creo.
—No se lo tome a mal, ¿pero qué le hizo venir aquí?
—El trabajo. Era un hombre de negocios y estaba en el sector energético. Puede que Drake no parezca gran cosa, pero tenemos energía en forma de carbón y de gas. Empezó a trabajar para Trent, y la verdad es que el negocio despegó. Oiga, ¿qué es eso que ha dicho, lo de DD?
—Un BCD significa Big Chicken Dinner, o sea despido por mala conducta. Un DD es peor, es un Despido Deshonroso. Dado que Dickie todavía va por ahí en libertad, supongo que lo suyo fue un DD. Lo echaron por algo que no dio lugar a un consejo de guerra. A eso se ha referido al decir que no le gustaba al Ejército.
Cole volvió la vista hacia los Strauss.
—No tenía ni idea.
—La única razón por la que puede resultar pertinente es que muchos BCD tienen que ver con el consumo de drogas, y el Ejército simplemente no quiere perder tiempo con ello. De manera que prefiere expulsar al infractor en lugar de procesarlo.
—¿Y tal vez eso está relacionado con el laboratorio de metanfetamina que hemos encontrado?
—Se ha dado cuenta, ¿eh? —contestó Puller.
Cole asintió.
—El tatuaje que llevaba Dickie en el brazo era idéntico al que tenía Eric Treadwell.