Nota del autor

El relato del descubrimiento del escondite de las momias reales en Deir el-Bahari es uno de los más sobrecogedores de la historia de la arqueología. Esta novela recoge únicamente una porción de los hechos ocurridos en aquellos meses de 1881. Tal como dijeron todos los que vivieron esos intensos momentos, fue un descubrimiento inesperado que pudo poner rostro a los faraones.

Actualmente la egiptología cuenta con dos escondites de momias reales. Uno apareció en 1898 en la KV35 del Valle de los Reyes, la tumba de Amenofis II. Allí, el francés Victor Loret dio con el lugar donde habían sido depositadas ya en la Antigüedad las momias de faraones tan importantes como Tutmosis IV, Amenofis III, Merenptah, Seti II y varios Ramsés. Pero, sin lugar a dudas, el escondite más importante es el que se encontró en Deir el-Bahari en 1881, conocido como DB320, con momias de faraones de la XVII a la XXI Dinastías, cuyo hallazgo se relata en esta novela. La siguiente tabla describe el material hallado por los arqueólogos. Está tomada de la obra de N. Reeves y R. H. Wilkinson The Complete Valley of the Kings (Londres, 1996, p. 196).

Las letras mayúsculas señalan la habitación dentro de la tumba. La ? que precede a la letra señala atribución incierta. Las ?/?? se refieren a la posición incierta. El asterisco significa que la posición es completamente desconocida.

Uno de los problemas que presenta el estudio del material hallado en la DB320 reside en que contamos con muy poca información sobre detalles fundamentales. La tabla precedente es un buen ejemplo de ello. Ésta es la razón principal por la que este libro se permite desarrollar pasajes completamente imaginarios. En cuanto a los personajes principales de El sueño de los faraones, sólo la delicada dependienta copta, Mariam Gergess, no existió en realidad. Émile Brugsch y el resto de los compañeros del Servicio de Antigüedades, los hermanos Abderrassul, Mustafa Aga Ayat y Antoun Wardi, el anticuario, son completamente verídicos. Del mismo modo, los escenarios y las fechas que se proponen en los diferentes capítulos del libro están basados en la documentación de la época.

Hay que señalar que, siendo fieles a la historia, habría que haber nombrado a un hermano más de la familia de los Abderrassul. Hussein, al parecer, conocía al igual que Ahmed y Mohamed la ubicación de la tumba. También fue detenido y enviado a Quena para ser interrogado. Pero desgraciadamente ahí se pierde su pista. Es posible que sucumbiera a los terribles interrogatorios de las autoridades egipcias, en los que se emplearon clavos ardiendo, cuerdas y toda clase de golpes. Al contrario de lo que se relata en la novela, no hay constancia de que Ahmed fuera a prisión o de que se tuvieran cargos contra él después del redescubrimiento del escondite. Lo más probable, tal y como han apuntado algunos historiadores, es que volviera a la tranquila vida como cabrero. No obstante, nunca llegó a dejar el tráfico de antigüedades, aunque no a la escala de la tumba de Deir el-Bahari. Mohamed recibió quinientas libras por su colaboración con el gobierno y fue nombrado jefe de los cuidadores de tumbas de la orilla oeste.

Tampoco sabemos más de Antoun Wardi, el vendedor libanés que sirvió de punto de partida en las pesquisas de Brugsch. Por su parte, Mustafa Aga Ayat parece que continuó con su trabajo consular con toda normalidad; nada extraño si pensamos en su inmunidad diplomática y que nos referimos a un país donde la corrupción alcanzaba límites insospechados.

El hotel Luxor, uno de los más lujosos del momento, está siendo reformado en estos años posrevolucionarios y es difícil señalar una fecha de reapertura, pero en su momento fue el más sofisticado de la ciudad.

El nombre de la Montaña de las Momias es pura invención. En la documentación de la época, así como en la abundante literatura egiptológica que recoge el devenir del descubrimiento, se llama a la tumba «escondite de Deir el-Bahari». De esta última localización geográfica de la orilla occidental de Luxor recibe el número de listado de las tumbas tebanas: DB320.

