Unos minutos más tarde Puller miró a su espalda para observar a la sargento Cole. Esta se esforzaba por seguirlo a la misma velocidad a través de la densa vegetación. De pronto hizo un alto y levantó una mano. Cole frenó en seco. Puller barrió con sus gafas de visión nocturna la zona que se extendía frente a él. Árboles, matorrales, el movimiento súbito de un ciervo. Nada que pretendiera matarlos a ellos.
Aun así no se movió. Recordó lo que había visto desde la ventana de la casa. Era una forma, no un animal. Un hombre. No tenía por qué estar relacionado directamente con el caso, pero lo más probable era que sí lo estuviera.
—¿Puller?
No se volvió para mirarla, sencillamente le indicó con una seña que continuara avanzando. Al cabo de unos segundos la tuvo agachada a su lado.
—¿Ha logrado captar algo con ese artilugio que lleva puesto?
—Nada más que un ciervo y un montón de árboles.
—Yo tampoco oigo nada.
Puller levantó la vista hacia el cielo, que ya clareaba.
—Cuando llegué había un foco orientado hacia el cielo. Al este, a unos tres kilómetros de aquí.
—Serían los mineros.
—¿Y para qué sirve el foco?
—Seguramente para que aterricen los helicópteros. Les proporcionan un punto donde posarse.
—¿Helicópteros que aterrizan en una mina de carbón en mitad de la noche?
—No hay ninguna ley que lo prohíba. Además, no es una mina. Lo que están haciendo es extraer tierra de la montaña. Lo cual quiere decir que no están cavando un túnel, sino volando la montaña con explosivos.
Puller continuaba escudriñando la periferia.
—¿Fue usted quien se puso en contacto con el Ejército para notificar el asesinato de Reynolds?
—Sí. Reynolds llevaba uniforme. Esa fue la primera pista. Y cuando registramos el automóvil hallamos su identificación. —Hizo una pausa—. Es obvio que usted ha estado dentro de la casa. Habrá visto que ha perdido gran parte de la cara.
—¿Tenía un maletín o un ordenador portátil?
—Las dos cosas.
—Necesitaré verlos.
—De acuerdo.
—Podrían contener material clasificado.
—En efecto.
—¿Se encuentran custodiados?
—Están en la comisaría, dentro de la sala de las pruebas.
Puller reflexionó unos instantes.
—Necesito que se asegure usted de que nadie intenta acceder a ellos. Reynolds pertenecía a la Agencia de Inteligencia de Defensa, la DIA. Podría suponer un grave problema que tuviera acceso a ese material una persona carente de autorización. Un auténtico quebradero de cabeza que a usted no le conviene en absoluto.
—Entiendo. Puedo hacer una llamada.
—Gracias. En el expediente dice que le tomó las huellas dactilares.
—Y las envié por fax al Pentágono, al número que nos facilitaron. Confirmaron su identidad.
—¿Cuántos técnicos de escenas del crimen tiene?
—Uno. Pero es bastante bueno.
—¿Y el forense?
—El jefe se encuentra en Charleston, igual que el laboratorio del estado.
Puller seguía escudriñando mientras hablaba. Quienquiera que fuese el que andaba por allí, ya se había ido.
—¿Por qué continúan los cadáveres dentro de la casa?
—Por varias razones, pero sobre todo porque en realidad no tenemos un lugar adecuado al que trasladarlos.
—¿Y el hospital?
—El más próximo se encuentra a una hora de aquí.
—¿Y el forense?
—Estamos entre uno y otro.
—¿Qué significa eso?
—Que el que teníamos se marchó del pueblo. Y además no era médico, sino enfermero de primeros auxilios. Pero la ley del estado lo permitía.
—Entonces, ¿quién va a practicar la autopsia a las víctimas?
—Ahora estoy intentando solucionar eso. Probablemente un médico que conozco de aquí, uno que posee formación como forense. ¿Cuántos técnicos de escenas del crimen ha traído usted?
—El que está viendo.
—¿Es investigador y técnico a la vez? Eso es un tanto inusual.
