Los tres policías del condado de Drake se hallaban de pie, en fila, contemplando a su colega muerto. Mientras tanto, Puller los estudiaba a ellos. Todos medían como un metro ochenta, dos eran delgados y el otro regordete. Eran jóvenes, el mayor tendría treinta y pocos años. Puller descubrió que uno llevaba una ancla tatuada en la mano.
—¿Ha estado en la armada? —le preguntó.
El otro asintió al tiempo que apartaba brevemente la mirada del cuerpo de Wellman.
Puller sabía que aquel tatuaje se lo había hecho después de abandonar el servicio. A los militares no se les permitía llevar tatuajes que fueran visibles con el uniforme puesto.
—¿Usted está en el Ejército? —dijo el joven del ancla.
—Pertenezco al Grupo 701 de la CID, Quantico.
—Ahí se entrenan los marines, ¿no es cierto? —dijo el agente regordete.
—Así es —contestó Puller.
—Yo tengo un primo que es marine —dijo el regordete—. Dice que siempre son los primeros en entrar en combate.
—Los marines me han cubierto a mí muchas veces las espaldas en Oriente Medio.
En aquel momento descendió Cole por la escalera.
—Un minero que iba a trabajar ha encontrado el coche de Larry a unos tres kilómetros de aquí, en el fondo de un barranco, y ha llamado a la central. Van a enviar a nuestro técnico para que lo examine.
Puller afirmó con la cabeza.
—¿Y puede venir aquí después? Necesito hablar con él.
—Se lo diré. —La sargento se volvió hacia su tropa—. En vista de lo que le ha sucedido a Larry, vamos a necesitar que haya dos hombres apostados aquí de forma permanente.
—Sargento, eso va a dejar a la patrulla en cuadro. Ya se encuentra bastante mermada —contestó el del ancla.
—A lo mejor eso es lo mismo que pensó Larry —replicó Cole señalando a Wellman—, y mire lo que le ha ocurrido.
—Sí, sargento.
—Y, Dwayne, quiero que vaya usted para allá y precinte el coche de Larry.
—Sí, sargento —respondió Dwayne.
Puller observaba a los demás policías buscando cualquier reacción visible derivada del hecho de estar tratando con un superior que era mujer. Si Virginia Occidental era como el Ejército, a las chicas les resultaría difícil progresar, incluso en el siglo XXI. Y, a juzgar por las caras que veía, a las mujeres de aquel estado también les resultaba difícil progresar.
—El agente especial Puller, aquí presente, va a ayudarnos en esta investigación —anunció Cole.
Los tres policías lo miraron con expresión tensa. Lo cual a Puller no lo sorprendió en absoluto. Si él estuviera en su lugar, también habría experimentado un cierto resentimiento.
No quiso decir algo tan claramente trillado como que todos ellos buscaban la misma cosa: justicia. De hecho, no dijo nada en absoluto. Aunque su comportamiento era cortés y profesional, lo cierto era que no tenía autoridad sobre aquellas personas. Le correspondía a Cole mantener a raya a sus hombres.
—¿Dónde está el registro de la escena del crimen? —preguntó mirando a Cole. Esta se había cerrado la cremallera del cortavientos, quizá, pensó, para tapar la fina camiseta en presencia de sus subordinados.
—En mi camioneta.
Sacó el libro de registro y Puller añadió su nombre indicando también la fecha y la hora de la anotación. Después echó un vistazo a los nombres de las demás personas que figuraban en la lista. Correspondían a los policías y al técnico. Además de un profesional médico que sin duda había proclamado que los cuatro cadáveres estaban legalmente muertos.
Aguardó a que Cole facilitara a Dwayne la ubicación del automóvil de Wellman y lo enviara a buscarlo.
—¿Está la prensa enterada de lo sucedido? —preguntó a la sargento. Se encontraban en el porche de la entrada. Había amanecido, y había suficiente luz para que resultaran visibles sus profundas ojeras. Al verla sacar un cigarrillo de la cajetilla, alzó una mano y bajó la voz para que no lo oyeran los agentes que aún estaban dentro de la casa—. ¿Qué le parece si delimitamos un área de descanso en ese jardín de ahí? Procesar esta escena va a llevar bastante tiempo. Allí podrá usted fumar, y todos podremos comer y amontonar la basura. Y también vamos a necesitar una letrina portátil.
—En la casa hay dos cuartos de baño.
—No podemos alterar la escena en modo alguno. No podemos tocar el termostato, usar el retrete, fumar, comer, beber ni masticar tabaco. Si nuestras sustancias se mezclan con lo que hay dentro, todo se complicará mucho más.
Cole guardó el pitillo y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Está bien —dijo de mala gana.
—¿Qué me dice de la prensa? —repitió Puller.
—Solo tenemos un periódico semanal. Las emisoras de radio y de televisión más cercanas se encuentran muy lejos. De modo que no, los medios no están enterados, y tampoco tengo previsto dar una rueda de prensa, por si lo estaba usted pensando. Es difícil llegar hasta aquí, uno tiene que querer venir a Drake expresamente. Y en este preciso momento no parece que quiera venir ningún medio de comunicación.
—Bien. —Puller calló unos instantes y la miró.
—¿Qué? —preguntó ella por fin, ante aquel escrutinio.
—¿Es usted pariente de un tal Randy Cole?
—Es mi hermano pequeño. ¿Por qué?
—Porque me he tropezado con él antes.
—¿Dónde se ha tropezado con él? —replicó Cole.
—En el motel en que me alojo.
Cole adoptó un aire de falta de interés que no logró engañar a Puller.
—¿Y cómo estaba?
—¿A qué se refiere?
—A si estaba muy borracho o poco borracho.
—Estaba sobrio.
—Qué sorpresa.
—Pero me dijo que sufría dolores de cabeza.
—Sí, ya lo sé —contestó la sargento en tono más preocupado—. Lleva así un año aproximadamente.
—Le dije que debería hacérselo mirar.
—Lo mismo le he dicho yo. Pero no por eso va a hacer caso. De hecho, significa que seguramente no hará nada.
—Voy a coger mis cosas y ponerme a trabajar.
—¿Necesita ayuda?
—Usted es la que manda. Es un trabajo un poco servil, ¿no?
—Aquí no hay ningún trabajo que sea servil, todos arrimamos el hombro. Y aunque lo fuera, el hecho de que hayan matado a Larry cambia las cosas. Al menos en lo que a mí respecta. Nunca he perdido a un hombre durante mi turno, y ahora me ha ocurrido. Eso cambia las cosas —repitió.
—Lo comprendo. Si necesito ayuda, se lo haré saber.
—¿Usted perdió muchos hombres en Oriente Medio?
—Uno solo ya es demasiado —replicó Puller.