Por desgracia, la tumba apenas fue estudiada en el momento del hallazgo. Émile Brugsch no tuvo tiempo de tomar siquiera fotografías, aunque en la novela se diga lo contrario, ni de reseñar la ubicación exacta de los reyes y sus ataúdes dentro de las dos galerías que forman la tumba en forma de «L». En el año 1998 una misión arqueológica germano-rusa, liderada por Erhart Graefe y Galina A. Belova[12], retomó la investigación de la DB320, aportando datos de gran valor para conocer, por ejemplo, la fecha de cierre de la tumba y su posible dueño original.

Así entramos en la polémica y el misterio que aún rodea a este lugar. ¿Cuándo fue cerrada? ¿Quién la mandó excavar y para qué familia o personaje importante? Por desgracia, poco es lo que sabemos en este sentido. Sólo tenemos la seguridad de que sucedió en algún momento a principios del denominado Tercer Período Intermedio, una época de tránsito y declive, vivida en Egipto entre los años 1069-525 a. C.

Mi propuesta, quizá arriesgada pero aceptable tratándose de una novela, es centrarlo en los últimos años del reinado de Pinedjem II, sumo sacerdote de Tebas y faraón de facto del Alto Egipto durante la XXI Dinastía (ca. 1000 a. C.). Sin embargo, aunque está admitido que la tumba fue empleada inicialmente por él o su familia, tampoco podemos descartar que se tratara de un proyecto abandonado de la XVIII Dinastía (ca. 1500-1300 a. C.), tres siglos más antiguo, que nunca se llegó a utilizar.

Los protagonistas de la parte faraónica están basados en personajes reales. Los escribas Ahmose y Takelot son una copia del conocido Butehamon (ca. 1070 a. C.), escriba restaurador de tumbas de la necrópolis, entre la XX y la XXI Dinastías. Él fue el encargado de llevar a cabo la investigación de los robos en la necrópolis y de restaurar las momias saqueadas, como la de Ramsés III. Contamos con varias cartas suyas en la documentación. Sabemos que su residencia estaba en el recinto del templo de Ramsés III, en Medinet Habu, donde todavía se pueden ver los restos de las columnas del patio central de la casa. Su ataúd fue descubierto en su tumba (TT291), con un completo texto autobiográfico, y se conserva en el Museo Egipcio de Turín (C. 2236, 2237 / CGT 10102, 10103).

De época ramésida, apenas un siglo antes de los hechos que se narran en esta novela, conservamos varios papiros que recogen los interrogatorios a los ladrones de tumbas. El Papiro Abbot (Museo Británico EA 10221), por ejemplo, reproduce el interrogatorio a los ladrones que realizaron los robos durante el año dieciséis del reinado de Ramsés IX (ca. 1110 a. C.). En ellos me he basado para los nombres de los delincuentes y las situaciones que protagonizaron.

Un problema mayor es conocer cuándo se colocaron las momias en la DB320. Gracias a las inscripciones que muchas de ellas llevan sobre las vendas o las tapas de los ataúdes, hemos podido reconstruir el itinerario y las fechas aproximadas de los robos en el Valle de los Reyes ya en la Antigüedad. Algunos pudieron llevarse a cabo durante el gobierno de Pinedjem II, y los reinados de los faraones Psusenes I (¿año 7 u 8?) y Shesonk I. Muy posiblemente el empleo de la DB320 como escondite se dilatara en el tiempo. O incluso es posible que, como señalan algunos investigadores, durante el reinado de Pinedjem II las momias estuvieran en la tumba, hoy perdida, de una reina llamada Inhapy (quizá la esposa de Sequenenra Tao II, de la XVII Dinastía, ca. 1574 a. C.) y luego, ya en la XXII Dinastía, durante el reinado del faraón de origen libio Sheshonq I (ca. 945-924 a. C.), se trasladaran de forma definitiva al escondite DB320.

Lo importante es que todos ellos se movieron en una franja cronológica de apenas cuarenta años, en la primera mitad del siglo X a. C. Con la poca información con que hoy contamos, es realmente complicado precisar un momento exacto en la historia.