—Lo cierto es que constituye una forma inteligente de actuar.
—¿Qué quiere decir?
—De ese modo no hay nada que se interponga entre una prueba y yo. Además, cuento con el laboratorio de Investigación Criminal del Ejército a modo de apoyo. Vamos a volver a entrar en la casa.
Un minuto después estaban delante de los cuatro cadáveres. Fuera iba aumentando la luminosidad, no obstante Cole encendió la luz del techo.
—Se ha destruido la integridad de la escena del crimen —observó Puller—. Los asesinos han regresado, y podrían haber eliminado las pruebas.
—También pudieron eliminarlas antes —replicó Cole.
—Aunque llevemos a un sospechoso a juicio, su abogado puede desbaratar toda la acusación basándose en eso.
Cole no dijo nada. Pero, por su expresión de furia, Puller dedujo que sabía que aquello era cierto.
—Bueno, ¿y qué hacemos entonces? —dijo Cole por fin.
—De momento, nada. Seguir examinando la escena.
—¿Va a tener que informar de esto?
Puller no le respondió. En lugar de eso, miró en derredor y dijo:
—Los Reynolds no vivían aquí. Así pues, ¿qué estaban haciendo en esta casa?
—Pertenece a Richard y Minnie Halverson. Son los padres de la señora Reynolds. Viven en una residencia, bueno, el padre. La señora Halverson vivía aquí, pero recientemente sufrió un ataque y ahora está ingresada en un hospital especializado que hay cerca de Pikeville. No se encuentra demasiado lejos, pero con estas carreteras se tarda su buena hora y media en llegar.
—Ya he probado esa medicina, al venir hacia este pueblo.
—Por lo visto, la señora Reynolds se encontraba aquí provisionalmente, para ocuparse de varias cosas, supervisar la atención que recibía su padre, preparar la casa para venderla e ingresar a su madre en la misma residencia, dado que ya no puede continuar viviendo sola. Como estamos en verano, tenía consigo a los hijos. Al parecer, el señor Reynolds venía aquí los fines de semana.
—¿De dónde ha obtenido toda esa información?
—De fuentes locales. La residencia y el hospital. Y de indagar un poco por ahí. Y también hemos estado conversando con los vecinos de la calle.
—Bien hecho —elogió Puller.
—No estoy aquí para hacer las cosas mal.
—Oiga, el único motivo de que yo esté aquí es que una de las víctimas lleva uniforme. Y mi SAC me ha dicho que ustedes estaban dispuestos a aceptar un acuerdo colateral.
—Ese fue mi jefe.
—¿Y usted?
—Digamos que todavía no me he decidido.
—Me parece bien.
—¿Así que Reynolds pertenecía a la DIA?
—¿No se lo dijeron cuando les envió el fax con las huellas?
—No. Solo me confirmaron de quién se trataba. Así que inteligencia militar. ¿Era una especie de espía? ¿Por eso lo han matado?
—No lo sé. Estaba preparando la jubilación. Tal vez fuera un burócrata condecorado con la medalla aérea al mérito que pretendía pasarse al sector privado. El Pentágono está lleno de ellos.
Puller había decidido no poner a Cole al corriente de lo que realmente hacía Reynolds en la DIA. Cole carecía de autorización para saberlo, y él no tenía ninguna intención de arriesgarse a que lo degradasen por divulgar una información que no debía divulgar.
—En tal caso, eso no nos sirve de mucho.
En aquel momento se impuso la parte sincera de Puller:
—Bueno, quizá no fuera simplemente un burócrata.
—Pero acaba de decir que…
—He dicho quizá. No es algo confirmado. Además, tan solo estoy comenzando con la investigación. Hay muchas cosas que desconozco.
—Está bien.
Puller se aproximó un poco más a los cadáveres.
—¿Los encontró usted así, colocados en fila?
—Sí.
—La causa de la muerte de los dos adultos resulta bastante obvia. ¿Y los adolescentes? —Los señaló con la mano.
Al ver que Cole no respondía, se volvió hacia ella.
La sargento había desenfundado su Cobra y le estaba apuntando a la cabeza.