No quiero dejar pasar la ocasión de señalar que, por culpa de esos «revendajes» de las momias, muchas de ellas, especialmente las de la XVIII Dinastía, están mal identificadas. Gaston Maspero y su equipo se dieron cuenta de ello al poco tiempo de abrirlas. Los nombres no coincidían con el sistema de momificación que cabría esperar para el reinado de tal o cual soberano. Estas sospechas crecieron en la década de los setenta, cuando las radiografías que se tomaron de los faraones daban como resultado que quien decía ser, por ejemplo, Amenofis III no podía ser el hijo de quien se presentaba como Tutmosis IV. El estudio de los cráneos no falla. La cefalometría marca unas pautas de correlación entre los cráneos de padres e hijos que en estas momias no aparecen. Por ello, realizando varios cuadros con diferentes posibilidades, se ha llegado a la conclusión de que solamente Tutmosis III es quien dice ser. El resto de los faraones de la XVIII Dinastía está mal identificado.

Algo debió de ocurrir en los talleres de momificación en el Tercer Período Intermedio para que unas momias se confundieran con otras. El problema es peliagudo; ni siquiera el complicado estudio de ADN podrá dar solución a este apasionante enigma arqueológico. Aunque en los últimos años se haya promulgado a bombo y platillo por medio de documentales sensacionalistas la identificación de tal momia con tal rey o reina gracias al ADN, lo único cierto es que su identificación ha sido calificada de arriesgada y precipitada. Sencillamente, no tienen ningún respaldo por parte de la comunidad científica internacional.

Muchos lectores se estarán preguntando por la momia de Takelot. Pues sí, el Hombre Anónimo existe y sigue siendo uno de los mayores misterios de las momias descubiertas en la DB320. Se la conoce como Hombre Anónimo E, para diferenciarla de otros cuerpos sin nombre aparecidos en el mismo escondite. En el catálogo del Museo de El Cairo lleva como referencia el 61098.

Tal y como se cuenta en la novela, apareció vendada, con un rictus terrorífico y cubierta por una piel de animal. Lo más llamativo de todo es que no había ajuar funerario asociado a ella, ni inscripción alguna en las vendas ni en el ataúd donde apareció. La grotesca posición del cuerpo hizo pensar que podría tratarse del cadáver de un hombre envenenado. Seguramente perteneció a la familia real o contaba con un estatus muy elevado. De lo contrario no se explica que descansara en el escondite junto a tan ilustres compañeros. ¿Se trata de un extranjero y por eso se enterró con una piel de animal? No lo sabemos. El estudio del cuerpo parece indicar que es egipcio. Por ello, algunas investigaciones de los últimos años han señalado que podría tratarse de uno de los príncipes acusados de traición en el famoso complot que se levantó, al final de su reinado, contra Ramsés III (ca. 1182-1151 a. C.), faraón de la XIX Dinastía, auspiciado por algunas mujeres del harén. Otros han indicado que el tipo de momificación se corresponde con la XVIII Dinastía y que podría ser la momia de Amenofis IV, Akhenatón (ca. 1350-1334 a. C.), aunque esta teoría parece poco consistente. También se ha dicho que podría tratarse del príncipe hitita Zannanza, fallecido cuando se dirigía a Egipto para casarse con Nefertiti o con Ankhesenamón, al morir Akhenatón o Tutankhamón, respectivamente, a finales de la XVIII Dinastía. Lo único que nos dicen todas estas teorías es que realmente no sabemos mucho sobre este extraño Hombre Anónimo E. En la actualidad la momia reposa dentro de su ataúd blanco (Poisoned Prince Sarcophage 3863), sala 47, vitrina F, en la primera planta del Museo de El Cairo, donde puede ser visto por los visitantes.

Tanto la momia del Hombre Anónimo E como el resto de los miembros de la familia real descubiertos en Deir el-Bahari en 1881 siguen siendo el centro de atención de egiptólogos y médicos. Junto con las momias descubiertas en otro escondite, el aparecido en 1898 en la tumba de Amenofis II en el Valle de los Reyes, forman un valioso conjunto que ayuda a reconstruir la historia de los faraones.

La tumba DB320 permanece inaccesible. En el fondo del pozo, la entrada a la galería está bloqueada por ladrillos y una capa de cemento. Si se sabe el camino, se puede llegar hasta la entrada con facilidad. En la actualidad sorprende que un sitio tan aparentemente abierto permaneciera en secreto durante tantos miles de años. El escondite se encuentra a pocos minutos andando del templo de la reina Hatshepsut. El agujero sigue abierto en el suelo y no es muy recomendable acercarse si uno no quiere caer por sus casi quince metros de profundidad. No existe seguridad ninguna.

En www.nachoares.com encontrará más información adicional, fotografías y vídeos de esta fascinante tumba y sus momias.